lunes, 31 de octubre de 2016

MI HIJO SE CAMBIÓ DE RELIGIÓN



Mi hijo se cambió a otra religión con toda su familia, ya ni siquiera van a misa por asistir a sus famosas asambleas. Me preocupo por él y los niños, están chiquitos y no pueden defenderse, de por sí con estos tiempos tan revueltos qué va a ser de ellos sin temor de Dios. A veces pienso que mi hijo lo hace para hacerme enojar y si es así cómo puedo yo acercarme a su corazón y que entienda.

OPINIÓN

Los padres, con todo amor, inculcamos a nuestros hijos la cultura y la religión en que nacimos. No escatimamos esfuerzos, los que sean necesarios a fin de que aprendan y se adapten, porque deseamos lo mejor para ellos. Para nuestra consternación, muchas veces eligen cosas distintas a las que les enseñamos, entonces sufrimos y nos preocupamos. Imagino que tu hijo cree que inculcar a los suyos la nueva religión es lo mejor. Para ti, no lo es.
Voy a contarte una anécdota que me contaron en la escuela, cuando yo era niña. Es de un santo católico, Francisco de Asís. Era hijo de un hombre rico, quien esperaba que el muchacho se hiciera cargo de sus muchos negocios, pero el chico no hacía caso y el papá lo reprendía, castigaba y llamaba irresponsable. Un día, para obligarlo, reprochó a Francisco enfrente de amigos y conocidos que era su deber obedecerlo y que no olvidara que todo cuanto comía, vestía y usaba lo había recibido de él. Entonces Francisco hizo un paquete con la ropa que traía puesta, la devolvió al padre y desnudo, se fue a vivir al bosque. Se hizo santo. Me acuerdo que pensé: “¡Qué hijo tan grosero!”. En mi pensamiento de niña, la única manera de ser buena hija era obedeciendo a mis papás.  La maestra, una madre del Mayllén, nos explicó que san Francisco había hecho bien, porque primero se debe obedecer la inspiración divina, antes aún que a los padres. Por supuesto que no supe qué significaba inspiración divina. “¿A qué fue al bosque?”, preguntamos a la madre. Ella respondió: “A establecer armonía entre él y su Creador”. Otra respuesta difícil de entender. Fin de la anécdota.

Voy a dirigirme a ti como a una mujer de fe. Supongo que crees en Dios. En un solo Dios y no en muchos dioses. También supondré que crees que la Inteligencia Divina es más grande que la humana. Y que el amor divino es más amplio que el humano. 

Los humanos hemos jugado con frecuencia un juego trágico que podríamos llamar “Mi Dios es mejor que el tuyo”. Reyes y amos obligaron a súbditos y esclavos judíos, musulmanes y de otras religiones a que se convirtieran al catolicismo, bajo pena de muerte o de destierro. Estaban convencidos de que les hacían un bien y un día lo agradecerían. Tú puedes sentir la tentación de jugar este mismo juego y exigir que tu hijo regrese a la religión de sus padres; sin embargo, te abstendrás de jugarlo si recuerdas tu fe en que hay un solo Dios, uno, que escucha desde todos los lugares y entiende todos los idiomas. Si tú lo invocas pidiendo por tu hijo, Él te responde. Si tu hijo lo invoca en cualquier lugar, Él lo atiende, porque lo ama. Puedes confiar en que si tú deseas lo mejor para los que amas, Dios más y de un modo más perfecto. Así, confiada y amando, no hay manera de que tu hijo se aleje de tu corazón.

“Psicología” es una columna abierta. Puedes participar con ideas, temas, preguntas o sugerencias en psicologa.dolores@gmail.com , o en facebook.com/Psic-Ma-Dolores-Hernandez-Gonzalez



