lunes, 30 de septiembre de 2019

OPINIÓN PÚBLICA Y SENTIDO COMÚN


“¿Qué fue primero, el huevo o la gallina?” A esta pregunta clásica se parece esta otra: ¿la inteligencia artificial copia a la natural o es al revés, comprendemos más la natural debido a la artificial?

Nuestro teléfono inteligente es capaz de reconocer a una persona o una cosa y darnos información sobre la imagen que capta. ¿Cómo lo hace? Un buen programador podría decirnos cuántos bits de información ocupa cualquier ordenador para reconocer una firma, una huella digital, un rostro o un objeto y con qué tipo de archivos debe comparar su consulta, a fin de darnos una respuesta. Antes de que funcione la inteligencia artificial, hubo un enorme trabajo de acumulación de datos.

Al parecer, las dos inteligencias, natural y artificial, utilizan los mismos elementos: una percepción, un procesador que compara el nuevo conjunto de datos con otros ya existentes, y un resultado que es “traducción” subjetiva del mundo. Por ejemplo: el ojo ve ondas luminosas de color anaranjado que tienen forma redonda,  las “traduce” en impulsos nerviosos que van al Sistema Nervioso, éste los compara con todo lo que ya conoce y determina: es “naranja”, “orange”, “laranja” o lo que haya aprendido antes, y nunca, leíste bien, nunca, puede estar totalmente seguro de que lo que percibió es exactamente lo que está ahí, pues queda un margen para el error. A lo mejor era una bombilla anaranjada o una zanahoria en forma de bola y no las distinguió bien. Luego, la persona investiga con otras que le responden “sí, es naranja” y entonces se siente segura de lo que vio, porque alguien más lo ve igual.

Este procedimiento parece simple y no lo es, porque llega a elaborar abstracciones sumamente sofisticadas. De él depende la cultura. Un gran número de personas aprende a percibir de manera similar. Eso basta para que dicho grupo se crea en posesión de la única verdad objetiva que existe en el universo, y se comporte en conformidad.

Tomemos como ejemplo la idea de “guerra” entendida como un grupo de humanos armados que se disponen a matar y vencer a otro grupo de humanos. A través de la Historia encontramos explicaciones muy dispares de este comportamiento: “La guerra es un recurso indispensable para obtener la paz”, “a la guerra se va por lealtad al propio rey (líder, Dios, presidente, etc.), “se va por patriotismo”, “se va en defensa de la propia dignidad”, “es la mayor irracionalidad del ser humano”...

Generalmente, las formas compartidas de percibir el mundo están compendiadas en lo que se ha dado en llamar “opinión pública” y también “sentido común”. Sin embargo, que mucha gente piense lo mismo no necesariamente significa que están en lo correcto. Dos ejemplos: a principios del siglo XX, incluso los muy jóvenes tenían por sagrado que “una mujer con pantalones no es mujer” y “la patria es primero que mi vida y la de mi familia”. Hoy, estas creencias han dejado de ser opinión pública o sentido común; los jóvenes actuales ni condenan a una mujer que usa pantalones ni están dispuestos a dar la vida por la patria. 

Al contemplar los grandes cambios de pensamiento que se dan entre grupos, naciones y épocas, y cómo dichos pensamientos influyen en la moral, siente uno la tentación de creer que nada es fijo y todo se puede programar, como en las computadoras. Pero hay algo que sí permanece: la capacidad del individuo humano para pensar por sí mismo y tener ideas nuevas, aunque discrepen del sentido común. 

Vayamos al extremo opuesto. Un buen número de personas crean ideas nuevas que discrepan del sentido común. ¿Que sus ideas sean nuevas garantiza que están en lo correcto? No, porque lo nuevo no forzosamente es mejor que lo antiguo. 

La cultura nos inculca millares de conceptos antiguos y nuevos, algunos muy buenos y otros nocivos que nos hacen distintos a los neandertales. Claro que hemos avanzado; pero no siempre hacia lo mejor. Nuestra sociedad está enferma. Tiene violencia, racismos, clasismos, ambición de poder, odios, envidias, celos, codicia y tantos otros síntomas que podríamos enumerar. Dichos síntomas o enfermedades están contenidos en la opinión pública y el sentido común. Sólo la capacidad que tenemos de pensar por nosotros mismos quizá nos libre de enfermar de lo mismo que la sociedad en que vivimos. 

