lunes, 30 de julio de 2018

FE EN LA HUMANIDAD


¿Usted cree en la humanidad? Con tanta inseguridad, corrupción, secuestros, guerras y lo que pasa en nuestro país y otros países, en nuestro tiempo y en otros tiempos, ¿cómo se puede tener fe en la humanidad?

OPINIÓN

Tu pregunta evoca en mí una sensación parecida a la de si creo en Dios; primero me pide definir si creo que existe o que no existe, y luego, si es posible tenerle fe. Haré lo mismo respecto a la humanidad.

Sí, creo que la humanidad existe. La formamos personas; es decir, tú, yo y los siete mil quinientos millones de individuos que compartimos la especie en el planeta Tierra, durante 2018. También la forman los que ya se fueron, los de otros tiempos, que nos legaron lo que hicieron durante sus vidas, cosas buenas y malas que conforman las culturas y nos ubican en donde estamos y cómo vivimos. Por ejemplo: nosotros no somos cazadores-recolectores ni podríamos serlo, la suma de experiencias de nuestros ancestros nos colocó en una ciudad y en esta época.

¿Podemos tener fe en la humanidad? Depende. 

Si tener fe en la humanidad consistiera en creer que ésta vendrá a sacarlo a uno de apuros cuando los tenga, como si la humanidad estuviera a su servicio, es probable una desilusión. Yo más bien la veo formada por toda clase de individuos, cada cual persiguiendo lo que cree más conveniente para él y, con frecuencia, equivocándose en su apreciación. Creo que a ninguno le interesas más que él mismo. Que nadie te brindará ayuda gratis, a no ser que hacerlo le sirva de provecho. Por ejemplo: para quien persigue la bondad, tu presencia le sirve para hacer actos bondadosos; si persigue el amor, tu presencia le sirve para amar; si persigue el poder, tu presencia es un escalón donde pisar y escalar más alto. Depende lo que cada uno persiga.

Tener fe en la humanidad también puede significar que a uno le interesa desarrollar creencias que le permitan vivir en armonía con los humanos y confiar en ellos. En este caso, uno persigue la fe, y la elabora. Las personas de su camino son oportunidades para colaborar con ellas y sentirse en casa. Como uno persigue la fe, aunque ésta sea desmentida, siempre encuentra nuevos sujetos en los cuales confiar.

¿Cómo se puede tener fe en la humanidad? La mejor manera es mirarte en un espejo. La imagen que verás reflejada es la de un humano, y los sentimientos y actitudes del sujeto que contemplas son humanos. ¿Puedes amar el rostro que ves? ¿Tu apariencia toda? ¿Tener simpatía por esa imagen? ¿Creer en que cuentas con esa persona para todo? Si te descubrieras criticándote rudamente, encontrándote defectos y rechazándote, eso también es humano; es decir, forma parte de lo que hacemos los humanos. ¿Puedes perdonar tu severidad y aceptar que lo que ves es lo que hay, y eres libre de amarlo y de odiarlo? Los humanos podemos hacerlo. Sigues mirándote en el espejo y esperas a saber qué pasó, si decidiste reconciliarte contigo o de plano te caes mal.

Si sucediera lo peor, que encontraras abrumadoramente espantosa la imagen que te devuelve el espejo, entonces te será casi imposible tener pensamientos cordiales y de fe sobre la humanidad, porque todos somos de los mismos y estamos hechos de lo mismo. Debe ser horrible convivir con gente que uno considera fea.

Si sucediera lo mejor, que decidas amar lo que ves a pesar de cualquier defecto, entonces tu fe en la humanidad será grande, porque todos somos de los mismos y estamos hechos con lo mismo. Nadie en su sano juicio pensaría que sólo él, entre siete mil quinientos millones de individuos, es capaz de sentimientos tan hermosos; alguien más debe tenerlos y el chiste es encontrarse con ellos, convivir con ellos, y junto con ellos formar un pequeño paraíso terrenal en donde unos a otros puedan tenerse fe y confianza.

“Psicología” es una columna abierta. Puedes participar con ideas, temas, preguntas o sugerencias en psicologa.dolores@gmail.com 

lunes, 23 de julio de 2018

GRACIAS, MARTHA ANGÉLICA


Acaba de pasar el centenario del nacimiento de Nelson Mandela, quien falleció en 2013. Uno de los reporteros que cubrieron el evento fue Carlos Loret de Mola, y le sorprendió que la gente en Johannesburgo, Sudáfrica, durara bailando y cantando durante 4 días y sus noches para festejar el legado y la lucha en que participó “Madiba”, como lo llamaban. Decían estar felices de haber conocido a un hombre tan singular. Hasta el día 6 derramaron lágrimas.

