Las personas no son individuos aislados. Desde al nacer,
fueron necesarios un hombre y una mujer para que cada una entrara en este
mundo. Y a ese grupo pertenece: su familia. Los demás grupos llegan y se van;
la familia permanece aún más allá de la muerte: no cambiamos de padre o de
madre cuando éstos abandonan el planeta, ellos siempre serán nuestros padres, y
nosotros sus hijos.
Somos de nuestra familia y ésta forma parte de nosotros;
papá es nuestro 50% y mamá el otro 50%. Dentro de nosotros está una duplicación
física y mental de ellos, combinada y en relación. No nos es dado cambiarla,
sobre todo la parte física; heredamos sus rasgos y propensiones, son nuestro
destino, con nuestra herencia hemos de convivir.
Es posible que nuestros padres de carne y hueso vivan en
paz entre sí siempre, a veces, o nunca. Los duplicados mentales de ellos, que
viven en nuestro interior y nos constituyen, tienden a continuar en nosotros el
tipo de relación que los de carne y hueso establec ieron para ellos, y entonces,
nosotros nos amaremos o no con
facilidad, llegaremos a acuerdos o desacuerdos con nosotros mismos, inclusive
podríamos llegar a odiarnos. Tal situación es lo automático y programado que
hemos recibido. Y aquí interviene la conciencia o capacidad que tenemos de
darnos cuenta y poder hacer algo al respecto. Antes de adquirir dicha
conciencia somos como robots inteligentes que logran poner puntos y comas,
ruidos y silencios, a la ejecución preestablecida; pero una vez conscientes, podemos
elegir nuestra actitud hacia lo descrito y la manera como papá y mamá mentales
se comportarán en nosotros. Quizá optemos por decirles: “Papá, mamá, en mí
ustedes encuentran la paz y yo he de amarlos tal como son”, o a lo mejor
decidamos que la guerra debe continuar, y diremos: “Me molesta como soy”, “No
me agrado”, “Nadie podrá quererme nunca”.
Lograr la reconciliación de cada persona consigo misma es
un logro increíblemente bueno, y para llegar a él, es necesario que primero se
reconcilie con su destino. Nuestros padres son destino. Es preciso tomarlos tal
como son, dejar con ellos (de carne y hueso) sus decisiones de armonizar o
pelear entre sí y abstenernos de intervenir; ésta es una manera clara y
asertiva de manifestar que ya hemos nacido y somos personas nuevas y distintas,
que podemos optar por otras formas de relación que no son la misma que nuestros
padres eligieron. Pero esto debe ser elegido, no se da en automático. En
automático tendemos a repetir los contenidos que recibimos.
Vayamos al salón de clases. Si en él se respeta esta
estructura básica, los niños transforman por completo la visión que tienen de
su casa paterna y de la escuela, de sus relaciones con sus maestros y con otros
niños, así como con la adquisición de conocimientos. También los docentes transforman la idea que tienen de su misión,
cuando dejan de ver como mundos separados al educando y su familia, y a la
escuela, ciudad y país. Sería muy deseable que la escuela ayudara a que los
niños tomen y amen a sus padres tal como son, y aprendan cómo establecer su paz
interior, con ellos y consigo mismos.
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