Mi hijo se cambió a otra religión con toda su familia, ya ni siquiera van a misa por asistir a sus
famosas asambleas. Me preocupo por él y los niños, están chiquitos y
no pueden defenderse, de por sí con estos tiempos tan revueltos qué va a ser de
ellos sin temor de Dios. A veces pienso que mi hijo lo hace para hacerme enojar
y si es así cómo puedo yo acercarme a su corazón y que entienda.
OPINIÓN
Los padres, con todo amor, inculcamos a nuestros hijos la
cultura y la religión en que nacimos. No escatimamos esfuerzos, los que sean
necesarios a fin de que aprendan y se adapten, porque deseamos lo mejor para ellos. Para nuestra consternación, muchas veces eligen cosas distintas a las que
les enseñamos, entonces sufrimos y nos preocupamos. Imagino que tu hijo cree
que inculcar a los suyos la nueva religión es lo mejor. Para ti, no lo es.
Voy a contarte una anécdota que me contaron en la
escuela, cuando yo era niña. Es de un santo católico, Francisco de Asís. Era hijo
de un hombre rico, quien esperaba que el muchacho se hiciera cargo
de sus muchos negocios, pero el chico no hacía caso y el papá lo reprendía,
castigaba y llamaba irresponsable. Un día, para obligarlo, reprochó a
Francisco enfrente de amigos y conocidos que era su deber obedecerlo y que no
olvidara que todo cuanto comía, vestía y
usaba lo había recibido de él. Entonces Francisco hizo un paquete con la ropa
que traía puesta, la devolvió al padre y desnudo, se fue a vivir al bosque. Se
hizo santo. Me acuerdo que pensé: “¡Qué hijo tan grosero!”. En mi pensamiento
de niña, la única manera de ser buena hija era obedeciendo a mis papás. La maestra, una madre del Mayllén, nos explicó
que san Francisco había hecho bien, porque primero se debe obedecer la
inspiración divina, antes aún que a los padres. Por supuesto que no supe qué
significaba inspiración divina. “¿A qué fue al bosque?”, preguntamos a la
madre. Ella respondió: “A establecer armonía entre él y su Creador”. Otra
respuesta difícil de entender. Fin de la anécdota.
Voy a dirigirme a ti como a una mujer de fe. Supongo que
crees en Dios. En un solo Dios y no en muchos dioses. También supondré que
crees que la Inteligencia Divina es más grande que la humana. Y que el amor
divino es más amplio que el humano.
Los humanos hemos jugado con frecuencia un juego trágico que
podríamos llamar “Mi Dios es mejor que el tuyo”. Reyes y amos obligaron a
súbditos y esclavos judíos, musulmanes y de otras religiones a que se
convirtieran al catolicismo, bajo pena de muerte o de destierro. Estaban
convencidos de que les hacían un bien y un día lo agradecerían. Tú puedes
sentir la tentación de jugar este mismo juego y exigir que tu hijo regrese a la
religión de sus padres; sin embargo, te abstendrás de jugarlo si recuerdas tu
fe en que hay un solo Dios, uno, que escucha desde todos los lugares y entiende
todos los idiomas. Si tú lo invocas pidiendo por tu hijo, Él te responde. Si tu
hijo lo invoca en cualquier lugar, Él lo atiende, porque lo ama. Puedes confiar
en que si tú deseas lo mejor para los que amas, Dios más y de un modo más
perfecto. Así, confiada y amando, no hay manera de que tu hijo se aleje de tu
corazón.
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