lunes, 22 de enero de 2018

MICHAEL PHELPS SE RETIRA CON 28 MEDALLAS



Michael Phelps, el olímpico más condecorado, se retira y confiesa a los medios: "Después de cada Juegos Olímpicos, yo entraba en un estado de depresión. En 2004 tuve la primera, y la caída más fuerte la tuve después de los Juegos de 2012. No quería tener nada que ver con el deporte no quería vivir más".

Asusta que un individuo superdotado, que supo sacar provecho de su talento y logró el éxito que buscaba, al final diga que la vida no le atraía y llegó a pensar en el suicidio. ¿Qué pasa?, ¿qué es lo que falta?

Phelps hace con sus declaraciones otro regalo a la humanidad, además del que nos hizo con su deporte: atestigua que ni el cumplir las propias metas, ni el recibir la admiración unánime de los demás, son suficientes para tener bienestar personal. Deja entrever que es otra cosa la que otorga sentido a la propia vida. ¿Podría tratarse de la armonía entre la mente y el cuerpo?, ¿entre las expectativas y la realidad?

Sabemos muy poco de Phelps para poder opinar, sólo nos permitiremos usar como ejemplo lo que publican los medios. En 2004, él se había retado públicamente a obtener ocho oros en Atenas (el récord era siete) y no lo consiguió, obtuvo ¡sólo seis oros y dos bronces! ¿Era poco? Para él, posiblemente sí, aunque el mundo estuviera estupefacto. Parecido a los papás que regañan a su hijo porque sacó 10 pero no lo nombraron representante de grupo, o primer lugar en el concurso de poesía pero no le dieron diploma, o tantas situaciones en las que el chico está dándolo todo de sí ¡y no resulta suficiente!

Es difícil bajar a la realidad las mentes que se crean expectativas excesivamente elevadas (de hecho siempre es difícil, aunque las expectativas sean cortas e incluso tontas). No es que sea malo proponerse metas y formularse expectativas, lo terrible es apostar la propia felicidad a ellas y condicionar la propia valía a obtenerlas. “Si bajo 6 kilos me voy a querer mucho”, “si tengo ingresos de seis cifras, entonces me sentiré importante”.

Todos deseamos conseguir determinadas cosas, pero a veces lo que encontramos en la vida no coincide. 

La divergencia entre lo que uno espera y la realidad, invariablemente ocasiona dolor. En casos extremos, depresión. ¡Hasta el saber la verdad acerca de Santa Claus y los Santos Reyes ocasiona desilusión y sufrimiento! Supongamos que un niño se aferrara a negar lo que es hasta la juventud y la adultez, tendríamos un candidato a enfermedades graves.

Toda crisis vital es sólo una situación tremendamente distinta a lo esperado.

Se suele imaginar a las personas depresivas como enfermos de algo misterioso, pero imaginar la depresión como una protesta contra un estado de injusticia interior, facilitaría encontrar y aprovechar las toneladas de energía que contiene. Estado de injusticia interior porque el sujeto se niega a mirar con amor y como realidades a su favor los propios éxitos e intentos de éxito, virtudes, defectos y demás características; en cambio, se convierte en un juez sádico, severo, dispuesto a castigar incluso lo bueno, puesto que lo ve mal (distinto a como piensa que debería ser).

No sólo afuera de nosotros existen los tiranos y dictadores, también adentro.

Para tener amistad consigo mismo es preciso que la mente dé su permiso. Si ésta, con sus ideales, viaja por senderos distintos de la realidad, el sujeto experimenta soledad. No puede intimar con él mismo, por el desprecio que hay de por medio.

“Psicología” es una columna abierta. Puedes participar con ideas, temas, preguntas o sugerencias en psicologa.dolores@gmail.com ,  o en facebook.com/Psic-Ma-Dolores-Hernandez-Gonzalez

miércoles, 17 de enero de 2018

CONSCIENCIA Y STATU QUO



Hasta hace poco, tener mala conciencia significaba que la persona se sentía culpable por haber hecho algo malo. 

