lunes, 26 de noviembre de 2018

ESTABILIDAD Y CAMBIO


Con frecuencia escuchamos decir: “¡Cambia, cambia, debes cambiar!”, y uno piensa: “¿Por qué? ¿Hacia dónde?”. Y puede que la voz externa insista: “¡Sal de tu zona de confort!”. Cuando a mí alguien me insta a que abandone mi zona de confort, pienso: “¿Por qué, si me siento confortable? En todo caso, haría esfuerzos para salir de las zonas que me ocasionen malestar”.

El bienestar o malestar nunca son gratuitos; la persona, grupo, o sistema de que se trate han realizado una serie de acciones o elecciones que le condujeron a la satisfacción o al dolor donde se encuentra en el momento actual.

Es posible que las personas confundan “zona de confort” con “zona en la que tengo miedo de hacer cambios”; pero el miedo de ninguna manera es confortable.

Todo sistema posee dos tendencias: a la estabilidad y al cambio. La estabilidad o tendencia homeostática consiste en que un sistema hace las autocorrecciones necesarias para conservarse como es (o como está). En el cambio o tendencia transformadora, el sistema busca y promueve lo nuevo. 

Ninguna de estas dos tendencias es mala. Ambas son necesarias tanto en las personas como en cualquier entidad que sea un sistema. Cuando se logra un equilibrio sano entre dichas tendencias, el resultado es un crecimiento pleno con bienestar confortable.

El crecimiento pleno con bienestar confortable es un buen criterio para elegir entre la estabilidad o el cambio, porque...

Cambiar por cambiar no tiene sentido. A quien lo hace se le llama snob y puede ocasionar más daño que bien. 

Defender lo establecido sólo porque así se acostumbra hacerlo tampoco tiene sentido. A quien lo hace se le llama conservador y en ocasiones fundamentalista.
 
Es importante discernir qué es lo que merece y puede ser cambiado. Si bien es cierto que la vida es un constante cambio, la estructura interna de un sistema no debe cambiar, o éste enfermará y tal vez muera. Significa que cada uno de los elementos que componen al sistema tiene un lugar y debe permanecer en él, para cumplir su función. Si alguno cambiara de sitio o dejara de interactuar, todo el sistema se resentiría. Ejemplos de modificaciones en la estructura: Un hueso dislocado (fuera de lugar) ya no puede interactuar en armonía y ocasionará que la persona se sienta mal. En un cadáver, aun cuando todos sus elementos (corazón, pulmones, intestino, etc.) conservaran su lugar, no cumplen su función y han dejado de interactuar. Se acabó la estructura.

Quiere decir que lo estructural forma parte de lo que debe permanecer estable. En un sistema familiar, por ejemplo, no corresponde a la madre o al padre el lugar y la función de hijos. El niño pequeño tirano que determina lo que se va a desayunar en casa o a qué hora deben salir y regresar los papás, está ubicado como el padre de éstos. Lo mismo el papelerito que sale a trabajar para llevar el sustento a la familia. Estos cambios en la estructura (que no debería ser cambiada) ponen en peligro la existencia y funcionalidad del sistema. 

Por lo dicho puede entenderse que “estructura” y “lo establecido” no son la misma cosa. Lo primero es esencial para el bienestar del sistema, lo segundo puede ser beneficioso o dañino, y sólo se acostumbra hacerlo. 

Existen sistemas en los que es costumbre forzar la estructura y se lo considera correcto, similar a cuando se les deformaba los pies a las antiguas mujeres chinas o se volvía bizcos a los antiguos mayas “para que fueran bellos”. A nadie le ocasionaba remordimiento participar en actos que hoy sabemos eran atroces. En la actualidad pasa lo mismo en aquellas filosofías que restan importancia o intentan suprimir algún elemento esencial del ser humano, sea el cuerpo, el intelecto, el afecto, lo social o lo espiritual. A dichas filosofías, en donde se acostumbran, puede englobárselas dentro de “lo establecido”.

