lunes, 30 de marzo de 2015

VACACIONES


¡Semana Santa, vacaciones! Muchísima gente descansa. Es agradable sentir “tengo tiempo para hacer lo que yo quiera”. Y cada persona manifiesta qué es lo que más quiere. Algunas viajan: a encontrarse con sus seres queridos, a estar solas o acompañadas en una playa, el campo, la sierra… Otras van a los servicios religiosos para contactar con su Dios y consigo mismas. Algunas más se quedan en casa y aprovechan para leer un libro, ver películas o series, hacer largas llamadas telefónicas, navegar por internet hasta que las vence el sueño, avanzar en un video juego, cocinar su plato favorito, poner orden en sus armarios, guardar en un lugar especial la ropa de invierno… También hay quienes planean vaciar la enorme botella de bebida alcohólica que compraron para dedicarse a consumirla, o esperan pasar el tiempo rumiando sus desgracias… Cada cual lo que prefiere.

El gusto se rompe en géneros, rezaba un antiguo dicho. ¡Qué bien! Ni todos en la playa, ni todos en la iglesia, ni todos en casa. Y cada uno con sus expectativas acerca de cómo transcurrirán esos días en que puede hacer lo que le gusta, expectativas que se cumplirán, de seguro, porque es distinto esperar: “Serán días maravillosos” a “siempre pasa algo que echa a perder el asunto”. Este ingrediente, la expectativa, tendrá una influencia enorme sobre el desenvolvimiento de los días de vacaciones.

¡Por supuesto que cabe la sorpresa! La vida es tan impredecible que en el momento menos pensado nos atraviesa acontecimientos que no esperábamos. También éstos pueden ser influenciados por las expectativas: “No me gustan las sorpresas”, “siempre me incomoda estar en situaciones nuevas”, “no quiero ilusionarme porque después me decepciono”, son pensamientos que impiden que un hecho despliegue todo su potencial. Y lo contrario: “Me emociona la novedad”, “voy a ver hasta dónde llega esto”, “hoy es hoy, mañana ya se verá”, también son pensamientos que tiñen de nuevos colores los sucesos.

Hoy mi propósito es desear a todos los que vacacionan que disfruten profundamente lo que les gusta hacer, y a quienes en estos días trabajan el doble porque su ocupación es atender vacacionistas, que tengan éxito e ingresos aún mayores de los que esperaban. Felicidades a todos.

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lunes, 23 de marzo de 2015

RECONOCIMIENTO INNATO DE SER IMPORTANTES


Sucede a veces que no podemos creer cosas que son obvias. El reconocimiento innato de ser importantes, es una de ellas.

Si dicho reconocimiento es innato, entonces nacimos con él; de ahí que a nadie le gusta sentirse menos, inferior, despreciable, tonto, maldito, inadaptado, que está de sobra, etc.; por el contrario, queremos ser mirados, apreciados y reconocidos. Sin embargo, no siempre nos sentimos autorizados para aceptar nuestra propia importancia y mucho menos confesarla. Culturalmente está prohibido decir: ¡soy importante!

“Soy importante” es distinto a: “Soy más importante que tú”. La totalidad de las personas somos igualmente importantes; lo que hacemos beneficia o perjudica a todos los demás; ayudamos a que el género humano evolucione, mucho o poco.

Es una pena que se nos inculque “hablar con modestia” en el sentido de desconocer nuestra propia importancia: “mirar cualidades en uno mismo es vanidad”, “no digas tus virtudes, deja que sea otro quien lo haga”, “soy tu humilde servidor”, “me quedó malhecho, pero ahí está”…

Una cosa es ostentar y presumir, inclusive lo que no se posee (falta de modestia) y otra, creerse escaso de medios y recursos. Esto último es siempre mentira; que en algunos momentos estemos faltos de dinero no significa que hemos dejado de ser importantes, ni que no poseamos multitud de recursos materiales y no materiales que están ahí, disponibles para ser usados.

