Siempre tenemos objetivos. Nuestro cerebro funciona por
objetivos. Basta con que le digamos “quiero un café” y él hará lo necesario
para que lo obtengamos. No será menester
que le demos indicaciones tan detalladas como “levántame, haz que mueva la
pierna izquierda, luego la derecha y que siga hasta encontrar la taza, luego hacia
donde el agua, etc.”, él ya tiene millones de rutinas grabadas y disponibles
para obedecer nuestros deseos. ¡Qué bueno! Pero también tiene grabaciones para
hacernos cumplir los deseos de no sabemos quiénes. A esto le llamo “llevar
cargas ajenas”. Fungen como objetivos.
No siempre es fácil distinguir cuáles de nuestros
pensamientos y deseos son nuestros y cuáles provienen de alguien más, ¡hemos
sido programados para tantas cosas! Recuerdo el caso de una mujer que se sentía
totalmente necesitada de su pareja, creía que sin aquel hombre no podría vivir,
pero él quería marcharse. Muy atribulada, se encerró largo rato en su cuarto a
llorar y rezar para que el hombre no la abandonara. De pronto, tuvo una especie
de iluminación y supo que ese miedo no era de ella sino de su madre, a la que
en repetidas ocasiones oyó decir: “Yo sin mi viejito no puedo vivir”. Entonces,
exclamó: “Mamá, este miedo no es mío, es tuyo y te lo devuelvo”. Ella misma se
sorprendió de que inmediatamente dejó de llorar, se puso de pie y dijo: “Voy a
estar bien”. Tuvo valor para dejar atrás la relación y procurar para sí eventos
agradables. Soltó una carga ajena.
Hay otras cargas, también ajenas, que solemos llevar a
cuestas y obstaculizan nuestra felicidad: cuando vemos a alguien hacer cosas
que nos disgustan o nos perjudican. Si pudiéramos pensar con claridad, veríamos
que la acción o el problema pertenecen a la persona que los ejecuta; nosotros
solo somos responsables de lo que hacemos nosotros, no de lo que hace otra
gente. Si esa persona decidió comportarse de tal o cual manera, la
responsabilidad es suya. En cuanto a lo que me perjudica, es trabajo mío
liberarme y ponerme a salvo.
A veces, cuando oímos hablar del perdón, imaginamos que
se trata de poner un rostro sonriente y decir al que nos perjudicó: “Yo te
perdono, no hay problema”. Tal vez, también reanudar la amistad o el tipo de relación que
nos unía. Esto no es lo que yo estoy tratando de decir. Aquí me refiero a
soltar las responsabilidades que no son mías y dejárselas al dueño. Es un tipo
de perdón (llamémoslo egoísta) con el que me niego a cargar lo que no es mío y
lo dejo atrás, en el pasado. Traiciones, deslealtades y mentiras que yo no hice
pero diez o veinte años después las sigo sufriendo, son cargas ajenas que llevo
inútilmente, no tienen solución y ya solo existen en mi recuerdo. No tengo por
qué seguir sufriendo a causa de ellas. Puedo soltarlas, dejar que se vayan de
mi vida y comenzar a ser libre y feliz.
“Psicología” es una columna abierta. Puedes participar
con ideas, temas, preguntas o sugerencias en psicologa.dolores@gmail.com