Quizá alguna vez has dicho o sentido: Por favor, ámame, cuídame y protégeme porque
no puedo vivir sin ti. ¡Por favor, prométeme que jamás me abandonarás y que yo
seré tu felicidad!
La expresión anterior suele venir de lo más hondo del
alma. ¿Es sano o enfermizo sentirse así? ¿Fortalece o debilita? Quien la dice o
quien la escucha ¿se sienten mejor, o peor?
Un bebé sería totalmente sincero, sano y verdadero si pudiera
hablar y decirle esto a su madre; el pequeño no puede vivir por sí mismo,
necesita de ella o de alguien que haga sus veces que lo quiera, cuide y proteja,
para sobrevivir. Es una criatura desvalida que sólo el amor de su cuidador
puede salvar de la muerte.
La misma expresión, dicha por un joven o un adulto, presagia
infelicidad. A nadie aprovecha ser amado con tal urgencia. Significaría: Carga conmigo, arriésgate por mí,
conságrame tu vida, hazme vivir y haz que este esfuerzo sea tu felicidad.
Ser amado con un frenesí tan profundo es peor que amar
sin ser correspondido; necesariamente hace sentirse mal.
Mal si rechaza a quien le ama de esta manera, “ocasionando”
a esta persona un dolor indecible que la desequilibra, la lleva a hacer cosas
extrañas y la pone en riesgo de destruir su vida.
Mal también si acepta las obligaciones que este amor le
ofrece, de cuidar y proteger a una persona que no sabe vivir por sí misma.
Más mal si finge que acepta pero no lo hace, y cada vez
que es descubierto en la mentira se recrimina a sí mismo por no poder amar como
se le pide, o se recrimina por ser incapaz de decir que no y dejar que el otro
se hunda, si quiere hundirse.
Entonces, ¿por qué decimos que es una expresión que sale
del fondo del alma? ¿Acaso el alma miente o se equivoca?
No, no se equivoca; los humanos necesitamos ser amados de
esa manera incondicional. El error está en a quién se le pide un amor tan
grande. Acertado sería pararse frente al espejo y pedirle a la propia imagen: Por favor, ámame, cuídame y protégeme,
porque no puedo vivir sin ti. ¡Por favor, prométeme que jamás me abandonarás y
yo seré tu felicidad!
Estaría haciendo lo que es más importante y adecuado en
la vida: darse cuenta de cuánto necesita amarse a sí mismo.
Y si puede responderse: ¡Por supuesto que te amaré siempre, te cuidaré como a lo más
importante, te protegeré de todo peligro con todas mis fuerzas, porque no puedo
vivir sin ti. Jamás te abandonaré y siempre estaré contigo y de tu lado en toda
circunstancia. Amarte y verte bien será mi felicidad! Entonces, estaría
practicando la AUTOESTIMA.
“Psicología” es una columna abierta. Puedes participar
con ideas, temas, preguntas o sugerencias en psicologa.dolores@gmail.com , o en facebook.com/Psic-Ma-Dolores-Hernandez-Gonzalez