lunes, 24 de febrero de 2020

PARO DE MUJERES


No sé de quién fue la idea del paro de mujeres y la considero genial; ha logrado que millones de mexicanos vuelvan sus ojos hacia la mitad femenina de la población, aunque sea para preguntar “¿es en serio?”. Estamos en el foco de la atención. Un conflicto que se ha evadido por siglos salta a la luz. “Detrás de un gran hombre hay siempre una gran mujer”; detrás, no al lado ni a su altura sino como apoyo y pedestal, para él. 

Sea que el paro se realice o no, ya está teniendo efectos al provocar que todos piensen e imaginen cómo sería el mundo sin nosotras y si tenemos derecho o no a negarnos a algo que se da por sabido: estar ahí.

Dice Adela Micha: “Hoy, las mujeres callamos para ser escuchadas”. ¿Qué queremos decir? ¡Que somos personas! Personas con anhelos, sentimientos y miedos tan válidos como los de cualquier otro ser humano y, sin embargo, todas hemos sido víctimas de violencia alguna vez por el hecho de ser mujeres! ¿Es exageración? No.

La violencia que hemos sufrido no siempre ha sido la muy evidente de ser asesinadas o golpeadas, pudo ser más sutil y tan acostumbrada que nadie la advirtiera: “Te doy permiso de que trabajes, si no descuidas la casa”. Te doy permiso, yo, el grande, a ti, la pequeña. No en un convenio de adultos donde ambos opinan y meten el hombro para un objetivo común, no; él  toma determinaciones por ella. Que me perdone AMLO si me equivoco al pensar que él le ordenó a su esposa cambiar de postura. Ella primero había apoyado el paro y horas después twiteó: “No al paro”. Podría haber agregado: “Mi hombre no estuvo de acuerdo; dice que esto es obra de derechistas conservadores y que lo mismo sucedió cuando las cacerolas en Chile, derrocaron a Allende, y también eran derechistas los que asesinaron a Madero”. 

Si el paro es una manifestación del poder que hay en la unión de una mitad de la población, me alegro que se note. ¡Y qué ganas que con este paro cada mujer se volviera consciente de su propio poder, y solidaria con las demás mujeres! Podría ser un gran paso.

Pero regresemos a la violencia sutil contra las mujeres.

Por default, el cuidado de la casa les toca a ellas; es decir, encargarse de que los demás miembros de la familia encuentren todo en su sitio, desayuno, comida y cena, agua caliente en la regadera, la ropa limpia, planchada y guardada, las camas hechas, desechada la basura, los medicamentos comprados y administrados... A veces, alguno dice: “Si quieres, te ayudo con el quehacer”. Te ayudo, porque la obligación es tuya. Una señora me decía: “Yo gano más que mi marido y después de mi trabajo llego a cocinar y a recoger porque nadie lo hace”.

Los matrimonios jóvenes parecen ser distintos y compartir las labores de la casa. Lo hacen durante dos, tres o pocos años más. Con el tiempo, las costumbres antiguas se imponen y el hombre sólo se encarga de dar su cuota para el gasto, cambiar algún foco fundido, sacar la basura... e indicar: “Tienes a tus hijos muy mal educados”, “ve a la cita con la maestra, yo estaré muy ocupado”. 

La idea del paro me parece genial también porque hace a cada mujer a mirarse a sí misma y decidir si está consigo o en su propia contra. Se ha dicho hasta el cansancio que las mujeres somos nuestras peores enemigas, que nos destrozamos unas a otras en la competencia por ser vistas por los hombres. Este es el momento de escudriñar si aceptamos con amor nuestro sexo, nuestra biología, nuestras habilidades y nuestros retos, o si de alguna manera generamos o alentamos la violencia. Sería muy triste que este paro desembocara en una guerra entre “nosotras las santas y ellos los diablos”.

“Psicología” es una columna abierta. Puedes participar con ideas, temas, preguntas o sugerencias en psicologa.dolores@gmail.com

lunes, 17 de febrero de 2020

EL HIJO IMAGINARIO


Todos hemos sido hijos imaginarios de nuestros padres. Imaginario es algo que existe sólo en la imaginación. Lo curioso es que la imaginación inspira, guía, conduce y ayuda a dar forma a lo que sí existe en la vida real. 

Desprenderse de las fantasías proyectadas en los hijos es una de las tareas más pesadas para un padre o una madre.