Algo equivalente me sucede a mí y creo a muchas personas más, con motivo del reciente abandono del planeta por parte de mi muy querida amiga y colega, Martha Angélica Vázquez Aguilera. En primer lugar, festejo y doy gracias por haber tenido la suerte de conocerla y trabajar con ella. Para mí su vida fue un faro y una bendición, y deja tras de sí un reguero de semillas de vida, alegría y esperanza.

Yo la conocí hace 20 años, cuando comenzamos a trabajar en la consolidación de Clínica Pascua. Muy joven y entusiasta, ella alimentaba el proyecto con su fe en Dios, la gente y el futuro.  Vivimos milagros juntas. Me atrevo a decir que tuve el privilegio de convivir con un alma avanzada que tenía una visión luminosa de la vida. Siento profunda gratitud por haber tenido la oportunidad de experimentar el tesoro de una amistad diáfana, serena e inmensa que perdura para siempre, porque para los que creemos en el Espíritu la muerte no existe, es sólo una graduación de final de cursos, un ser trasplantados de una maceta a otra para continuar la expansión de la conciencia, hasta que ésta se vuelva infinita con el Infinito.

Lo que más recuerdo y admiré siempre en ella fue su inmutable serenidad, aquella capacidad suya de enfrentar los retos más disímiles evitando confrontaciones innecesarias, de aceptar a las personas sin cuestionamientos, tal como somos, aportando una palabra, un gesto o un silencio que impregnaba de luz  y claridad el paso siguiente, la acción adecuada.

Las personas como Martha Angélica Vázquez Aguilera dedican su tiempo a encender luces, en lugar de sufrir o preocuparse por la oscuridad. Derraman amor en lugar de crítica. Regalan aceptación en lugar de establecer parámetros para obtenerla. Su método de vida es un secreto y un misterio para quienes apuestan por la lucha, la competición o la pelea. Cuánta diversidad en los humanos durante el intermedio entre nacer y morir, nuestro leve paso por la historia de la humanidad.

A pesar de todo lo dicho, el momento de las lágrimas llega forzosamente. Porque mientras más grande es el bien que se va más duele la pérdida. Porque los ojos corporales anhelan ver a la persona de carne y hueso. Porque si bien se recibe un legado, su presencia material era un ingrediente importante en la interacción humana. Porque aunque la muerte no exista, en este mundo físico resentimos la ausencia.

Muy querida Martha Angélica Vázquez Aguilera, Dios te recibe, te bendice y te colma. Míranos desde allá con buenos ojos y continúa tu camino. Te recordamos con amor.

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lunes, 16 de julio de 2018

VIDEOJUEGOS, FAMILIA E INTUICIÓN


Si has jugado videojuegos o visto a un niño pequeño hacerlo, estás al tanto de la increíble actividad mental, automática e intuitiva que se necesita para seguir jugando. No basta con que sepas cuál es el objetivo, digamos que rescatar a una princesa, ya que ésta no aparece por ninguna parte; tienes que descubrir por ti mismo cuáles son los obstáculos y las ayudas y de cuántas oportunidades (vidas) dispones.

Cada juego electrónico es un mundo aparte de cualquier clase (con zombis, tortugas, soldados, homínidos, fantasmas...) en el que el jugador entra y se adapta a las reglas; un Mario Bross no se juega como si fuera StarCraft o Fifa.

Los juegos comienzan con un paisaje y determinadas figuras que obedecen al control que tienes en las manos. Debes acertar los botones y la velocidad con que has de oprimirlos para que las figuras se muevan. Pero no al azar. El juego contiene una organización interior que premia o castiga tus elecciones de acuerdo con un criterio que no se ve, aunque exista. Dicho criterio te guía a solucionar el problema, ya se trate de la mencionada princesa, llegar el primero a una bandera, matar a todos los demás jugadores, o lo que sea. 

Lo interesante es que cuando aprendes a jugar, estás adivinando el universo que inventó el autor y la estrategia que estableció para que avances sin perder vidas, llegues a la meta, y aceptes su idea de que dicha meta es buena, no importa si al final te encuentras con una princesa horrenda que todo parece menos princesa.

¿Cómo hace el jugador para descubrir la ruta y aprovechar poderes, monedas, flores, hongos, vidas extras, etc., si no hay instrucciones habladas o escritas? Por ensayo y error; es decir, explorando al tanteo, recordando qué hizo la última vez que perdió una vida u obtuvo un premio, insistiendo allí donde le fue bien y donde le fue mal.

