lunes, 31 de diciembre de 2018

NUEVO AÑO


2018 se va. Se convierte en pasado. Llega 2019 como futuro. Cada uno sabemos qué fue lo que vivimos en el año que expira, si en él nos sentimos felices o no, si alguien muy querido que nos encantaría tener aún aquí ya no está, si llegó un nuevo amor, una nueva ilusión, un nuevo descubrimiento, un nuevo desarrollo, un segundo aire... 

Hace 365 días estábamos recibiendo el 2018 y nos propusimos que durante él... ¿qué cosas queríamos?, ¿las obtuvimos? Si sí, nos toca agradecer al año que se va por lo que nos trajo, y si no, ¿confiamos en tenerlas este año, o esperaremos aún más?

Hay quién dice que la esperanza es virtud de los débiles; pasan la vida esperando. Otros dicen que la esperanza muere al último; triste consuelo, esperar y esperar, luego morir, y que la esperanza muera con nosotros, fin.

Llegamos a 2019. No podemos decir que logramos llegar, es sólo que la vida aún nos asiste. Muchos comenzaron y no terminaron el año, pero no quiere decir que ellos deseaban irse. La vida les duró hasta donde duró. Nosotros tenemos vida. Aún. Y podemos hacer muchas cosas que nos hagan felices o desgraciados.

Estoy convencida de que nadie desea ser desgraciado. Lo es porque no sabe cómo ser feliz. O lo sabe pero no se anima a romper con un obstáculo y espera una mejor oportunidad. O está convencido de que su forma de vivir es la única posible y debe resignarse.

La resignación es virtud de los que no son lo suficientemente serios para ser optimistas ni pesimistas, sólo han perdido la esperanza, y se supone que ésta debía morir al último. Resignarse no es lo mismo que aceptar lo que es como es, sino vivir pensando que no debería ser así pero ni modo. Tal vez la resignación no merece el nombre de virtud.

Comenzar el año nuevo con resignación es una perspectiva demasiado triste. Comenzarlo con esperanza, bastante pesimista. Comenzarlo con fe abre horizontes y los amplía. La persona se convence a sí misma que tiene millares de opciones y capacidad para explorarlas. Confía en ella y dice ¡ahora!, porque todo comienza en un ahora. Ni el ayer ni el mañana ofrecen posibilidad para decidir nada. Sólo el hoy. 

2019 es un año como los demás, que no se resolverá a sí mismo ni nos traerá buena o mala suerte. Sólo reflejará lo que habremos pensado y realizado. Será nuestra creación. La de cada uno. Porque somos creadores y podemos forjarlo a nuestra conveniencia... si tenemos fe en que es posible. Y si no la tuviéramos, lo pasaremos deplorando la maldad de los demás y su falta de compasión y compañerismo.

Querido lector que me has acompañado leyendo estos artículos, gracias. Has contribuido a que yo sienta fecunda mi labor de escribir. Hemos compartido este año desde lejos y establecido una comunicación cada semana. Espero... ¡No! Tengo fe, confío, en que continuaremos acompañándonos a la distancia durante este año, y que tu 2019 será exactamente como lo deseas y lo piensas. ¡Es decir, excelente! Feliz año.

domingo, 23 de diciembre de 2018

NAVIDAD


En nuestro occidental imaginario colectivo, Navidad es una fiesta de paz, amor y renacimiento. En ella el alma expresa su íntima y profunda necesidad de sentirse cada uno en armonía con sus seres amados y los demás humanos. 

El romántico ideal de ser buenos, amables y honestos unos con otros es un deseo auténtico de nuestra alma. También es auténtica la urgencia interior de que exista un mundo nuevo y distinto donde los humanos convivamos respetándonos y amándonos, sin peleas, envidias, rencores y resentimientos. 

A todos nos gustaría que esto fuera realizable. 

Lo deseamos mucho. Tanto, que la mayoría hacemos un gran esfuerzo para lograrlo aunque sea por sólo una noche. Por eso es tan popular la Navidad, porque nos permite entrever lo hermoso que sería esto y hacernos la ilusión de lograrlo. Paz, armonía y renacimiento son deseos del alma. Nadie se enoja si le dicen: “Feliz Navidad”.

