Al momento de dar la vida y sin excepción, los padres
entregamos a los hijos lo mejor; el propio ser, nuestra historia y la historia
de nuestra familia. Es la dotación o legado con que contamos. Gratuitamente lo
recibimos y gratis igual lo pasamos. Sería inútil negarlo, molestarse o
vanagloriarse de que sea como es; de todos modos lo damos sin saber en
totalidad y a ciencia cierta en qué consiste. Quisiéramos que todo fuera bueno.
No basta con recibir el legado, cada generación deberá tomar
conciencia de él, cultivarlo, desarrollarlo o quizá neutralizarlo. Eso hicimos
nosotros cuando lo recibimos; nuestra vida completa es testimonio de la manera
en que hemos intentado mejorar lo recibido, como quien toma una estafeta, corre
a todo lo que le dan sus piernas y la lleva hasta donde alcanza. En la
realidad, importa poco si nos gusta o no la forma que tiene; nuestro cometido
es avanzar. Mirando en retrospectiva a nuestras familias, podemos comprobar que
ha habido grandes avances de una generación a la otra.
¡Con qué profundo deseo ambicionamos que nuestros hijos
reciban la estafeta y puedan correr con ella! Para que suceda, nos esforzamos
por entregarles cosas excelentes; nuestros hábitos de higiene y desarrollo
intelectual, emocional y espiritual, el grado de estabilidad económica y
afectiva en familia y el nicho laboral en que vivimos; los apoyamos en los
retos o áreas de oportunidad como las propensiones a alguna dolencia física
(diabetes, males cardíacos, pie plano, etc.) o psicológica (alcoholismo,
bipolaridad, esquizofrenia, neurosis, etc.), y los talentos (música, deporte,
buen sazón, etc.). Sea lo que fuere que hacemos con ellos, es lo mejor que podemos
hacer, la medida exacta de nuestro alcance; pero…
Es probable que ellos juzguen insuficiente lo que les
dimos, e incluso que así lo sea. ¿Entonces? Una vez recibida la estafeta, les
toca correr y no detenerse a discutir si la entrega fue bien o mal hecha, si les
resulta pesada o liviana o si la pista debería ser mejorada. “¡Corre, que es tu
vida!”, podríamos decirles. También podemos hacer algo más: si observamos que
llevan cargas o cadenas que no deberían llevar, liberarlos de ellas para que
corran mejor. ¿Cómo?
Todos sabemos que la familia es como un cardumen, con misteriosos
ritmos y comunicaciones que hacen a los miembros compartir un destino común. Si
un padre o madre sabe que ha vivido experiencias muy duras y éstas han afectado
a los hijos, puede liberarlos diciéndoles (primero sólo en el corazón): “Este
dolor (error, equivocación, pecado, deficiencia) es mío, yo lo cargo, tú
quédate libre”, o: “estas dificultades de relación no son tuyas sino de tus
padres; nosotros nos encargamos, tú quédate libre”. Cuando el padre o la madre
cree en estas palabras y las hace realidad, la misma comunicación misteriosa
que caracteriza a la familia por la que dan y toman unos de los otros, ha de
llevar el mensaje al corazón de los hijos, liberándolos.
Estos temas se estudian en el Diplomado de Constelaciones
Familiares que está próximo a iniciar. Se refieren no sólo a padres e hijos,
sino a abuelos, bisabuelos, tatarabuelos y toda la genealogía de la familia
cuyas experiencias están grabadas en nuestro interior y en ocasiones fungen
como cargas y cadenas. En el diplomado se aprende cómo liberarlas con respeto y
amor y quedar libres para vivir. Ésta es una invitación para que asistas, llama
al 763 02 77.
“Psicología” es una columna abierta. Puedes participar
con ideas, temas, preguntas o sugerencias en psicologa.dolores@gmail.com , al
teléfono 7 63 02 51 o en facebook.com/Psic-Ma-Dolores-Hernandez-Gonzalez