lunes, 28 de mayo de 2018

BOULLYING parte 2.


Lectores me han solicitado esta parte 2 e incluir qué pueden hacer los padres cuando sus hijos sufren bullying.  Con gusto. Hoy hablaré de los yunques, y en una parte 3, de los martillos (analogía proveniente de la ópera La Vida Breve, que dice: Mal haya quien nace yunque, en vez de nacer martillo).

Ya sabemos que dicha frase expresa una visión específica del mundo y de la sociedad; es decir, la creencia de que unos nacen para recibir golpes y otros para golpear, e ignora otras estrategias de convivencia. Uno se pregunta: ¿Prefiero ser yunque, o martillo? ¿Me gustaría educar a mis hijos para que sean yunques, o martillos?

Puedo asegurar que la inmensa mayoría de padres preferimos que nuestro hijo pegue y no que le peguen, porque estamos dentro de esta visión que ha dado origen a multitud de martillos que nos hacemos la vida desdichada unos a otros, comenzando con los padres y maestros que se sienten autorizados a usar castigos físicos y psicológicos para obligar al pequeño a educarse, en lugar de hacer con él convenios que favorezcan su formación y, si no los cumple, ayudarlo a identificar las consecuencias naturales de su omisión y permitir que las sufra.

El rodeo anterior es para explicar que el bullying  NO es un problema individual del niño, sino de su medio ambiente y en especial de su familia, debido al credo: Mejor pegar a que te peguen. De ahí que si un niño no pega ni se defiende se le considera problemático, en lugar de analizar qué tipo de entrenamientos se le están inculcando.

¿Qué pueden hacer los padres de un niño que sufre bullying? Muchas cosas.

Dejar de verlo como víctima, y a la humanidad como a una selva de enemigos, y cambiar esta visión por la de que el niño tiene frente a sí un reto vital: descubrir y seleccionar a semejantes que, con el trato adecuado, pueden ser amigos.

Presentarle a la familia como un grupo irrompible de amor, apoyo y protección para sus miembros aun si éstos no están o llegaran a alejarse, donde todos se ayudan y cooperan. Él también.

 Exigir al niño que hable para pedir lo que necesita. Opuesto a: Cállate, los adultos estamos hablando. Es importante que aprenda a usar su voz en su propio beneficio. Y cuando hable, atenderlo.

Enseñarlo a encontrar ayudas. Que en la escuela tenga su bolita de amigos. Que permanezca con ellos en los recreos y nunca solo. Que procure pasar los tiempos libres a pocos metros de un maestro, asesor, conserje o cualquier personal de la escuela.

Enseñarlo a gritar. Si alguien lo molesta, que grite lo más fuerte que pueda, sin que importe quién lo oiga: No me robes mi sándwich. No maltrates mi mochila. No me pegues, etc., lo que esté sucediendo.

Enseñarlo a denunciar. No mañana, ni pasado, hoy. Si va al baño y lo molestan, cuando regrese al salón debe entrar gritando: Niños de sexto están en los baños y molestan. Puede ser que la maestra se enfade por la interrupción, pero ya lo dijo. La denuncia es esencial. Que hable con sus padres, con la maestra o el director, cualquiera que pueda ayudarlo.

Enseñarlo a no estar donde cae el golpe. Si ve una riña o una pelea, alejarse y no participar ni tomar partido. Los humanos necesitamos estar alertas y protegernos de los peligros.

Enseñarlo a no caer en trampas y provocaciones. Niños expertos en bullying suelen dar golpes ocultos para que el acosado reaccione y, cuando voltea la maestra, dar la apariencia de que éste comenzó. Prevenirlo que no responda golpes con golpes (aunque nuestra cultura enseñe lo contrario), porque los acosadores suelen ser buenos con los puños, andan en grupos y tienen peleas frecuentes. Que nunca acuda a citas ni se crea de buenas promesas a las que debe ir solo.

Yo recomendaría a los padres (no al niño) hacer una constelación familiar. Con frecuencia se ha visto que un pequeño o pequeña está siendo fiel a un ancestro y se identifica con la víctima, o con el perpetrador, o con ambos. Nadie somos culpables de la historia de nuestra familia pero nos toca como herencia. A veces es necesario que pongamos orden en ella.

“Psicología” es una columna abierta. Puedes participar con ideas, temas, preguntas o sugerencias en psicologa.dolores@gmail.com , o al teléfono 7 63 02 51

lunes, 21 de mayo de 2018

BULLYING


El bullying –en español acoso- es un comportamiento agresivo encaminado a debilitar y hacer daño a un semejante, de modo que éste pierda su poder y se doblegue ante las exigencias del acosador.