Fuera del alma, la realidad del mundo cotidiano es menos benévola; tenemos gente que nos cae bien y que nos cae mal; confiamos en unos pocos y desconfiamos de muchos más; con algunas personas y en algunos días somos amorosos, pero con otras y en determinados días las interacciones son incómodas, a veces dolorosas e incluso insoportables. 

En el fondo quisiéramos que la Navidad sí fuera mágica y como por hechizo se nos borraran recuerdos, problemas y rencillas. Que al menos temporalmente fuéramos las personas maravillosas que querríamos ser y miráramos a los demás tan estupendos como también ellos quisieran ser. Mas no serán la fecha y las circunstancias quienes lograrán tal portento, sino la decisión personal de escuchar al alma y secundarla al decir “sólo por hoy” o “a  partir del día de hoy”.

Es famoso el incidente ocurrido durante la primera guerra mundial en que soldados de bandos enemigos entonaron villancicos juntos y se olvidaron que estaban ahí para matarse unos a otros. Abandonaron sus trincheras, se desearon mutuamente feliz Navidad y hasta disfrutaron un juego de futbol. ¡Inolvidable! ¡Único en la historia! Pero eso no significó que habían traicionado a sus respectivos ejércitos ni que se hicieron promesas de ya no dispararse entre sí. Pasó la tregua que ellos mismos habían decretado y se reanudó el fuego. ¿Eran hipócritas? No, sólo escucharon los deseos más íntimos de su alma y estos no podían cumplirse de manera universal y para siempre; los cumplieron en pequeño. Seguramente, el recuerdo de lo acontecido esa noche los acompañó durante sus vidas.

Muchas de nuestras peleas son como aquella guerra; nos casi matamos por defender los intereses de otros, o tal vez nuestros, y al igual que aquellos soldados enemigos que cantaron juntos y se dieron las manos porque escucharon las voces de paz y concordia provenientes de su alma, nosotros podemos sentirnos bien si nos permitimos atenderla y, al menos como tregua, nos permitimos extender nuestros brazos y recibir en ellos también a personas que nos gustaría amar pero que nos han lastimado o hecho algún daño, o que detestamos.

Es de un simbolismo fascinante que la Navidad se celebre en el renacimiento del sol, cuando éste comienza a crecer y a brindar más luz en días más largos. Fue muy acertado hacer que el cumpleaños del Niño Dios coincidiera con el abrirse de la naturaleza a una nueva vida y a un nuevo ciclo. Si lo permitimos, también sería el aniversario de que nuestros corazones se abrieron a la paz, la armonía y el renacimiento que brotan de nuestro interior como deseos profundos. Feliz Navidad deseo a todos mis lectores.

“Psicología” es una columna abierta. Puedes participar con ideas, temas, preguntas o sugerencias en psicologa.dolores@gmail.com 

lunes, 17 de diciembre de 2018

ESTAR SOLO


En mi trabajo hablo con mucha gente, luego llego a mi casa y disfruto tener ese tiempo nada más para mí, y no es todo, he tenido oportunidades y recibido sugerencias de compartir mi departamento, pero me niego. ¿Por qué me gusta tanto estar sola?

OPINIÓN

Disfrutar uno consigo mismo es un logro. Un bebé y un niño no pueden sobrellevarlo por tiempos prolongados; se asustan y angustian. Igual muchas personas jóvenes y adultas, se desesperan, debido a que su propia compañía les parece aburrida e incluso insoportable, de ahí que sientan urgencia de buscar con quien hablar o, por lo menos, saber que alguien está ahí. 

Poder uno estar solo consigo mismo requiere paz interior; es decir, que se aceptan los defectos propios con el mismo amor que si fueran cualidades y se convive con ellos sin hacer drama, porque no necesita alcanzar nada ni demostrar nada. Se toma lo que es, como es. Vive para vivir, no para conquistar, escalar o hacer grandes sacrificios en aras de algo. Sabe que si toma un reto es sólo por el gusto de tenerlo.

La persona realmente feliz de estar sola ha desarrollado en grado sumo dos características: creatividad para inventar sus ocupaciones y fortaleza para resistir las intromisiones. Siempre está ocupada, pintando, cosiendo, cocinando, cuidando sus plantas, leyendo, dando clases, viajando, durmiendo, viendo cine, recibiendo a alguien, escribiendo cartas... y sus ocupaciones no le pesan, puesto que son voluntarias. Además, posee recursos para continuar siendo feliz cuando alguien que no la comprende le pregunta con lástima: “¿En serio vives sola? ¿No te deprimes? ¿Puedo ayudarte en algo?”.

