Llamamos “egoístas” a quienes se importan tanto ellos
mismos que se anteponen por encima de lo que sea. La palabra es una condenación
implícita. Y “altruistas” a los que renuncian a su propio interés a favor de
los otros. Solemos considerar esta segunda opción como virtud, aunque dudo que
en todos los casos lo sea.
Un ejemplo típico de “solo yo importo” es un recién nacido,
quien aun poseyendo una fuerza vital impresionante lo necesita todo; que lo
cuiden, alimenten y mantengan en condiciones de sobrevivir. En apariencia
cuenta sólo con su llanto para lograr que lo atiendan y puede mantener
despiertos a todos los que estén a su alrededor. No le importa si mamá o papá
están cansados, enfermos o con hambre; la satisfacción de sus necesidades es
primordial y debe llegarle de afuera, del grupo que lo cuida, porque no puede
sobrevivir por sí mismo.
El ejemplo padre-madre e hijo también sirve para demostrar
la importancia del grupo y la conducta altruista; sin unos adultos que sacrifican
sus propios gustos y necesidades, ningún bebé podría sobrevivir. Pero no es
exacto que el bebé cuenta sólo con su llanto, en realidad lo sostiene el amor de
sus cuidadores. Amor, deseo e intención de hacer que la vida crezca. Cuando este
ingrediente básico está presente en la conducta altruista, la hace maravillosa.
Hemos estado hablando de bebés y sus padres, situación en
la que el egoísmo del pequeño y el altruismo de los grandes están más que
justificados, pero ¿acaso es deseable que el bebé siga siendo pequeño y
necesitado para siempre? ¿Y que los grandes acudan siempre a resolverle sus
necesidades?
Es cierto que el individuo solo, a cualquier edad, sin
relaciones, es incapaz de satisfacer todas sus necesidades, pero también es
cierto que a medida que se vuelve mayor debe obtener la cooperación de los
otros mediante un intercambio lo más justo posible. Es decir, que para él será
mejor no recurrir al altruismo de los demás. ¿Por qué?
En el altruismo subsiste la relación de un pequeño necesitado
y un grande que lo provee.
Sólo el amor (intención genuina de ayudar a que la vida
crezca) puede hacer que el altruismo sea sano; sin esto, tiende a crear
“pequeños egoístas” de cualquier edad que esperan que alguien les resuelva la
vida. Existen parejas y trabajos “en equipo” donde uno de los integrantes se
conserva infantil y otro u otros llevan la carga que él no toma. ¿Quién es pequeño y quién grande? Pequeño es
el que puede con poco o nada, y grande quien tiene poder suficiente para llevar
doble peso.
Por lo general, una relación pequeño-grande no dura o se
deteriora; sin embargo, un motivo oculto puede ocasionar un acuerdo tácito
entre ambas partes para mantenerla. Quizá
uno dé a cambio de prestigio, para ser considerado el bueno de la película y el
otro acepta el rol de malo. Que dé a cambio de sentirse superior. A cambio de
poder. De dominio. De obediencia. De votos. De contribuciones. De esclavitud. En
ninguno de estos casos sería sano el altruismo. Alguien dijo: “Mejor que darles
pescados, es enseñarlos a pescar”.
Mirados con atención y en la edad adulta, el egoísmo de los
pequeños y el altruismo de los grandes resultan más complementarios que
antagónicos: a uno que se niega a tomar sus responsabilidades corresponde otro
que finge ayudar para sacarle provecho.
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