La necesidad humana de reconocer la propia importancia está presente siempre en cada uno de nosotros, como urgencia de ser vistos. Primero por nosotros mismos. Es tan poderosa que cuando apartamos nuestra mirada de lo que somos, sentimos un profundo dolor interno que se manifiesta como tristeza, falta de esperanza, decepción, sentimientos de soledad y vacío. Dice Octavio Paz: "Desde que apareció sobre la tierra, el hombre es un ser incompleto. Apenas nace y se fuga de sí mismo. ¿Adónde va? Anda en busca de sí mismo y se persigue sin cesar. Nunca es el que es, sino el que quiere ser, el que se busca; en cuanto se alcanza, o cree que se alcanza, se desprende de nuevo de sí, se desaloja, y prosigue su persecución".

¿Qué nos hace vivir esta persecución? La falsa modestia de creernos poco importantes y aceptables siendo lo que somos. Nos enfocamos en “lo que queremos ser”, en los “debería”, que no son más que confabulaciones, creencias de que estaríamos mejor si lográramos esto o aquello. Nos impiden mirarnos amorosamente y decir: “Así como soy ahora, soy importante y puedo amarme”. En cambio, pensamos: “Me amaré cuando tenga casa propia… termine mi carrera… encuentre un amor… me vuelva famoso…”

Mirarnos y amarnos hoy es una exigencia interna que sólo cada uno podemos satisfacer. Se trata de una habilidad respaldada por la naturaleza que nos empuja hacia la autoestima; es decir, a considerarnos valiosos y dignos de ser amados por el simple hecho de haber nacido.

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lunes, 16 de marzo de 2015

FABULACIONES y CONFABULACIONES


Un bello ejemplo de confabulación es la costumbre de que Santa Claus, el Niño Dios o los Reyes Magos den regalos a los niños. Confabular significa que varias personas se ponen de acuerdo para inventar una historia; el diccionario agrega: generalmente con el fin de realizar alguna fechoría. Ya vimos que esto último no necesariamente es así; llevar felicidad a los pequeños nada tiene de fechoría. Como contraparte, los regalos provocan en los destinatarios montones de  fabulaciones, los hace emocionar y que pregunten una y otra vez cómo logran dichos personajes ir a todos los rincones de la tierra en una sola noche. Las fabulaciones son historias que solo existen en la mente, pero necesitan cierto grado de confabulación en las respuestas a sus pesquisas, o desaparecerían.

Lo curioso de la confabulación es que se vuelve obligatoria. Recuerdo a un niño de ocho años, muy precoz, que confrontó a su mamá diciendo: “Dime la verdad, pero la verdad, porque te voy a creer, ¿los Reyes Magos traen los juguetes… personalmente?”. La mamá reveló el secreto y el niño… también. Días más tarde, unas mamás indignadas reprocharon a la señora su deslealtad a la tradición y le retiraron su amistad. Es evidente el conflicto en que se vio la mujer, y el niño. Igual sucede en cualquier parte: si la mentira es lo establecido, decir la verdad es condenable. Ni para qué recordar que lo mismo debió suceder cuando alguien aseguró que la tierra no era plana sino redonda, o que reyes y vasallos compartían la misma dignidad de seres humanos; quienes disintieron de la creencia común tuvieron que sufrir rechazo, ostracismo y hasta violencia.

Según la corriente constructivista, cada vez más aceptada por filósofos, pedagogos y psicólogos, todas las personas fabulamos y confabulamos, porque tal es nuestro método para conocer y re-crear el mundo en que vivimos. La fabulación es creación nuestra, y la confabulación, de la cultura. Ésta por fuerza ha sido introyectada en nuestras mentes, de lo contrario no perteneceríamos a nuestra familia, clase social, ciudad, país, época, etc. De ahí se concluye la imposibilidad humana de contactar directamente con la realidad, o en palabras más populares: “Cada cabeza es un mundo” y “a la tierra que fueres, haz lo que vieres” (piensa como los demás, actúa como los demás, sé igual que los demás).