“Psicología” es una columna abierta. Puedes participar con ideas, temas, preguntas o sugerencias en psicologa.dolores@gmail.com , o al teléfono 7 63 02 51

lunes, 19 de noviembre de 2018

PORNOGRAFÍA


Mi esposo y yo tenemos 22 años de casados. Un día él perdió su teléfono y compró otro. Después me lo encontré y se me hizo raro que el nuevo aparecía en línea y escribiendo en horas de trabajo. Luego, que voy viendo sus direcciones de pura pornografía. Pero él lo negó. Sentí molestia, coraje y angustia y le dije “búscame a mí, ahora yo ya tengo más tiempo”. Yo nunca lo buscaba porque no me gusta ser la que empieza. Él más antes tuvo problemas de erección, ya no, en eso estamos mejor, pero me frustra que no me diga la verdad y me da miedo que se le haga como su droga. ¿Me recomienda llevarlo con un psiquiatra?

OPINIÓN

Estoy entendiendo que ustedes dos habían sido bastante “secos” durante 22 años e imagino que las cosas sucedieron así: él se dio cuenta que estaba teniendo problemas de erección y se buscó un método para probar si siempre o no siempre. Debió practicar algunas veces y descubrir algo. Andaba en busca de una solución que lo rehabilitara ante tus ojos y los suyos. Tomó sobre sí la tarea de encontrar dicha solución pero no podía decirte su método porque no sabía cómo reaccionarías.

Tienes el mérito de que, cuando lo descubriste, reaccionaste de la mejor manera posible diciéndole: “Búscame a mí”. Afortunadamente se encontraron, después de tantos años.
La opinión que voy a darte no te va a gustar y tampoco le gustará a mucha gente. Yo creo que debes agradecerle a la pornografía que tu esposo la viera, que tú lo descubrieras y que, a causa de ella, tú hayas decidido a buscarlo a pesar de que no te gustaba ser la primera, y al final, que él te respondiera bien en este sentido.

¿Lo anterior significa que yo recomiendo la pornografía para solucionar problemas sexuales? De ninguna manera; sería como recetar aspirina para todo tipo de problemas físicos. Que haya habido un buen resultado en este caso particular dependió de la buena disposición de tu esposo y de la tuya;  ambos deseaban estar bien. Estoy suponiendo esto último porque la gente no se pone bien si no quiere estar bien, y ustedes mejoraron.

¿Están solucionados todos sus problemas de pareja? No; pero tampoco es imposible que estén en vías de solución, porque cuando alguien se abre al aprendizaje, aprende lo que desea aprender. Los hechos indican que ustedes desean aprender a convivir bien, o no habrían reaccionado tan positivamente hacia estar mejor.

Por otro lado, es evidente que tienes miedo que él continúe por ese camino y deseas hacer algo para detenerlo e impedírselo. No puedes hacer nada. Él es un adulto que tomará esa decisión en el momento oportuno. O no la tomará. Tú ya hiciste lo que podías hacer, decirle que te buscara a ti. Más allá no llega tu poder. Es una ilusión pensar que tenemos poder para hacer que otros cambien. Si uno se pone muy estricto, el otro opta por hacer en secreto lo que quiere hacer. Felicidades por su nueva etapa. 

Me causa gracia que preguntes: “¿Me recomienda llevarlo con un psiquiatra?”. A un niño se le lleva a comprar un helado; a un adulto se le pregunta y se le pide opinión. Él no va a hacer lo que tú quieras. Y si acaso lo hiciera, se encargaría de demostrarte que la medida es inútil.

“Psicología” es una columna abierta. Puedes participar con ideas, temas, preguntas o sugerencias en psicologa.dolores@gmail.com 



lunes, 12 de noviembre de 2018

MASTURBACIÓN


Pido un consejo para con mi hijo de 13 años que seguido amanece con su ropa sucia, yo creo que se la pasa toqueteándose. Me preocupa que agarre ese vicio.

OPINIÓN

Tu pregunta es sobre un tema tabú en nuestra cultura occidental. También los tabúes se aprenden.

