lunes, 28 de septiembre de 2020

LA MISERICORDIA ¿Qué es la misericordia? Es la actitud compasiva y bondadosa que se muestra a una persona que sufre, al momento de ayudarla. En determinadas ocasiones, es la virtud que impulsa a ser benévolo en el juicio o castigo. Viene del latín misericordia, formado de miser (miserable, desdichado), cor, cordis (corazón) y el sufijo -ia. Se refiere a la capacidad de sentir la desdicha de los demás y aliviarla. Esta hermosa palabra está casi desaparecida en los textos y el lenguaje contemporáneos, como si fuera demasiado antigua o poco importante. En cambio, el término “justicia” está de moda. Misericordia y justicia no son antagónicas. La justicia afirma: “Merecido lo tiene”; y la misericordia: “Así es, pero quiero mitigar el sufrimiento”, porque la misericordia no niega el mal, tampoco lo disculpa; lo reconoce y a pesar de eso, ayuda, perdona, a veces incluso ama. Es posible que no utilicemos esta palabra porque intuimos lo exigente que es. Se distingue de la piedad y de la lástima en que reconoce una igualdad entre quien otorga y quien recibe el perdón o la ayuda; en cambio, la piedad y la lástima incluyen un sentimiento de superioridad o de desdén en quien las siente. La misericordia no pierde de vista la dignidad de quien recibe el don. Si con alguien necesitamos ser misericordiosos es con nosotros mismos. Sufrimos, conocemos nuestros errores, los recordamos, tenemos culpabilidad por ellos, nuestro juez interior es implacable y consciente o inconscientemente nos castiga por las equivocaciones que hemos cometido, ya sea con baja autoestima, fracasos, depresiones, accidentes o un dolor difuso que nos impide disfrutar del presente. Entonces, nos urge tener misericordia. La misericordia perdona y absuelve. Si con justicia vivimos dolidos, enojados o humillados por algo que hicimos o nos hicieron, la misericordia dice: “Se acabó. Tus sentimientos son justos, mereces lo que sientes, pero yo perdono y absuelvo. No más sufrimiento por lo que pasó, eres libre”. A pesar de que los humanos buscamos la felicidad, solemos resistirnos a tener misericordia con los demás y con nosotros mismos. En ocasiones sentimos que no es justo que el pecado se quede sin castigo y así es, jamás se queda sin él; las consecuencias mismas suelen ser penas muy duras. Sin embargo, la misericordia puede aliviarnos de gran parte de ellas mediante el perdón. La persona necesita decirse: “Quiero ser misericordiosa conmigo”. Entonces, puede perdonarse, lo cual es distinto a buscar disculpas o justificaciones de los errores. “Estuvo mal, lo hice yo, y me perdono”. Cuando se logra, viene la paz interior. “Estoy en paz conmigo y lo que soy”. Una vez que nos perdonamos a nosotros mismos y experimentamos la serenidad que esto produce, es probable que decidamos ser misericordiosos con los demás y perdonarlos. A nuestros padres, hijos, parejas, ex parejas, amigos, vecinos, colaboradores, conocidos y todos aquellos por los que hemos estado sufriendo. La misericordia dice: “¡Basta de sufrir, la cuenta queda saldada!”. Y no será necesario, tal vez ni siquiera prudente, decir a los interesados: “Yo he sido misericordioso contigo y te perdoné”. Se trata de aliviar el propio dolor. “Psicología” es una columna abierta. Puedes participar con ideas, temas, preguntas o sugerencias en psicologa.dolores@gmail.com , o al teléfono 7 63 02 51

