martes, 31 de enero de 2017

PROHIBICIONES Y PERMISOS




Todos nos hemos preguntado alguna vez por qué motivo hacemos o dejamos de hacer algo para lo cual no encontramos explicación suficiente. Nos decimos: “Así soy”, “así debe de ser”, “así me gusta” o “así prefiero”, y si alguien externo llegara a preguntarnos el porqué de nuestros hechos y palabras, nos guardaríamos bien de responder la verdad; que no lo sabemos.
En el libro “Nacidos para triunfar”, las autoras James y Jongeward cuentan la historia de una mamá que enseñaba a su hija la receta familiar para cocinar un buen jamón y mencionó que debía cortar y apartar las cuatro esquinas del mencionado jamón, antes de meterlo al recipiente donde lo hornearía. La hija preguntó qué hacer con ellas, a lo que respondió la madre: “Lo que quieras: te las comes, las guardas o las tiras”. “¿Por qué?”, volvió a preguntar la chica. La madre no supo el por qué y cuando visitó a su propia madre se lo preguntó. “Así se hace”, contestó la abuela. “¿Por qué?, insistió la hija convertida en madre. Preguntaron a la bisabuela que aún vivía, la cual contestó: “Porque no me cabía en la cazuela”.
Es obvio que la cazuela de la bisnieta no forzosamente tenía las mismas dimensiones.
La anécdota puede ser respuesta a muchas de las cosas que hacemos sin pensar y a las que nos sentimos en obligación de hacer o evitar: son costumbres, a veces tradiciones, en el sentido que se han practicado por más de 3 generaciones. Tuvieron utilidad en su momento, pero los años traen cambios y deben ser revisadas. Algunas estorban y sin embargo, la mente las guarda como recetas del buen vivir. Pueden ser tantas y de tantas clases que resulta difícil ya no digo enumerarlas, sino identificarlas.
Recuerdo a una alumna de la universidad, ya casada y mayor que sus compañeros, que se dio permiso de acompañar a éstos en un receso. Ellos, muy jóvenes, en grupo y hambrientos, salieron a la calle y se dirigieron a un puesto de tacos, pidieron y se sentaron en la banqueta a comerlos. Ella no pudo. ¿Qué pasaba? En su imaginación, alguien conocido podría descubrirla y no sabría explicar su conducta. Lo tenía prohibido por su estatus y clase social. Esto la separaba del grupo al cual necesitaba pertenecer, porque sería demasiado difícil concluir su carrera sin contar con el apoyo de los pares; mas no pertenecería si seguía interponiendo sus prohibiciones internas entre ella y los compañeros. Debía, por lo menos, matizarlas.
Un observador externo puede pensar que determinada prohibición o mandato es trivial y nada ocurrirá si se quebranta; pero para el dueño de la mente no es así: cualquier desobediencia tendrá efectos nocivos de inmediato o después. Inclusive puede ser explicación real o pretextada de una mala consecuencia, años después.  Casi podemos predecir qué ocurrirá si alguien se atreve a contrariar sin permiso las siguientes prohibiciones: “No con alguien de color”, “no con gente blanca”, “no con personal de servicio”, “no con los ricos”, “no con la chusma”… u otras prohibiciones que no lo parecen: “el dinero corrompe” que puede traducirse: “nunca seas rico”; “los muchos estudios secan el seso”: no estudies demasiado; “el matrimonio es para siempre”: prohibido separarse o divorciarse…
Trasgredir una prohibición o un mandato de la mente siempre acarrea consecuencias nocivas, salvo que se obtenga un “permiso” legítimo para hacerlo. Pueden darlo quienes impusieron la regla, o uno mismo. Lo primero es posible o imposible. En el segundo caso, sólo queda el darse permiso uno mismo con un acto de libertad responsable: “Decido hacerlo y asumo las consecuencias”. Si el permiso no es total, o la persona duda de su propia autoridad para dárselo, las consecuencias nocivas han de llegar en forma de culpabilidad o de conductas tendientes a “restablecer la normalidad”. Muchas veces se leen como preguntas misteriosas: “¿Por qué no puedo ser feliz, si tengo todo para serlo? O: ¿Por qué siempre parezco sabotearme yo mismo?”. Si uno se ha hecho estas preguntas, valdría la pena que revisar las prohibiciones que ha desobedecido, a veces por necesidad, pero sin el debido permiso.
“Psicología” es una columna abierta. Puedes participar con ideas, temas, preguntas o sugerencias en psicologa.dolores@gmail.com o en facebook.com/Psic-Ma-Dolores-Hernandez-Gonzalez