Los humanos hemos tenido que aprenderlo todo y siempre a base de repeticiones. Aprendemos toda la vida. De bebés tardamos mucho en localizar nuestras manos y mucho más en saber que tenemos dos y no una ni cuatro. Debimos aprender a usarlas y a diferenciar entre las sensaciones de cuando tocábamos la cuna, el sonajero, la otra mano, el pie, la barriga, la oreja o a otra persona. Mayor complejidad tuvo aprender a sentarnos. Luego, hacer solitos. Después, caminar. Más tarde, hablar, lo cual nos exigió distinguir entre hacer gorgoritos y producir determinados sonidos propios del idioma. Y seguimos aprendiendo: un cantante asiste a clases de canto para ejercitar sus cuerdas vocales, un deportista entrena, un actor ensaya. Siempre aprendemos, cosas excelentes, buenas, útiles, inútiles, tontas, nocivas... Así conformamos nuestra personalidad. La repetición de un evento hace más predecible que éste vuelva a suceder. 

Cada aprendizaje es un reto. Todo niño aprende a identificar las ganas de ir al baño. Debe saber por dónde salen la orina y el excremento y qué músculos hay que activar a fin de no ensuciar su ropa, solo entonces aprende a hacer pipí y popó en el lugar adecuado. Si es varón, realiza miles de ejercicios variados orinando sobre animales, cosas anchas y angostas o desde alturas, y compite con otros varones a ver quién lanza el chorro más lejos. Su necesidad de aprender lo hace querer conocer bien esta función. Está diferenciando las sensaciones y, también, calibrando su propia capacidad y límites; tarde o temprano descubrirá que no puede enviar el chorro a 100 metros.

Durante este entrenamiento, el varoncito aprende a “saber” si su cuerpo es bonito, feo, digno de aprecio, detestable, vergonzoso, etc., según la información que haya recibido y que no necesariamente fue hablada. Podría ser que lo regañaran diciéndole: “Muchacho cochino, tápate eso tan feo”. Todo lo aprende. Puede darse el caso de que él concluya que sería mejor que no tuviera pene, o que este sirve sólo para orinar, o sabrá Dios qué.

Durante este montón de repeticiones distintas, las neuronas trabajan en registrar y mecanizar todo a fin de que la persona no tenga que detenerse en cada fracción de movimiento y ordenar a los músculos lo que deben hacer. De lo mecanizado se encarga el subconsciente. Tenemos montones y montones de aprendizajes guardados que no necesariamente reconocemos ni recordamos conscientemente.

El aprendizaje nunca termina. Se completa uno y llega otro. Más complicado que el control de esfínteres es, en los varones, aprender a conocer las diversas funciones de su pene, como la de eyacular. Él va a necesitar explorar su pene, jugar con él, estimularlo, descubrir cómo lo siente cuando está flácido, medio erecto o en plena erección, cómo es eyacular y de qué maneras puede posponer esta acción para hacerla no de cualquier manera y en cualquier parte ni a cualquier hora. Y que cuando suceda, para él sea placentera. Para eso necesita repetición, práctica. No es necesario que el chico sepa intelectualmente lo que sucede, sino que suceda. Hay chicos que necesitan millares de repeticiones para ponerse en forma y a cargo de su buen funcionamiento sexual.

Durante una eyaculación, secreciones uretrales y prostáticas, junto con el esperma, deben salir por el meato urinario. Para esto, antes deben haberse cerrado el esfínter interior de la vejiga y el exterior de la orina. Si estos mecanismos fallan, puede ser que no haya eyaculación, que la haya pero sin esperma, o que ésta vaya a parar a la vejiga y salga con la orina. 

Suena extraño, pero hay hombres que no han aprendido a eyacular, que les duele hacerlo, que no pueden controlar el tiempo y se corren demasiado rápido, o que sienten fobia de que su pene esté “encerrado” en una vagina. Tienen “pendiente” ese aprendizaje.

Los seres humanos somos un maravilloso equipo de aprender. Lo aprendemos todo. Y creo que tú ya sabes la respuesta a tu pregunta, la tienes en tu corazón y sólo necesitas reconocerla.

