Con frecuencia escuchamos decir: “¡Cambia, cambia, debes
cambiar!”, y uno piensa: “¿Por qué? ¿Hacia dónde?”. Y puede que la voz externa
insista: “¡Sal de tu zona de confort!”. Cuando a mí alguien me insta a que
abandone mi zona de confort, pienso: “¿Por qué, si me siento confortable? En
todo caso, haría esfuerzos para salir de las zonas que me ocasionen malestar”.
El bienestar o malestar nunca son gratuitos; la persona,
grupo, o sistema de que se trate han realizado una serie de acciones o
elecciones que le condujeron a la satisfacción o al dolor donde se encuentra en
el momento actual.
Es posible que las personas confundan “zona de confort”
con “zona en la que tengo miedo de hacer cambios”; pero el miedo de ninguna
manera es confortable.
Todo sistema posee dos tendencias: a la estabilidad y al
cambio. La estabilidad o tendencia homeostática consiste en que un sistema hace
las autocorrecciones necesarias para conservarse como es (o como está). En el
cambio o tendencia transformadora, el sistema busca y promueve lo nuevo.
Ninguna de estas dos tendencias es mala. Ambas son
necesarias tanto en las personas como en cualquier entidad que sea un sistema.
Cuando se logra un equilibrio sano entre dichas tendencias, el resultado es un crecimiento
pleno con bienestar confortable.
El crecimiento pleno con bienestar confortable es un buen
criterio para elegir entre la estabilidad o el cambio, porque...
Cambiar por cambiar no tiene sentido. A quien lo hace se
le llama snob y puede ocasionar más
daño que bien.
Defender lo establecido sólo porque así se acostumbra
hacerlo tampoco tiene sentido. A quien lo hace se le llama conservador y en ocasiones fundamentalista.
Es importante discernir qué es lo que merece y puede ser
cambiado. Si bien es cierto que la vida es un constante cambio, la estructura
interna de un sistema no debe cambiar, o éste enfermará y tal vez muera. Significa
que cada uno de los elementos que componen al sistema tiene un lugar y debe
permanecer en él, para cumplir su función. Si alguno cambiara de sitio o dejara
de interactuar, todo el sistema se resentiría. Ejemplos de modificaciones en la
estructura: Un hueso dislocado (fuera de lugar) ya no puede interactuar en
armonía y ocasionará que la persona se sienta mal. En un cadáver, aun cuando
todos sus elementos (corazón, pulmones, intestino, etc.) conservaran su lugar,
no cumplen su función y han dejado de interactuar. Se acabó la estructura.
Quiere decir que lo estructural forma parte de lo que
debe permanecer estable. En un sistema familiar, por ejemplo, no corresponde a
la madre o al padre el lugar y la función de hijos. El niño pequeño tirano que
determina lo que se va a desayunar en casa o a qué hora deben salir y regresar
los papás, está ubicado como el padre de éstos. Lo mismo el papelerito que sale
a trabajar para llevar el sustento a la familia. Estos cambios en la estructura
(que no debería ser cambiada) ponen en peligro la existencia y funcionalidad
del sistema.
Por lo dicho puede entenderse que “estructura” y “lo
establecido” no son la misma cosa. Lo primero es esencial para el bienestar del
sistema, lo segundo puede ser beneficioso o dañino, y sólo se acostumbra
hacerlo.
Existen sistemas en los que es costumbre forzar la
estructura y se lo considera correcto, similar a cuando se les deformaba los
pies a las antiguas mujeres chinas o se volvía bizcos a los antiguos mayas
“para que fueran bellos”. A nadie le ocasionaba remordimiento participar en
actos que hoy sabemos eran atroces. En la actualidad pasa lo mismo en aquellas
filosofías que restan importancia o intentan suprimir algún elemento esencial
del ser humano, sea el cuerpo, el intelecto, el afecto, lo social o lo
espiritual. A dichas filosofías, en donde se acostumbran, puede englobárselas
dentro de “lo establecido”.
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