“Psicología” es una columna abierta. Puedes participar con ideas, temas, preguntas o sugerencias en psicologa.dolores@gmail.com

lunes, 23 de septiembre de 2019

MURIÓ BERT HELLINGER


El creador de Constelaciones Familiares abandonó este planeta el pasado día 19. Deja tras de sí millones de pequeños fuegos encendidos, en cada Constelación Familiar que se realiza. En ellas se impulsa una nueva visión de la humanidad, solidaria y no dominante, organizada con base en los vínculos del amor y no en la fuerza ni en la obligación de las jerarquías. 

En el momento actual, esta visión puede ser considerada utópica e irrealizable; sin embargo, poco a poco, a través de cambios aparentemente pequeños en la mentalidad de las personas, podemos anticipar que, en un futuro tal vez no muy lejano, una gran mayoría de humanos estarán conscientes de que prefieren la paz y no la guerra; que el amor importa en las familias y  grupos a los que pertenecen; que dominar, juzgar y entrometerse en las vidas ajenas solo hace más pesada la propia carga; y que una organización solidaria de la humanidad trae cambios importantes en las maneras de interactuar uno con el otro.

Bert Hellinger miró de frente las enormes dificultades que conlleva un cambio de mentalidad de este tamaño, las describió y aceptó en lugar de criticarlas o minimizarlas, y no dejó para después el poner en práctica su teoría. Por ejemplo, reconoció las “lealtades inconscientes” por las cuales repetimos u obedecemos toda norma que encontramos en nuestros grupos al llegar al mundo, y nos sentimos culpables por contrariar alguna. La organización en jerarquías es una de ellas, antiquísima, muy apreciada o acostumbrada.

La etimología de la palabra “jerarquía” nos permite conocer cuál es la visión que nos hace creer que la dominación de unos sobre los otros es natural u ordenada por Dios. Proviene de hieros, =sagrado, divino, y arkhein = gobierno. Desde los faraones y los césares que se creían divinos y después toda clase de autoridades, han reclamado para sí que Dios las puso encima y es obligación moral someterse a ellas. Hellinger habla de una sola jerarquía, la que establece el árbol de la vida, por la cual, los que nacen primero van primero, y esto no significa que deban subyugar a los que vienen después. 

La necesidad de organizaciones de tipo vertical, autoritarias, donde unos se consideran superiores a otros y clasifican, desprecian o discriminan, es una de esas “lealtades inconscientes” a lo establecido que nos lleva a otra necesidad: la de tener dogmas y personas honorables, de autoridad o líderes que definan lo que está bien o mal, de manera que sólo aquello que haya sido autorizado por la autoridad (observar la etimología de ambas palabras) es correcto y permitido, aunque sea tan absurdo como lo fue tener esclavos o invadir naciones a nombre de un rey.

En la vida práctica, Hellinger mantuvo su teoría libre de patentes y de escuelas o asociaciones de psicólogos y psiquiatras y la abrió a todo aquel que quisiera aprenderla, lo cual era una importante desobediencia a lo establecido, ya que se supone que estos organismos son la autoridad que decide si una teoría se aprueba o no y quiénes pueden practicarla. Él optó por la libertad de pensamiento confiado en que por el camino encontraría a otros humanos que simpatizaran con la idea de una humanidad solidaria y no autoritaria, en la que lo más importante fueran los vínculos del amor y se reconociera el derecho de cada ser humano a la vida y la libertad.

En la actualidad, millones de personas practican las Constelaciones Familiares en una revolución silenciosa y pacífica, venida de abajo, desde cada individuo y su sistema. Ojalá sigan multiplicándose y ocasionando la reconciliación de cada uno consigo mismo, su origen y su historia. Reconciliación es amor, no guerra.

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lunes, 16 de septiembre de 2019

FIESTAS PATRIAS


Las Fiestas Patrias me hacen evocar las clases de Historia Patria de cuando yo era niña. Me encantaba que la madre nos la platicara y luego leerla en mi libro. A solas me preguntaba por qué la mayoría de los héroes habían hecho la guerra y matado a gente, y también por qué los monjes, que querían tanto a los indios, los defendían nada más hablando; a mí me hubiera gustado que hicieran algo más, por ejemplo, invitar al Papa y que él viniera a decirles a todos que eso estaba mal y se portaran bien. En mi fantasía infantil se me figuraba que con que el Papa los descubriera y se quedara mirándolos, habría bastado para que los conquistadores se arrepintieran y dejaran de hacer cosas malas. ¡Pensamientos de una niña pequeña!

Las madres nos contaban que México “estaba gestándose” durante los tres siglos de la Colonia. A mí me parecía muy alrevesado que el hijo alimentara más a la madre que ésta al hijo, pues España se llevaba en barcos “las contribuciones”, riqueza de aquí, hacia su Península Ibérica. “Ellos eran los reyes”, respondió la madre cuando hice mi pregunta.
Ya sabemos que un pensamiento dominante se extiende a todas las mentes del lugar como algo “normal”, y cuando uno no piensa como todos, o se calla o lo van a regañar, sobre todo si se es niño.