“Psicología” es una columna abierta. Puedes participar con ideas, temas, preguntas o sugerencias en psicologa.dolores@gmail.com , o al teléfono 7 63 02 51


lunes, 5 de noviembre de 2018

DAR Y RECIBIR ES NATURAL


En la naturaleza existe un orden de intercambio: el que tiene más da y el que tiene menos recibe. Nunca es al revés porque no se puede dar lo que no se tiene. Entre dos cuerpos, el de mayor temperatura calienta al frío y el que abunda en agua humedece al seco, tendiendo siempre a un equilibrio.
Entre los humanos sucede lo mismo: hay un intercambio natural y continuo donde el que tiene más da al que tiene menos.  De lo que sea: riqueza material, alegría, amor, tolerancia, confusión, rabia, odio...  Sólo alguien que tiene vida puede dar la vida a otro. Quien posee amor ama a sus semejantes.  El que sufre un duelo entristece a los demás. La persona confundida mete confusión a su alrededor.
Damos y recibimos continuamente puesto que no somos islas, sino miembros de un sistema en el que todos sus elementos interactúan. Sin embargo, como humanos, tenemos la facultad de creer que así sucede o negarnos a creerlo. Nos gustan las interpretaciones, sean éstas ciertas o falsas.
“Dar es mejor que recibir” y “dar sin esperar nada a cambio” son unas de estas interpretaciones que no tienen sentido, creadas por los humanos. Nos las enseñan desde niños: “No seas egoísta, da siempre”. Es imposible cumplirlas, porque también es bueno y necesario recibir. Pero los que han aceptado esta creencia enaltecen el dar y desprecian el recibir. Se sienten superiores cuando dan e inferiores si reciben. Los resultados son pésimos porque, aunque el intercambio continúa, ellos no pueden verlo ni aceptarlo ni dar las gracias.
Así como una fuente que da y da debe ser reabastecida, alguien que procura dar y solamente dar sin recibir, queda seco. En su delirio de que no recibe se prohíbe pensar: voy a disfrutar esto. Su actitud es: doy a mi familia un paseo a la playa, a Six Flags, etcétera, pero no es para mí ni en mi beneficio.
He conocido a padres de familia, sacerdotes, religiosos, terapeutas, maestros, científicos, etc., que dan y dan y luego, llega el momento en que se vuelven (en su mente) incapaces de recibir. Sólo se relacionan si pueden imaginar que están en actitud de dar; es decir, de superioridad. También  familias completas creen eso y dicen: “a nadie le pido nada”,  “a nadie le debo nada”, “nadie puede ayudarme”, “Nadie me va a decir lo que tengo qué hacer”, “nadie me va a enseñar a mí”, “lo haré solo, sin ayuda de nadie”... Y si alguien ofrece ¿puedo servirte en algo?, de seguro contestan: “No, nada, estoy bien”.
Recuerdo una película viejísima, “La oveja negra”, donde el papá era un problemático que traía a todos metidos en confusión y un día no pudo disimular que había cometido un error grave. Entonces le exigieron que se disculpara con aquel que había ofendido. Él contestó: “Yo no pido disculpas ni pido nada. Yo doy. Siempre doy. Así que voy a ofrecerle a ése la disculpa que ustedes me piden”. Paradójicamente, el personaje en cuestión que “siempre daba” no tenía trabajo, lo mantenía su hijo y se pasaba la vida necesitando que le resolvieran los problemas en que se metía.
Es falso que uno no reciba o que no necesita. Lo que puede suceder es que no vea lo que recibe, no lo tome conscientemente y no dé las gracias. Inclusive la conducta más altruista hace que uno reciba algo, así sea sólo la oportunidad de sentirse más rico que otros.
La soberbia, sobre todo la soberbia espiritual, es el peligro más grande de este tipo de personas que creen sólo dar y se sienten demasiado grandes como para relacionarse con “los pequeños” de su alrededor y necesitarlos.
“Psicología” es una columna abierta. Puedes participar con ideas, temas, preguntas o sugerencias en psicologa.dolores@gmail.com , o al teléfono 7 63 02 51