lunes, 24 de septiembre de 2018

UNO NO SABE QUÉ SABE


Milton H. Erickson fue un famoso psicoterapeuta estadounidense que murió en 1980. Sanaba a sus clientes hipnotizándolos y contándoles anécdotas. A él se debe la frase “usted no sabe que sabe”, y se refería a que tenemos en el inconsciente cantidades enormes de conocimientos que no usamos o no apreciamos, pero que podemos utilizar.

La anécdota que voy a transcribir es una de sus clásicas. Él la consideraba terapia, y también conocimiento. Yo, cuando la leo, siento que me hace bien. Tal vez al lector le interese observar qué le sucede y qué siente al leerla. 

Palabras de Erickson:

“Yo tuve que aprender dos veces a ponerme de pie; la primera cuando era bebé y la otra cuando tenía 18 años. A los 17 años quedé paralizado por completo”. 

“Tenía una hermanita y la observé mientras gateaba para ver cómo se ponía de pie y así aprendí de mi hermanita, 17 años menor que yo, cómo pararme. Primero, uno se estira hacia arriba hasta qué accidentalmente descubre que carga cierto peso sobre el pie, luego descubre que la rodilla se dobla y uno cae sentado. Entonces se estira y lo intenta con el otro pie, y la rodilla vuelve a doblarse”. 

“Pasa mucho tiempo antes de que uno pueda cargar su peso sobre los dos pies y mantener las rodillas derechas. Hay que aprender a mantener los pies separados sin que se crucen nunca, porque si se cruzan uno no se puede parar. Hay que aprender a mantenerlos lo más separados que sea posible, entonces uno endereza las rodillas... y el cuerpo vuelve a fallarle, se flexiona la cadera”. 

“Después de un tiempo y después de muchos esfuerzos, uno se las arregla para mantener las rodillas derechas, los pies bien apartados, la cadera derecha, y se cuelga de uno de los lados del corralito. Tiene cuatro bases de apoyo: dos en los pies y dos en las manos”. 

“¿Qué pasa entonces cuando uno levanta un brazo? Se cae sentado. Da bastante trabajo aprender a levantar una mano y más todavía extenderla, porque el cuerpo se tambalea y se va para allá o para allá. Y hay que aprender a mantener el equilibrio no importa donde se lleve la mano. Después hay que aprender a mover la otra mano. Y después hay que aprender a coordinar eso con el movimiento de la cabeza, los hombros y el cuerpo, hasta que finalmente uno se puede parar con las dos manos libres”.

“Ahora viene el aprender a pararse en un solo pie. Es un enorme esfuerzo porque la primera vez que uno lo intenta se olvida de dejar derechas las rodillas y la cadera y se cae sentado. Después de un tiempo, se aprende a descansar todo el peso en un pie. Pero entonces, cuando se avanza el otro pie, el centro de gravedad se desplaza y uno se cae. 

Lleva mucho tiempo aprender a adelantar un solo pie. Finalmente, uno da su primer paso y la cosa parece andar bastante bien. Luego da el segundo paso con el mismo pie y ya no sale tan bien. Y si da un tercero se cae. Lleva mucho tiempo avanzar el derecho y el izquierdo, el derecho y el izquierdo, el derecho y el izquierdo”. 

Hasta aquí Erickson. 

Por cierto, él no acostumbraba dar interpretación a sus anécdotas. Las contaba, y ya. Erickson afirmaba que todo el trabajo de sanación le pertenecía al cliente, no a él, y todo era aprendizaje. Los hacía caer en trance, les contaba anécdotas y al último les daba una prescripción que debían cumplir. Y la cumplían. Y Erickson se volvió un terapeuta que muchos colocan a la altura de Freud, por revolucionario.

“Psicología” es una columna abierta. Puedes participar con ideas, temas, preguntas o sugerencias en psicologa.dolores@gmail.com 