martes, 24 de enero de 2017

REPROGRAMAR EL SUBCONSCIENTE



Descubrí su documento sobre la programación del subconsciente y tengo una pregunta, ¿puedo reprogramarme para superar una decepción amorosa, deslealtad y dolor? Aunque ahora estoy mejor y siento que voy bien, deseo no sentir absolutamente nada por esa situación y persona, ¿es posible?
OPINIÓN
El subconsciente puede reprogramarse como uno quiera; pero no sentir nada, como si tu relación jamás hubiera ocurrido, sería reprimirla, mandarla al inconsciente con la prohibición de que vuelva a la conciencia. Es como crear una burbuja de amnesia. Tales burbujas son fuentes de desórdenes mentales y no creo que sea lo deseas.
El inconsciente es tendencia inquebrantable hacia la vida y la salud. Opone cuanta resistencia se le ocurra para evitar que una represión tenga éxito. La lucha entre sí-no-se-reprime suele ser de gran sufrimiento. Existen otras maneras menos crueles y más saludables de tratar con estas experiencias.
El subconsciente se programa con pensamientos y visiones de las cosas. Una reprogramación sana comienza por la visión de lo que es, qué sucedió y cómo sucedió, con sus claroscuros. Los claros consisten en que seguramente viviste con esa persona momentos gratos, sueños, fantasías de cosas bellas... El placer que de ello se deriva no tiene par; los enamorados se entregan a sentir sin oponer resistencia. Es la parte luminosa de la experiencia y ocasiona que los protagonistas luzcan radiantes de alegría y felicidad. Los oscuros comienzan cuando surgen programaciones adversas previas que advierten “¡cuidado, se puede acabar, puede ser falso, puedes sufrir!” y tantas más; sin embargo, lo vivido, vivido está. Mientras dura “el trance”, los oscuros sólo sirven para intensificar la luz, de ahí que las reconciliaciones sean encantadoras. Tal belleza no merece ser suprimida de la conciencia, equivale a depositar ahorros en la cuenta de la felicidad para las épocas de escasez. Esto es honrar la experiencia.
Viene lo oscuro. Tarde o temprano llega el desencanto, también cuando los enamorados contraen matrimonio y forman una familia. Las fantasías maravillosas aterrizan en una realidad que nunca alcanza las quimeras que nos formamos en la imaginación. Entonces, así como intensa fue la dicha, igual la desilusión, porque el amor romántico magnifica cualquier sentimiento, positivo o negativo. Es entonces que las personas exclaman con furia: “Tonta de mí, no vuelvo”.
Honrar ambos, no sólo la luz ni sólo la oscuridad, y tomarlos como lo que son: experiencias, lleva a sanar.
La reprogramación del subconsciente, pues, consistirá en mirarlo todo y acomodarlo de una manera que no “haga olas”.
No se trata de quedarse atorados intentando revivir y volver presentes aquellas hermosas e ilusorias fantasías que ya se fueron, no es su tiempo, la realidad las desplazó. Tampoco lo contrario: condenar y teñir de negrura lo vivido.
Reprogramar el subconsciente es mirar lo vivido con una visión nueva de gratitud y regocijo por la experiencia, y realizar un “ajuste de cuentas”, porque una causa frecuente de atoramiento es que los protagonistas se hayan quedado a deber algo, bueno o malo, un beso o un insulto.
El ajuste de cuentas sobre algo que ya pasó sólo puede consistir en dar las gracias. Gracias de lo hermoso y de lo feo, de la totalidad de la experiencia. Implica mirar dicha experiencia como fuente de aprendizaje y sabiduría. Ésta es la reprogramación del subconsciente que puede dejarte libre y satisfecha: que consideres valioso el amor que diste, que te alegres de haberlo regalado, que agradezcas el que recibiste tal como sucedió, dejando de investigar si alguno de los dos debería sentirse culpable.
Sabrás que tu subconsciente ya asimiló y acomodó tu experiencia “sin hacer olas” cuando en tu corazón puedas decir a esta persona: “Estamos a mano y en paz. Ahora, con amor, te dejo ir”.
“Psicología” es una columna abierta. Puedes participar con ideas, temas, preguntas o sugerencias en psicologa.dolores@gmail.com , al teléfono 7 63 02 51 o en facebook.com/Psic-Ma-Dolores-Hernandez-Gonzalez