A veces se me ocurre imaginar la familia en la que uno crece como un videojuego listo para ser jugado. Un universo en sí. Con reglas y retroalimentación de las mismas a través de premios y castigos. Dichas reglas no necesariamente son habladas o escritas, los nuevos miembros deberán ir descubriéndolas por ensayo y error; adivinar cómo es el entramado de ese mundo al que desea entrar y pertenecer; intuir cuáles estrategias son permitidas y prohibidas para avanzar y llegar a una meta que no se sabe con exactitud en qué consiste; aceptar a priori que dicha meta es buena, no obstante que a veces los miembros que jugaron el mismo juego antes que nosotros, lleguen al final con sus vidas desgarradas. Uno puede intuir la eficacia o ineficacia de las reglas que se barajan en la propia familia contemplando a los ancianos.

La socialización o juego familiar comienza a jugarse muy temprano. Llega un bebé. Debe elegir el personaje con el que jugará. Hay varios para escoger, acordes a la historia familiar vivida. Como el pequeño está muy chiquito y enfrascado en la tarea de sobrevivir y adaptarse, sus padres lo ayudan colocándole etiquetas: hombre/mujer; blanco/oscuro; fuerte/débil; activo/pasivo; deseado/no deseado; hijo de familia privilegiada/de familia marginal; católico/ateo; etc., etc., y cada etiqueta es un verdadero reglamento de cómo deberá comportarse.

Cuando se han pasado 15, 20 o más años jugando un juego, uno ya sabe (consciente o inconscientemente) cómo es, qué se acepta y qué no se soporta en casa. Que uno pueda verlo o no, con amor o con rechazo, son otros temas. Lo curioso es que no jugarlo ocasiona culpabilidad, y seguirlo jugando toda la vida nos mantiene infantiles.  

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lunes, 9 de julio de 2018

EYACULACIÓN PRECOZ


Si a 8 años de casados la mujer le dice al hombre que eyacula demasiado pronto, ¿es problema de él, o de ella?

OPINIÓN

El problema es para los dos. Con frecuencia, se refiere a hábitos y expectativas; ambos esperan del otro: Hazme feliz. Ella espera más y le reclama a él por haberse quedado incompleta, insatisfecha. Él espera más de ella y siente injusto el reclamo. Hasta aquí, no se atisba una solución en el horizonte; estamos en el terreno de las acusaciones mutuas: Tú tienes la culpa. No, la culpa es tuya.

Podemos estar de acuerdo en que una relación sexual ocurre entre dos y es resultado de lo que hacen los dos. Todo el día y todos los días, no nada más en los momentos de intimidad. Hay quién dice que en toda relación la responsabilidad es de 50% y 50%, pero tal vez sea más exacto afirmar que es 100% y 100%: cada uno interesándose y colaborando con su cien por ciento, su capacidad total. Pero...

Como dije arriba, puede ser cuestión de hábitos y expectativas. Un hábito es una costumbre. Por ejemplo, quizá en la juventud se recurría con frecuencia al rapidín, obligados por la clandestinidad, y el cuerpo se acostumbró a las prisas.

Una expectativa es un pensamiento de anticipación que va a compararse con la realidad: esperar un traje rojo y que me regalen uno azul; esperar una niña y que nazca un niño; esperar un diez de calificación y sacarme nueve... Un regalo, un nacimiento y una buena nota son situaciones buenas y adecuadas para sentir felicidad; sin embargo, esperar algo distinto ocasiona insatisfacción, desencanto, que lo que se tiene no se aprecie o se disfrute menos. También puede suceder en el tema que nos ocupa.

En la actualidad, el cine, la TV, la pornografía y otros medios de comunicación han elevado las expectativas sobre la relación sexual y alentado el hazme feliz hasta puntos inalcanzables. Hacen creer que el sexo debe ser indefectiblemente un éxtasis en el que no interfiere nada, ni el estado de ánimo, ni el cansancio, ni las preocupaciones, ni las diferencias culturales, ni lo que pasó a la hora de la comida, ni las dificultades económicas, ni tantas cosas que sí tienen influencia. Con tales expectativas, ni él ni ella están preparados para disfrutarlo como podrían.

Una preparación remota para un buen sexo sería no dejar asuntos cotidianos pendientes, dándoles solución inmediata, definitiva y satisfactoria. Si uno llegó tardísimo, se le olvidó un compromiso, no cumplió una promesa, etc. Hablarlo enseguida y llegar a un acuerdo que no sea fingido. ¿No es posible? Entonces, al menos, que el acuerdo sea una tregua (posponer, no abandonar el asunto), para dejarlo fuera de la cama, porque interfiere.

