lunes, 30 de noviembre de 2020

2020: Seres amados que ya no están

2020: Año que termina, seres amados que ya no están “No se puede sanar al mundo sin sanarse primero a sí mismo “. Elizabeth Kúbler Ross, psiquiatra, escritora, tanatóloga. Quienes hemos vivido la pérdida de un ser amado: hermano, esposo, padre, amigo o hijo, debimos recordar o aprender de golpe que el tiempo se acaba, que es importante vivir minuto a minuto, disfrutar, tener proyectos, olvidar los rencores, acercarte a los tuyos, creer en un ser supremo y agradecer estar vivo. El COVID-19 cambió la forma de morir. Para quien le tocó la dolorosa experiencia de perder a un ser querido por coronavirus, resulta casi imposible asimilar el no haber podido acompañarlo durante su estancia en el hospital, que lo intubaran y pese al esfuerzo del equipo médico para mantenerlo con vida… no regresó a casa. Luego, a la par de sufrir el duelo sin haberle llorado ni acompañado su cuerpo, aceptar que la persona ya no está. A fin de hacer el momento menos doloroso se expresan las siguientes palabras de consuelo: “no sufrió” “estaba sedado, no sintió”. No lo sabemos, simplemente el COVID nos enseña que vale la pena vivir, disfrutar y esforzarse por ser una mejor persona, querer a los tuyos, cuidar el entorno y comprometerte con el mundo, ya que el futuro y el mañana son inciertos. El filósofo, psicólogo y escritor estadunidense Kenneth Earl Wilber, uno de los creadores de la psicología integral, plantea que ante una pérdida, por dolorosa que sea, es sano que abracemos nuevas posibilidades, nuevos proyectos, ya que a través de estos recursos daremos vida a quien ya no está. Propone también que de esta forma el cuerpo puede sanar y volver a su equilibrio homeostático y, desde esta perspectiva, empatizar con médicos, enfermeras, trabajadores sociales, psicólogos, nutriólogos, personal administrativo y de intendencia que siguen trabajando arduamente y sin límites con los enfermos que tienen COVID. Este grupo de expertos y profesionistas enfrentan la muerte día a día. Muchos de ellos no pueden aceptarla verbalmente ni elaborar lo doloroso que les resulta encararla a diario en su profesión, sin olvidar que son personas con una vida independiente del hospital y están renunciando a su propia vida por luchar para que otros vivan. La contingencia sanitaria que estamos padeciendo a nivel mundial desde el mes de marzo ha cambiado en forma radical nuestro estilo de vida y nos hace entender la distancia que existe entre estar sano o enfermo, morir o no morir, trabajar para mejorar la calidad de vida o seguir ignorante en cuanto a cuidar la salud física, usar cubreboca considerando la responsabilidad que ello implica: disminuir el riesgo de contagio o, en el peor de los casos, que la persona muera. Sin ningún miramiento, la pandemia del COVID-19 logró cambios en todas las áreas de nuestra vida. Quienes construyeron un negocio o asistían a su empleo que perdieron a causa del confinamiento, han comprobado que nada es seguro y que la realidad es aprender a vivir de tus propios recursos, creatividad y nuevas posibilidades. Si apreciamos el sufrimiento, por paradójico que parezca, como una experiencia que posibilitará el crecimiento personal, nos permitiremos soltar el dolor y emprender nuevos caminos de vida. Este artículo es un reconocimiento especial a: 1.- Personal médico, enfermeras, trabajadores sociales, nutriólogos, psicólogos, personal administrativo y de intendencia que están trabajando con pacientes COVID y han involucrado su vida por otros. 2.- Hospitales COVID en nuestro país, por su compromiso y profesionalismo para atender la pandemia. 3.- “Médicos sin Fronteras México“ y “Psicólogos sin Fronteras México”, organismos que aportan ayuda independiente en forma voluntaria y gratuita a pacientes COVID. 4.- Investigadores que trabajan por desarrollar una vacuna. 5.- A la Secretaría de Salud y personal que labora en dicha dependencia. Agradezco la colaboración de la Psic. Irma Campos Escalante, directora del Instituto de Desarrollo Humano de León, A.C. “Psicología” es una columna abierta. Puedes participar con ideas, temas, preguntas o sugerencias en psicologa.dolores@gmail.com

