Según la famosa Ventana
de Johari, no lo sabemos todo de nosotros mismos. Hay una parte, la abierta, que yo la veo y los demás también
(el rostro, el cuerpo, lo que hablo...); otra, la secreta, sólo yo la conozco (mis pensamientos); la ciega, los demás la ven y yo no (la
nuca, la espalda, aquello que me niego a reconocer); y la inconsciente, que ni yo ni los demás conocemos acerca de mí.
En vista de que nos es imposible conocernos en totalidad,
inventamos para llenar los huecos que quedan entre lo que sabemos y lo que no
sabemos. A lo inventado solemos dar el nombre de ficción.
Ficción es una capacidad -exclusiva del ser humano- de
imaginar cosas que existen y que no existen. En la mente reproducimos imágenes
de bosques, lobos, cestas, casas y abuelas que sí existen; pero también las
inventamos, como en Caperucita Roja o los super-héroes que van a salvar al
mundo. La ficción es el inicio de toda creación, y también del conocimiento.
Las ficciones no son mentiras, sino acuerdos tácitos de creer en algo que no por fuerza
debe ser así. Dichos acuerdos los hace uno consigo mismo, o varias personas entre
sí.
Ejemplos. De ficción
conmigo mismo: Tengo mala (o buena)
suerte. Ficción con otros: El rojo
significa alto y el verde siga. El dólar vale más que el peso. El Río
Bravo es la frontera entre México y EEUU. Un lugar para bailar se llama antro y no disco. Todas estas cosas son acuerdos, inventos, ficciones. Podrían
haberse inventado de otras maneras.
Cada uno tenemos una ficción de nosotros mismos, una historia,
un cuento que nos contamos de cómo somos, y también la tenemos acerca del
mundo. Afirmaciones como yo soy muy
creyente, yo no creo en nada ni en nadie, la tierra es plana, la tierra es redonda y gira alrededor del sol, son
relatos acerca de nosotros mismos o del universo. Creencias en sí.
Con el tiempo y la repetición, algunas ficciones individuales
se han vuelto colectivas y nos es imposible librarnos de ellas, sobre todo cuando
llevan siglos de haber sido establecidas. Nos vemos forzados a creerlas o al
menos practicarlas, o nos convertiríamos en extraños. Así sucede con inventos
como el registro civil o el matrimonio. Supuestamente, el primero nos da
identidad personal (¿acaso no existimos si no estamos anotados en el libro?), y
el segundo confiere mayor fortaleza al vínculo creado entre dos personas
(¿acaso garantiza que jamás se divorciarán?). Son consensos humanos que con la
práctica se volvieron instituciones.
Ya encarrilados en esto de la ficción, sería muy
conveniente que inventáramos cosas que nos dieran provecho y no lo contrario, ya
que luego vamos a creerlas y seguramente a practicarlas. Si mucha gente nos
imitara, con el tiempo nuestro invento se convertiría en costumbre y tal vez en
institución.
De las ficciones que ya están inventadas, muchas no son
demasiado útiles; la prueba está en que la humanidad tiene graves problemas
sociales y algunos aseguran que está enferma. Valdría la pena hacer buenos
inventos nuevos, que sustituyeran los antiguos. ¡En verdad a la humanidad le hacen
falta personas que inventen buenas ficciones que ayuden a resolver los
problemas actuales! Podríamos ser nosotros. Tener buenas y nuevas ideas sobre
educación, política, transporte y tantos temas más. Tenemos la capacidad de
inventar.
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