lunes, 18 de octubre de 2010

VIVIR LA PROPIA VIDA

Leí recientemente en su columna sobre una lesbiana que abandonó a sus hijos. Según entendí, usted opina que el padre debería enseñar a los hijos a honrar a esa madre que los abandonó. Mi pregunta es dónde está lo honorable en lo que hizo y porqué tienen ellos que liberarla de toda responsabilidad, no obstante que están siendo afectados en su desarrollo. ¿Acaso no tienen que aprender a distinguir lo que está bien de lo que está mal? Yo nunca estaré de acuerdo en que se considere lo mismo una familia de padre, madre e hijos y un “matrimonio” de personas del mismo sexo, como ahora se nos pretende hacer creer.
RESPUESTA
Gracias por expresar tu opinión. Cuentan de un gran líder de la ilustración que alguien lo confrontó, diciéndole que no estaba de acuerdo con lo que él pensaba y hacía, y respondió algo como esto: “Tampoco yo estoy de acuerdo con usted, pero daría mi vida por defender su derecho a pensar y expresarse libremente”.
En tu aportación descubro dos temas: 1) lo cuestionable de mi respuesta a la situación de una madre lesbiana que deja a sus hijos por seguir su orientación sexual, y 2) los matrimonios entre personas del mismo sexo. Escribiré sobre el primero, pues nunca he publicado acerca del segundo.
Comenzaré por repetir que cuando me dispongo a contestar una pregunta, me concentro en identificar para quién o quienes será mi respuesta, y de qué manera podrían superar aquello que les obstaculiza tomar plenamente su vida. En el caso que refieres, un padre preguntó cuál sería la mejor actitud para con sus hijos, pues la madre se había marchado en pos de algo que ella consideró le convenía.
No es difícil imaginar el dolor de la familia ante el hecho, lo difícil es salir del trauma y volver la mirada hacia la propia vida. El mayor riesgo es no poder modificar el foco de la atención y quedar paralizados mirando aquello que duele, y por tanto, olvidar que cada cual tiene sus propias responsabilidades y asuntos qué resolver. Aconsejar que padre e hijos se detengan a analizar si el hecho estuvo mal o bien sería redundante, ellos ya están haciéndolo, sin necesidad de que alguien intervenga. Había que aportar algo nuevo.
Lo nuevo consistió en recordar que cada persona puede vivir solamente lo suyo. Que ninguno podemos liberar de sus responsabilidades a nadie, puesto que le pertenecen. Tampoco vivir la vida de otros, ya que nos es imposible comer, dormir, aprender o morir en su lugar. Y no nos es dado cargar con las equivocaciones o méritos ajenos sin ser intrusos. Quien enfoca su atención en los proyectos y acciones de los demás, no atiende a los propios.
En este caso, honrar significa reconocer la capacidad y el derecho de una persona para decidir, inclusive si consideramos que comete un error, y dejarla experimentar tanto el hecho como las consecuencias, sin inmiscuirnos con la intención de mitigar o aumentar dichas consecuencias, ya sea juzgándola, compadeciéndola, justificándola, castigándola, sufriendo en su lugar o cargando de alguna manera lo que ella debe cargar y asumir.
Lo anterior va más allá de lo que usualmente hemos aprendido y plantea una fuerte exigencia de crecimiento tanto en el padre como en los hijos; pero, de darse, los dejaría fortalecidos y libres. Solamente ellos pueden decidir si la respuesta los convence o no.