lunes, 17 de septiembre de 2018

GENEALOGÍA


Antiguamente, sólo reyes y nobles guardaban registros de su árbol genealógico. Posiblemente se consideraba que eran los únicos de los que importaba guardar testimonio, por su “sangre azul”. El resto de la población no teníamos para qué hacerlo, nada interesante se podría encontrar en los “hechos anodinos” del vulgo, la plebe o la masa.
Qué bueno que este pensamiento ha cambiado; hoy no sólo se reconoce la importancia y la dignidad de todo ser humano que está vivo, sino también de aquellos que nos antecedieron y ya se fueron, así como de los múltiples eventos que ellos tuvieron que vivir para que nosotros estemos hoy aquí y seamos como somos. Sus historias explican parte de lo que nos sucede.
La Genealogía estudia la procedencia y la Psicogenealogía, no sólo de dónde procede un individuo sino los sentimientos y patrones transgeneracionales de su familia.
Freud, el padre del psicoanálisis, no le concedía demasiada importancia a la genealogía, sin embargo afirmó que se requieren tres generaciones para “obtener” un esquizofrénico. Esto significa que se van conjuntando decisiones, eventos y circunstancias desde el tiempo de los abuelos para que un nieto presente esta enfermedad, que no le pertenece exclusivamente a él sino a toda la familia. 
Lo anterior es válido también para el carácter, actitudes e identificaciones. Si a cualquiera de nosotros nos preguntaran: “¿Para usted, qué es ser una mujer y ser un hombre?”, responderemos pensando en los distintos hombres y mujeres de la familia nuestra, no de una familia musulmana, mormona, perteneciente a un harem o a un kibutz.
Podemos afirmar que todos somos, vivimos, trabajamos, amamos u odiamos dentro de una combinación de las propias ambiciones individuales y la influencia del inconsciente familiar. Nuestra identidad necesita de los otros, especialmente de aquellos de quienes provenimos.
Es posible que el gran entusiasmo que ahora suscita la Psicogenealogía se deba en parte a lo cambiante de nuestro mundo. Con la facilidad y pluralidad de las comunicaciones, la necesidad a veces de residir en un país que no es el natal, y la importancia desmedida que se da al individuo, la persona duda acerca de quién es ella, se siente sin raíces.
Lo único estable es la propia procedencia, ya que hasta la estructura de la familia está cambiando y también la manera de nacer. En realidad la familia ha tenido formas de organización muy variadas a través del tiempo y los lugares: clan, poligamia, poliandria, familia extendida, monoparental, reconstituida y ahora la homosexual, pero ninguna novedad supera a la manera de nacer. A la antigüita eran un hombre y una mujer que se unían físicamente y engendraban un bebé, hoy los laboratorios hacen su parte y también los vientres alquilados.
La genealogía permite a la persona que hace su árbol genealógico entrar a conocer su propia configuración, porque todo lo mencionado y mucho más tienen que ver con cómo es uno. En cada persona están viviendo sus antepasados y sus historias. Por ejemplo, un hijo adoptivo tiene dos genealogías: la biológica y la de la familia donde creció. Si quiere comprenderse y amarse a sí mismo, necesita conocer y tomar sus eventos como sucedieron.
También la psicoterapia se ha visto influenciada por esta corriente. Cada vez más, en lugar de estudiar los problemas y desajustes de este niño, este adolescente o esta pareja, se interesa por las angustias transgeneracionales que ha vivido la familia completa, incluidos abuelos, bisabuelos o más atrás, eventos de los que el vivo no tiene la culpa pero le configuran un destino.
Dejo una dirección en Internet para aquellos interesados en investigar su árbol genealógico.  FamilySearch.org Se sorprenderán muchísimo de encontrar allí datos de sus padres, abuelos, bisabuelos y más atrás.
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lunes, 10 de septiembre de 2018

VIVIR CON LOS ABUELOS


Abuelos y nietos hacen la vida más bella unos a otros y a los demás miembros de la familia. Son mutuos regalos de alegría, amor e inspiración. Sin embargo, es desaconsejable enviar a un hijo a vivir con los abuelos.

“Crecí como huérfana, sin serlo”, relataba una señora que, de niña, fue entregada a su abuela para que le hiciera compañía. Ésta tenía varios hijos que no vivían con ella pero la menor, cuando iba, le decía a la niña que se fuera para su casa y a la abuela, que estaba haciéndole un daño a la chiquilla manteniéndola lejos de sus padres. La mujer consintió en que su nieta regresara a la casa paterna por un tiempo. Para su sorpresa, los hermanos se sintieron incómodos con la presencia de la hermana y también ellos le decían que se fuera para su casa. Por eso ella se quejaba años más tarde: “Crecí como huérfana, sin serlo”, porque ninguna de las dos casas la sentía indiscutiblemente suya.

Es frecuente que el hijo o hija que crecen conviviendo con los abuelos sean ahí objetos de mimos y atenciones, mientras sus hermanos deben competir entre sí por el cariño de los padres y vivir las experiencias normales de toda familia, con sus altibajos. Luego, cuando los abuelos mueren, el o la ausente debe reintegrarse a un grupo que ya posee mucho en común, como hábitos, recuerdos, pleitos, alianzas, etc. Llega sin conocer las reglas del juego y, además, con la prohibición de recordar los buenos momentos pasados fuera de casa. Nada de: “Mi abuelita me compraba juguetes” o “mi abuelita me besaba antes de que me durmiera”, porque se considera traición que esté comparando negativamente a esta familia con la otra, e incluso que guarde añoranza.

Son muchos los motivos por los que unos padres entregan a un hijo a sus propios padres, y no forzosamente por comodidad. En ocasiones uno de los miembros de la pareja detesta al suegro o suegra que está en edad avanzada y vive en soledad, no acepta recibirle en su casa ni éste quiere irse de “arrimado”, los caracteres de alguno no compaginan con los de otro, no hay espacio, la situación socioeconómica no permite contratar a alguien que lo acompañe, y tantas circunstancias posibles que sería muy largo describir. Entonces, la solución más amorosa que se les ocurre es enviar a uno de los hijos con los abuelos; pero esta carga es demasiado grande para el menor, aunque la lleve con gusto y, a veces, salga ganando con el trato que recibe. Algunas familias lo solucionan turnando a todos los hijos a pasar tiempos cortos con ellos de manera que ninguno se sienta excluido de casa.

