lunes, 25 de diciembre de 2017

EL CONTAGIOSO AMBIENTE DE NAVIDAD



Durante esta época navideña, la mayoría de las personas nos disponemos a derramar amabilidad entre parientes y conocidos. Lo hacemos con regalos, llamándoles, escribiéndoles una carta o un correo, mandándoles un grabado de Internet con lindas palabras de fraternidad, diciendo cuánto los recordamos y que les deseamos felicidad. Si la cercanía física lo permite, no escatimamos esfuerzos y hasta sacrificios para lograr una o más reuniones armoniosas con la familia, amigos, vecinos y compañeros de trabajo. Abundan los abrazos. Flota en el ambiente una ordenanza secreta de establecer una tregua con todo tipo de sentimientos y recuerdos que podrían obstaculizar la concordia. Esta predisposición se contagia y nos ponemos agradables unos con otros. También puede ocurrir lo contrario; que protestemos interior o exteriormente contra este mandato que intenta forzarnos a mostrar sentimientos que creemos no tener.

La fiesta de Navidad es una tradición institucionalizada. Proviene, como toda institución, de que alguien haya tenido una idea que satisface una necesidad humana, la comunica a otros, a éstos les parece buena, que funciona, y la practican; los hijos y nietos de ellos continúan practicándola, otras personas se suman y la idea se extiende (hoy diríamos que se vuelve viral). Con el paso del tiempo, grupos completos la consideran tradición y entonces, hasta los gobiernos se sienten obligados a respetarla, o se ponen en peligro de sufrir rechazo.

La Navidad, como institución, exige nuestra conformidad hacia ella. La palabra “exige” no es exagerada; la presión social es cosa seria. A los disidentes, el grupo los excluye, o ellos se excluyen a sí mismos. “No iré”, dicen, y ambos lados experimentan dolor, porque también quienes no reciben en esta fecha la visita o el abrazo de sus seres queridos se sienten excluidos; es decir, no merecedores del amor. Necesitan tener o inventar una buena explicación que los “absuelva”: “Mi hijo vive en otro país, no puede venir”, “mi hija cayó enferma, no puede venir”.

Es obvio que lo anterior no forzosamente coincide con una real falta de amor; son creencias, costumbres, instituciones. Según Juan Gabriel, “la costumbre es más fuerte que el amor”. 

Contravenir una costumbre institucionalizada requiere de gran valor, o de sentimientos poderosísimos que impidan a la persona con-formarse con las demás. Por lo general, dichos poderosísimos sentimientos no coinciden con la felicidad, sino que dominan a quien los experimenta y lo mantienen amarrado, sin posibilidad de quedar libre de ellos ni de establecer una tregua y actuar “como si” no existieran, por una noche, un día o una semana. 

Una persona bajo dominación no se siente con derecho de dar una orden como: “Sentimientos, yo lo mando, ustedes van a permanecer silenciosos durante tal cantidad de tiempo, durante el cual, tienen prohibido buscar pelea o contestar alguna”. Nótese que se les ordena silencio, no mentir. Y que se necesita una fuerza extraordinaria para no caer en acechanzas. Esto de ninguna manera es hipocresía.

La hipocresía es fingir o expresar algo que es falso. Decir “soy tu amigo” cuando no es verdad; “puedes confiar en mí” y estar preparando una trampa; “te ves fenomenal” y empujar al ridículo. En cambio, callar es un derecho. Dentro de la mente y el corazón somos dueños absolutos. También somos dueños de rebelarnos contra una costumbre o institución, y de elegir las consecuencias.

Si miramos con sinceridad dentro de nuestro corazón, es probable que encontremos que, sea o no institución, la idea de reunirnos, saludarnos, abrazarnos, corresponde con una necesidad humana muy íntima que, por ser necesidad, necesita satisfactor. Estas fiestas dan oportunidad de dar y recibir docenas de abrazos y buenos deseos. Felices fiestas a todos los lectores de esta columna.



