lunes, 24 de marzo de 2014

LA TRAGEDIA


A veces, la tragedia llega a nuestras vidas. Sus visitas no son deseadas ni bienvenidas. Nos invade la desgracia; sentimos que ya nunca volveremos a estar bien, como si se hubieran roto las correas de la resistencia y perdiéramos toda forma; estamos vivos porque seguimos respirando, pero difícilmente puede llamarse vida a lo que queda de nosotros.

Aparentemente, no hay manera de prepararnos para una tragedia, ésta siempre supera toda preparación, toda expectativa. Yo he tratado con personas sumergidas en dolores descomunales que, al estar cerca de ellas y escucharlas, me hacen pensar: “Si yo estuviera en su lugar, creo que no resistiría, está muy difícil aliviar su pena”. Porque hay penas mucho muy grandes, penas terribles, cuyas pérdidas parecen arruinar no sólo una fase de nuestra vida, sino toda.

De las personas sumergidas en dolor que me ha tocado ser confidente, algunas me han dado grandes lecciones, pues dentro de su pena, el amor es lo más firme: sólo desean y piensan en que sus queridos muertos estén bien. Una mujer de la tercera edad, cuya hija y nieto murieron calcinados en un incendio, decía: “Si tan solo pudiera saber que mi hija descansa en paz”. A un hombre cuyos padres se suicidaron juntos, le importaba saber que ellos no estaban condenados, y que sus propios hijos no fueran a heredar las tendencias suicidas. Podría seguir contando más ejemplos. Quienes han amado mucho y siguen amando, pronto o tarde salen de su atolladero. Pero falta mencionar algo igualmente importante: creen en un Poder Superior  al cual se refieren. Perciben sus vidas enlazadas y apoyadas por Algo Más Grande y más duradero que esta efímera vida que pasamos en la tierra.

También puedo referir lo opuesto, personas que vivieron tragedias y nunca las dejaron en el pasado; el dolor aplastante de los hechos se les convierte en furia sorda y amargura, dejan de vivir para roer la tragedia: algunas piden secretamente venganza para quienes consideran causantes de su desgracia, otras pasan pasan años en procesos judiciales intentando obtener más dinero por su sufrimiento, ver cebado su odio sobre “sus enemigos” con sentencias interminables o cualesquiera otras reacciones en las que el amor parece brillar por su ausencia. Aclaro: no es que el amor haya muerto, ya mencioné que es lo más firme que existe, sino que no pueden mirarlo; desde que la adversidad las tocó, parecen odiar cualquier sentimiento amoroso y tener terror de volver a amar, por el sufrimiento que hacerlo les ha ocasionado.

Todos los humanos estamos igualmente expuestos a sufrir tragedias. Ninguno las deseamos. Ninguno quisiéramos quedarnos estancados en caso de sufrirlas, ni que nuestra vida entera se convierta en una prolongación de lo terrible. Quizá nos sirva de esperanza saber que si amamos mucho y confiamos en que un Poder Superior está a cargo, hemos de sobrevivir y volver a vivir en felicidad. Mientras no perdamos de vista al amor y al Poder Superior, inclusive si en algún momento los miramos sólo para confrontarlos y hacerlos responsables de lo malo que nos ocurre, estamos conectados con su fuerza. Vale más tenerlos en la mira aun para vituperarlos, que perderlos de vista; sin ellos estaríamos verdaderamente perdidos.

“Psicología” es una columna abierta. Puedes participar con ideas, temas, preguntas o sugerencias en psicologa.dolores@gmail.com , o en facebook.com/Pascua Constelaciones Familiares.

 

 

 

 

lunes, 17 de marzo de 2014

REINICIAR LA MARCHA


A mis 24 soy un solitario, detesto las fiestas, nunca he asistido a un antro, mi vida son los libros y el estudio, sufro angustia o tal vez depresión, estoy próximo a terminar la carrera y no me alegro sino me atemorizo, imagino que salgo y nadie me da oportunidad de aplicar mis conocimientos o que cometo algún error que me pone fuera de circulación. Mi pregunta es si mis miedos tienen algo que ver con que de niño y adolescente fui acosado en la escuela y también viví experiencias de tipo homosexual con mayores y con chavos de mi edad. Durante el tiempo de universidad me he conservado virgen y aislado. También quiero saber si debo considerarme homosexual y si existe un mejor momento para notificarlo a mis padres.

