lunes, 29 de agosto de 2016

LIBERAR A LOS HIJOS



Al momento de dar la vida y sin excepción, los padres entregamos a los hijos lo mejor; el propio ser, nuestra historia y la historia de nuestra familia. Es la dotación o legado con que contamos. Gratuitamente lo recibimos y gratis igual lo pasamos. Sería inútil negarlo, molestarse o vanagloriarse de que sea como es; de todos modos lo damos sin saber en totalidad y a ciencia cierta en qué consiste. Quisiéramos que todo fuera bueno.
No basta con recibir el legado, cada generación deberá tomar conciencia de él, cultivarlo, desarrollarlo o quizá neutralizarlo. Eso hicimos nosotros cuando lo recibimos; nuestra vida completa es testimonio de la manera en que hemos intentado mejorar lo recibido, como quien toma una estafeta, corre a todo lo que le dan sus piernas y la lleva hasta donde alcanza. En la realidad, importa poco si nos gusta o no la forma que tiene; nuestro cometido es avanzar. Mirando en retrospectiva a nuestras familias, podemos comprobar que ha habido grandes avances de una generación a la otra.
¡Con qué profundo deseo ambicionamos que nuestros hijos reciban la estafeta y puedan correr con ella! Para que suceda, nos esforzamos por entregarles cosas excelentes; nuestros hábitos de higiene y desarrollo intelectual, emocional y espiritual, el grado de estabilidad económica y afectiva en familia y el nicho laboral en que vivimos; los apoyamos en los retos o áreas de oportunidad como las propensiones a alguna dolencia física (diabetes, males cardíacos, pie plano, etc.) o psicológica (alcoholismo, bipolaridad, esquizofrenia, neurosis, etc.), y los talentos (música, deporte, buen sazón, etc.). Sea lo que fuere que hacemos con ellos, es lo mejor que podemos hacer, la medida exacta de nuestro alcance; pero…
Es probable que ellos juzguen insuficiente lo que les dimos, e incluso que así lo sea. ¿Entonces? Una vez recibida la estafeta, les toca correr y no detenerse a discutir si la entrega fue bien o mal hecha, si les resulta pesada o liviana o si la pista debería ser mejorada. “¡Corre, que es tu vida!”, podríamos decirles. También podemos hacer algo más: si observamos que llevan cargas o cadenas que no deberían llevar, liberarlos de ellas para que corran mejor. ¿Cómo?
Todos sabemos que la familia es como un cardumen, con misteriosos ritmos y comunicaciones que hacen a los miembros compartir un destino común. Si un padre o madre sabe que ha vivido experiencias muy duras y éstas han afectado a los hijos, puede liberarlos diciéndoles (primero sólo en el corazón): “Este dolor (error, equivocación, pecado, deficiencia) es mío, yo lo cargo, tú quédate libre”, o: “estas dificultades de relación no son tuyas sino de tus padres; nosotros nos encargamos, tú quédate libre”. Cuando el padre o la madre cree en estas palabras y las hace realidad, la misma comunicación misteriosa que caracteriza a la familia por la que dan y toman unos de los otros, ha de llevar el mensaje al corazón de los hijos, liberándolos.
Estos temas se estudian en el Diplomado de Constelaciones Familiares que está próximo a iniciar. Se refieren no sólo a padres e hijos, sino a abuelos, bisabuelos, tatarabuelos y toda la genealogía de la familia cuyas experiencias están grabadas en nuestro interior y en ocasiones fungen como cargas y cadenas. En el diplomado se aprende cómo liberarlas con respeto y amor y quedar libres para vivir. Ésta es una invitación para que asistas, llama al 763 02 77.
“Psicología” es una columna abierta. Puedes participar con ideas, temas, preguntas o sugerencias en psicologa.dolores@gmail.com , al teléfono 7 63 02 51 o en facebook.com/Psic-Ma-Dolores-Hernandez-Gonzalez