lunes, 23 de noviembre de 2020

EL PROPIO CUERPO

Cuando nacemos, nos es dado un cuerpo pequeñito, de bebé, dispuesto a vivir, crecer y adquirir múltiples habilidades. Es nuestro “pasaporte” para permanecer en el planeta. Cuando deje de funcionar, abandonaremos el mundo de los vivos. ¿Qué tanto cuidado y amor deberá merecernos este “pasaporte”? Todo el que podamos. Amarlo forma parte de nuestra autoestima, pues aun si creyéramos que no somos solo cuerpo, él seguiría siendo el centro de operaciones donde se realiza todo pensamiento, palabra u obra que sean nuestros. Es triste que en ocasiones no podamos amar a nuestro cuerpo y decimos: “Detesto mi nariz”, “odio esta barriga”, “¡qué pies tan horrorosos me tocaron!”. U olvidamos nutrirlo, darle agua, ir al baño, ejercitarlo, mantenerlo limpio y acicalado, dormir el tiempo necesario, abrigarlo, ponerle ropa cómoda. Por el contrario, en ocasiones le ponemos corsés que no lo dejan respirar, lo sometemos a dietas de hambre, lo obligamos a ingerir venenos como comidas chatarra o drogas, a trabajar aunque esté cansado, o lo sometemos a torturas que no le agradan. Como pasaporte para estar aquí, sería excelente que lo amáramos incondicionalmente, tal como es, aunque hubiera nacido con una pierna torcida o sin ella, con los ojos bizcos, una joroba o cualquier otro defecto físico. Y con amor procurarle todos aquellos cuidados, aditamentos, prótesis, cirugías o lo que sirva para que esté lo más confortable posible. Y aquí viene la primera pregunta (hoy me propongo dejar más interrogantes que respuestas): ¿Cuál es el criterio límite para hacerle cambios a nuestro “pasaporte”? De pasada quiero recordar lo que he repetido en otras ocasiones: sin amor, el intelecto puede llegar a grandes aberraciones. Continuemos. La morena quiere ser rubia, la de pelo rizado se alacia; la gorda sueña con estar flaca y el flaco con verse musculoso; los chaparros usan tacones y los altos se joroban para estar al nivel de los demás. La lista puede extenderse. ¿Cuál es el criterio de estos cambios?, ¿son falta de amor por el propio cuerpo o simple diversión? ¿Quizá sean maneras de conseguir ser amados por otros? ¿Ayudan a la salud corporal o la estropean? En teoría, deberíamos tener amor al cuerpo todos los días hasta el final de nuestras vidas. En la práctica, solemos pensar: “lo amaré cuando adelgace”, “cuando deje de temblar y estar nervioso”, “cuando sea atractivo y consiga novia (novio, esposo, amante)”, “cuando tenga un hijo”, “cuando se le quite el acné”. ¿El amor por el propio cuerpo es una decisión de “me amo hoy tal como soy”, o debe ser un sentimiento como cuando nos enamoramos? Vi en Netflix la serie “Cien días para enamorarnos”. Allí, entre otros temas, una adolescente se aplana los senos en secreto con una venda apretada. “No me gustan, los odio”, exclama cuando es descubierta. La expresión no me pareció de gran amor por el cuerpo. Seguí viéndola. Más adelante, la chica declara que no le gusta ser mujer, y posteriormente se autodefine “trans”. La serie muestra los conflictos que su afirmación desencadena, unos la aceptan y otros la agreden, pero en ningún momento se menciona el asunto del amor por el propio cuerpo. La serie tampoco muestra la serie de intervenciones quirúrgicas y medicamentosas a que ese cuerpo sería sometido para un eventual cambio de sexo. ¿Es amor? Queda, pues, una cuestión importante: ¿Sí, o no, es verdad que nuestro “pasaporte” para estar vivos merece amor incondicional, o que nos sentiríamos mejor si le pusiéramos condiciones para amarlo? “Psicología” es una columna abierta. Puedes participar con ideas, temas, preguntas o sugerencias en psicologa.dolores@gmail.com