Desde el momento en que se anunció nuestra concepción, nuestros padres, inconscientemente, nos dieron el encargo de dar sentido a sus vidas, recuperar sus sueños perdidos, personificar al ser humano ideal, triunfar donde otros fracasaron, ser un hijo de presumir y otras exigencias menos publicables, como ser motivo de su vergüenza o recordar al mundo que todos los padres siguen siendo simples humanos. 

También nosotros imaginamos cosas acerca de nuestros hijos antes de tenerlos, cuando nacen y después. Son proyecciones de nuestros deseos y temores. “Este embarazo es un error”, “no quiero traer hijos al mundo a sufrir”,  “lo tuve porque ni modo de abortarlo”, “nos casamos porque me embaracé”, “este embarazo salvará nuestro matrimonio”, “este hijo me librará de la soledad”, “nos atenderá cuando seamos viejos”, “tener un hijo me hará madurar”, “este hijo es el sentido de mi vida”, “mis hijos son la alegría más grande”, “no sé qué habría hecho sin hijos”...

No solamente los padres sino toda la familia se proyecta y reconoce a través del cuerpo del hijo, al apropiarse de pequeñas partes del bebé: “Se parece a mí, a la abuela, al tío...”. También emite mensajes positivos y negativos: “Eres brillante como tu abuelo”, “no vayas a engordar como tu tía”, “eres mi ratoncita querida”, “tú eres la bonita, tu hermana es la aplicada”...

El hijo, mientras es chico, toma esas proyecciones como programas para su vida porque desea con toda el alma ser aceptado y querido por sus padres y demás miembros de la familia. Se siente mal si no las cumple y posiblemente también se sienta mal si logra satisfacerlas, ya que las expectativas familiares pueden crearle divisiones entre su cuerpo, su mente y su capacidad para autorregular su propia vida.

En el mejor de los escenarios, el hijo crece, toma sus decisiones, se hace cargo de sí mismo y se libera de las proyecciones de los padres. Estos, si son lúcidos, lloran en privado su duelo por el hijo imaginario perdido y dan la bienvenida al hijo real, respetando y secundando sus aspiraciones, que no siempre coinciden con las que se le habían asignado. Sólo entonces se vuelve armoniosa la relación entre padre e hijos.

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lunes, 10 de febrero de 2020

UN HIJO VUELVE A CASA

Mucho antes, hubo una despedida cuando el hijo (él o ella) se fue del hogar por matrimonio o para emanciparse. Los papás debieron pasar una temporada de adaptación extrañándole, deseándole éxito y felicidad desde el corazón, recordando episodios de la infancia o más recientes para consolarse de que ya creció y le llegó el momento de abandonar el nido. Luego, crearon rutinas para una nueva normalidad. Y un día, ese hijo o esa hija regresa a casa pidiendo quedarse. Ya no es lo mismo para nadie.

Me contaba una señora viuda cuyo hijo llegó una noche, después de 7 años de haberse marchado, a pedir hospedaje. Lo acompañaba la novia. Y él no le pedía permiso; le exigía ser recibido con atenciones. “Soy tu hijo, ¿no?”, era su argumento. Él y la novia necesitaban cenar y dormirían en el cuarto que era el suyo antes de irse. “Me deja como fuera de la realidad”, decía la señora. “Él no pide ayuda, no se disculpa, no da las gracias, no admite normas”. 

¿Qué hacer cuando un hijo adulto regresa a casa y pide volver a ser hijo de familia? Quizá lo primero es no olvidar que ya es adulto y, por lo tanto, responsable de sí mismo. Acogerlo como se haría con una criatura de 8 años sería faltarle al respeto. 

A un adulto no lo mantienen sus padres ni le atienden las necesidades de higiene, alimentación y vivienda. Tampoco toman decisiones por él: “Deberías trabajar en tal cosa”. 

Con un adulto se hacen convenios. “Ofrezco que permanezcas aquí hasta tal fecha y te tocaría colaborar con esto y esto en los gastos de la casa”. “Aquí las normas las pongo yo y son esta y esta, ¿puedes adaptarte?”. “El espacio que puedo brindarte es tal; estos otros espacios son míos, calcula si puedes comprometerte a respetarlos”...

La mayoría de los padres sienten lo anterior demasiado agresivo, aun si se utilizaran palabras más suaves. Igual los hijos. Por lo general, ni unos ni otros se atreven a tratar estos temas tan básicos con claridad y los conflictos llegan pronto, por trivialidades como la hora de levantarse, usar el baño, qué cosas comer o a qué personas recibir. Los papás piensan: “Viene mi hijo, o mi hija, triste, herido, desilusionado, tal vez sintiéndose derrotado, y no quiero ponerle más carga sobre sus hombros. Es hora de tomarlo entre mis brazos y consolarlo”. Y sí, hay que tomarlo entre los brazos y consolarlo, pero no ayuda olvidar que se trata de un adulto y necesita enfrentar las exigencias de la vida. Eso suele doler.

