lunes, 29 de septiembre de 2014

ABORTO INDUCIDO


Hace 23 años tuve un aborto inducido, me parecía la mejor solución o más bien la única, por ningún motivo estaba lista. Nadie lo supo, solo yo. Pasado el tiempo me casé y tuve tres hijos, están sanos, pero ahora que todo me está saliendo mal con mi familia, yo me estoy acordando muchísimo de aquello, ¿se puede deber a que me siento culpable? Quisiera que me recomendara algo para no pensar tanto en lo mismo.

OPINIÓN

Entiendo que estás preocupada por ti y por tu familia. Que sospechas que aquella acción del pasado está influyendo en tu presente. Que quisieras poder dejarla atrás y continuar con tu vida. Voy a imaginar que tienes razón y que es dicha experiencia lo que te ocasiona malestar.  ¿De acuerdo?

Inducir un aborto es un acto realizado con libre albedrío, es decir, usando tu libertad, la cual significa que las personas podemos elegir entre opciones, sean éstas acertadas o equivocadas, y luego asumir las consecuencias. Digamos que tu culpabilidad es una de estas consecuencias. ¿Debes conservarla para siempre? ¿Buscar maneras de expiar tu acción (auto castigarte, buscar castigos para tu familia)?

Todo dolor debe tener un final. Cada madre que pierde un hijo se enfrenta con uno de los dolores más profundos de la vida, también cuando se trata de un aborto espontáneo o inducido. En el último caso, la madre “no tiene permiso” de asumir su dolor, no se siente con derecho a reconocerlo, puesto que ella misma optó por la muerte del hijo, y esto es lo que hace más complicada la situación; pero ella no ha dejado de ser madre, tampoco se ha convertido en una madre mala, solo que el estado de su desarrollo le aconsejó tomarlo todo del hijo, en lugar de darle todo y correr los riesgos de tenerlo. Esta es una realidad que debe ser mirada. Puedes decir a tu hijo abortado: “Lo tomé todo a tu costa. Lo siento y me duele”. No se lo digas de forma dramática, si el dolor que en aquel momento no pudiste sentir ahora te ahogara, primero llora hasta que te canses, luego espera a que estés entera y entonces se lo dices, desde el fondo de tu alma. Puedes agregar: “Me decidí contra ti y lo sostengo. Nunca podré repararlo, pero tienes un lugar en mi corazón como mi hijo y formas parte de mi vida y la de mi familia y la tuya”. ¿Te suena muy duro?

Los humanos tenemos una curiosa característica: nos duele profundamente reconocer y asumir los errores. Todos queremos ser buenos, sentirnos buenos. Requerimos de una fortaleza especial para confesar ante nosotros mismos: “Puedo equivocarme y de hecho me equivoco”. Tú requerirás de esta fortaleza especial para reconocer ante tu hijo: “Opté contra ti y lo sostengo”. La expresión “lo sostengo” es importante: no puedes devolver las hojas del calendario y tomar una decisión distinta. Pelear contra la que tomaste hace 23 años solamente hace que te dividas en contra de ti misma. Las personas que tienen culpabilidad y luchan contra ella arruinan sus vidas y las de sus seres amados, es mejor asumir conscientemente: “Soy culpable y con esto voy a vivir. Usé mi libertad de esta manera y para mí está bien ser libre”.

“Psicología” es una columna abierta. Puedes participar con ideas, temas, preguntas o sugerencias en psicologa.dolores@gmail.com , o en facebook.com/Pascua Constelaciones Familiares.

 

 

 

 

 

lunes, 15 de septiembre de 2014

NO ENCUENTRO MI LUGAR


Hay personas que parecen no acomodarse en ninguna parte; hacen proyectos que nunca aterrizan; entran a un trabajo y no duran; comienzan una relación y pronto la terminan para comenzar otra, también breve; no bien llegan de un viaje o un festejo ya están pensando en otro… o confiesan: “no me hallo”, “no encuentro mi lugar”, “a veces siento que yo no soy yo”, “en ningún lado estoy a gusto”… Cuando alguien se escucha a sí mismo decir esto o algo parecido, haría bien en poner atención a sus propias palabras; lo más probable es que esté ocupando un lugar que no le corresponde, y el suyo se encuentra vacante.

Las personas tenemos un lugar que es nuestro y nadie más puede ocupar, que nos da identidad. Sin embargo, a veces no podemos o no queremos tomarlo. Es más frecuente lo primero: no poder, cuando no tenemos permiso; quizá una persona muy amada nos aparta de él, tal vez un secreto,  o un enredo familiar.

