lunes, 25 de febrero de 2019

MALTRATO ANIMAL


Está de moda hablar del maltrato animal, concepto que se ha vuelto extremadamente subjetivo. Es un problema de primer mundo que difícilmente se adapta al subdesarrollo.

Para mí, mal-tratar a un animal significa relacionarse con él de una manera que no le corresponde o que le daña. Pero esta definición requiere sub definiciones, como establecer cuál es el lugar que le corresponde y qué le inflige daño. Como dije, nos movemos en una subjetividad delirante y establecer un criterio de equilibrio universal es punto menos que imposible.

El lugar que corresponde al animal: Los científicos elaboraron la escala genética  que coloca al humano en la cima del desarrollo y a los demás animales por debajo de él. Sin embargo, el hombre no siempre se ubica en este sitio respecto a sus hermanos animales. Por ejemplo, hay lugares donde las vacas son sagradas. Vi un documental de Luisito Comunica acerca de un templo donde se venera a las ratas. Karl Logerfelt dejó su cuantiosa fortuna a Felina Choopette, su gatita. He oído a personas repetir la frase: “Mientras más conozco a los humanos, más quiero a mi perro”. Podrían multiplicarse los ejemplos. ¿Llamaríamos a esto maltrato animal, en vista de que se les da un trato que no les corresponde?

De acuerdo a la definición que ofrecí más arriba, yo sí lo llamaría maltrato; pero aquellas personas cuyas creencias las impulsan a hacer lo que hacen, no estarían de acuerdo. Y surge una pregunta importante: ¿Quién tiene derecho a decretar que no se debe adorar las vacas o las ratas, dejar herencia a los gatos, o considerar mejores a los animales que a los humanos?

Hacer daño al animal: Es obvio que matarlo es hacerle daño, pero nos gusta o necesitamos comer filetes. ¿Deberíamos volvernos todos vegetarianos para que reses, cerdos y pollos no sean sacrificados? En el otro extremo están los cazadores que matan no por hambre, sino por el placer de matar. Y esto se vuelve más complicado cuando no se mata al animal, sino se le condena a vivir en circunstancias adversas, como las gallinas y los cerdos que crecen en un espacio en el que apenas caben y además se les inyectan hormonas para que engorden rápido.

Las creencias de las personas y las imágenes que éstas se han forjado de sí mismas y de los animales, son la causa del trato que les dan y revela mucho de su propia personalidad. No es lo mismo establecer una relación de intercambio con el animal, a otra de “te doy lo menos posible y te extraigo lo más que pueda”. Ambos tipos de relaciones provienen de la personalidad del humano.

¿Se daña a un animal cuando se le pone a trabajar? Las creencias se revelan en las conductas y está de moda considerar al trabajo no como un estado natural y provechoso, sino como un tormento indeseable. Y si en las personas resulta una desdicha tener que trabajar, en los animales es maltrato. Hace tiempo se prohibió utilizar animales en los circos. Internet mostró fotografías de estos, apartados de sus cuidadores, flacos y muriendo de hambre, puesto que no podían regresar a la selva. ¿Les fue mejor que trabajando en el circo? ¿Debería prohibirse cualquier trabajo peligroso y sufrido también a los humanos, o sólo a los animales?

A un hombre le prohibieron usar su caballo como medio de transporte. En su familia todos trabajaban, también los niños. Tempranito llenaban costales con tierra para las macetas y el padre salía a venderlos, en su carro tirado por el animal. Un día, la carga se recorrió hacia atrás, inclinó el carro y dejó al caballo suspendido entre los dos maderos que lo sujetaban. La imagen salió en los periódicos como prueba de maltrato. Se protegió al animal y el hombre y los niños debieron cargar los costales. 

¿Verdad que está difícil establecer un criterio general, por la diversidad de opiniones?
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lunes, 11 de febrero de 2019

MODIFICAR CREENCIAS



Vi su artículo del martes 29 donde le sugiere a una persona que cambie una creencia en su mente para modificar el comportamiento de su hijo. Mi pregunta es qué hacer para grabar esa nueva creencia. Gracias 

OPINIÓN

La modificación de las propias creencias no puede tener como motivación esencial cambiar la conducta de otra persona, aunque, como efecto secundario, podría ser que sucediera. Se modifican para uno mismo. 

A fin de grabar deliberadamente una creencia nueva hay que pensar en ella de manera consciente. Si nos convence, se graba por sí misma; si no, no sucede nada y uno se queda con la creencia antigua. 

No todo cambio de creencias es para mejorar. Mientras más deliberadamente elija uno la nueva creencia, más posibilidades hay de que el cambio sea para el propio provecho.
La palabra “deliberadamente” es importante. No siempre estamos motivados a cambiar de creencias, pues nos parece que las que tenemos están bien, las hemos comprobado, tienen una larga historia y son apoyadas por muchos sentimientos. Pero a veces sí sentimos la urgencia de hacerlo. Dicha urgencia se llama “crisis vital” y se presenta por la mala, y por la buena.

“Por la mala” es cuando la vida nos obliga mediante eventos fuertes a cuestionar nuestras creencias anteriores. Ejemplo: una persona se enamora y su ser amado le da la espalda o lo descubre en infidelidad. Entonces, aun después de haber sido una ferviente adoradora del amor, quizá exclame “¡el amor no existe!”, o “¡tengo que adelgazar!”. Hubo cambio de creencia y quedó grabada la que más le convencía. 