¿Qué puede hacer quien se encontró en un caso similar y se siente víctima o victimario de una injusticia que ya pasó? Como en tantas otras situaciones humanas que no tienen solución, hay que ubicarse en el presente, asumir la realidad y sanar el propio interior. 

Ubicarse en el presente es mirar lo que es y no lo que debiera haber sido, porque cuando algo sucede equivale a fijar la infinita variedad de posibilidades en una foto. Es lo que hay. Cada experiencia que miramos con malos ojos es una carga y, mirada con amor, se convierte en bendición.  Así sucedió. Ese fue mi destino y mi colaboración al bienestar de la familia. Lo viví lo mejor que pude. Ahora saco ventaja de mi experiencia y la convierto en bendición”.

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lunes, 3 de septiembre de 2018

DEPRESIÓN


Hace 3 años que tengo depresión. Voy al IMSS y me dan pastillas pero yo lo que quiero es que me quiten el miedo a morirme. No salgo a la calle porque me vaya a pasar algo. Estoy atendido pero me siento solo; de mis dos hermanas, una murió y a la otra no la frecuento; y mi señora a cada rato me recuerda que hice cosas. Sí las hice, soy AA y me da coraje haber andado en esa vida de vino y mujeres, ahora quisiera poder hacer algo, no sé qué, pero a nada me animo.

OPINIÓN

La depresión es un problema psicológico que se convierte en físico y necesita de tratamiento constante. Éste debe seguirse cuidadosamente. Los medicamentos ayudan, pero también pueden ayudar determinados pensamientos. Recomendaré algunos que quizá te sean útiles.

Sin dejar tu tratamiento, ¿qué te parece comenzar con cosas que en apariencia son pequeñitas? Parecen pequeñas porque no se ven, son afirmaciones. Por ejemplo, con el pensamiento de morirte. Sabes bien que todos vamos a morir, pero no pensamos en eso todo el día. Prueba a repetir en la mente o hablado: Cuando me toque morir, moriré; pero mientras tanto, hago de mi vida una cosa bonita y agradable.

Otro pensamiento útil es distinguir con claridad entre el pasado y el presente.

El pasado ya se fue, no existe más que en el recuerdo. En el pasado hiciste cosas, pero es en el presente donde te enojas por haber andado en esa vida. Anduviste, ya no andas. Ahí hay una diferencia. En lugar de enojarte (que de nada sirve) puedes dedicar tus esfuerzos mentales a quedar libre de remordimientos, porque los remordimientos reclaman un castigo, y a veces los castigos son tan graves como sentirse uno paralizado y demasiado triste.

¿Cómo se quitan los remordimientos?

 

Mencionas que eres AA. Entonces, debes estar familiarizado con los pasos 4º. y 5º. del programa: “Sin miedo hicimos un minucioso inventario moral de nosotros mismos”, y “Admitimos ante un Poder Superior, ante nosotros mismos y ante otro ser humano la naturaleza exacta de nuestros defectos”. Si no tienes padrino, consíguete uno con el que te sientas en confianza para que te escuche y te ayude a realizar ambos pasos.

 

La anterior es una opción. Los creyentes tienen otra: confesarse y dejar sus pecados en manos de Dios. Si tienes fe, ésta es una magnífica oportunidad de quedar libre. Entregas tus cargas a Dios, Él adquiere tus deudas y se encarga de pagarlas, tú te limitas a rezar por las personas que heriste para que Dios las bendiga. Pero necesitas fe y disposición para dejarlas ir.

 

Un sacerdote me contaba que había una viejita que cada semana se confesaba de lo mismo, hasta que él le dijo: “Eso ya está perdonado, confiésese de otras cosas, ¿o no cree que Dios puede perdonarla?” A lo que la señora contestó: “Claro que Dios puede perdonarme, padre, soy yo la que no me perdono”. Ella no tenía disposición para dejar ir sus remordimientos.

 

A esto me refiero con que necesitas fe, a que creas que Dios es más grande y más bueno que tú y por eso puede y quiere perdonarte y dejarte libre. Sin dicha fe, confesarte no te serviría de nada; seguirías cargando tus cargas para siempre. Es solución para creyentes, no para descreídos.

 

Otra posibilidad de quedar libre de tus cargas es decir “lo siento” a las personas que te importan. Quizá quieras decírselo a tu esposa o a alguien más: “Siento mucho haberte lastimado y me gustaría, en adelante, tratarte bien y hacer algo que te guste y favorezca”. Quizá a ella le guste que le sonrías y le des las gracias cuando te atiende, que recojas tu ropa o tus cosas después de usarlas, que te levantes y des unos pasos tú solo, o lo que se te ocurra que le haga más ligera la tarea de cuidarte.

 

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