SE VA EL 2017, LLEGA EL 2018



Hace un año, estábamos en espera del 2017. Cada uno sabe si lo aguardaba con temor o ilusión y ha visto ya que lo que ambicionaba o temía, se le han cumplido, porque creamos lo que creemos. Miedos y fe tienen por igual el poder de convertirse en realidades, porque la mente es artífice de los hechos y de la manera de mirarlos.
2017 está a punto de irse, viene el 2018, que también es un cuaderno limpio para dibujar en él lo que cada uno quiera. El pincel, lápiz, punzón o instrumento necesario para hacer los grabados será, como siempre, el pensamiento. Está dicho que no son los sucesos los que forman nuestra felicidad, sino lo que hacemos con ellos, y esto requiere de pensar, interpretar y reaccionar.
Sabemos que el futuro y la lluvia son siempre buenos, más para la novia en el día que se casa, un aguacero puede arruinar la ceremonia y tal vez signifique un mal presagio; a los niños les entran ganas de salir a mojarse; a los adultos, de correr a guarecerse; el sembrador lo ve como un buen auspicio; el vendedor de paraguas, como prosperidad en el negocio; la mujer que acaba de tender su ropa recién lavada, presiente que repetirá su labor; quienes odian los días nublados, tenderán a deprimirse; los sin techo, buscarán un refugio… y podríamos seguir, pero sólo es lluvia, agua que cae del cielo y no trae escrito su destino, sólo cae. Serán los observadores quienes le confieran significado y reaccionen ante su presencia con emociones, sentimientos, trabajo o inacción.
2018 está por llegar y pide que lo llenemos a nuestra conveniencia. Como la lluvia, tampoco él trae su destino escrito, sólo es la cuenta de un determinado número de vueltas que dará la tierra alrededor del sol, y cuando ya no estemos aquí para verlo, ella continuará su recorrido, creo yo, sin darse cuenta de lo que hace. Somos nosotros, consciencias individualizadas, quienes le conferiremos significado, que puede ser de dicha o desesperanza.
“Todo lo detesto y nada me gusta de manera particular”, dice el que guarda en su mente pensamientos de desprecio y descontento. “Mientras hay vida, hay esperanza”, dice aquel cuya mente anida la fe en que todo es posible, pero hay que hacerlo.
Deseo para todos mis lectores un espléndido 2018 colmado de hermosas experiencias. Este mi deseo es una proclamación de fe en que el ser humano es capaz de lo más sublime y excelso. También de lo horrible y descompuesto, pero no me dirijo a este sector de la mente, porque nada que sea deseable puede surgir de él.
Augurarnos feliz año unos con otros es ya inicio de un mundo mejor, porque estamos enfocando nuestra atención a lo que sí deseamos ver materializado, y en esta temporada lo hacemos de todo corazón. Gracias, fiestas hermosas, que nos empujan a poner la mirada en lo bello, lo sublime y lo posible.
Feliz 2018 para todos.


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CÓMO DETECTAR QUÉ CREEENCIAS CANCELAR

lunes, 18 de diciembre de 2017

TE CONVIERTES EN LO QUE CREES



Diversas teorías acerca de la mente humana aseguran que ésta ha sido condicionada durante la infancia para que piense como le enseñaron su familia y su cultura. Te conviertes en lo que crees: leonés, mexicano, andaluz, hombre, mujer, privilegiado, marginal, excluido, etc., etc.

Lo anterior explica no sólo por qué alguien reacciona y actúa como suele hacerlo, sino qué lo motiva a continuar sin cambios, igual que robot programado para determinadas tareas o destinos. ¿Dónde quedan aquí la responsabilidad y el libre albedrío?

Son cuestiones serias. ¿Existe o no el libre albedrío? ¿Es sólo un invento humano? ¿La fatalidad nos aguijonea para que cumplamos con un rol predeterminado del que es imposible escapar?

