Milton H. Erickson fue un famoso
psicoterapeuta estadounidense que murió en 1980. Sanaba a sus clientes
hipnotizándolos y contándoles anécdotas. A él se debe la frase “usted no sabe
que sabe”, y se refería a que tenemos en el inconsciente cantidades enormes de
conocimientos que no usamos o no apreciamos, pero que podemos utilizar.
La anécdota que voy a transcribir es una de
sus clásicas. Él la consideraba terapia, y también conocimiento. Yo, cuando la
leo, siento que me hace bien. Tal vez al lector le interese observar qué le
sucede y qué siente al leerla.
Palabras de Erickson:
“Yo tuve que aprender dos veces a ponerme de
pie; la primera cuando era bebé y la otra cuando tenía 18 años. A los 17 años
quedé paralizado por completo”.
“Tenía una hermanita y la observé mientras
gateaba para ver cómo se ponía de pie y así aprendí de mi hermanita, 17 años
menor que yo, cómo pararme. Primero, uno se estira hacia arriba hasta qué
accidentalmente descubre que carga cierto peso sobre el pie, luego descubre que
la rodilla se dobla y uno cae sentado. Entonces se estira y lo intenta con el
otro pie, y la rodilla vuelve a doblarse”.
“Pasa mucho tiempo antes de que uno pueda
cargar su peso sobre los dos pies y mantener las rodillas derechas. Hay que
aprender a mantener los pies separados sin que se crucen nunca, porque si se
cruzan uno no se puede parar. Hay que aprender a mantenerlos lo más separados
que sea posible, entonces uno endereza las rodillas... y el cuerpo vuelve a
fallarle, se flexiona la cadera”.
“Después de un tiempo y después de muchos
esfuerzos, uno se las arregla para mantener las rodillas derechas, los pies
bien apartados, la cadera derecha, y se cuelga de uno de los lados del
corralito. Tiene cuatro bases de apoyo: dos en los pies y dos en las manos”.
“¿Qué pasa entonces cuando uno levanta un
brazo? Se cae sentado. Da bastante trabajo aprender a levantar una mano y más
todavía extenderla, porque el cuerpo se tambalea y se va para allá o para allá.
Y hay que aprender a mantener el equilibrio no importa donde se lleve la mano.
Después hay que aprender a mover la otra mano. Y después hay que aprender a
coordinar eso con el movimiento de la cabeza, los hombros y el cuerpo, hasta
que finalmente uno se puede parar con las dos manos libres”.
“Ahora viene el aprender a pararse en un solo
pie. Es un enorme esfuerzo porque la primera vez que uno lo intenta se olvida
de dejar derechas las rodillas y la cadera y se cae sentado. Después de un
tiempo, se aprende a descansar todo el peso en un pie. Pero entonces, cuando se
avanza el otro pie, el centro de gravedad se desplaza y uno se cae.
Lleva mucho
tiempo aprender a adelantar un solo pie. Finalmente, uno da su primer paso y la
cosa parece andar bastante bien. Luego da el segundo paso con el mismo pie y ya
no sale tan bien. Y si da un tercero se cae. Lleva mucho tiempo avanzar el
derecho y el izquierdo, el derecho y el izquierdo, el derecho y el izquierdo”.
Hasta aquí Erickson.
Por cierto, él no acostumbraba dar interpretación
a sus anécdotas. Las contaba, y ya. Erickson afirmaba que todo el trabajo de
sanación le pertenecía al cliente, no a él, y todo era aprendizaje. Los hacía
caer en trance, les contaba anécdotas y al último les daba una prescripción que
debían cumplir. Y la cumplían. Y Erickson se volvió un terapeuta que muchos
colocan a la altura de Freud, por revolucionario.
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