Un tratamiento recomendado consiste en que ambos lleguen al acuerdo de no tener relaciones sexuales completas durante, digamos, un mes. En este lapso, ambos se van a la cama a sentir la mutua cercanía, se tocan, se besan, se dirigen uno al otro hacia el tipo de caricias que prefieren y les gustan. Si la erección está a punto, se detienen hasta que se calma, luego vuelven a comenzar. Es importantísimo que no haya penetración aunque sientan deseos, puesto que se trata de romper con los hábitos y expectativas previos y establecer otros nuevos, que incluyen tanto dominar las reacciones de los cuerpos como la capacidad para observar lo que ocurre y hablar de ello sin apasionamientos. Cuando vence el plazo, pueden o no tener relaciones completas y, en caso de que se considere necesario, repetir el tratamiento.

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lunes, 2 de julio de 2018

LA ADVERSIDAD


Tengo una hija de 40 años y recién me contó que cuando ella tenía 8, yo la llevé a una fiesta y allí el hijo del dueño la violó. Fue un golpazo para mí que me lo dijera, no supe y no sé qué decirle, peor que por más que me quiero acordar de esa fiesta sólo recuerdo la comida. Me siento una madre horrible e irresponsable que no la cuidó bien y que ahora nada más lloro. No sé qué hacer. Por favor, qué hago.

OPINIÓN

Siento mucho lo que estás viviendo. Por un lado, aprecias que tu hija se haya abierto contigo para platicarte su pésima experiencia; por otro, al enterarte quedas sin saber qué hacer ni qué decir y te sientes una madre horrible, que no supo cuidar a su pequeña.

¡Cuánto dolor causado por algo que sucedió hace más de 30 años! 

A veces, la vida nos obliga a pasar tragos amargos que no buscamos ni queríamos encontrar. Llegan desde afuera, sin necesidad de que hagamos algo para que sucedan. Nos agarran como aguaceros inesperados. Como los accidentes de tráfico en los que alguien sale mal herido. 

Vamos a comparar el hecho que las lastima con un accidente mortal. ¿Murió alguien? ¿Algo se puede remediar? ¿Qué desearías que sucediera con tu hija? ¿Y contigo? 

Imagino quieres que ella y tú puedan vivir bien, como las personas que sobreviven a un accidente mortal, se alivian, se rehabilitan y vuelven a llevar una vida normal. Eso deseas. También quieres hacer algo. Decir algo. No quedarte con los brazos cruzados.  

Frente a un accidente mortal, quedarse llorando no ayuda. Tampoco buscar al culpable del accidente para que lo encarcelen; eso distrae de lo importante, que es centrarse en el herido, detener una hemorragia si la hay, buscar una ambulancia, un médico o alguien que ayude para que los accidentados reciban la atención que necesitan, y mientras tanto, estarse allí, acompañarlos, tranquilizarlos, hablarles para que no se sientan solos y no entren en pánico. 

Así tú. Mientras tú y tu hija encuentran y reciben la ayuda psicológica profesional que necesitan, puedes estarte cerca, hablarle; pero no de quién tuvo la culpa o de los desastres que le pueden ocurrir, sino de que va a estar bien. Puedes expresarle tu verdad, algo como: Lamento demasiado lo ocurrido. Sucedió y yo hubiera querido que nunca sucediera. De haber podido o sabido cómo, lo habría evitado. Pero no pude, o no supe, o lo que sea. Ahora lo importante es que estemos bien. Estamos vivas. Aquello terminó, a lo que sigue. Esto para que tú te tranquilices y puedas apoyarla.

Tan importante como poner un punto final y no seguir en lo mismo la vida entera, igual importa que limpies tu corazón de todo lo horrendo que lo ha invadido: coraje, impotencia, culpabilidad, temor, vergüenza, ganas de vengarte y no sé cuáles otros sentimientos más, desagradables y dañinos para tu salud. Sin que tengan la culpa, ese “accidente” las contaminó. Tú no puedes limpiar a tu hija, ella es la dueña de su corazón; pero al tuyo, sí.

Ya sabes que las personas somos como las jarras: damos lo que contenemos. Las tóxicas, que contaminan la vida de otros, no son así por nada, algo malo les pasó y lo conservan como un contenido que reparten. Se amargan y amargan a otros. Tú, en lugar de convertirte en otra persona tóxica más, te toca “bañarte, cambiarte y quedar limpia”. 

Si quieres que en tu familia haya amor, salud, concordia y paz, debes sembrarlos, y para eso necesitas tenerlos en ti. Estás viva y mereces ser feliz, pero tienes que limpiarte de ese mal trago y luchar por tu felicidad.
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