lunes, 27 de enero de 2014

¿NIÑOS O ADULTOS?


Han pasado varias décadas de cuando los niños “se veían, pero no hablaban” y los padres podían decirles: “Quédate aquí quietecito y no te muevas mientras yo…”, “estás castigado por diez minutos”, “no podemos comprar eso que tú quieres”. Ahora los callados son los papás y a los hijos se les ha entregado la autoridad de la familia, ellos son los jefes. Me refiero a que muchos padres se sienten culpables por no comprenderlos, no darles todo lo que piden, no protegerlos suficientemente de que sufran, tener ellos mismos conflictos como pareja o no lucir aureola de santos ante sus pequeños. ¡Menuda exigencia se imponen, de presentar a sus hijos una vida falsa!

Muchas cosas han contribuido a este cambio que, como todo, tiene su parte positiva y su parte negativa. Es difícil llegar a un equilibrio entre el exceso de dar y el exceso de exigir. Ya no existe el ambiente relativamente seguro en el que se podía, sin temor a una catástrofe, mandar al hijo a la tienda o la tortillería a comprar algo que necesitaba la familia, dejar que se fuera caminando hasta la escuela o permitirle que saliera a jugar en la calle con sus amigos. Tampoco se ve con buenos ojos que “trabaje” de aprendiz en el taller del tío o ayude a sus padres con las labores de la granja; se considera trabajo de menores. La consigna es protegerlo. ¿Es malo? De ninguna manera, sólo que el exceso de “protección” está creando a jóvenes débiles, que se sienten aterrorizados de entrar en el mundo laboral y perciben el trabajo como un mal del que deberían poder sustraerse. Llegan a la edad productiva luego de una época en la que los llevaron hasta la puerta de la escuela en auto o se les proporcionó uno  “para que no caminen por la calle y no corran riesgos”; tienen celular, computadora, Ipod, videojuegos y un montón más de aparatos electrónicos que no solamente no pagaron ellos, sino que les atrapan su tiempo y atención y les presentan un mundo consumista que, aparte de ser muy caro, es considerado como lo normal y lo mínimo que deben tener para no sentirse desdichados. Y la vida sexual: parece haber un complot para empujarlos a tener “sexo seguro” y ocultarles que jamás es completamente seguro y siempre subyace el riesgo de un embarazo y otros riesgos que poco o nada se mencionan. Muchos de nuestros jóvenes son niños, en el sentido de que odian el compromiso y hacer algo por los demás. ¿Trabajar y sacrificarse por comprar y pagar una casa, o los gastos de una familia? ¿Cuidar a un bebé que llora por las noches y de todas maneras presentarse a trabajar? ¿Y mis necesidades y sentimientos, qué? Se preguntan, y sienten que la vida los está tratando injustamente, que les sale debiendo.

Un niño es un ser indefenso que requiere del apoyo y protección de sus padres, y un adulto es alguien que se encarga de su propia vida y, además, puede proporcionar protección y apoyo a los seres que de él dependen. En la actualidad, la adolescencia se ha prolongado necesariamente hasta los 25 o 30 años, en el sentido de que muchos jóvenes siguen dependiendo de los padres para subsistir. Y lo más curioso es que no solo el joven piensa así, también sus padres, que se sienten culpables si no siguen protegiéndolo y asistiéndolo a esa edad. También ellos se sienten tratados injustamente por la vida y que les debe, porque no les proporciona los medios suficientes para evitar toda frustración a su “pequeño de treinta años”.

Me es imposible llegar a una conclusión en este corto espacio. Queda en el aire una pregunta: ¿qué papel desempeña la frustración en el crecer y adquirir fuerzas para la vida?

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