Imaginemos que una abeja y una mosca llegan juntas a un campo. La abeja se dirige hacia las flores a extraer polen y la mosca al estiércol, porque allí está su comida. ¡No vamos a pensar que la abeja es positiva y la mosca negativa! Ambas están programadas para desempeñar sus respectivos roles, no pueden salirse de ellos. En cambio, los humanos sí podemos salir de nuestras programaciones, a condición de ampliar nuestra consciencia.

Hemos topado con un tema especialmente difícil de abordar: la consciencia. Todos sabemos que ésta es la capacidad humana de darse cuenta; de estudiarse el hombre a sí mismo; de elegir, ya sea hacia dónde dirige su mirada, como cuáles pensamientos y sentimientos quiere conservar o desechar. La consciencia posibilita el cambio verdadero; es decir, trasciende el condicionamiento.

Si te va bien porque naciste en una familia que le va bien y desde pequeño te enseñaron cómo te iría bien, probablemente nunca te preguntes si eres libre o si estás de acuerdo con lo que haces; simplemente repites lo que te inculcaron. Pero cuando eres como la mayoría de nosotros y te encuentras en situaciones en las que no sabes con certeza qué es lo que conviene, te ves en la situación de elegir. Entonces eres libre, porque la libertad no consiste en calcar y repetir lo bueno o lo malo que te inculcaron, sino en elegir lo que haces.

Inventemos el caso de una joven que crece en una familia donde todas las mujeres (su madre, abuela, hermanas, tías) han sido maltratadas o traicionadas por sus hombres (no olvidar que es un caso inventado), y todas resurgen de sus cenizas y se convierten en mujeres fuertes. ¿Es posible que esta chica tenga programaciones inconscientes que la empujen a obrar de determinada manera?, ¿que tienda a ser autosuficiente, celosa, desconfiada, y espere que su hombre se vaya o la maltrate? Te conviertes en lo que crees.
¿Puede salir de su programación y adquirir otra distinta? Sí, pero le costará trabajo.

Primero, deberá darse cuenta (consciencia) de que ella no es su madre, abuela o tías, sino una vida nueva con infinitas posibilidades. Esto la sumergirá en un conflicto con sus creencias inconscientes y estereotipadas de que le toca sufrir el abandono porque todos los hombres son iguales.

Lo anterior suena más fácil de lo que es. La mente posee filtros que atajan las ideas nuevas y dan entrada sólo a aquellas que se ajustan a las conocidas; dolería demasiado reconocer que se ha vivido equivocado. Pero supongamos que la joven amplió su conciencia dándose permiso para explorar opciones nuevas; le viene la culpabilidad de no ser como se ha esperado que sea. Esta culpabilidad es un precio que debe pagar y es muy alto, porque se vive como deslealtad a los seres más queridos, los propios padres. 

Sigamos a la joven la a cuando decida mirar al hombre con respeto, confiar en la libertad de él y en la propia y esperar que la vida le traiga eventos distintos; precisamente por distintos le harán sentir que anda fuera de camino, y estará en lo cierto: “Caminante, no hay camino, se hace camino al andar”.

La libertad exige elecciones constantes y es imposible acertar en todas, pero es la única manera de no vivir como robots programados que repiten los destinos de los que vinieron antes. Y la única posibilidad de tener una sociedad nueva, de personas nuevas.
“Psicología” es una columna abierta. Puedes participar con ideas, temas, preguntas o sugerencias en psicologa.dolores@gmail.com , o en facebook.com/Psic-Ma-Dolores-Hernandez-Gonzalez

TE CONVIERTES EN LO QUE CREES



Diversas teorías acerca de la mente humana aseguran que ésta ha sido condicionada durante la infancia para que piense como le enseñaron su familia y su cultura. Te conviertes en lo que crees: leonés, mexicano, andaluz, hombre, mujer, privilegiado, marginal, excluido, etc., etc.