OPINIÓN

Entiendo que hablas de tres temas distintos: uno, tu temor a relacionarte con personas, que te ocasiona soledad; dos, la angustia de terminar un ciclo, el estudiantil, donde adultos te indican si tu desempeño es correcto, y el inicio de otro en el que tú mismo deberás observar si lo que haces funciona bien o mal para tus fines; y tres, la duda sobre si las experiencias de tipo homosexual en tu infancia y adolescencia te han marcado de por vida. Tres temas, todos importantes, que se influyen mutuamente, cada uno requiere de tu atención y no se pueden solucionar de un plumazo. ¿Con cuál sería bueno comenzar? Creo que por el primero, tu temor a relacionarte, ya que éste puede proporcionarte información nueva y soluciones para los otros dos.

Aunque son tres temas distintos, veo en ellos algo en común: tu necesidad de jamás cometer errores. ¡Imagínate! La única manera que tenemos los humanos de aprender y desarrollarnos es por ensayo y error; es decir, tomamos el riesgo de hacer algo pensando que eso es lo mejor, y no podemos saber qué tan adecuado será hasta que pasa el tiempo y vemos los efectos. Eso nos ocurre a todos, en todas las edades. Luego, cuando ya tenemos información de las consecuencias de aquello que elegimos, estamos en posibilidad de juzgar si era o no lo más funcional. Acertamos en un alto porcentaje de nuestras elecciones y no tenemos problema; pero cuando nos desagradan los resultados, entonces podemos reaccionar de muchas maneras, desde castigarnos con severidad, hasta decirnos amistosamente: “Ahora ya sé que haciendo lo uno, ocurre lo otro”.

Estoy interpretando que tú has huido de las relaciones, condenándote a la soledad, por miedo a no ser adecuado; es decir, a cometer errores que te dejen en ridículo o te pongan fuera de circulación, como si dijeras: “Antes que me excluyan, yo me excluyo solo”. Con esto, el temido “estar fuera de circulación” se te está cumpliendo desde ahora. Pero el desarrollo humano es posible en todas las edades, y siempre podemos volver a elegir o modificar nuestras decisiones.

Constituye una soberbia enorme el pretender atinar de todas, todas. En otras palabras, los humanos perfeccionistas, que nos exigimos estar libres de error vivimos una idealización tonta y no tenemos más remedio que asumir que en el pasado cometimos equivocaciones e injusticias, y las seguiremos cometiendo en el futuro, no obstante nuestra buena voluntad. Y que dichas injusticias y equivocaciones no nos “marcan de por vida”, sino que son escalones para lograr un mejor conocimiento del mundo en que vivimos. Hay caminos que solamente andándolos podemos conocer lo suficiente de ellos para dar marcha atrás y tomar otro camino, y lo contrario, que por no haberlos recorrido, pasamos la vida añorándolos como si fueran nuestra salvación. Sin embargo, contemplar que les dedicamos tiempo y esfuerzo y no llevan a algo que nos guste, duele, a veces sucumbimos a la tentación de sentarnos a llorar y decir que somos unos fracasados. No lo somos, teníamos una lección por aprender, aunque solo fuera la de tener valor para volver sobre los propios pasos y reiniciar la marcha. Me estoy refiriendo a tu elección de aislarte, que ya recorriste y sabes que desemboca en soledad y parálisis. Dar marcha atrás significaría abrirte poco a poco, saludar al portero y al que vende jugos, asistir a una reunión y soportar el aburrimiento de los inicios, buscar un terapeuta que te acompañe en tu proceso y descubrir ante él tus miedos y manías… Los temas segundo y tercero están supeditados a la solución de éste.

“Psicología” es una columna abierta. Puedes participar con ideas, temas, preguntas o sugerencias en psicologa.dolores@gmail.com , o en facebook.com/Pascua Constelaciones Familiares.

 

 

martes, 11 de marzo de 2014

DIOS


Dios puso las piezas (nosotros), aquí en la Tierra. Lo que hagamos, depende de nosotros; tan sólo de nosotros. Haría mal Dios en meterse con nosotros, aun con el más leve milagro, ¡el más insignificante! Rey o pordiosero, eres tan sólo tu propia hechura.

Dios es, sí; nos sirve de interlocutor… pero NO HAY ECO. Nada regresa de él; ni malo, ni bueno. Tú, con tus propias fuerzas, te salvas, o caes. Dios puede llorar por tu conducta errática, pero no te echará una mano. Todos ─cualquiera, alguien─, puede estar muriéndose de sed; y Dios, con toda la pena, verá cómo se va apagando esa persona.

