¿Alguna vez te sonrojaste frente a
esta pregunta? ¿Sí? ¿Te gustaría saber por qué te sucedió? Porque en tu familia
también se sonrojaban. Los niños, con su inocencia, tienen la capacidad de
poner a la vista nuestros “secretos” familiares más escondidos.
Aparentemente no es ningún secreto
que, durante siglos, para los “sabelotodos” de Occidente ha sido “vergonzoso” que
el requisito fundamental para hacer a los niños sea una relación sexual entre
un hombre y una mujer. ¡Pero sí es secreto! La prueba está en que al tener que
hablar del tema nos sonrojamos, como si nos hubieran pescado en falta, como si
tuviéramos la tentación de corregirle la página a Dios y hacerla más “decente”,
cosa que no hemos podido lograr (aunque estamos a punto de que sí, la ciencia
casi descarta a los padres, puede sustituirlos con donadores); pero mientras
esta “maravilla” no sea la costumbre, ¿quisiéramos, al menos, no ser los
encargados de enterar a los niños del "horror" de que un día papá y
mamá se abrazaron con todo el amor que eran capaces en ese momento, y debido a ese
amor surgió su vida?
Para un niño pequeño es posible
pensar que “de la nada” surge un “algo” en la panza de mamá y que allí crece.
Con este pensamiento mágico, la importancia del padre se “desvanece”; nadie lo
necesita para nada. Ahí es el punto donde surge la pregunta. El pequeño no imagina
que está haciendo una reflexión muy grande y
preguntándose lo mismo que un adulto: “¿de dónde vengo?”. Intuye que
viene de algún lado y que su padre tiene alguna importancia. Entonces acude con
las personas que “lo saben todo”: sus papás, y les pregunta lo que desea saber.
Ellos pueden responderle con la verdad, o transmitirle la prohibición que
recibieron de sus propios padres sobre el tema. ¿Un niño pequeño es capaz de comprender
que viene de papá y de mamá?, ¿Qué papá lo fabricó primero en su cuerpo, pero
incompleto?, ¿y que debió entregarlo a mamá para que ella lo completara y lo cuidara,
también en su cuerpo, hasta que fuera capaz de respirar por sí mismo?
Nos hemos creído el cuento de que ya
hicimos la revolución sexual porque ahora en todas partes se habla de sexo; sin
embargo, no podemos ver que nos saltamos olímpicamente el deseo y el
sentimiento, que les quitamos importancia y éstos no se incluyen en la
información que se da en las escuelas. ¿El deseo y el sentimiento están ausentes
también en nuestras mentes?, ¿desaparecieron?, ¿son vergonzosos?, ¿o sólo están
reprimidos, usando el lenguaje de
Freud?
Actualmente existe una gran
reticencia para reconocer que los papás son igual de importantes que las mamás,
y más reticencia aún para confesar que
el deseo de papá también fue fundamental para que naciera el hijo.
Muchas personas ni siquiera conocen el término “voluptuosidad”, y se niegan a
conceder que ésta jugó un papel protagónico en
ambos padres para que engendraran una vida. ¿Es posible que nosotros,
habitantes del siglo XXI, sigamos considerando bochornoso hablar de sexo, como
lo fue por siglos?, ¿que también nosotros incluyamos al deseo sexual como parte
de los “despreciables bajos instintos”? ¿Qué sigamos atribuyéndolo al hombre y
no a la mujer? ¿Qué consideremos la paternidad masculina como algo accidental y
suprimible? Si las respuestas fueran afirmativas, ¿explicarían, en parte, por
qué muchas mujeres de hoy prefieren ser madres solteras y criar a sus hijos
ellas solas?, ¿y que algunos padres se olviden con facilidad de los hijos que
han engendrado? Se termina el espacio. El querido lector deberá completar este
artículo inconcluso.
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