lunes, 22 de agosto de 2016

AMBICIOSOS Y CONFORMISTAS



El tema de hoy está inspirado en las proezas de las Olimpíadas y en aquellos educadores que tienen como lema para sus educandos “te preparo para ser el mejor”.
Es difícil pensar en algo más fuerte y absorbente para un niño o joven que aceptar la obligación de obtener medallas de oro o dieces de calificación, pero nada menos. Plata o bronce no bastan. Nueve, ocho o siete, tampoco. En la tele se vieron lágrimas de deportistas que aspiraban a obtener medalla de oro y debieron “conformarse” con la de plata. Estoy segura que no vimos muchas más lágrimas y decepciones de otros competidores que ni siquiera estuvieron en pantalla. La similitud me hizo recordar las numerosas ocasiones en que México ha participado en campeonatos y no regresa convertido en campeón. La gente comenta decepcionada: “Como siempre, ya merito”.
Si miramos con atención, para alguien que acepta el reto de “ser el mejor” nada es suficiente, puesto que el actual campeón mundial de cualquier disciplina va a ser derrotado por el próximo campeón mundial  y éste por el que le sigue, ¿y luego? ¿Qué sucederá con su persona cuando ya no sea el mejor? ¿Encontrará otro campo en el que vuelva a serlo? ¿Cómo juzgará su propia vida si nunca regresa a ser número uno? ¿Cuáles serán sus actitudes en el caso de que sí regrese?
Continuaré con el tema como si no sospechara que es un tema tabú; nuestra cultura descansa sobre él y otros igualmente intocables. Anticipo a los lectores que lo considero un caso de “doble vínculo”, término técnico que significa situación esquizofrenizante o generadora de locura.
Deslumbra contemplar los grandes logros de esta época en todos los campos: deportivos, científicos, tecnológicos, artísticos, de acumulación de riqueza, de calidad de vida, etc. Mirándolos, uno no puede menos que volverse hacia sí mismo y su medio ambiente, comparar y ambicionar, parecido a cuando vemos que el vecino compró un gran auto de lujo e interiormente desearíamos hacer lo mismo.
He aquí los mandatos que nos endilga nuestra cultura y que yo considero “doble vínculo”. Por un lado, predica la inmoralidad de que unos posean mucho y otros nada o casi nada; y por otro, nos desprecia si somos de los que no poseen, llamándonos conformistas y otros epítetos más desagradables, como si dijera: “debes ser de los mejores. Los mejores son malos o están mal”.
El resultado de este doble mensaje yuxtapuesto es la culpabilidad. Culpabilidad si somos de los afortunados que tienen lo que otros no pueden alcanzar y más culpabilidad aún si nos negamos a renunciar a nuestros privilegios a fin de combatir la pobreza, la ignorancia o cualquier otro tipo de carencias; pero también culpabilidad y otros adjetivos como baja autoestima si fracasamos en “ser el mejor”; es decir, si no conseguimos medallas de oro o campeonatos, no hacemos grandes descubrimientos científicos, no creamos tecnología avanzada ni obras de arte mundialmente famosas, no poseemos acciones de las compañías trasnacionales, no hemos dado la vuelta al mundo y visitado hoteles y restaurantes de cinco estrellas, etc., etc., sino que, por el contrario, nuestra calidad de vida es en muchos puntos deficiente, comparada con la abundancia que admiramos y despreciamos a un tiempo.
¿Por qué escribo sobre el tema si espero que sea puesto en duda? Precisamente, para incitar la duda. Siguiendo con la mención del “doble vínculo”, el primer paso para quedar libre de él consiste en descubrir su perfidia; es decir, darse cuenta de que no deja escapatoria, uno se va a sentir mal si lo obedece y mal si no lo obedece. Si se esfuerza para ser el mejor, le espera una vida de esfuerzo frenético y obsesivo que desemboca en desencanto; si uno opta por no esforzarse tanto le llegará la duda acerca de si es un mediocre o un fracasado.
Pregunta para el lector: ¿qué papel desempeñarían aquí la ampliación de la conciencia (darse cuenta), la libertad y la autonomía?
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lunes, 1 de agosto de 2016