lunes, 21 de septiembre de 2020

ESTAMOS CAMBIANDO

Todos hemos vivido en ambientes distintos. Un medio ambiente es algo así como un caldo de cultivo en el que crecemos, tomamos lo que ahí está, y dejamos algo de nosotros. ¿Tomamos todo? Por supuesto que no y sería imposible definir posteriormente con qué nos quedamos y cómo lo hicimos. Una analogía bastante burda sería compararnos con un alimento cocinado en un recipiente con sal u otros condimentos; sigue siendo lo que es pero toma los sabores que encuentra, sin convertirse en ellos. Es decir, no se volverá sal, ajo, tomillo u otras especias. Nuestro primer ambiente fue el útero. De él salimos ya con experiencias: las de mamá. No significa que entendamos lo ocurrido, solo que conocimos cómo es la paz, la alegría, el amor, el miedo, el rencor, el desasosiego o lo que sea que ella vivió mientras nos llevaba dentro. Más tarde, tendemos a volvernos expertos en dichas experiencias y a buscarlas como a lo conocido. Hay personas que viven con una angustia constante aunque no haya un motivo actual para experimentarla. Dicen: “Siempre tengo miedo y no sé a qué”. No es de mucha ayuda saber que así vivieron su gestación, salvo si son capaces de decir desde el alma: “Esta angustia no es mía sino de mi madre. Por amor a ella la he tomado como mía, pero ya no me es útil. Querida mamá, con todo mi amor y con todo mi respeto te la devuelvo y yo quedo libre”. Tuvimos otros ambientes: la familia, la escuela, el vecindario, la televisión, etc., etc., y de ellos también tomamos algo que nos ha hecho como somos. Prácticamente, al llegar a la adolescencia ya teníamos grabados en nuestro cerebro millares de programaciones con mandatos, permisos, tabúes, recetarios de comportamiento, hábitos y costumbres que nos empujaban a vivir en armonía, o en guerra, con los demás y con los acontecimientos. Y ya teníamos una opinión sobre nosotros mismos que rara vez nos preguntamos porque no era consciente ni racional, solo estaba allí. La adolescencia fue la primera oportunidad para modificar lo que nos había sido dado y que adquirimos como una forma de sobrevivencia y casi sin darnos cuenta. El adolescente quiere cambiar al mundo, vivir de una forma diferente a la que aprendió, y es frecuente que desencadene una lucha entre él y los mayores. Algunos autores señalan que es hasta los 40 años que los humanos adquirimos una consciencia más clara de lo que es la vida y podemos hacer cambios reales. Las crisis también son medios ambientes. Suelen ser novedosas y oportunidades estupendas para hacer cambios. Por ejemplo, el confinamiento por la pandemia es novedosa: nadie imaginaba que viviríamos una situación así. Nos influye grandemente y nos fuerza a inventar formas distintas de sobrevivencia y de salud mental. En las crisis, uno cambia o perece. Los humanos luchamos instintivamente por la vida y la felicidad. ¿Qué maneras de ser comunitarias generará esta emergencia que vivimos? No podemos saber, sólo imaginar. La confianza en la creatividad humana puede tranquilizarnos y tal vez incluso alegrarnos de vernos obligados a trascender este tiempo de cambios y ser la generación que aportó a la humanidad no sabemos cuántos descubrimientos y despertares que le hacían falta. “Psicología” es una columna abierta. Puedes participar con ideas, temas, preguntas o sugerencias en psicologa.dolores@gmail.com

lunes, 14 de septiembre de 2020

TRASCENDENCIA Y AUTORREALIZACIÓN

“Compaginar las crisis y el sufrimiento humano con el crecimiento personal es un arte; se llama trascender”. La pandemia y el confinamiento nos han cambiado la vida de una manera que nunca hubiéramos podido imaginar. Nos hemos visto privados de cosas tan simples y esenciales como salir de casa, pasear, reunirnos con los amigos, abrazar... Muchos han perdido su empleo y otros, a un ser querido. Personas se han referido a esta experiencia como “una guerra mundial sin balas”. Necesitamos sobrevivir y trascender a lo que está ocurriendo. Para entender los conceptos de trascendencia y autorrealización desde el marco de las ciencias de la salud mental, vale la pena remontarse a uno de los genocidios más grandes en la historia de la humanidad: El Holocuasto, Shoá, Endlösung o Solución Final. Cualquiera que sea el nombre designado, este acontecimiento pone de manifiesto por un lado la vulnerabilidad humana, y por otro, la capacidad de sublimar el dolor o sufrimiento y amar. De esta historia de crueldad y odio hacia otros seres humanos, sobrevivieron personas que compartieron su legado de dolor convertido en aprendizaje ante las crisis, las pérdidas y las situaciones en donde la vida estuvo al límite. Tal es el caso del psiquiatra Austríaco Víctor Emil Frankl, autor del libro “El hombre en busca de sentido” que se publicó por primera vez en 1946 en Alemania, vendió millones de copias y cambió la vida de muchos lectores. Frankl relata vivencias personales en un campo de concentración de Auschwitz: “Su solo nombre evocaba todo lo que hay de horrible en el mundo: cámaras de gas, hornos crematorios, matanzas indiscriminadas... A un hombre le pueden robar todo menos una cosa: la última de las libertades del ser humano, su elección de la propia actitud ante cualquier tipo de circunstancia, la elección del propio camino.” Después de haber vivido tan dramática experiencia, el Dr. Frankl se interesó en investigar y descubrir un método de intervención terapéutica denominado Logoterapia, que es una modalidad centrada en el sentido a la vida. Este procedimiento es vigente en un mundo que padece un gran vacío existencial y se manifiesta en altos índices de adicción, violencia, depresión y suicidio. Otra sobreviviente del Holocausto es la doctora en Psicología Edith Eva Eger, quien escribió “La Bailarina de Auschwitz”, texto inspirador que pone de manifiesto la fe y esperanza de seguir viviendo aunque internamente la persona sienta que la vida se acaba. Su lectura se recomienda para quien perdió un ser querido durante el COVID-19. La doctora Edger relata su terrible experiencia en los campos de concentración. Ella fue entrenada de niña en ballet y gimnasia; luego, prisionera en Auschwitz, obligada a bailar y ser usada para entretenimiento personal de los nazis, en especial del tristemente famoso Dr. Mengele Josef. Edith tenía que bailar para el hombre que había mandado matar a su padre. La doctora Eger se especializó en personas que sufrían trastorno por estrés postraumático, ayudó a mujeres víctimas de violencia doméstica, así como veteranas de la guerra de Vietnam. “Auschwitz me dio un regalo: el poder guiar a la gente en su camino ayudándolos a su adaptación”. Ambos personajes coincidieron en un mundo de crueldad y desolación. Fueron capaces de trascender desgarradoras experiencias de dolor, como saber que su propia familia moría asfixiada en cámaras de gas, o dejar de comer el pequeño pedazo de pan duro para compartirlo con otro que agonizaba. Las experiencias de vida tanto del Dr. Victor Frankl como de la Dra. Edith Eger nos encienden una luz de esperanza y de posibilidades que ante situaciones catastróficas donde la vida pareciera no tener solución; siempre habrá nuevos caminos que emprender. Agradezco la colaboración de la Psic. Irma Campos Escalante, directora del Instituto de Desarrollo Humano de León, A.C. “Psicología” es una columna abierta. Puedes participar con ideas, temas, preguntas o sugerencias en psicologa.dolores@gmail.com

