lunes, 14 de noviembre de 2016

LA NUEVA ABNEGACIÓN



Dedico este artículo dedicado a las mujeres abnegadas de hoy. ¿Aún existen? Sí, y también hombres, pero a ellos no se les inculca la abnegación como virtud, o no en el mismo sentido ni tanto como a ellas.
Por abnegación entiendo privación, renuncia; que una persona se olvide de vivir la propia vida para dedicarse al bienestar ajeno, sacrificando su voluntad, afectos o intereses; renuncia a gozar, divertirse o esforzarse por algo que la haría sentir mejor a ella. Generalmente, esta abnegación se basa en motivos religiosos o de altruismo.
No entiendo por abnegación hacer o dejar de hacer acciones para obtener un objetivo cualquiera.
Las mujeres no somos abnegadas por naturaleza, sino por educación. Nos enseñaron a agradar, a estar más pendientes de las miradas ajenas que de la nuestra (“con esto te verás bonita”, “lo más importante es ser bella”), a ver el mundo a través de los ojos de otros: el marido, el posible novio, las amigas, la sociedad en general, los propios padres… (“Eso es mal visto”, “¿y tú reputación, qué?”); nos prepararon para obedecer, de preferencia con gusto, y a no ser dueñas de nosotras mismas, (“¿Acaso te mandas sola?”, “si quieres hacer tu voluntad te quedarás sin casar”, “no creo que tu marido te dé permiso”); nos premian la conducta heroica de tipo altruista (“es tan buena que come hasta que les sirve a todos”), en cambio la asertiva o de amor propio, castigada (“no hables bien de ti, deja que otros lo hagan”).
Necesitadas de afecto y de pertenencia como cualquier ser humano, de pequeñas hacemos cuanto sea necesario para ganarnos el amor y un lugar en la familia. Ya se sabe que los años de la infancia son decisivos en la formación del carácter. Como culturalmente se espera que las cargas de la familia sean de responsabilidad preferente (a veces única) de la mujer, se procura enseñarle que las acepte como propias, como su ideal y como lo que le da sentido a su existencia. No es de extrañar, entonces, que deba decir que “la boda es el día más feliz e importante de su existencia”, así como las fechas de llegada de los hijos. Digamos que esto corresponde a la abnegación antigua.
La nueva abnegación consiste en exigirnos determinada manera de pensar. Siempre existirá la amenaza de ser consideradas “traicioneras a la causa”. ¿Cuál causa? La de convencer al mundo que lo femenino es mejor, la mujer más poderosa y necesitada de nadie, invulnerable; que la relación mujer/varón ha sido invariablemente de humillación y sometimiento para ella; que los sinsabores que han sufrido las generaciones anteriores a manos de “bichos depravados” (los varones) deben ser vengados. En otras palabras, mientras se critica la abnegación de nuestras madres y abuelas, se exige a la mujer actual tener una actitud de una venganza que resulta en otro tipo de abnegación. ¿Cuál? La de renunciar a los propios pensamientos y sentimientos para quedar bien con alguien, ahora desconocido, una moda.
Contra abnegación enfermiza, amor propio y libertad.
“Psicología” es una columna abierta. Puedes participar con ideas, temas, preguntas o sugerencias en psicologa.dolores@gmail.com , o en facebook.com/Psic-Ma-Dolores-Hernandez-Gonzalez