lunes, 16 de noviembre de 2020

DOS TESOROS

Las emociones son energía. Un estímulo cualquiera ha sido percibido. En milésimas de segundo se le comparó con los deseos, creencias y expectativas contenidas en el subconsciente. El cuerpo emite una respuesta fisiológica de agrado o desagrado y con ella, dota a la persona de una cantidad de energía pequeña o grande (en ocasiones abrumadora). Ahí está, disponible para la acción. Es una emoción. Su nombre lo dice: emoción = muévete. Las emociones nunca son buenas o malas, solo emergen. Además de energía dan información: “Este estímulo sí, o no, va de acuerdo con todo el entramado de mi sistema interno de contenidos previos”. Hasta aquí, todo sucede a nivel inconsciente y automático. En ocasiones suben hasta la consciencia, cuando se les pone atención. Entonces, es posible darles cauce y significado; pero si no, desatan movimientos y acciones que después, cuando ya hicimos algo, nos preguntamos: “¿Y yo por qué hice esto?”. Las emociones son irracionales; es decir, no piden permiso a la inteligencia para presentarse. Ya vimos que emergen de manera automática. Un arrebato de cólera puede llevarnos a perder el empleo o a un ser querido. Un arrebato de amor puede traer al mundo a un hijo no deseado. Un arrebato de tristeza puede dejarnos inmóviles, en cama o sin sentido para la vida. Las emociones son nuestro gran tesoro. Nuestro. Nadie nos lo puede arrebatar. También el intelecto es un gran tesoro que nadie nos puede arrebatar. Lo ideal sería que pudiéramos aprovechar ambos tesoros en nuestro beneficio, hacer que trabajen juntos, en armonía. Saber cómo, cuándo, dónde y de qué manera utilizarlos antiguamente se le llamaba sabiduría y hoy, inteligencia emocional. El nombre se refiere a emoción e intelecto combinados en un buen resultado. Si alguien me dijera: “Eres puro corazón”, estaría haciéndome un cumplido muy pobre. Solo, sin el intelecto, el corazón puede llevar a grandes aberraciones, como “lo maté, sí señor, y si vuelvo a nacer, yo lo vuelvo a matar”. Inundación de emociones y nada de inteligencia. Y solo, también el intelecto llega a grandes aberraciones: “los viejos le cuestan demasiado al erario, hay que suprimirlos”. Pensamientos, cálculos, ninguna emoción, cero sentimiento. Puede verse la importancia de mantenernos en contacto con nuestro mundo emocional y conducirlo racionalmente hacia donde conviene, o él nos arrastrará hacia toda clase de resultados, agradables y desagradables. En ocasiones, la emoción es tan abrumadora que lo primero que debe hacerse es reducir su tensión hasta un nivel en el que su energía sea manejable. ¿Cómo? Con movimiento: un partido de tenis, una sesión de boxeo, caminar varios kilómetros, nadar, gritar en el auto con las ventanillas cerradas, golpear almohadas hasta sudar, hacer rayones sobre un papel, son aplicaciones no peligrosas del exceso de energía. Luego, cuando esta ya sea manejable, se puede echar mano de ese par de tesoros inagotables que tenemos dentro: corazón y cerebro. Deseo para mí y para todos mis lectores que la sabiduría sea nuestra compañera inseparable de vida, que ella nos conduzca hacia lo que todos queremos: la felicidad y la paz. “Psicología” es una columna abierta. Puedes participar con ideas, temas, preguntas o sugerencias en psicologa.dolores@gmail.com , o al teléfono 7 63 02 51 “Psicología” es una columna abierta. Puedes participar con ideas, temas, preguntas o sugerencias en psicologa.dolores@gmail.com