Es en la familia donde los lugares no son intercambiables; ahí nos toca ser el hijo, el padre, la madre, hermano, tío, abuelo… y la experiencia infantil de ocupar, o no, el propio sitio se extiende a otras circunstancias de la vida, como suele suceder con todas las experiencias infantiles.

Imaginemos a un hijo o hija cuyos padres se hirieron tanto uno al otro, que si un día el niño o niña, adulto o adulta, dijera al progenitor con quién está más cerca que desea aproximarse también “al enemigo”, ambos se sentirían lastimados, él por decirlo y el otro por escucharlo. Y aunque lo diga, no lo hará, inclusive puede llegar a odiarlo, como hace el progenitor “más amado” y en su lugar. Tiene prohibido tomar su lugar fundamental, de hijo o hija. También le está vedado reconocer sus propios sentimientos y necesidades; lleva años teniendo obstáculos para identificarlos y sintiendo como otra persona le exige, abierta o tácitamente, que sienta.  No puede tomar el lugar que por derecho natural le corresponde. ¿Qué cosas más de la vida no podrá tomar?, ¿en qué otras circunstancias se sentirá amarrado y con imposibilidad de moverse hacia lo que desee?, ¿tendrá posibilidad de reconocer que muy en el fondo necesita a su padre y a su madre, sin sentirse culpable por necesitarlos?  Es más fácil que sólo se perciba fuera de lugar.

También un secreto puede apartarnos de nuestro lugar. Vamos a imaginar que un bebé nace de una madre adolescente, la cual pertenece a una familia perfeccionista, a la que preocupa el qué dirán o le parece demasiado que su hijita deba enfrentar tanta responsabilidad sola. Entonces, los abuelos del niño lo registran como su hijo.  ¿Cuál es su lugar? No puede saberlo, y si un día lo sospechara, se sentiría terrible: ¿perder a los que ha creído sus padres?, ¿amar como mamá a la que era su hermana?, ¿darse cuenta de que creció engañado, y necesita desengañarse? Es más fácil que sólo se perciba fuera de lugar.

Esta teoría procede de Constelaciones Familiares. En otra ocasión, para dedicarles más espacio, hablaré de los enredos. Éstos también nos impiden tomar nuestro lugar.
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lunes, 8 de septiembre de 2014

VERGÜENZA AJENA


A veces presenciamos una situación en la que alguien comete un error y parece no advertirlo; quizá se le baja un cierre más de lo debido o dice algo que nos hace sonrojar y a los demás también. Callamos, pero en nuestro interior pensamos: “Siento pena ajena”; es decir, el error no es nuestro y sin embargo, nos incomoda.

Lo mismo, a una escala más profunda, suele sucedernos en familia. Si tuvimos un abuelo o un tío que estuvo en la cárcel, defraudó a alguien, se desprestigió por su conducta promiscua o alocada… podemos sentir vergüenza ajena de un error que no es nuestro ni de nuestra responsabilidad, y no obstante, interfiere en nuestras vidas como si lo fuera, o más aún. Ni qué decir que con nuestros padres también nos puede ocurrir.

Este tipo de vergüenzas son difíciles de erradicar; la persona las guarda en secreto, como si fueran un preciado tesoro que debe permanecer oculto, aunque por dentro la desgarren. ¿Por qué las guarda, las protege? Son su manera de sentirse perteneciente a la familia. No hay dolor más profundo que creernos sin derecho a pertenecer al grupo donde hemos nacido, y aunque sea en el padecimiento, seguimos aferrados a él, leales, “con la camiseta puesta”. Lo contrario es aún peor: “negar la camiseta” por temor al desprecio de un grupo más grande, como cuando un niño oculta el oficio de sus padres ante sus compañeros de clase o prohíbe a su madre que se presente en la escuela. Son vergüenzas difíciles de erradicar porque está en juego el amor a la familia, y aunque por fuera digamos que la odiamos, es lo más entrañable y la base de nuestra identidad. Estas vergüenzas hacen daño y suelen pasar de una generación a otra como apellidos, salvo que alguno de los miembros pueda “romper el hechizo”.