Lo siento, mi buen: Dios NADA HARÁ por ti alguna vez; y nada es… ¡nada!

Y pues conviértete en tus sueños, los más dulces alguna vez… pero tendrás que usar tus propias manos. No esperes ayuda o misericordia de Dios; porque, obviamente, él puede ayudarte… pero no se moverá un ápice de donde está: contemplándote… tan sólo. Afortunadamente, agregaría yo.

 

OPINIÓN

Me relatas como percibes tu relación con Dios. Que Él está en algún sitio, contemplando a los humanos, impasible o tal vez llorando por nuestra conducta errática, mirándonos morir de sed sin hacer nada, escuchándonos sin emitir respuesta alguna, y nosotros sin su ayuda ni su misericordia, batallando por convertirnos en nuestros sueños. Solos.

Estoy convencida de que el Dios que piensa cada persona es distinto al Dios que piensa cualquier otra. No estoy afirmando que hay muchos dioses, sino que las imágenes de Él son íntimas y personales de cada cual, ya que nos es imposible conocer cómo es en realidad; excede la capacidad de nuestra mente. Sin embargo, nuestras mentes se esfuerzan de continuo por encontrarlo. A veces, se desaniman y piensan: “Allí no hay nada”. O fantasean que lo conocen y le atribuyen lo que sí conocen, pero en grande: “Es todo poder, todo amor, todo inteligencia… súper vengador, súper celoso, súper cruel, súper irresponsable de su creación…”. Algunos prefieren imaginarlo etéreo y sin cuerpo, y otros, como persona de carne y hueso, con ojos, dedos, corazón… tal vez armas, arsenales, dispensarios o sitios adecuados para sus fines.

¿De dónde sacamos las imágenes que nos hacemos de Dios? De donde mismo sacamos las imágenes del mundo y de nosotros: de nuestra familia, nuestra cultura y nuestra experiencia. Algunos autores aseguran que la relación que guardamos con Dios es una calca de la que tenemos con nuestro papá.

Como sea que imaginemos a Dios y a la manera como estamos relacionados con Él, afecta nuestras vidas, la percepción de nosotros mismos y el sentido que damos a la existencia. No vive igual el individuo que no tiene a Quién dirigirse y nada puede esperar que no sea fruto de sus manos, que aquel que, además de su empeño y esfuerzos, se encuentra conectado con un Poder más grande, del cual es socio. En medio de estos dos extremos cabe un número infinito de modos de relación. Gracias por enviarme tu imagen de cómo percibes a Dios, me considero honrada con que me compartas algo tan tuyo e íntimo.

“Psicología” es una columna abierta. Puedes participar con ideas, temas, preguntas o sugerencias en psicologa.dolores@gmail.com , o en facebook.com/Pascua Constelaciones Familiares.

 

 

martes, 4 de marzo de 2014

LA FELICIDAD


Estuve unos días en Cancún. Vivir la felicidad en un ambiente propicio es sencillo; basta con dejar fuera de la mente todo pensamiento que ocasione estrés y entregarse al presente con un deleite infantil. Cuando la mente no interfiere, y me propuse no dejarla interferir, son los sentidos los que se encargan de proporcionar raudales de gozo: el calorcito propio de la playa, el color turquesa del mar, las olas rompiéndose en el dique, la blancura de la arena, caminar de espaldas al sol, sentir las caricias de la arena en los pies y del agua sobre la piel, escuchar los ruidos de niños y adultos disfrutando del movimiento, mirar la enorme variedad de cuerpos de todos los colores y todas las edades y tipos de trajes de baño que van, vienen, se detienen, se sumergen, se tienden a broncear; los olores y sabores provenientes de la barra, las conversaciones con o sin sentido, el cansancio de un día que termina, la puesta del sol, el anochecer… ¡qué bonita es la playa también de noche, con la luna demasiado joven en el firmamento y pocas nubes para ocultar las estrellas!