Lo anterior explica no sólo por qué alguien reacciona y actúa como suele hacerlo, sino qué lo motiva a continuar sin cambios, igual que robot programado para determinadas tareas o destinos. ¿Dónde quedan aquí la responsabilidad y el libre albedrío?

Son cuestiones serias. ¿Existe o no el libre albedrío? ¿Es sólo un invento humano? ¿La fatalidad nos aguijonea para que cumplamos con un rol predeterminado del que es imposible escapar?

Imaginemos que una abeja y una mosca llegan juntas a un campo. La abeja se dirige hacia las flores a extraer polen y la mosca al estiércol, donde está su comida. ¡No vamos a pensar que la abeja es positiva y la mosca negativa! Ambas están programadas para desempeñar sus respectivos roles, no pueden salirse de ellos. En cambio, los humanos sí podemos salir de nuestras programaciones, a condición de ampliar nuestra consciencia.

Hemos topado con un tema especialmente difícil de abordar: la consciencia. Todos sabemos que ésta es la capacidad humana de darse cuenta; de estudiarse el hombre a sí mismo; de elegir, ya sea hacia dónde dirige su mirada, como cuáles pensamientos y sentimientos quiere conservar o desechar. La consciencia posibilita el cambio verdadero; es decir, trasciende el condicionamiento.

Si te va bien porque naciste en una familia que le va bien y desde pequeño te enseñaron cómo te iría bien, probablemente nunca te preguntes si eres libre o si estás de acuerdo con lo que haces; simplemente repites lo que te inculcaron. Pero cuando eres como la mayoría de nosotros y te encuentras en situaciones en las que no sabes con certeza qué es lo que conviene, te ves en la situación de elegir. Entonces eres libre, porque la libertad no consiste en calcar y repetir lo bueno o lo malo que te inculcaron, sino en elegir lo que haces.

Inventemos el caso de una joven que crece en una familia donde todas las mujeres (su madre, abuela, hermanas, tías) han sido maltratadas o traicionadas por sus hombres (no olvidar que es un caso inventado), y todas resurgen de sus cenizas y se convierten en mujeres fuertes. ¿Es posible que esta chica tenga programaciones inconscientes que la empujen a obrar de determinada manera?, ¿que tienda a ser autosuficiente, celosa, desconfiada, y espere que su hombre se vaya o la maltrate? Te conviertes en lo que crees.
¿Puede salir de su programación y adquirir otra distinta? Sí, pero le costará trabajo.
Primero, deberá darse cuenta (consciencia) de que ella no es su madre, abuela o tías, sino una vida nueva con infinitas posibilidades. Esto la sumergirá en un conflicto con sus creencias inconscientes y estereotipadas de que le toca sufrir el abandono porque todos los hombres son iguales.

Lo anterior suena más fácil de lo que es. La mente posee filtros que atajan las ideas nuevas y dan entrada sólo a aquellas que se ajustan a las conocidas; dolería demasiado reconocer que se ha vivido equivocado. Pero supongamos que la joven amplió su conciencia dándose permiso para explorar opciones nuevas; le viene la culpabilidad de no ser como se ha esperado que sea. Esta culpabilidad es un precio que debe pagar y es muy alto, porque se vive como deslealtad a los seres más queridos, los propios padres. 

Sigamosla a la mujer del ejemplo cuando decide mirar al hombre con respeto, confiar en la libertad de él y en la propia y esperar que la vida le traiga eventos distintos; precisamente por distintos le harán sentir que anda fuera de camino, y estará en lo cierto: “Caminante, no hay camino, se hace camino al andar”.

La libertad exige elecciones constantes y es imposible acertar en todas, pero es la única manera de no vivir como robots programados que repiten los destinos de los que vinieron antes. Y la única posibilidad de tener una sociedad nueva, de personas nuevas.