Uno de los grandes errores de los padres consiste en querer proteger al hijo de los sufrimientos que trae la vida. Error imposible: se le protege de un tipo de sufrimiento y surge otro. El hecho mismo de considerarlo incapaz de ser fuerte le da un mensaje de debilidad: “Yo lo hago por ti porque tú no podrías”. Y los mensajes de los padres son rotundos, el hijo los asimila sin darse cuenta y cree: “Es cierto que no puedo”. Entonces, no puede.

En mi libro “Lo mejor de lo peor” dedico un capítulo entero a los problemas. Los llamo “retos”. La vida nos reta a crecer, sobrevivir, mantenernos sanos, crear algo en favor de la humanidad y conferirle un sentido a nuestra vida, porque si no le damos nosotros mismos el sentido, la vida parece inocua, sin finalidad. Generalmente, encontrar solución a los problemas que se nos presentan nos hace sentir que importamos. 

Cada problema trae escrito el nombre de su destinatario y nadie que no sea el dueño puede solucionarlo. Esto incluye a los padres respecto a sus hijos adultos. Las tareas de crecer y desarrollarse son como la de comer; cada uno debe alimentarse de buen grado. Si no lo hiciera, en vano le inyectarían nutrientes a la fuerza; ha de llegar el momento en que coma por sí mismo. Sería extremadamente triste que sobreviviera por años con alimentación artificial.
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lunes, 3 de febrero de 2020

LA CIUDAD DEL REFUGIO


Va este artículo sobre nuestra ciudad de León en el final de su fiesta de aniversario 444.

Siempre me agrada que me escriban y llamen, ya sea para sugerir temas, hacer preguntas, recomendarme lecturas, videos o películas. Muchas gracias. A veces, como en esta ocasión, lo que un lector me escribe coincide de tal manera con mi manera de pensar y me gusta, que no resistiré la tentación de incluir su texto tal como me lo envió. Helo aquí:

“Leí su última columna con el tema relacionado con el aniversario 444 de la ciudad de León, donde menciona una característica de la ciudad, que personas de diferentes  sitios, no solo del país sino ahora del extranjero, encuentran un  lugar ideal para vivir, por eso a León se le considera “La ciudad del refugio”. De esta manera, hay personas que dicen tengo 15 años de vivir  en León,  por lo tanto, soy leonés”. 

“Los que tenemos el privilegio de vivir en esta población por generaciones y somos testigos de la transformación de una villa cuyo destino era desaparecer, hasta transformarse en uno de los polos de desarrollo económico  del país, es una enorme satisfacción”.

“Desde  hace unos años estoy interesado en la historia de la medicina en León y por esa razón conocí lo siguiente: La fundación de la Villa de León  formó parte de la  estrategia virreinal para ofrecer caminos  seguros que permitieran llegar la plata  de las minas de Zacatecas a la ciudad de México. El primero, que al final  de cuentas fue el más utilizado, incluía San Juan  del  Rio, Querétaro, San Miguel el Grande y San Felipe. León estaba incluido en el  segundo y al no  ser utilizado, el destino de la Villa de León era desaparecer. Sin embargo, sus primeros pobladores no aceptaron ese destino. Como existían tierras aptas para la  agricultura y la ganadería, decidieron explotarlas. Esta situación permitió la llegada  de personas de otros sitios que encontraron desde entonces el lugar ideal para vivir. Por eso  la ciudad  de León se convirtió en “La ciudad del refugio”, razón que  explica porque, hasta hoy, siguen llegando personas que encuentran el lugar ideal para vivir. Atentamente. Dr. Ernesto Gómez Vargas”.

Me encanta que el doctor Gómez Vargas señale que León es un polo del desarrollo económico. También cultural, hay que mencionarlo. Así mismo, aspira y se prepara para ser un centro de turismo de salud. Y los leoneses antiguos acostumbramos llamarla con orgullo “La capital del calzado”, aun cuando no nos consta si lo es, lo ha sido, o simplemente la queremos con todo el corazón. 

También me gusta pensar en que los primeros pobladores no aceptaron el destino de que la Villa desapareciera. Creo que ahora es igual. Por triste que algunos puedan ver el futuro, somos gente de trabajo, muy esforzada, que superaremos cualquier obstáculo y estaremos bien. ¡Arriba León!

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