Vivir solo no es para todos. La soledad es mala consejera cuando es soledad de carencia: querer y no poder tener a alguien consigo. Sentir desasosiego y falta de paz cuando todos se marchan. Saber que no se tienen vínculos profundos con nadie “porque no encuentra a nadie en quien confiar”. 

Esta soledad de carencia es aterradora y abre la puerta a numerosos problemas. Puede predisponernos a pagar costos elevadísimos con tal de tener compañía. Mucho se ha hablado de mujeres y hombres que prefieren soportar a una pareja promiscua, violenta, siempre dormida o borracha con tal de saber que la tienen. O que a la hora de sufrir un descalabro amoroso se dejan caer hasta la casi inanición porque no pueden soportarlo, no encuentran fuerzas para recoger los pedazos de su corazón roto y continuar viviendo, su amor propio no les alcanza para tener motivos de vivir. O cuando los hijos se van porque deben irse, los culpan de abandono y siempre que pueden los califican de ingratos.

En cambio, la persona realmente feliz cuando está sola se sabe rica, conectada y al servicio de sus semejantes. Rica en cosas materiales y espirituales como conocimientos, habilidades, experiencias, etc. Conectada porque dedica determinado tiempo y actividades a beneficiar a otros aunque fuera sólo rezando o enviando bendiciones, porque los humanos tienen un espacio en su corazón. La verdadera soledad es habitada; en cambio, el solitario respira un vacío que le congela las ganas de reír. El solo por opción se encuentra consigo en el silencio, el solitario porque no tuvo de otra se pierde en la ansiedad y la desesperanza.

“Psicología” es una columna abierta. Puedes participar con ideas, temas, preguntas o sugerencias en psicologa.dolores@gmail.com 

lunes, 10 de diciembre de 2018

LA METAFÍSICA Y AMLO


Este artículo no es para todos, está dedicado a las personas que practican la metafísica; es decir, que reconocen el poder de la mente, los pensamientos y sentimientos, sobre la gente, las cosas y los sucesos.

Quienes saben de metafísica afirman que todo cuanto existe y sucede es resultado de un pensamiento de la Mente Universal o de la mente individual. Ambas son una sola cosa y ambas crean. Lo exterior es manifestación. Manifiesta los pensamientos, anhelos, temores y expectativas interiores. De acuerdo con esto, el mundo que vemos es una creación de la Mente Universal y de los millones y millones de pensamientos de las mentes individuales. 

Según esta cosmogonía, si un humano desea que algo suceda debe pensar en ello, y sucederá. Igual sucederá lo que piensa y no desea, porque el Universo apoya y obedece todo tipo de pensamientos, positivos y negativos. Es decir, se cumplirán sus pensamientos conscientes e inconscientes, agradables y desagradables. Mientras más sean pensados y durante más tiempo, con mayor velocidad serán manifestados en el exterior. La visualización mental de un hecho es una orden que el Universo recibe y cumple. La acción sigue al pensamiento.

¿Qué tiene qué ver esto con AMLO? Mucho. Millones de mexicanos estamos pensando en un cambio inminente. La unidad en este pensamiento hace que el cambio se esté dando ya, y continuará.

Muchos piensan en cambios positivos, y muchos otros, en negativos. Entre los segundos está el temor de que México se convierta en una segunda Venezuela. Y los temores también se cumplen, siempre. 

Para los que practican Metafísica, alentar un pensamiento de temor es crearlo en la realidad. Lo primero que un metafísico hace es limpiar su mente de temores, resentimientos, rencores y toda clase de sentimientos desagradables, a fin de lograr que su propia vida sea dichosa. Luego, se cuida de jamás apoyar y dar poder a los pensamientos peligrosos que constantemente le endilgan otros humanos. Hace visualizaciones de lo que desea ver cumplido y las entrega al Universo. Así mismo cuida que sus propias acciones sean acordes a los pensamientos y visualizaciones que espera sean realizados.

Traduciendo a la práctica lo anterior, la colaboración individual de un metafísico al bienestar comunitario de México podría ser descrita así: 

1.    Alinea sus pensamientos con un cambio positivo, no con uno negativo.

2.    Limpia su mente de temores, resentimientos y rencores de toda clase, por pequeños que parecieran, y vive confiado en que su unidad con la Mente Universal le traerá bienes a él y a otros.