Ahora, ya de grande, noto de qué manera tan imperceptible se imponen los pensamientos dominantes. Si bien yo fantaseaba en historias diferentes, éstas se desarrollaban dentro de la misma Historia; es decir, incluía a los conquistadores, a los misioneros, al Papa, a los Reyes Católicos y un poco a los indios, en ese orden de importancia. Nunca imaginé, por ejemplo, que América podría haber tenido otro nombre y un destino diferente. Yo seguía fiel a lo que nos contaban y a la imagen que nos pintaban de los indígenas, con rasgos y colores tan tristes, terribles e intimidantes que jamás pasó por mi mente que podría haber sido bueno que no ocurriera la conquista. En la Parroquia del Sagrario había un cuadro de un misionero al que los indios mataron a flechazos y yo pensaba: “¡Qué miedo, tan malos los indios!”. Casi me sentía agradecida de que los conquistadores hubieran venido aquí a “civilizarnos” y a destruir los “asquerosos” ídolos, templos y costumbres que antes había. Quizá ese era el pensamiento de la época en que yo era niña, o sólo era mi manera de interpretar lo que veía y oía. Pero de ninguna manera querría ser india.

Pasados los años, de la secundaria nos llevaron a Tehuacán, a las pirámides. Había un espectáculo de luz y sonido patrocinado por el estado que, para ser antes de la era electrónica, resultaba regio. Allí se glorificaba la cultura indígena, con sus mitos y construcciones. Salí impresionada de tanta belleza.

Es difícil cambiar los pensamientos que llegan primero a la mente, sobre todo aquellos que no parecen ser pensamientos de alguien más, sino realidades que uno contempla. Es decir, que se comunican sin palabras. Por ejemplo, en los festivales de la escuela, siempre salían a relucir las castañuelas y las niñas bailaban vestidas de manolas, lagarteranas y no sé cuántos otros nombres que yo no sabía de dónde eran. No recuerdo bailables de indias. Nunca me identifiqué con ninguno de esos trajes y lugares, pero tampoco sabía con qué sí me identificaba ni qué cosa era ser mexicana; quizá cantar el himno, saludar la bandera y aprender bien el Civismo. Ahora pienso que cada cabeza ha de tener un concepto suyo y peculiar acerca de lo que es ser mexicano y patriota. ¿Para ti, qué es?

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lunes, 9 de septiembre de 2019

LA NECESIDAD DE DOGMAS


Suena extraño afirmar que tenemos necesidad de dogmas. Nuestra sociedad, especialmente en sus generaciones jóvenes, suele creer que ha derrotado al dogmatismo; sin embargo, es posible que sólo le hayamos cambiado las fuentes, y al finalizar un debate en clase, el muchacho solicite al profesor: “Mejor usted díganos lo que debe ser”, o se vuelva hacia lo que hacen y dicen los compañeros y con lo que ve, configure su manera de pensar y actuar.
Es frecuente que reflexionar y decidir con la propia mente resulte abrumador, y sintamos la necesidad de que alguien decida por nosotros y nos diga qué es lo correcto.
Socialmente, estamos acostumbrados a que figuras con autoridad reconocida certifiquen cuáles conocimientos son confiables y quiénes están autorizados a opinar, porque se sometieron a una evaluación que dichas figuras consideraron adecuada. Esto deja en el terreno de lo falso y sospechoso a todo aquello que no haya pasado por la criba.
Antiguamente, los dogmas los decretaban las iglesias; luego los científicos; después, las universidades; en algunas zonas, los políticos. Ahora, con las redes sociales y la posibilidad de que todo mundo haga publicaciones, se mezclan las notas verdaderas con las falsas, vemos fotografías y videos que parecen convincentes pero han sido alteradas con photoshop, y mucha gente ya no se sabe en qué creer. Se pregunta: “¿Qué es lo verdadero?”.
Si bien el dogmatismo tenía sus ventajas en el sentido de que la gente se sentía segura de lo que pensaba aunque no fuera acertado, también dio lugar a que, a veces, las comunidades dominantes descartaran conocimientos nuevos precisamente por  su novedad, y que las mentes permanecieran cerradas ante los cambios naturales de la vida y el desarrollo.
Según Campanario, catedrático de la Universidad de Alcalá en España, el sistema de revisión por expertos es muy antiguo, y no es una garantía total de calidad: "La gente debería saber que los científicos son muy conservadores, que también en ciencia se cometen errores y que los trabajos que van en contra de las ideas dominantes en cada época pueden ser rechazados, sin que sean malos".
Es común que quien tenga una idea nueva, distinta a las acostumbradas, sea objeto de críticas y rechazo. ¿Debería abandonarla y someterse a lo establecido? ¡Vaya cuestión! Porque lo establecido ha pasado por siglos de aceptación de parte de innumerables personas, y la creatividad está inventando algo que todavía no existe y, por lo mismo, tiene pocos criterios prácticos que lo avalen.
Todos alguna vez hemos sentido miedo a la libertad, junto con la interrogante de si tenemos derecho a pensar lo que pensamos y hacer lo que queremos.
En el dogmatismo, uno acepta una idea porque la dijo determinada persona que es prestigiosa, tiene poder o se disgusta si la contradigo; en cambio, si acepto esa misma idea porque me parece acertada, no estoy teniendo necesidad de dogmas sino reflexión y elección de lo que considero mejor o más oportuno, lo cual es la esencia de la libertad y punto opuesto al dogmatismo.
El dogmatismo es aceptado y practicado por personas que tienen miedo o pereza de tener que elegir, o creen que la virtud consiste en someter el propio juicio a otra inteligencia más brillante, a un ideal o a unas ideas que les fueron inculcadas y que, por intocables e indiscutibles, son convertidas en dogmas por quien las cree y transmite.
Aquí entra como cuña la pregunta: ¿Yo qué pienso? ¿Tengo derecho a opinar?
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lunes, 2 de septiembre de 2019