También es “por la mala” cuando la persona se encuentra en una situación añeja de insatisfacción y se pregunta: ¿qué debería cambiar yo a fin de sufrir menos? Quizá va a terapia o se le viene una idea nueva: “Necesito fortalecerme para soportar los eventos de la vida”, o: “Este evento me hace más fuerte”. Entre las mil ideas que se le van a venir a la mente, la que más le convenza será la que se grabe en su cerebro.

Un cambio de creencias deliberado y “por la buena” es cuando la persona lee, estudia, investiga, se expone a escuchar opiniones diferentes a las suyas no con el afán de refutarlas, sino de estudiarlas. Entonces, en su mente las repite y ensaya una y otra vez, en ambientes distintos, con personajes disímiles, insiste en analizar la nueva creencia, observa los resultados y opta por creer lo que le parece mejor.

Continuamente estamos cambiando, modificando y grabando nuevas creencias sin casi darnos cuenta, de ahí que un adulto no crea en las mismas cosas de cuando era niño. Lo difícil no es grabar creencias nuevas, sino inventar unas que sean adecuadas. Si no son de nuestra invención, es posible que las desechemos, aunque también se dan casos de que se graben por inercia igual a como aprendemos canciones sin habérnoslo propuesto; serán creencias inculcadas por la mercadotecnia, personas que les gusta tener influencia, quieren un voto, o lo que sea. Quizá pensemos que son nuevas y en realidad corresponden a creencias que ya teníamos; es decir, nos permiten seguir en la inercia de lo conocido.

Antiguas o nuevas, jamás podremos cambiar las creencias por la fuerza o la violencia, sólo el convencimiento y la repetición son eficaces.

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lunes, 4 de febrero de 2019

CUANDO EL DOLOR ES DEMASIADO GRANDE


A todos nos toca enfrentar alguna vez situaciones cargadas de dolor que percibimos descomunales, mayores a nuestra capacidad de resistencia. Teníamos unas expectativas y un sentido de la normalidad totalmente diferentes a lo que la realidad presenta: una muerte, una enfermedad, un descalabro, un fracaso, un desamor... Entonces, nuestro equilibrio cotidiano se pierde y no sabemos cómo reaccionar. Es como si estuviéramos en el punto donde descarga una gran cascada que nos hunde e impide respirar. Lo que aprendimos antes parece no servir, porque aunque nos esforzamos por “nadar”, no es igual que en la alberca de la vida diaria donde habíamos practicado. A esta vivencia se le da el nombre de “duelo”.

Vivir un gran dolor es delicado y riesgoso; podemos salir de él fortalecidos, o traumatizados; es decir, no superarlo nunca. Para recuperarnos, tendremos que pasar por las cinco etapas que describió Elizabeth Kübler-Ross, una psiquiatra suizo-estadounidense del siglo XX, y son: negación, ira, negociación, depresión y aceptación. No todas las personas las viven en este orden ni con la misma intensidad, puede que alguna de ellas le cueste más trabajo, pero si las pasa, se recupera; y si no, no.

Negación es decir: “No es cierto”. La usamos siempre que nos dan una mala noticia y exclamamos: “No”, “no puede ser”, “si apenas lo vi ayer”. Una persona que insiste en preparar el lugar en la mesa para alguien que murió, que limpia y conserva su recámara tal cual o dice que no tarda en llegar, está en negación. Igual quien perdió al amor de su vida y continúa esperando que le llame. Está en la etapa inicial del duelo aun si hubieran pasado años.
La segunda reacción es ira. “Estoy enojado con Dios (los médicos, la enfermera, los laboratorios, la cochina enfermedad, el que lo atropelló, la rebeldía del enfermo a tomar sus medicamentos...)“. Con la ira se buscan culpables para vengarse, y en ocasiones se dirige contra el doliente mismo: “Yo tuve la culpa”, “si al menos hubiera sido así o asá”. O contra el ser amado: “Te moriste por cobarde”, “me abandonaste por güilo”, “nada de lo que viví contigo valió la pena”. Se trata de la segunda etapa y el dolor se disfraza de rabia.

La tercera etapa es negociación: “Dios, podrías haberme llevado a mí primero”, “mejor que murió, ya sufría demasiado”, “haré un hospital para niños a fin que esta muerte tenga sentido”, “prometo ser bueno (listo, astuto, inteligente) de ahora en adelante”,  “más vale solo que mal acompañado”. En esta etapa ya se tiene más consciencia de la pérdida y se busca darle un significado para poder incluirla en la propia existencia.

La cuarta etapa es depresión, cuando la persona se permite sentir el dolor de su pérdida, la llora y comienza a sentir urgencia de hacer algo a favor de sí misma.
La quinta etapa es la aceptación. La persona se vuelve plenamente consciente de lo sucedido, sabe que le duele pero el dolor no la rebasa. Puede hablar y recordar sin la angustia y  desesperación de las primeras etapas.

Hay dos cosas muy valiosas en la descripción de Kübler-Ross. La primera es que al conocer estas etapas, la persona sabe que son fases de la curación y no piensa de sí misma que está volviéndose loca o es inadecuada por vivirlas. Tampoco lo piensa de otros, sino que comprende lo que sucede.

La segunda cosa importante es saber que, por ser etapas, pasarán y el gusto por la vida volverá. Es decir, que el dolor no va a ser para toda la vida.
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