3.    Alienta pensamientos y sentimientos de gratitud por lo que ya se ha manifestado en su vida y le gusta.

4.    Visualiza lo que desea ver manifestado y lo entrega al Universo.

5.    Cancela, borra y desecha cualquier pensamiento de temor que lo asalte cuando éste todavía es pequeño, y se mantiene en paz constante.

6.    Cuida que sus acciones sean acordes con lo que desea y espera. Por ejemplo, si espera un mundo sin violencia, evita ser violento. Si espera un mundo de honestidad, es honesto. Y así, con todos los bienes que espera.

Querido lector, si llegaste hasta aquí con tu lectura y no practicas ya la Metafísica, este artículo debe haberte parecido de una ingenuidad absurda. Pero si la has practicado, entonces ya experimentas que aunque el mundo esté revuelto, el tuyo está en calma. Si muchos padecen dolor, desesperación, hambre u otras carencias, tú tienes tus necesidades satisfechas e incluso puedes ayudar a otros. La gente llama a esto tener buena suerte, pero tú sabes que lo que tienes son buenos pensamientos. 
 
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lunes, 3 de diciembre de 2018

CULPABLE O RESPONSABLE


No es lo mismo ser culpable que ser responsable. Estas dos son visiones distintas sobre un  hecho y dan resultados opuestos. El culpable se repliega buscando el secreto y el castigo; el responsable crece y madura cada vez que se hace dueño de sus actos. 

Todos alguna vez hemos experimentado la culpa. Ésta es como una deuda, un desequilibrio, y nos apremia a volver al supuesto equilibrio que teníamos antes de un hecho que cometimos y nos desagrada, por las razones que fueren.

La culpa duele y avergüenza. Por tratar de evitarla, negamos que existe: “No es mi culpa”, “yo no tuve la culpa”, “la culpa es de los que me aconsejaron”, “fue un accidente, yo no quería”, “me vi forzado”, “la vida tuvo la culpa”. Pero por más que la neguemos, la culpa sigue viva, actuando y empujándonos a buscar el equilibrio, a veces a través del castigo.

Las pérdidas más dolorosas son aquellas en las que nos queda culpa. Alguien querido muere y, mal que bien, uno puede sobrevivir, salvo si la culpa lo impide. Entonces la persona busca un castigo en el sufrimiento, la tristeza, la depresión y hasta la falta de sentido de la vida. Pero ninguna expiación tiene la virtud de devolvernos la paz. 

La única manera de vencer a la culpa es hacerse uno responsable. “Sí, yo lo hice, así lo decidí porque en aquel momento me pareció buena idea. Respondo por las consecuencias”.

Responsable es el que responde. ¿A qué? A las circunstancias y exigencias de la vida y a las consecuencias de las propias elecciones.

Elegir no siempre es fácil. Todos nos hemos visto alguna vez en la necesidad de tomar decisiones que nos desagradan, debido a que un conflicto de intereses ocasiona que si elegimos “x” perdemos “y” o viceversa. Como cuando un amigo muy querido se enamora de la propia novia, un empleado eficiente y al que le hemos tomado afecto nos roba, alguien que apreciamos nos exige complicidad en un acto peligroso y no queremos exponernos, la empresa en la que trabajamos nos exige despedir a determinado número de trabajadores, un amigo nos solicita en préstamo el dinero que necesitamos para la despensa, y múltiples circunstancias más.

Por lo general, este tipo de elecciones ocasionan culpa, así como otros sentimientos, entre ellos frustración e impotencia, tanto más grandes cuanta mayor es la dificultad para equiparar la pérdida evitada con la ganancia resultante. Quizá el amigo que se distancia del amigo para conservar a la propia novia duda si valdrá la pena renunciar a esa amistad en pos de un amor que no es cien por ciento seguro. Una decisión así puede resultar más confusa que la de despedir al empleado que robando rompe su lealtad y pone en peligro un capital. En este segundo caso es más fácil calibrar las pérdidas y ganancias; hay una pérdida (la eficiencia del empleado) contra dos o más ganancias (preservar el capital y alejarse de una persona desleal); por lo tanto, la culpa es menor.

Nuevamente, la culpa se vence haciéndose responsable. “Sí, lo hice, me distancié de este amigo por mi voluntad y porque lo juzgué conveniente”.

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