Generalmente, las personas no nos damos cuenta de estar fabulando y confabulando; sin embargo, la misma estructura de la percepción nos lleva a hacerlo. Por ejemplo: si mientras leo o miro televisión percibo una sensación de humedad en alguna parte de mi piel, me urge encontrarle un significado, o caeré en pánico. Entonces utilizo la multitud de datos que ya contiene mi mente, la cual compara con una velocidad fantástica el nuevo estímulo con cada información previa. Mi sistema de creencias (confabulación) me ayudará a interpretar lo sucedido, y me digo: es una gota de lluvia que entró por la ventana. O tal vez piense: una alimaña fría se me encaramó, es mi madre muerta que trata de comunicarse conmigo, recibí un mensaje extraterrestre, se me apareció el diablo… Una vez que el estímulo es acomodado dentro del cúmulo de conocimientos previos, mi creencia influirá en mi conducta.

En otra ocasión me gustará hablar de las conveniencias, inconvenientes, dificultades y resultados que tiene tomar distancia y examinar nuestras confabulaciones, por hoy es todo. Feliz día.

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lunes, 2 de marzo de 2015

LA EXPERIENCIA DE ESCRIBIR


Hoy por la tarde presentaré mi novela “El que se fue a la villa”. El anfitrión del evento será el Periódico a.m., pues ha brindado sus instalaciones para el efecto. Muchas gracias. Siento su solidaridad para con quienes colaboramos en él, escribiendo.

Para mí, el escribir ha sido una excelente experiencia y psicoterapia. Sacar de mi cabeza una idea, ponerla afuera, en el papel, contemplarla y modificarla hasta que encuentre un buen acomodo, es forzarme a evolucionar. Quizá en algunos años, el acomodo que me pareció bueno ya no me lo parezca, muy bien; cambiamos de pensamientos y creencias poco a poco, en la medida que vamos pudiendo. Y cuando el libro está terminado, presentarlo ante quienes quieran leerlo es como decir: “Yo pienso así”. Esto me proporciona cierta autonomía y la necesidad de fortalecer mi propia seguridad, para resistir las críticas, en ocasiones formidables. También flexibilidad, porque no se trata de afianzarse ciegamente en lo dicho, sino escuchar y permitir que el pensamiento evolucione con el intercambio de ideas. Un libro es siempre un detonador: lanza una visión y recibe multitud de respuestas como: “Cierto”, “no estoy de acuerdo”, “faltaría pensar también en esto o aquello”…

 Otra ventaja que escribir me ha proporcionado es contar con un grupo de escritores para compartir, sentirme entre iguales, estimulada y fortalecida. Terminar un capítulo o un libro me hace exclamar: “Lo hice”. Una tarea terminada, la que sea, es siempre motivo de satisfacción. El grupo ayuda a no rendirse.

Por otro lado, estoy convencida que las personas somos, cada una, como la historia que nos contamos acerca de nosotras mismas. Cambiamos cuando aprendemos a contarnos una nueva trama que podemos creer, distinta de las acostumbradas. Ésta puede ser trágica: “Yo antes era muy alegre, pero ya no”, “vamos de mal en peor”…; y también optimista: “Era un desastre y hoy me siento plena”, “cada día estoy mejor y mejor”… Las historias que nos contamos se modifican constantemente.

Escribiendo o no, las personas cooperamos con nuestra inspiración en la tarea de construir el mundo en que vivimos. Imagino la inspiración como su significado literal de llenar los pulmones; aspiramos un bocado del aire o del conocimiento de la época, lo llevamos al interior, luego, al exhalarlo, entregamos y compartimos con los demás las elaboraciones de nuestro pensamiento. Tú, querido lector, ¿has pensado en escribir un libro, o artículos pequeños para Internet? No importa que todo mundo escriba, estarás compartiendo algo de tu alma. Ignoras en quién tendrá resonancia. Es bonito. Te invito a hacerlo.

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