CONSTELACIONES Y PSICOTERAPIA


En la escuela diagnosticaron a mi nieto hiperactividad y deficiencia de atención el curso pasado, le recomendaron psicoterapia. Tiene 8 años. Yo a veces voy a Constelaciones Familiares y allí escuché que esto sucede cuando los niños llevan encima destinos de ancestros. Pregunto si sería mejor hacerle una constelación y si puedo yo pedirla para él.

OPINIÓN

La Psicoterapia y las Constelaciones Familiares desempeñan funciones distintas.
En la Psicoterapia, el cliente adquiere habilidades nuevas o recupera alguna ya adquirida, mediante la ampliación de su consciencia y la práctica. 

En las Constelaciones Familiares, el consultante se reconcilia consigo mismo, su origen y la historia de su familia, se libera de implicaciones (repetición de destinos) y comienza a vivir solamente su propia vida. 

En ambas, el resultado es un empoderamiento de la persona sobre ella y sus circunstancias.

Con lo anterior quiero decir que las Constelaciones Familiares no suplen a la Psicoterapia, sino que la apoyan y facilitan.

Sí creo que una Constelación Familiar puede ayudar, porque en ella se observa hacia dónde dirige el niño su mirada; es decir, si con su comportamiento está honrando o reintegrando al seno familiar a algún ancestro excluido u olvidado. También se ve a cuál o cuáles miembros de la familia les toca mirar a dicho excluido y liberar al pequeño de un destino que no le pertenece. La Constelación también suele dejar a los miembros de la familia más abiertos y disponibles para soluciones nuevas.

Respecto a si tú puedes solicitar la Constelación para tu nieto, es mejor que lo hagan sus padres y que por lo menos uno esté presente. Tú puedes asistir y apoyar desde tu alma lo que allí suceda, pero es imposible que te hagas cargo de lo que corresponde a otra persona; en este caso, los papás del niño.

Respecto a la Psicoterapia posterior, Hellinger (fundador de Constelaciones Familiares) solía compararla con la natación. Decía que es más fácil aprender a nadar si previamente se le quita al sujeto una roca que trajera atada al cuello. La roca sería una implicación de destino, la cual nunca es culpa de la persona que la tiene, pues lo único que hizo fue nacer en su familia; sin embargo, le resta posibilidades y la obliga a llevar una carga pesada.

No es exagerado afirmar que en todas las familias hay herencias positivas y negativas qué ofrecer a los más jóvenes, debido a que en su historia ancestral todas han sufrido dolores graves, traumas, conflictos superiores a sus fuerzas, adversidades que les pusieron a prueba y en las que quizá perdieron a un ser querido, o se sintieron obligadas a excluir a alguno porque se fue o porque ofendió gravemente a la familia, y tantas circunstancias que ignoramos.

Será muy bueno que los padres del niño y el psicoterapeuta se pongan de acuerdo en cuándo y cómo tendrá lugar el tratamiento. Ojalá se lo proporcionen y no opten por medicarlo, es frecuente que no haga falta esto último. 

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