No sé de quién fue la idea del paro de mujeres y la
considero genial; ha logrado que millones de mexicanos vuelvan sus ojos hacia
la mitad femenina de la población, aunque sea para preguntar “¿es en serio?”.
Estamos en el foco de la atención. Un conflicto que se ha evadido por siglos
salta a la luz. “Detrás de un gran hombre hay siempre una gran mujer”; detrás,
no al lado ni a su altura sino como apoyo y pedestal, para él.
Sea que el paro se realice o no, ya está teniendo efectos
al provocar que todos piensen e imaginen cómo sería el mundo sin nosotras y si tenemos
derecho o no a negarnos a algo que se da por sabido: estar ahí.
Dice Adela Micha: “Hoy, las mujeres callamos para ser
escuchadas”. ¿Qué queremos decir? ¡Que somos personas! Personas con anhelos,
sentimientos y miedos tan válidos como los de cualquier otro ser humano y, sin
embargo, todas hemos sido víctimas de violencia alguna vez por el hecho de ser mujeres! ¿Es exageración? No.
La violencia que hemos sufrido no siempre ha sido la muy
evidente de ser asesinadas o golpeadas, pudo ser más sutil y tan acostumbrada
que nadie la advirtiera: “Te doy permiso de que trabajes, si no descuidas la
casa”. Te doy permiso, yo, el grande, a ti, la pequeña. No en un convenio de
adultos donde ambos opinan y meten el hombro para un objetivo común, no; él toma determinaciones por ella. Que me perdone
AMLO si me equivoco al pensar que él le ordenó a su esposa cambiar de postura.
Ella primero había apoyado el paro y horas después twiteó: “No al paro”. Podría
haber agregado: “Mi hombre no estuvo de acuerdo; dice que esto es obra de derechistas
conservadores y que lo mismo sucedió cuando las cacerolas en Chile, derrocaron
a Allende, y también eran derechistas los que asesinaron a Madero”.
Si el paro es una manifestación del poder que hay en la
unión de una mitad de la población, me alegro que se note. ¡Y qué ganas que con
este paro cada mujer se volviera consciente de su propio poder, y solidaria con
las demás mujeres! Podría ser un gran paso.
Pero regresemos a la violencia sutil contra las mujeres.
Por default, el
cuidado de la casa les toca a ellas; es decir, encargarse de que los demás
miembros de la familia encuentren todo en su sitio, desayuno, comida y cena, agua
caliente en la regadera, la ropa limpia, planchada y guardada, las camas
hechas, desechada la basura, los medicamentos comprados y administrados... A
veces, alguno dice: “Si quieres, te ayudo con el quehacer”. Te ayudo, porque la
obligación es tuya. Una señora me decía: “Yo gano más que mi marido y después
de mi trabajo llego a cocinar y a recoger porque nadie lo hace”.
Los matrimonios jóvenes parecen ser distintos y compartir
las labores de la casa. Lo hacen durante dos, tres o pocos años más. Con el
tiempo, las costumbres antiguas se imponen y el hombre sólo se encarga de dar su
cuota para el gasto, cambiar algún foco fundido, sacar la basura... e indicar: “Tienes
a tus hijos muy mal educados”, “ve a la cita con la maestra, yo estaré
muy ocupado”.
La idea del paro me parece genial también porque hace a
cada mujer a mirarse a sí misma y decidir si está consigo o en su propia contra.
Se ha dicho hasta el cansancio que las mujeres somos nuestras peores enemigas, que
nos destrozamos unas a otras en la competencia por ser vistas por los hombres.
Este es el momento de escudriñar si aceptamos con amor nuestro sexo, nuestra
biología, nuestras habilidades y nuestros retos, o si de alguna manera
generamos o alentamos la violencia. Sería muy triste que este paro desembocara
en una guerra entre “nosotras las santas y ellos los diablos”.
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