Desde el revolucionario enfoque de Bert Hellinger, tener mala conciencia puede significar eso y más cosas. Según explica, la conciencia moral no es la voz de Dios que nunca se equivoca, sino un sentido interno que nos hace saber de qué maneras somos considerados buenos y dignos de pertenecer a la familia o a otros grupos; es decir, cuáles son los requisitos que debemos cumplir. Se trataría de un amor subterráneo que desea conservarse leal y unido a quienes ama o le interesan, a través de obedecerles y cumplir sus deseos.

Según Hellinger, la buena conciencia se equipara con el statu quo, y la mala, con lo nuevo, disidente y revolucionario, y esto último implica el temor a ser rechazados y considerados indignos, veredicto que puede referirse o no a algo inmoral.

Con la buena conciencia permanecemos en la costumbre y lo establecido; con la mala hacemos cambios (buenos o malos, acertados y desacertados). Con la buena somos capaces de cometer acciones buenas o nocivas; con la mala, también. “Con buena conciencia se pueden hacer cosas terribles”, dice Hellinger. Con buena conciencia se condenó y quemó a mucha gente durante la Santa Inquisición y sus ministros pudieron sentirse inocentes y cumplidores de un deber. Con buena conciencia y llorando muchos padres de familia expulsaron a su hija soltera embarazada, sintiendo que lo hacían por amor al buen nombre de la familia y creyendo cumplir con un deber. Con buena conciencia soldados asesinan a soldados enemigos como si éstos no fueran humanos, por amor a la patria y en cumplimiento de su deber. Los ejemplos pueden multiplicarse y muestran lo peligrosa que suele ser la buena conciencia.

Continuando en esta línea, es tan pernicioso sentirse bueno e inocente como con mala conciencia y culpable, cuando dichas sensaciones no han pasado por un examen concienzudo de los resultados de lo que uno elige, a fin de saber si están favoreciendo a la vida o a la muerte, al bienestar propio y al de los demás. 

Una mala conciencia que asume su capacidad de elegir y la posibilidad tanto de acertar como de equivocarse, pertenece a una persona consciente de su libertad y de las consecuencias de ser libre.

La mala conciencia que ya hizo o pensó algo distinto, pero sigue creyendo que es mejor  ser robot inocente, ocultará sus divergencias y caerá en la hipocresía y en la fragmentación mental. 

La buena conciencia o inocencia hace actuar como robot programado que obedece y ejecuta sus programaciones. Convierte a la persona en repetidora de lo acostumbrado. 

La obediencia en sí de ninguna manera es una virtud y sólo en la infancia provee de ayuda para preservar al infante de ponerse en peligro; pero en la mayoría de edad, es deseable que la persona tome sus propias decisiones y corra sus propios riesgos, no desde la mirada de la familia o del grupo al cual desea pertenecer, sino desde el propio albedrío. Decir: “todos lo hacen” o “hay otros que roban al erario más que yo”, son expresiones que buscan la buena conciencia y evadir la propia responsabilidad.

De las personas con buena conciencia no proviene ningún cambio ni puede esperarse de ellas que tomen el riesgo de pensar distinto. 

Nuestra sociedad está urgida de cambios, de ideas originales, de interpretaciones novedosas del mundo, la política, la economía, la moral, la religión, las relaciones humanas; pero nadie con buena conciencia aportará esto; los “inocentes” se limitan a quejarse y pedir más normas y regulaciones, que las autoridades se vuelvan más fuertes y las leyes más severas; es decir, más statu quo. Creen que alguien y no yo (mis padres, la iglesia, el estado, la CDH, los patrones, la policía, el ejército…) son responsables de mí y deben solucionar mis problemas, así como cargar con la culpa de que me sienta insatisfecho. 

Para resultados distintos, pensamientos y acciones distintos.