SER UNA CARGA



Tengo una amiga a la que estimo, me gusta visitarla y que me visite, pero noto que cambio de humor cuando empieza con “dime si te canso”, “no quiero ser inoportuna”, “no quiero ser una carga”, “de lo bueno, poco” y cosas así, se me figura que es ella la que se aburre y me dan ganas de cortar la conversación y despedirme. ¿Estoy en lo cierto, o es problema mío?
OPINIÓN
Casi todos hemos pensado alguna vez: ¡No me gustaría ser una carga! ¿Qué significa? ¿Qué es una carga?, ¿podemos serlo?, ¿a qué o a quienes consideramos carga?
“Carga” y “cargar” conllevan la idea de que algo es sostenido o contenido por un sostén o un contenedor. Hablando estrictamente, todos somos cargas: la tierra nos sostiene y el universo nos contiene. ¿Hay algo de malo en ello?
Es obvio que al decir que no nos gustaría ser una carga, de ninguna manera significa que tenemos intención de ya no pisar el suelo o abandonar el universo físico. Nos referimos a otra cosa, y me pregunto si ésta otra cosa será inexistente, porque todos los humanos nos apoyamos unos en otros; quiero decir que recibimos beneficios del esfuerzo, el dolor y hasta del sacrificio de otros humanos, algunos de los cuales jamás conoceremos. Ninguno de nosotros siembra los granos y verduras que come, cría su ganado, cultiva su algodón o produce las fibras de su ropa, tampoco fabrica con sus manos su propia casa. La pregunta es: ¿somos carga para la industria alimentaria, del vestido o de la vivienda, que nos proveen de esto? ¿Quién sostiene y contiene a quién en este intercambio?
Es obvio que a veces nos toca sostener y ser sostenidos, contener y ser contenidos, ¿por qué motivo renegaríamos de ello? ¿Qué puede motivarnos a pretender que no necesitamos de nadie, o a temer estar recibiendo demasiado de alguien?
Sí hay motivos. Uno: quien da se siente más y superior; quien recibe, menos e inferior. A nadie le gusta sentirse menos o en deuda. Esto se resolvería correspondiendo en igual medida o bien dando las gracias. Aquí está: existen personas que no les gusta pagar ni agradecer, algunas incluso roban: dinero, tiempo, paz, autoestima...
Otro motivo podría ser saberse en bancarrota; es decir, con imposibilidad de corresponder en igual medida. Sería el caso de los pordioseros y de cualquiera de nosotros que sufra un accidente o una enfermedad incapacitante. Los primeros deben solicitar la limosna inclinando la cabeza, y los segundos necesitaremos aprender humildad, paciencia y gratitud, virtudes nada despreciables.
Un motivo más podría ser sentirse poca cosa, no merecedor del amor o del buen trato, y estar al acecho para descubrir pistas de que no es verdad que la propia presencia es grata y amada. Este motivo es un hábito erróneo del pensamiento que necesita ser corregido y cambiado.
Regresando a tu pregunta: estás en lo cierto cuando piensas que es asunto de tu amiga y no tuyo el que sea o se sienta inoportuna o cansona. Cuando uno duda si un amigo puede o quiere recibirlo, pregunta antes y fija un límite de tiempo; no le cae de visita sin avisar. Y si el amigo acepta, deja en manos de él la responsabilidad de regular su propio tiempo, no es necesario protegerlo de sí mismo. Y si uno cree estar recibiendo señales de que es tiempo de irse, nada más se marcha, sin acusar veladamente al amigo de poca disponibilidad. Las acusaciones son formas de robar por lo menos serenidad. También es parte de las habilidades para la vida saber cómo no dejarse robar.
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