lunes, 11 de octubre de 2010

RESISTENCIA A COMPROMETERSE

¿Qué les pasa a los jóvenes que no quieren compromisos? Uno de mis hijos va para los 30 años y dice que siempre será soltero, que mejor va a tener un hijo o dos con alguna mujer que quiera. Yo le dije: “Piénsate lo de tener un hijo, porque en cuanto haya niño, te va a dar igual estar casado, arrejuntado o como quieras estar... la ley, una vez que nace un niño, es abusiva contra el hombre, estés en la situación que estés”. Eso le dije y no supe qué efecto le hizo, pero me queda la espina de que se trata de algo fundamental. No sé si haya una intervención de mi parte que le sirva.
RESPUESTA
Estás preocupado por tu hijo. Quisieras tener para él todas las respuestas. Quizás te gustaría poder contestarle como cuando era niño y te preguntaba por qué esto o porqué lo otro y te sentías satisfecho, incluso si llegaba a desesperarte.
Hoy sigues teniendo muchas respuestas para él, si bien no todas, pues algunas deberá encontrarlas él mismo. Y los diálogos entre ustedes siguen realizándose como en aquel tiempo de la infancia, en parte con palabras y en parte con hechos. Juzgo que lo que aquí planteas pertenece a la primera categoría, la de las palabras, de lo contrario, ya estarías frente al hecho de ser abuelo sin boda previa.
Algunas preguntas se formulan como tales y otras parecen afirmaciones categóricas: “No me casaré jamás”. Cabe la posibilidad de que él esté preguntándote: “¿Qué opinarías de mí si me quedara soltero para siempre, y sólo tuviera un hijo o dos por ahí, con la mujer que así lo aceptara?”.
Captaste bien que se trata de algo fundamental, y le diste dos respuestas. La primera, clara e indiscutible: Piénsalo bien, porque ya sea que estés casado, arrejuntado o como quieras estar, será tu hijo. Y la segunda, algo más ambigua: La ley es abusiva con los hombres.
Me pregunto si con esta última quisiste suavizar o enfatizar la primera, la cual evidenciaba la responsabilidad que tu hijo adquiriría al convertirse en padre. Si tu intención hubiera sido quitarle peso, fue un esfuerzo inútil, ya que la paternidad es un compromiso que cambia la vida radicalmente, no tanto porque lo dicen las leyes humanas, sino porque así es. Pero si lo que hubieras deseado sería que él recapacitara en que la ley reconoce compromisos, obligaciones y derechos en los padres varones, tal vez disminuiste la fuerza de tu argumento llamándola abusiva. Esta palabra, “abusiva”, significa que es injusto y arbitrario lo que instituye.
Preguntas si hay una intervención de tu parte que le sirva a tu hijo. Creo que ya la estás teniendo, al responder con sinceridad lo que piensas. También, al exponer tu situación y buscar nuevas opiniones que esclarezcan las tuyas. Así ampliamos nuestros conocimientos los humanos, preguntando aquí, consultando allá, y permaneciendo flexibles para analizar con calma lo que vamos encontrando. Te deseo lo mejor.

lunes, 4 de octubre de 2010

MI AMIGO MURIO EN UN ACCIDENTE

Un amigo de la escuela tuvo un accidente y murió. Me afectó demasiado, me siento extraña, como fuera de mí misma, sin ganas de nada ni siquiera salir, no creo que sea miedo si acaso un poco, es que no es justo, él tenía 20 años igual que yo, es horrible, me la paso viendo fotos y correos que me mandaba, o nuevos que no contesto. Quisiera que alguien me dijera algo que me ayude o qué se hace en estos casos.
RESPUESTA
En estos casos se siente lo que tú sientes y se llora mucho. Dicen que el tiempo ayuda y es cierto, porque todo pasa y esto también pasará, pero pensarlo no te consuela. En el fondo, cuando ha habido mucho afecto, no se desea terminar de inmediato con el sufrimiento, es como un tributo para el ser querido, así que te toca sufrir intensamente durante una temporada. Sin embargo...
Es mucho lo que puedes y necesitas hacer. Puesto que te sientes extraña y fuera de ti misma, te urge volver, “sentirte en casa”. ¿Dónde estamos en casa? En ese sitio que sabemos nuestro, conocido y confortable que nos hace sentirnos a salvo. La dirección de dicho lugar no es terrenal o humana, sino espiritual. Se trata de lo más profundo del propio ser, de la propia alma. Bien afianzados en ella, si nos es preciso abandonar relaciones e iniciar otras nuevas, cambiar de rumbo, mudarnos de domicilio o de país, o cualquier cosa igualmente fuerte, seguiremos donde debemos estar: en nosotros mismos, en casa, a pesar del dolor y del estremecimiento. Quizá quieras repetir en tu interior: “Yo soy (tu nombre completo con apellidos) y estoy aquí”. Esto para volver en ti. Y agregar: “Querido (el nombre de tu amigo que dejó este mundo), tú estás allá. Te tocó partir antes que a mí. Gracias por todo lo que en vida me diste. Seguirás viviendo en mi corazón. Haré algo bueno en memoria tuya”.
Suele suceder que cuando alguien tiene un destino inesperado, como tu amigo, intuimos su dolor y el de su familia y, por cariño, quisiéramos poder hacer algo en su favor. Por supuesto que no sabemos qué, pues tales dolores son personales y es imposible que nadie los sufra en lugar de otro. Tampoco podemos aliviarlos. A veces, atinamos a rezar por su consuelo o a escuchar su pena. Esto sirve. También a ti te serviría conversar lo que sientes, hasta disiparlo. Se dice que “lo que no se conversa, se imprime”. ¿Quién desearía que se te quedaran impresas para siempre las dolorosas sensaciones actuales? Llegará el día en que vuelvas a la alegría de tu juventud, si buscas con quién platicar, inclusive si fuera con un psicoterapeuta. Y pide abrazos a quien tengas confianza y quiera dártelos, sin que sean eróticos. Estos últimos tienen el riesgo de hacerte confundir los enormes sentimientos que ya tienes, con un apasionamiento. Espera un poco, para que cuando digas “te amo” sea verdadero, y no el producto de una confusión. Te deseo paz.
“Psicología” es una columna abierta. Puedes participar con ideas, temas, preguntas o sugerencias en psicologa.dolores@gmail.com o al teléfono 7 63 47 28