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lunes, 1 de enero de 2018

ALFALFA PARA LOS CAMELLOS



¡Bienvenido 2018! Ahora llegan los Reyes Magos y los niños ponen su zapato, algunos dejan alimento  para los camellos. Los muy pequeños, que todavía no desarrollan juicio crítico, hacen lo que se les indica sin plantear problemas, pero los mayorcitos preguntan si en verdad los camellos comen alfalfa, cómo hacen para entrar en la casa siendo tan grandes, de dónde sacan tantos juguetes e infinidad de preguntas.

Este artículo utiliza la tradición de los Reyes Magos para explicar a una mamá que me llamó angustiada queriendo saber qué es la psicosis, si su hijo está psicótico, cuáles podrían ser las causas y el mejor tratamiento.

La psicosis consiste en tener pensamientos, creencias y conductas excesivamente extraños y distintos a los que acostumbran tener las personas de determinado medio ambiente, y éstas concluyen que el psicótico no está en contacto con la realidad. Por ejemplo, en algunas tribus no es malo presentarse desnudos a trabajar, pero en la nuestra nos llevaría al manicomio. 

La psicosis es más que “jugar” a ser Napoleón o algún personaje; el sujeto  cree, piensa y se comporta como si sus engaños fueran reales. Parecido pero no igual a sentirse y comportarse como un Rey Mago o Santa Claus, comprar alfalfa para los camellos, dejar juguetes en la noche y abrazar a los niños por la mañana. La diferencia está en que muchos adultos humanos hacen lo mismo y tienen consciencia de que es un engaño pasajero.

Es sabido que los humanos intentamos continuamente encontrar explicaciones a lo que no entendemos; la psicosis, por ejemplo, y según la explicación, varía lo que se considera un tratamiento adecuado. Mencionaré unas pocas interpretaciones y sus tratamientos.

Para un médico, el organismo lo explica todo: el psicótico tiene alguna avería en su sistema nervioso, tal vez hiper o hipo actividad en alguna zona del cerebro, o le faltan o sobran determinadas sustancias. El tratamiento va dirigido al cuerpo: medicamentos, cirugías o algún tipo de manipulación de las circunstancias del organismo.

Para un estudioso de la mente y la conducta, el psicótico tiene “programaciones virus” (traumas y confusiones) que obstaculizan el buen funcionamiento de su mente. Si un hombre de 40 años abriera boquetes en los muros de la casa para que pasaran los camellos de los Reyes, su creencia sería normal y sana a los 4 años, pero no a los 40; algo obstaculiza la actualización de su mente. El tratamiento consistiría en localizar y neutralizar los “virus” para que ésta pueda funcionar bien. 

Para quienes creen en entidades, espíritus y mundos paralelos, el psicótico posee el “don” de ir y venir entre los mundos y recibir revelaciones en sus viajes. También puede “hospedar” a entes invasivos que son susceptibles a ser exorcizados. Incluso podría él ser un espíritu privilegiado que está siendo preparado para grandes contribuciones a su familia o la humanidad. No se consideraría necesario un tratamiento, sino enseñarle a abrir y cerrar oportunamente su tercer ojo (o tercer oído o el sentido que sea) y ayudarle que encuentre su lugar como servidor de la humanidad.

En Constelaciones Familiares, un psicótico está restituyendo su lugar a un excluido de la familia que no fue debidamente honrado, y repite el destino de éste dando una nueva oportunidad al sistema familiar de mirar con amor a sus miembros, sean o fueran estos muy distintos a lo que ordena la conciencia moral del sistema. Mientras la familia persista en abominar y no ver lo que acostumbra excluir, la sombra de la psicosis seguirá siendo necesaria dentro de su sistema. El tratamiento sería mirar con amor tanto al miembro presente como al excluido, honrar sus destinos, tomarlos como miembros amados de la familia, y agradecerles el sacrificio que hacen por ella, hasta que éste ya no sea necesario.

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