El “hechizo se rompe” honrando; es decir, mirando lo que ocurre u ocurrió (contrario a negarlo), mirando al responsable con amor, y envuelto en ese mismo amor devolverle lo que es suyo: “Te honro como mi madre (padre, abuelo, tío…) y honro tu dolor (vergüenza, tristeza, soledad, culpa, confusión, responsabilidad…), tienes en mi corazón un lugar especial y honorable”. En ese momento deja uno de cargar lo que no le pertenece: la vergüenza ajena, y sabe que cada cual carga con lo suyo, que cada uno tiene su lugar, que no es útil para nadie sentirnos autorizados a tomar ni a rendir cuentas de lo que no nos corresponde, porque somos personas individuales cuya responsabilidad se extiende solamente a lo que nuestras manos, pies, cerebro... hacen, piensan y sienten por sí mismos. Quedamos libres de lastres. “Me hago cargo solamente de lo mío”.

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lunes, 1 de septiembre de 2014

HONRAR A LOS HOMBRES


Es frecuente que el hijo o la hija tengan relaciones conflictivas con su madre, y peores aún con su padre. Dentro de nuestra cultura, honrar al padre es más bien la excepción que la regla. Si a un hijo de cualquier edad, que durante su vida ha ido acumulando resentimientos y sensaciones de haber sido tratado injustamente por su progenitor, se le dice: “Debes honrarlo”, es como estar hablándole en chino, probablemente conteste: “¿Después de todo lo que ha hecho?, ¿siendo él como es, un egoísta, irresponsable, etc., etc., etc.?”.

Todo cuanto vivimos influye en nuestros pensamientos y sentimientos. También lo que vivieron nuestros padres, y los padres de ellos, y los padres de ellos, y… Realmente se nos dificulta honrar acciones y maneras de ser que nos han dolido, o les han dolido a ellos. Estamos tan involucrados en los acontecimientos de la familia, que nos es casi imposible distinguir nuestros sentimientos de los de nuestros padres, y nuestra responsabilidad de la suya. En una familia donde los varones han sido abusivos o irrespetuosos, los hijos e hijas y nietos y nietas estarán predispuestos a despreciar lo masculino y esperar lo peor de todos los hombres, aunque ellos mismos lo sean, y los escuchamos decir: “Los hombres somos %&$#& (significa cosas malas)”. Y a ellas: “Los hombres son  %&$#&”. ¿Tienen la culpa de pensar y sentir así? No, sólo se han solidarizado con el pensar y el sentir familiar, por amor a la familia, por “ponerse la camiseta y pertenecer”, ¡pero cuánta desdicha les puede ocasionar!  

Estos hijos e hijas y nietos y nietas, más tarde, cuando mayores, se comportarán con sus hijos de modo similar, salvo que en el intermedio suceda algo que los libere de sus “programaciones” familiares. Y no es suficiente que el hijo diga: “¡Juro que yo no seré igual!”; a los cuarenta o cincuenta y más años solemos descubrir que, en mucho, sin saber cómo ni por qué, estamos repitiendo el guión de nuestros padres o abuelos, en masculino o en femenino.  

Una verdadera liberación no ocurre en la cabeza, sino en el corazón, es decir, en el terreno de lo irracional, que casi siempre nos deja perplejos. Para que suceda, según se ve en Constelaciones Familiares, tenemos que ser capaces de llegar hasta el punto previo a donde se perdió el amor, cuando éramos capaces de decir  “yo soy tu hijo” o “yo soy tu hija” sin que nos doliera, y de lo ocurrido después, separar nuestra responsabilidad de la de nuestro padre, nuestros sentimientos de los él y de los de mamá, nuestra vida de la de ellos, y con ese amor original que todo hijo tiene por su padre, devolverle lo que es suyo: el mérito o la culpa, la vergüenza y la responsabilidad. Así quedamos libres de aquello que no es nuestro y que tomamos por solidaridad. A veces se utiliza una frase como ésta: “Querido papá, te honro como padre y como hombre, y en ti honro a todos los hombres”. Si se trata de un hijo varón, puede añadir “incluyéndome a mí”, puesto que también es hombre.

En una Constelación Familiar, el representante de un padre que se fue, o de un marido del que no se sabe más nada, suele quedar en el lugar que debió haber ocupado. ¿Significa esto que el consultante debe localizar al padre o al marido ausentes y traerlos a casa? No. Significa que  toma en su corazón las cosas tal como sucedieron, sin negar nada, tampoco el dolor de la pérdida, y con ello, vuelve a sintonizar con el amor; puede amarse a sí mismo con todo y haber vivido determinadas experiencias. Ya no necesitará pensar que debe ser  %&$#& por ser hombre, y si es mujer, ya no necesitará buscar a hombres que sean  %&$#& a los cuales despreciar, hacer que se vayan y luego llorarlos. ¿Suena fácil? No lo es, pero cuando se da, funciona.

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