martes, 25 de julio de 2017

TENER LA IDEA



La idea es lo primero, de la mente salta a la realidad. Por Facebook me llegó un artículo acerca de las supuestas profecías que hizo Billy Gates, el fundador de Microsoft, en 1999, hace 18 años. Describió lo que la tecnología está logrando en el presente. Él y su equipo tenían la idea de lo que podía suceder e hicieron que sucediera. Hoy, hasta las personas más reacias a la computación manejan un teléfono celular y saben qué es un email, Facebook y otras aplicaciones. 

Igual es en todo; en lo más simple y lo más complejo, lo más bello y lo más horroroso; primero han sido una idea en la mente de alguien. Un vaso, un cuchillo, un desarmador, un auto, una computadora, un tren, un avión… lo que sea, primero fue una idea. Y lo mismo una caricia, un abrazo, un golpe, un asalto, un asesinato... primero fueron una idea, un pensamiento.

Las personas solemos tener “racimos” de ideas o pensamientos acerca de los cuales damos vueltas. Racimos amplios o reducidos que mantienen a nuestro cerebro repasándolos una y otra vez; pero hay ocasiones en que la interacción introduce una “uva” nueva, una idea que no habíamos pensado, y esta adquisición introduce un cambio. La escuela, por ejemplo, se ocupa de sembrar ideas nuevas.

Toda idea que da muchas vueltas va adquiriendo intensidad y provocando emociones que pueden ser tanto o más intensas que las provocadas por un evento externo. Si la imaginación gira sobre lo mismo, sin ideas nuevas, se convierte en obsesión y puede desembocar en patología. 

Una idea que es antigua forma una creencia. Las creencias suelen ser compartidas, y si se las considera incuestionables e inamovibles, se han convertido en dogmas. Los dogmas se comportan igual que las simples ideas: o se renuevan, o se vuelven obsesiones que pueden desembocar en patología. 

Afortunadamente, también podemos generar ideas nuevas que ayudan a la evolución de la humanidad. Una idea nueva suele ser solución para un problema. Imaginemos a un grupo o colonia en donde, por algo, todos piensan en inseguridad, robos, asaltos, no dormir tranquilos, etc., y de repente alguien se aparta de ese “racimo” de pensamientos y piensa en protección. 

Esa idea nueva puede generar un cambio. El que la pensó la comunica a los vecinos y éstos piensan en protegerse unos a otros, forman un grupo de WhatsApp, se comunican entre ellos si ocurre algo inusual, quizá contratan veladores comunitarios o lo que se les ocurra.
Lo importante es tener la idea de algo. 

¡Cuidado con las ideas! Configuran la realidad. Pueden ser ideas de construir, de destruir, de indiferencia, de amar, de odiar… y tarde o temprano serán convertidas en algo real, ya sea dentro del cuerpo o del universo externo. Comienzan por una reacción emocional y luego pasan al plano físico. ¡Arriba las ideas!
“Psicología” es una columna abierta. Puedes participar con ideas, temas, preguntas o sugerencias en psicologa.dolores@gmail.com ,  o en facebook.com/Psic-Ma-Dolores-Hernandez-Gonzalez


martes, 18 de julio de 2017

VIVIR CON “ESO”







Solemos llamar “eso” a alguna culpa que preferiríamos no recordar ni darle nombre; errores, desaciertos, decisiones lamentables o épocas oscuras que maltratan nuestro ego y nos hacen sentir menos admirables de lo que querríamos sentirnos.  ¡Duele tanto no ser perfecto!

Todos los humanos tenemos un "eso" para sufrirlo.
 
Igual todos sabemos que la perfección no existe, es sólo un concepto, un pensamiento y sin embargo, el dolor que provoca contemplar la supuesta distancia entre lo que somos y lo que debiéramos ser, nos vuelve vulnerables a la enfermedad y la desdicha. Esa distancia es la culpa.

La culpa es una fuerza tan poderosa como la gravedad. De manera automática e inconsciente, hace a la persona buscar la absolución para regresar a la buena conciencia. Cada uno de nosotros prueba un “tratamiento” distinto para liberarse y sentirse bueno. 

Generalmente, lo primero que probamos contra la culpa es apartar de ella la mirada, negarnos, no sentirla ni asumirla. "Yo no hice nada… siento que no era yo… bebo para olvidar…".  Esta opción no sirve; la culpa sigue allí, sin ser escuchada. Al no escucharla, cometemos errores o injusticias cada vez mayores.

Otro método inútil consiste en endosarla: “Me dejé seducir… confié en ti y me engañaste… mis padres me enseñaron mal… la gente se aprovecha de mi nobleza…". No sirve para regresar a la buena conciencia, pero sí para sentirse víctima impotente.

Un tercer método inútil es disfrazarla cambiándole de nombre: "Estoy deprimida… tengo baja autoestima… me siento insatisfecha… me detesto…”. 

Un cuarto método -que suele ser automático, inconsciente y muy dañino- es la expiación; pagar la culpa mediante un castigo que es ajeno al asunto, puesto que no repara el daño: "Desde aquella falta he tenido mala suerte… creo que Dios me está castigando… pagué mi delito con multa o cárcel…". Tiempo y dolor perdidos porque nunca son suficientes y el cuerpo “paga” con malestares psicosomáticos.

¿La solución? La culpa se resuelve mirándola, asumiéndola, integrando la experiencia a la propia historia: "Malo o bueno, lo hice yo; soy responsable y tomo las consecuencias". 

Con asumir la culpa ¿deja uno de sentirla? No; hace las paces con ella, convive con ella, se hace el ánimo a ser menos perfecto de lo que ambicionaría, se fortalece, se sabe diferente sin dejar de amarse y sin necesitar la aprobación de las demás personas, abandona las descalificaciones y las actitudes oposicionistas. "Fue mi decisión… vivo como he decidido vivir… fue lo que supe hacer… sabía que era injusto o que ocasionaba dolor a mis padres (pareja, hijos, amigos…) pero así fue como quise o pude comportarme, acepto las consecuencias de mis actos… soy el resultado de todo lo que he vivido… siento haberme equivocado…”. 

En este punto, llevan una ventaja los que verdaderamente  creen en Dios: le pueden entregar su culpa. “Esto hice y lo siento; por favor, Dios, tómame como soy, con todos mis errores, y transfórmame”. 

Si su fe es tan grande como para creer que sí son aceptados y amados tal como son, pueden amarse, renunciar a sentirse perfectos y dejar de pelear consigo mismos y los demás. 

Sería lo opuesto a pensar: “Dios me va a castigar”. 

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