lunes, 7 de noviembre de 2016

AMBIGÜEDADES DE MODA



En Internet circulan frases lindas y otras que son ambiguas: “Haz sólo lo que te gusta”, “no escuches a tus miedos”, “aumenta tu autoestima”, “sé tú mismo”, y no menciono más porque en este espacio no alcanzaría a hablar de cada una. Suenan bien, parecen cápsulas de sabiduría y son aceptadas como verdades; pero también pueden lanzarnos a una inmovilidad aturdida o a un atolondramiento impetuoso. Sugieren que, cumpliéndolas, obtendremos una vida fácil y placentera, y sabemos que la vida no es así; a lo más, es simple y llevadera.
HAZ SÓLO LO QUE TE GUSTA. Por supuesto que, si hay oportunidad, es bueno dedicarnos a lo que nos gusta; pero a veces tenemos que hacer cosas desagradables, como cambiar pañales, levantarse temprano, presentar un examen, solicitar empleo... Hacer sólo lo que nos gusta precisaría una docena de pajes que se encargaran de lo demás. ¿Querrían ellos? ¿Esperamos tenerlos?
NO ESCUCHES A TUS MIEDOS. Dejar de escuchar estos avisos que nos advierten de un peligro, lleva a cometer errores. A los miedos hay que escucharlos, para no decir después: “lo presentí, pero no hice caso”. Aun los miedos locos e irracionales deben ser escuchados y llevados a la conciencia. Sólo allí pueden ser solucionados. Es cierto, los valientes realizan hazañas aunque tengan miedo, pero no ignoran el riesgo; lo afrontan.
AUMENTA TU AUTOESTIMA. La autoestima es amor por sí mismo y no se aumenta ni disminuye, se reconoce. Es instintiva. Desde al nacer tenemos tanto amor instintivo por nosotros mismos que luchamos continuamente por sobrevivir, lograr que nos quieran y obtener todo aquello que creemos nos conviene. Podemos equivocar la estrategia, pero no el amor. En mi libro “Lo mejor de lo peor”, de Trillas, dedico un capítulo completo a este tema. Se titula Egoísmo.
Bien o mal, la inteligencia gobierna los instintos; les da cauce o les declara la guerra. Ella a veces se equivoca y nos ordena actuar en contra de ellos; es facultad exclusivamente humana poder hacerlo. A veces dictamina, de acuerdo con sus creencias, que algún instinto es malo o no debería existir; pero los instintos sobreviven a los dictámenes intelectuales y buscan manifestarse, así sea por escapes retorcidos. En el caso de la autoestima, el equívoco proviene de confundirla con la autoimagen; esta última sí aumenta y disminuye, se nutre de la aprobación nuestra y ajena y, dependiendo de la cantidad de halago o descalificación que recibe, puede ser sana o volverse un monstruo obeso o un esqueleto. Las imágenes son actividad intelectual; los instintos, impulso.
SÉ TÚ MISMO. ¿Acaso existe otra opción? Por supuesto que cada uno es sí mismo, el que sube, baja, come, ríe, dice palabras prudentes o desacertadas y elige expresar o callar sus sentimientos íntimos. Lo contrario es sólo imaginación. Mentir, fingir, eludir la responsabilidad, negarse: “No es mi culpa”, “fue el alcohol”, “se rompió solo”, “ni cuenta me di”, “¿celos yo?”, “¿envidia yo?, ¿”mentiras yo?”, o lo que sea. Somos “sí mismo” siempre, también cuando mentimos, hacemos actuación o nos negamos a responsabilizarnos de nuestros actos.
La ambigüedad está en que algunos toman el “sé tú mismo” como un permiso para hacer y decir lo que les viene en gana, sin consideración para consigo o los demás, opuesto a lo que aconsejaría el amor de autoestima; es decir, cuidar del propio bienestar de hoy y del futuro. Un yerno o nuera que dice para que le oigan: “Yo nada me callo”, “odio que tu madre venga a visitarnos”, “señora, habla usted como una lora”, “aquí no es bienvenida”… Puede que estas palabras correspondan a un sentimiento auténtico, pero no acarrean bienestar para quien las dice o las escucha. Carecen de estilo. Ser uno mismo nunca otorga el derecho a exigir que los otros toleren un comportamiento descortés, rudo o egocéntrico.
Dilucidar la ambigüedad es una tarea importante de la inteligencia que permite elegir lo que realmente queremos y nos conviene.
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