Volcarse en el presente da la sensación de que todo perdura, que uno es quien se acerca o aleja, capta o no atiende a lo que allí está. Deseé con todo mi corazón poder vivir así todos los días. No me refiero a estar perpetuamente de vacaciones y rodeada de un ambiente turístico, sino a ser capaz de permanecer en el presente donde quiera que me encuentre, en toda circunstancia; a tomar un libro entre mis manos y entregarme sin tropiezo  la lectura, a despertar con ánimo festivo y prepararme a disfrutar mi día como si fuera el mejor de mi vida, a convivir y conversar con los demás como si ésa fuera la única actividad o la más interesante, porque la felicidad está hoy, en el presente; no allá, cuando consiga esto o aquello, cuando baje de peso, cuando termine mi carrera, cuando me case, cuando tenga un hijo, cuando me vuelva rico, cuando rejuvenezca mi piel… Tampoco está en el pasado, si mis padres que fueron secos conmigo se volvieran tiernos, si mis maestros que no me apreciaron hubieran descubierto que yo era una maravilla, si mi primer beso hubiera sido más romántico…

La felicidad está hoy. Miles de personas, muchas extranjeras, viajan para disfrutar la belleza de Cancún. Mirándolas, yo intentaba imaginar qué cosas danzaban en sus mentes. Muchas no permitían que sus miradas se encontraran con la mía; otras sí, y sonreían. En mi corazón les deseé a todas que disfrutaran del contacto con el agua, el sol, la gente y también se sintieran tan felices como yo, pues todas estaban gastando allí su tiempo y su dinero en busca de algo que tal vez sí, tal vez no, alcanzarían.

 

AGRADECIMIENTO



El agradecimiento es una actitud ante la vida. El agradecido encuentra hermosura a su paso; el no agradecido, defectos. La diferencia entre uno y otro reside en hacia dónde dirigen la mirada: a lo que poseen o a lo que les falta; a la belleza o a la fealdad. Y ambos tienen razón, la vida tiene de todo; pero es enorme la distancia entre las maneras como viven. El primero va de sorpresa en sorpresa, de reto en reto; el segundo de tristeza en tristeza, de dificultad en dificultad. No es lo mismo pensar que un problema que se presenta constituye una oportunidad para ejercitar las propias cualidades, que interpretarlo como una desdicha más de toda una serie.

Es sabido que las personas poseemos constantemente un 90% de nuestros asuntos y circunstancias bien y en orden, y el 10% restante necesita adaptaciones inteligentes. Si la persona en cuestión puede abarcar con su mirada todo lo que tiene de bueno, se apresta alegremente a la tarea en turno, pensando: cuento con la vida y con mi cuerpo, inteligencia, afectividad, espiritualidad, familia, trabajo, sueldo, seguro, amigos, etc., etc., y este problema también pasará; puedo solucionarlo y lo solucionaré, o puedo soportarlo y lo soportaré. Entonces su alegría permanece, no obstante el esfuerzo requerido para lograr buenos resultados. Por el contario, si la persona se enfrenta a la vida sin contar con nada de lo ya que posee, porque no mira hacia su 90% que está sano y en orden, se experimentará débil y con una sensación anticipada de derrota e impotencia; lo más probable es que el asunto la supere y pierda algo de lo que era suyo: la salud, la alegría, relaciones, bienes materiales…

Podemos saber si somos agradecidos observando nuestras conversaciones: ¿solemos dedicar más tiempo a hablar de cosas que dan miedo, como enfermedades y circunstancias que las producen, amenazas de pérdida, peligros, o mala voluntad de las personas e instituciones? Posiblemente tengamos razón en lo que decimos, porque no estamos locos ni exagerando, pero seremos de los que se fijan en “el prietito” y no miran el arroz. ¿Hablamos sobre que la vida nunca es perfecta? Es cierto que no lo es, pero subrayándolo podemos convertirnos en personas para quienes “nada es suficiente”. ¿Comentamos lo terrible que es tener que morir? Es verdad, no nos gusta la idea, pero antes de que nos llegue la hora tenemos tiempo para vivir, y no es inteligente arruinar la vida con el susto por la muerte. ¿Decimos que no queremos cosas buenas para no acostumbrarnos a ellas, porque luego las echaremos en falta? Lo más probable es que sí, las vamos a extrañar si las perdemos, pero mientras tanto no nos permitimos disfrutarlas y decir: “Lo comido y lo bailado nadie me lo quita”. ¿Nuestra mayor preocupación es haber cometido errores o pecados, hablemos o no de ellos? Podríamos agradecer a la Vida que nos sostuvo para cometerlos, y también  que nos permite reconocerlos como tales; peor sería empecinarnos en el error. Nuestras equivocaciones son oportunidades para pasar a un nivel espiritual que nos capacita para agradecer la adversidad, el pecado y el defecto y convertirlos en sabiduría. El agradecimiento es fuente alegría y de paz.

“Psicología” es una columna abierta. Puedes participar con ideas, temas, preguntas o sugerencias en psicologa.dolores@gmail.com , o en facebook.com/Pascua Constelaciones Familiares.