“Psicología” es una columna abierta. Puedes participar con ideas, temas, preguntas o sugerencias en psicologa.dolores@gmail.com , o en facebook.com/Psic-Ma-Dolores-Hernandez-Gonzalez

lunes, 11 de diciembre de 2017

INTERCAMBIO DE EMOCIONES




Las emociones son contagiosas y los humanos, vasos comunicantes que las proyectamos y recibimos, igual que si éstas fueran gas o líquido pasando de unos a los otros, sin que en todas las ocasiones lo advirtamos. 

Seguramente has visto a alguien bostezar y bostezaste; llorar y lloraste, reír y reíste. Te encuentras decaído pero llegas a un sitio donde hay personas alegres por algún evento que no es tuyo, y sales de ahí tonificado; o contento y vas a donde dos están peleando y terminas molesto. Nadie permanece triste dentro de un estadio repleto de fanáticos que vitorean a su equipo, ni alegre asistiendo a un funeral desgarrador. Cuando alguien no puede “sintonizar” con el estado de ánimo de un ambiente, se aleja de ahí; es demasiada la presión para que se incluya.

Puede pensarse que lo anterior se debe a los actos externos que captan los sentidos (sonidos y movimientos de júbilo o tristeza), lo cual contribuye pero no es todo; somos vasos comunicantes que intuimos más allá de las apariencias: sentimos lo que el otro siente, lo imitamos, nos nivelamos con él y con su estado de ánimo. También a la inversa: si tenemos mucho de algo, ya sea euforia, optimismo, amor, tristeza, desencanto, rencor, desprecio… lo compartimos, del mismo modo que la temperatura se expande y tiende a la uniformidad, calentando lo frío y enfriando lo caliente.

Somos sembradores que derramamos a nuestro paso “semillas” que germinan en las personas que se cruzan en nuestras vidas. Así mismo, acogemos las que ellas sueltan, con sus palabras y acciones. En este proceso de intercambio, nuestro libre albedrío queda peligrosamente reducido a casi nada; es resultado automático de las circunstancias del día. 

Por fortuna tenemos consciencia; es decir, capacidad de darnos cuenta y elegir lo que queremos, y ésta abarca los estados de ánimo. Existe el mito de que somos impotentes ante los sentimientos. Falso. Podemos actuar sobre ellos a través del libre albedrío, eligiendo lo que guardamos o desechamos de nuestro corazón. Con ello, determinamos el tipo de semillas que propagamos en los ambientes que más nos importan.

Una persona hirviendo de ira que anda buscando en quién o qué descargar su enojo, parece estar consciente y no lo está; la domina el exceso de energía destructiva que la invade. Si fuera capaz de detenerse y darse cuenta de que está volviéndose peligrosa, posiblemente elegiría para sí misma otro rol menos antipático.

Sólo a través de actos conscientes podemos cuidar nuestro corazón y cultivar en él lo que queremos sentir; lo contrario, dejarnos llevar, sin timón, nos convierte en masa. “Rebaño”, le llaman algunos. 

Hay quienes tienen la costumbre de hacer un inventario de sí mismos antes de irse a dormir, lo cual es un acto de consciencia: ¿cómo me siento?, ¿qué hice en la jornada?, ¿con quiénes me encontré?, ¿cómo me porté con ellos, y ellos conmigo?, ¿me agrado?, ¿es así como quería vivir mi día? 

Darnos cuenta de que fuimos contagiados con emociones y sentimientos que no nos agradan, permite que digamos: “Esto no es mío, lo devuelvo a su dueño”. “Me enojé porque el marido de mi amiga la ofendió; pero esto es de mi amiga y a ella toca resolverlo, yo me encargo de mis asuntos y elijo la paz”.

Quedarnos solamente con los sentimientos propios, que son de uno porque proceden de una vivencia personal específica, simplifica en gran parte la vida y facilita el empoderamiento sobre lo que sentimos.

“Psicología” es una columna abierta. Puedes participar con ideas, temas, preguntas o sugerencias en psicologa.dolores@gmail.com , o en facebook.com/Psic-Ma-Dolores-Hernandez-Gonzalez