El bullyng es tan antiguo como los seres humanos pero no tenía este nombre tan específico, ni era objeto de estudio. Se le consideraba algo quizás normal o más bien relativo a la propia suerte: Mal haya quien nace yunque, en vez de nacer martillo, dice una frase de la ópera La Vida Breve. O sea, que unos nacen para recibir golpes y otros para golpear. 

Puede verse que en el bullying subyace una visión de la humanidad de dominador-dominado, superior-inferior, nunca de igualdad y cooperación. Sentir al otro tan humano como yo, tan inmerso en luchas y retos como lo estoy yo, impide humillarlo, sentirlo inferior, despreciarlo, o someterlo a tortura con mis palabras y acciones.

El uso de la palabra bullying nos ha hecho conscientes de que el maltrato sistemático existe, y en él participan tres protagonistas igualmente importantes: un acosador, un acosado y un espectador que no hace nada. Ver, oír y callar es la ley que se necesita para que la agresión prospere y se repita. 

Generalmente, el silencio es interpretado como aprobación, aunque no lo sea: A él le gusta que le peguen, si no, gritaría. Son bromas y las disfruta, están jugando. A todos les cae mal, por eso nadie lo defiende...

En ocasiones, el espectador sí aplaude el bullying, como cuando se ríe y utiliza los apodos chuscos que denotan cierto ingenio. El ingenio, como cualquier otra característica positiva, también puede ser utilizado de manera destructiva. En programas y espectáculos cómicos, la gente se carcajea con las burlas y frases discriminativas dichas contra las suegras, las mujeres, los homosexuales, las minorías raciales o alguna otra característica que haga sentirse al que ríe como distinto o superior. 

El bullying se completa cuando el acosado pierde su poder y se doblega ante las exigencias del acosador. Ha perdido la batalla, se derrota y percibe como víctima indefensa; deja de luchar. En ocasiones introyecta la agresión como algo justo y verdadero, que tiene una razón de ser, que lo identifica: Yo tengo la culpa, soy distinto. Me lo merezco. Así nací…

Existe un bullying muy frecuente, tan común que apenas si se percibe y hasta donde sé no se ha estudiado, que se hace contra padres de familia, a veces de parte de la pareja, a veces de los hijos, u otros participantes que no contemplaré. El acosador es el sujeto que se siente bueno y superior, con derecho de juzgar y castigar al acosado, frente a unos espectadores que, o no hacen nada o aprueban la agresión. No verás más a tus hijos por lo que has hecho. Ni menciones a tu madre, no lo merece. Mi mamá está loca. Mis papás son raritos. Mamá, papá, por su culpa me ha ido mal y soy como soy… 

Lo triste es que este bullying suele completarse cuando el acosado (en este caso los padres) se convence de que el acosador tiene razón y abandona todo esfuerzo por restablecer una armonía que podría existir, aun en la distancia. Nadie sale ganando. 

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lunes, 14 de mayo de 2018

AMOR A SEGUNDA VISTA


¿Crees en el amor a primera vista? Dos se miran y quedan fascinados, posiblemente se digan te amo y tal vez hasta que la muerte nos separe.

Hellinger, el creador de Constelaciones Familiares, dice que el amor a primera vista dura poco porque es un amor sin mirada, pues no miramos realmente al otro, sino que nuestra atención está puesta en una imagen inventada que atribuye al ser amado una serie de características que probablemente no posee. Nuestro anhelo de encontrar a alguien así nos mueve a alimentar la ilusión de que sí es como imaginamos. 

Pasa el tiempo. Quizá la pareja se una o tal vez se case. La cercanía y las circunstancias la obligan a descubrir que no encuentran en el otro todo lo que esperaban. El dolor de ver romperse las propias ilusiones es muy grande. Sufrimos. Entonces, la vida nos plantea un reto: amar a una persona de carne y hueso. 

Las personas de carne y hueso suelen ajustarse poco a nuestros ideales; tienen vida propia. El amor a primera vista fue sólo un empujón, un motor de arranque para la aventura de descubrir al otro. Luego sigue el camino juntos, de intercambio constante, en el que cada uno da lo que es. No puede dar más que eso; lo que exceda es fingimiento, como cuando las parejas realizan enormes esfuerzos para ajustarse a las expectativas del amado, por temor a desilusionarlo. Este esfuerzo continuado cansa y tarde o temprano cesa, como se quema un atleta por demasiada exigencia. 

También duele romper la ilusión de que se tiene capacidad de ser distinto, por amor al amado. Te he dado todo y ya no puedo más, se oye decir, y es verdad: damos lo que somos y eso es lo único que podemos dar.

¿Qué somos? Dice Ortega y Gasset: Yo soy yo y mis circunstancias. Digamos que somos una historia de experiencias y de interpretaciones de las mismas. 