MAMÁ DISCUTE CON SU HIJA ADOLESCENTE

¿Te has preguntado por qué a veces es tan difícil llevar una buena relación con tu hija adolescente? ¿Dónde quedó aquella niña dulce, amorosa y obediente que de pronto creció y se muestra como una jovencita irritable, retadora, apática, encerrada en su cuarto y dispuesta a llevarte la contraria en todo? Con o sin confinamiento, la relación madre-hija es una de las más complejas que existen, pues te hace enfrentarte contigo misma y todo lo que dejaste sin resolver de tu propia adolescencia. Tal vez has tratado de educarla como a ti te educaron, con valores, disciplina, confianza y amor, y todo iba bien con tu niña hasta que un día todo cambió y te enfrentas con una jovencita que te hace cuestionarte tus creencias, tus acciones y tu autoridad en una constante actitud retadora, buscando razones sin importar respuestas, exigiendo derechos y libertades para las que aún no tiene conciencia de las consecuencias. Lo más fácil sería ceder y evitar las discusiones, pero ¿sabes qué? Cuanto más caótica es la relación, más tu hija necesita de ti, de esa resistencia tuya, esa oposición fuerte, ese límite con amor, pues está forjando su identidad, que no será idéntica a la tuya porque ella es otra persona y vivirá en un mundo distinto al tuyo. Sin embargo, a pesar de los enormes cambios sociales y tecnológicos, hay cosas que deben preservarse, como el amor por sí misma, el cuidado de su persona y la lucha por la felicidad. Ella se enfrenta contra ti pero intuye que tu amor es infinito y la sostendrás a pesar de todo. A pesar de sus cambios de humor, de sus tristezas, sus enojos y sus frustraciones. Sabe que siempre podrá regresar a ti cuando todo a su alrededor parezca derrumbarse. Así que mantente amorosa, firme, fuerte y paciente. Y cuando pase la discusión, siempre busca la oportunidad de retomar el tema en un contexto más relajado. Dile primero cómo te sientes y cuáles son tus motivaciones profundas, luego pregúntale cómo se siente ella y qué es lo que más le importa. Sigue charlando sobre lo sucedido sin acusaciones, a través de preguntas que la hagan reflexionar, tratando de que llegue por ella misma a las conclusiones que más le convienen. Y si no encontraras la manera de lograrlo de inmediato, no olvides ponerle un escalón o señalarle una puerta que le facilite volver a ti. Y busca la ayuda que necesites, pues en esta etapa de retos y enfrentamientos se puede hacer mucho daño sin querer y dejar dolorosas huellas en quien más amamos. Nunca, pero de veras nunca, una relación madre-hija debe ser vista como rota para siempre. Es complejo y maravilloso ser mujer, y tu hija lo aprende día a día de ti. Agradezco la colaboración de la Psicóloga Adriana Gamiño Gutiérez, terapeuta familiar en formación, docente y consulta privada. “Psicología” es una columna abierta. Puedes participar con ideas, temas, preguntas o sugerencias en psicologa.dolores@gmail.com ,