lunes, 17 de octubre de 2016

CÓMO PUEDO SABER SI NECESITO PSICOTERAPIA



Generalmente, uno lo sabe. ¿Cómo? Se experimenta angustiado, fuera de sí, tal vez perdido, atorado, irritable, desanimado… Dice: “No sé lo que me pasa, yo no era así”, o al revés: “Desde pequeño me pasaba, quería hacer algo y yo mismo lo estropeaba, pero ya no quiero”. A veces, los demás nos lo dicen: “Deberías pedir ayuda, habla con alguien, busca algo, no puedes continuar así…”
 Aun sabiéndolo, puede suceder que alguna creencia se oponga a que pidamos ayuda. Quizá pensamos: “Debo ser capaz de resolver cualquier problema yo solo y sin preguntar. O: “Nadie puede enseñarme nada”, “los terapeutas tienen los mismos o más grandes problemas que yo, ¿en qué me puede beneficiar acudir a ellos?”, “Ir a consulta sería como reconocer que estoy mal”.
Siempre alguien puede enseñarnos algo, si estamos disponibles para aprender, y tener problemas no es equivalente a estar mal; sólo significa que nos encontramos ante uno de los múltiples retos que la vida presenta. Los terapeutas no están exentos de lo que es propio del ser humano; pero poseen herramientas que desconocen los amigos, compañeros o el hombre que atiende el bar, además de ser personas que, luego de darnos un servicio, desaparecerán de nuestra vida; no necesitamos cuidar la relación con ellos.  Y no es cierto que podemos hacerlo todo solos, sino lo contrario; siempre recibimos ayuda, también de gente que no conocemos: el campesino, el comerciante, el taxista… ¿por qué no recibirla si se trata de la salud mental?
Sabemos que los humanos actuamos siempre de la mejor manera que nos es posible, en el momento. Si los resultados no son los que esperábamos, es oportunidad de probar métodos nuevos. No importa lo terrible que sea un problema, las personas podemos asumir nuevas maneras de enfrentarnos a él. Pero necesitamos creerlo, confiar en nosotros, en nuestras capacidades que ya están ahí, en nuestro interior, hoy. Si asistimos a psicoterapia, el terapeuta no podrá darnos algo que no teníamos, pero nos ayudará a que pongamos la mirada en esos recursos que necesitamos y son nuestros; echaremos mano de ellos y nos atreveremos a asimilarlos como parte de la riqueza natural que poseemos.
Cuando nos sentimos atorados, tal vez abrumados por algún suceso, solemos generar un estado de ánimo y de pensamiento que nos lleva a sentirnos mal. Esto es el problema. Si no lo remediáramos, podría convertirse en el inicio de una escalada descendente, como hemos observado en personas desdichadas: se enredan sobre sí mismas de tal manera que arruinan no sólo su trabajo y relaciones, también la propia salud. Al verlas, nos preguntamos: “¿Qué le pasó, porqué ha cambiado tanto para mal?”. No detuvieron la corriente de pensamientos que les jalaba al abismo.
Hay otras razones por las cuales personas acuden a terapia: desean crecer, fluir mejor. A veces no toman una terapia convencional, sino que asisten a cursos, seminarios, talleres, diplomados… Son muy útiles. Lo importante es vivir a toda nuestra capacidad y disfrutándolo, incluso cuando se presentan problemas: podemos reconocernos el mérito de haberlos enfrentado y superado. Si una terapia ayuda a lograr lo anterior, es una buena inversión de tiempo, esfuerzo y dinero que, además, nos ahorra posibles complicaciones futuras de conflictos mentales y enfermedades físicas.
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DESTINO Y LIBERTAD



Leí en su columna que somos menos libres de lo que creemos, y que el libre albedrío se reduce a cumplir de buen o de mal agrado con el destino, pero qué se entiende por ser libre y por destino.
OPINIÓN
El ser humano se distingue de otros seres vivos por la conciencia de sí mismo, la cual le permite elegir de manera consciente lo que quiere, aun si su elección lo pusiera en contra de lo predeterminado por el instinto y si fuera dañina o errónea. Por ser libre, puede equivocarse.
Hay quienes confunden libertad con hacer lo que a uno le viene en gana. No; en la libertad  humana es menester que conciencia y elección consciente estén presentes en el mismo acto. Si faltara alguno de estos dos ingredientes, no sería libertad humana. Van algunos ejemplos de libertad no humana, que compartimos con los animales.
Una arañita teje su tela. Le viene en gana tejerla; nada la fuerza, amenaza o coacciona. Mas  su acto no es libre; el animalito carece de opción para negarse o para fabricar una tela distinta, por ejemplo bordada o de otros colores. Tampoco posee conciencia de sí mismo.
Un pez hace lo que le viene en gana; se alimenta, nada, se aparea y desova donde y como corresponde a su especie, de acuerdo con una serie de “normas” o “instrucciones” grabadas en su interior que le dejan cierto margen de adaptabilidad. No importa si dicho “instructivo” le fue transmitido como instinto (mediante su ADN) o lo aprendió en su cardumen por convivencia; el animal sólo obedece al impulso y no tiene opción de inventar o diferir de su grupo.  
Un lince o un lobo buscan a otros de su especie para aparearse y formar una familia, ubican a ésta en una madriguera y cuidan de las crías.  No tienen amos, cultura, religiones ni gobernantes que les enseñen u obliguen. Eligen entre subir o bajar, caminar o correr, cazar o descansar. Además, siempre enfrentan las consecuencias de sus elecciones (características de la libertad y a la responsabilidad). Sin embargo, no son libres puesto que no tienen conciencia de sí mismos; sólo siguen a su instinto. Por supuesto que es más libre un ejemplar en su hábitat que otro en cautiverio e impedido para “cumplir con su destino” de lince o de lobo, entendiendo  “destino” como la esencia de su naturaleza de cuidar de sí y propagar la especie.
Todo lo descrito se da también en los humanos; pero trabajar como la arañita o formar y cuidar de una familia como el lince o el lobo, no necesariamente garantiza que una persona es libre. Pudo haber realizado lo anterior sintiéndose forzada u obedeciendo como autómata lo que le dictan el instinto, su familia o su cultura. Quizá a esa persona se le considere virtuosa y responsable, pero estos adjetivos no necesariamente significan que sus elecciones fueron y son tomadas desde la conciencia de sí misma; es decir, porque así lo quiere, de buen grado, a sabiendas que tiene opción de negarse a ser idéntica a como se le inculcó, deteniéndose a ponderar los pros y contras de los hechos en vistas a un objetivo, y sólo entonces decide adquirir o sostener un compromiso.
Muchos humanos no viven de buen grado su destino. Hablan de sí mismos como víctimas que aguantan algo que no desean soportar, se sienten hundidos, defraudados o con rabia. De aquí saco yo la conclusión de que somos menos libres de lo que creemos y que numerosas elecciones son tomadas por impulso y desde el inconsciente (no desde la conciencia) y a ese nivel permanecen.
Compartimos con los animales todos los niveles descritos de libertad, no así la conciencia y la capacidad para elegir conscientemente, éstas son la frontera más clara entre nosotros y ellos.
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