Cuando nos encontramos a una persona y la amamos, le entregamos nuestra historia, nuestro corazón, nuestros contenidos mentales de creencias y sentimientos, y también nuestras expectativas. La otra persona las recibe y puede ser que le gusten o que le desagraden, o que sea incapaz de tomarnos. Esto ocasiona nuevos sentimientos, pero así es; cada uno puede recibir sólo aquello para lo que tiene capacidad.

Entonces se da o no se da lo que Hellinger llama amor a segunda vista. Ahora sí, mirar al otro y más allá de él, a su familia y su historia. En este amor, la mujer le dice al hombre y éste a la mujer: Te amo a ti y amo aquello que nos guía a ti y a mí

¿Qué es esto que guía? Un poder más grande que cada uno, incluso más grande que los dos juntos y que los ha puesto en contacto para que realicen algo que tal vez no lleguen a comprender. Puede ser que estén destinados a caminar juntos hasta que la muerte los separe, o que en algún trecho del camino alguno de los dos se siente y no pueda andar más. Sin embargo, lo vivido jamás perderá su valor.

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lunes, 7 de mayo de 2018

LA HISTORIA QUE NOS CONTAMOS


Somos la historia que nos contamos. Todo lo que vivimos ayer o hace varios años es sólo un recuerdo. Si una maestra nos humillaba, si un amigo nos traicionó, si un amor muy preciado se marchó, ya nada de eso existe, es un pasado que está presente nada más en la memoria. Con recuerdos hilvanamos una historia, un relato, lo convertimos en identidad, en opinión sobre nosotros mismos, y concluimos: “Soy digno de admiración” o “soy una persona horrible”.

Solemos ser jueces severos con nosotros mismos. También podemos ser amigos comprensivos y atentos al cuidado del propio bienestar, que tomamos con amor las experiencias vividas -de toda clase- y las convertimos en fuentes de crecimiento y satisfacción. 

Los hechos no pueden ser cambiados, sucedieron tal como sucedieron. Lo que podemos modificar es la manera de contemplarlos. En nuestro poder está interpretar  acontecimientos y consecuencias de manera favorable o desfavorable, según hacia dónde dirigimos la mirada. No es lo mismo pensar “en la escuela fui humillado como patito feo”, que “sobreviví a experiencias difíciles y soy fuerte”.

Solemos intentar excluir un episodio que consideramos horrible o vergonzoso y pretender olvidarlo como si nunca hubiera sucedido. Quitarlo dejaría un hueco, un vacío en la trama, puesto que sucedió y forma parte de nuestra historia. Esos eventos, inútilmente desechados porque no se van, si acaso se olvidan, constituyen traumas, callos, tumores, verrugas, cuerpos extraños que duelen y no pertenecen porque no les permitimos pertenecer. Son incomprensiones de nuestra parte; podríamos pensar distinto y obtener alguna utilidad de ellos.

Todo está en la mente. Allí viven los recuerdos y los “ideales” de cómo deberían ser las cosas; son pensamientos. También, un público imaginario que nos chifla o aplaude por la manera que representamos el papel que nos tocó; la fantasía del “qué dirán”. Continuamente comparamos nuestros recuerdos con esos ideales y nos solidarizamos con ese público inventado, para alabarnos o despreciarnos.  Sin embargo, nada impide que seamos cada uno nuestro propio público y decidamos mirar qué hay de rescatable en lo que hemos vivido.

Tomemos un ejemplo de la vida sexual, fuente de numerosos y graves conflictos. Digamos que el ideal de equis persona prescribía que su primer contacto sexual debería suceder pasados los veinte años de edad y después de una serie de ceremonias que lo legitimaran, pero no fue así. Esta persona está condenada a dos cosas: 1) sufrir vergüenza con el recuerdo de cómo ocurrió, y 2) cada vez que éste venga a su memoria, su público imaginario la condenará. 

Podría ser distinto… si la persona decidiera regresar con la mente a dicho acontecimiento, mirarlo tal como fue, asumirlo como parte de su historia y optar por honrarlo y amarlo por el simple hecho de que es suyo y le pertenece. “Te miro con amor porque quiero mirar con amor  todo lo que es mío”. 

Los hechos no cambian, lo que puede cambiar es la manera de mirarlos. Cuando digo “mirar con amor” no me refiero a un sentimiento ni a que se sienta ternura por algo que antes se detestaba. No. Me refiero a un acto de voluntad en el que decido que voy a mirar con buenos ojos mi historia tal como fue, renunciando a odiar una parte de mí y renunciando a castigarme por algo que ya sólo existe en mi recuerdo. En cambio, en mi hoy que sí existe, lo vivo de la mejor manera que puedo, también con amor, porque es mío.

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