Hay ocasiones en que la expresión “no es culpa mía” es
irresponsabilidad, y otras, la única manera de salir de un embrollo insoluble. Importa
saber discernir unas de otras.
Todos tomamos las decisiones que en su momento parecen acertadas,
optando por “lo mejor” o “lo menos peor”; pero a veces estamos desprevenidos o nos
fallan los cálculos y, posteriormente, vemos que cometimos un error por el que
nosotros o alguien más debe sufrir. ¡Cuánto nos duele equivocarnos! Para evitar
que nos duela, con frecuencia decimos “no es mi culpa”, aunque lo sea; buscamos
dis-culpas. Podemos encontrar alguna muy persuasiva, que deje a todos
convencidos de nuestra inocencia, pero el alma sabe la verdad: somos culpables
de haber actuado de un modo distinto al que nos inculcaron. Tenemos dos
opciones: 1) Decir o pensar: “Sí, lo hice, soy responsable y asumo las
consecuencias”, o 2) “No es culpa mía, este dolor no es mío, las consecuencias
no son mías, me quieren culpar injustamente, soy víctima”. En este caso, la
“victimez” abre las puertas a toda clase de malestares, porque las
consecuencias han de venir, nos gusten o no, y gastaremos nuestra energía en
negar lo que es.
Las situaciones en que la expresión “no es mi culpa” es
verdadera y sanadora, se refieren al destino.
Un ejemplo extremo: imaginemos a una mujer cuya abuela murió en el parto
de una niña, que sobrevivió. Por supuesto que nadie quería matar a esta abuela,
solamente sucedió, pero la familia se ve sometida a dolor y tensión terribles y
tal es el medio en que la criatura debe crecer, necesitada de que alguien se haga
cargo de ella y la consuele. Sería muy sanador si la pequeña pudiera decirse a
sí misma: “Esto no es culpa mía”. En fin, creció, se casó y tuvo a su hija, la
mujer que habíamos imaginado al principio, a la que la madre, sin querer ni
darse cuenta, hace partícipe de su dolor, desolación y desconocimiento de cómo
es una buena madre, puesto que no lo experimentó en sí misma. También para la
nieta sería muy sanador que pudiera decir: “Esto no es culpa mía, este dolor pertenece
a mis abuelos y a mi madre”. Del destino nunca tenemos la culpa, sin embargo,
seguimos siendo responsables de todo cuanto nuestra mente y nuestro cuerpo
hagan, en el sentido de que vivimos consecuencias de felicidad o infelicidad.
Esto pertenece a la práctica de Constelaciones
Familiares, por eso digo que en ellas podemos modificar actitudes. Si la nieta
logra no solo comprender, sino sentir el dolor que ella está llevando y que no
le pertenece, y a través de representantes lo devuelve a los dueños, los
abuelos y la madre, con todo el amor que es capaz, puede experimentarse libre
de un trauma que sucedió mucho antes que ella naciera.
A propósito de Constelaciones Familiares, nuestra sesión gratuita
del viernes pasado estuvo muy bien, con lleno completo. Lo único que sentí fue
que personas se quedaron afuera, porque solamente las que habían llamado y reservado
pudieron entrar. Para reparar un poco esta contrariedad involuntaria, este
viernes 29 haremos otra sesión abierta, sin costo, de entrada libre, a
condición de que antes llamen al 763 02 77 y reserven su lugar. Y a quienes
vinieron y me manifestaron tanto amor, muchas gracias, sus palabras todavía
nutren mi alma.
“Psicología” es una columna abierta. Puedes participar
con ideas, temas, preguntas o sugerencias en psicologa.dolores@gmail.com , o en facebook.com/Pascua Constelaciones Familiares.