martes, 17 de enero de 2017

No es cierto que dar es mejor que recibir




No es cierto que dar es mejor que recibir; ambas acciones son partes de un movimiento que se completa a sí mismo; de las mejores cosas de la vida, y de las peores. El desastre ocurre cuando la jarra entrega su contenido esperando que se encuentre un vaso ahí para recibirlo, y no hay ninguno. El líquido se derrama, salpica, inunda, cae sobre aquello que no lo espera ni le sirve. Muy malo sería si el receptor se sintiera obligado a conservar lo que le cayó encima.
En las interacciones sucede todos los días: podemos dar a quien no quiere tomar y no tomar lo que nos dan. También lo opuesto: esperar recibir de quien no está disponible para dar porque no puede o no quiere.
Es imposible que vivamos sin dar y recibir porque la vida es un intercambio constante, en el que entregamos lo que somos y recibimos a los demás como son, pero es distinto recibir y tomar. Lo primero es como el sol y la lluvia, regalos o imposiciones que se nos entregan y no estamos obligados a tomar. De hecho, construimos sombrillas, techos, aparatos de aire acondicionado y cañerías para resguardarnos, dosificar lo que tomamos o deshacernos de los excesos.
Tomar es voluntario. Triste sería no confeccionarnos una protección, cáscara o armadura que nos dé la oportunidad de seleccionar lo que nos parece adecuado para enriquecer nuestra vida. Triste es dar a quienes no pueden tomar, y molesto recibir lo que no se necesita. Al que ingrato me deja, busco amante; al que amante me sigue, dejo ingrata, escribió sor Juana. Triste ofrecer a nuestros semejantes contenidos que no quieren ni necesitan, ocasionando que nuestra compañía los fuerce a vivir constantemente alertas para protegerse de lo que les proyectamos.
¿Conocemos lo que proyectamos, lo que damos? Es decir, ¿estamos siempre conscientes de lo que enviamos a nuestro exterior? Por supuesto que no siempre; ya sabemos que del 100% de nuestras acciones, 90 o 95% son inconscientes. Proyectamos lo que tenemos dentro: el amoroso, amor; el seguro, seguridad; el temeroso, temor; el culpable, culpabilidad; el que se miente, mentiras; el enojado, ira; el frustrado, insatisfacción; el celoso, desconfianza; el pacífico, paz. No alcanzaremos a conocer el alcance de la intangible influencia que nuestra vida irradia. Hay personas que han trabajado tanto sus contenidos interiores que su sola presencia cura y sin aparente esfuerzo transforman su medio ambiente en algo bello.
En estos tiempos de intranquilidad social y temor al futuro, la inseguridad y la corrupción, unos a otros nos damos sin saber motivos para estar asustados. Por esto es más importante aún cuidar los propios contenidos, pues saldrán de nosotros sin que nos demos plena cuenta y colaborarán en la percepción colectiva de la realidad. Nada es tan terrible que no pueda ser transformado en bendición con un tratamiento interior adecuado.
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