lunes, 9 de noviembre de 2020

EL HORROR

El horror verdadero no es lo que se siente al ver películas de este género, sino el de una persona que está expuesta a una situación en la que corre peligro su vida (o la de alguien muy amado), al tiempo que se experimenta reducida a una impotencia total; es decir, no puede hablar, moverse ni hacer algo en su defensa. A esta experiencia de horror se le llama trauma psicológico. No todas las personas sufren con la misma intensidad una situación similar. Si la persona conserva el movimiento (aunque fuera solo temblor), habla de lo sucedido con alguien (sea relatándolo o pidiendo ayuda), o se le ocurre algo que podría hacer al respecto (aun si es fantasioso), el efecto maligno del trauma puede verse reducido. Reducido no significa solucionado. Hay varios tipos de traumas: 1- Los breves, repentinos e inesperados, como los accidentes de tránsito, asaltos, catástrofes naturales (inundación, temblor, tornado) en los que hay peligro real de perder la vida o la integridad física. 2- Situaciones abrumadoras, persistentes y repetitivas en las que se experimentan desamparo e impotencia totales, como ser prisionero de guerra, víctima de tortura, de abuso sexual o físico, de agresiones constantes en la escuela. 3- Trauma por una pérdida en que la persona se percibe en situación de desamparo e impotencia total: una muerte repentina, pérdida de alguno de los padres por separación, pérdida de los padres por adopción, pérdida de la pareja por infidelidad. No toda pérdida produce trauma, depende de cómo la percibe la persona. Resulta inútil intentar convencerla de que su percepción está equivocada; es mejor escucharla las veces que lo necesite. 4- Trauma por vínculo inexistente (abandono, perderse en una ciudad extraña). Todo humano necesita desarrollar vínculos emocionales seguros y de apoyo (que alguien conoce su nombre, quiere saber dónde está y contesta el teléfono si le llama). Sin estos vínculos, se experimenta existencialmente desamparado. Para un niño, el apego a sus padres es esencial y resulta catastrófico si los padres no pueden satisfacer esta necesidad. La vinculación a la madre es la base de los patrones psicológicos para todos los seres humanos. La ausencia materna en la primera infancia puede producir severos problemas de adaptación social y emocional en años posteriores. El síntoma principal del trauma de vinculación es el vacío interior. El horror de las experiencias traumáticas tiene una influencia prolongada que afecta la percepción del mundo y no se cura solo ni con el tiempo; es necesario hablar de ello con alguien especializado. Una experiencia traumática siempre tiene algún efecto durante varias generaciones. Una madre o un padre que han sufrido un trauma, inevitablemente transmitirán su experiencia traumática al hijo. La psique humana es un fenómeno multigeneracional en el que, a menudo, los problemas físicos, emocionales y psicológicos de una persona son consecuencias de enredos en relaciones vinculantes de tres o cuatro generaciones anteriores. Si nuestros padres o abuelos sufrieron un trauma, nosotros no tenemos la culpa; sin embargo, nos toca liberarnos del tal trauma que acaeció antes de que fuera nuestro tiempo, deslindar lo ocurrido y asumir que somos personas distintas a ellos. Lo dicho en el párrafo anterior hace parecer que cada uno podemos, solos, con nuestras fuerzas y voluntad, liberarnos de los traumas heredados. No es así; necesitamos ayuda. En las Constelaciones Familiares realizadas en grupo esto se deslinda con cierta mayor facilidad y el alma puede tomar lo que ve y no conocía. El intelecto resulta insuficiente para solucionar los horrores que no vivimos nosotros pero nuestros padres o abuelos sí, y los incapacitó para darnos lo que necesitábamos de ellos. “Psicología” es una columna abierta. Puedes participar con ideas, temas, preguntas o sugerencias en psicologa.dolores@gmail.com

lunes, 2 de noviembre de 2020

LOS MUERTOS

Todos tenemos a personas amadas que ya no están aquí. Dejarlas ir es muy difícil. El día de muertos parece reunirnos con ellas de nuevo al recordarlas con mayor intensidad, visitar sus tumbas, preparar los platillos que preferían, comprarles flores, regalarles una misa, mirar sus fotografías y tantos otros detalles con que honramos sus memorias. Los muertos ya traspasaron una puerta que nosotros deberemos cruzar algún día y que cada uno la imaginamos distinto. La idea que nos formamos de esa puerta y lo que sigue después suele ayudarnos a vivir mejor o más mal, aun a sabiendas de que lo que creemos saber del más allá no puede ser demostrado; son solo anhelos, aspiraciones, creencias o realidades que se niegan a brindar pruebas empíricas de su existencia. Para la persona que cree en que su ser querido muerto sigue aquí de manera invisible, lo acompaña a todas partes, lo escucha, lo cuida y le concede favores, el no poder verlo y solo sentirlo es menos desgarrador que para quien cree que su ser amado se ha convertido en nada y jamás lo volverá a encontrar. Personas me han dicho: “Claro que me gustaría creer en otra vida, pero no puedo”. Y es verdad, no pueden. En mi interior lamento verlas privadas de ese consuelo. La fe suele ser un regalo que recibimos a través de nuestros padres o alguien muy querido. A veces nos llega mediante una experiencia desoladora. También personas me han dicho: “Ese consuelo es falso, ¡menuda sorpresa van a llevarse los crédulos cuando lleguen y no hay nada!”. Entonces yo pienso y a veces lo digo: “No habrá sorpresa. Si, como dicen, no hay nada, ninguna consciencia estará allá para decepcionarse; sin embargo, la creencia les sirvió de consuelo en vida. Y si, en cambio, hay algo, no existe motivo para decepcionarse”. Otras personas, que dicen amar la objetividad, aseguran: “No acepto basar mi vida en mitos y mentiras”. Con ellas no digo nada, solo pienso: “Nuestras vidas están basadas en millares de mitos y creencias que crearon personas que ya no están en el planeta y que jamás podremos demostrar como ciertos, pero nos sometemos a ellos sin chistar”. Por ejemplo: ¿por qué está prohibido comer carne de gato o de caballo?, ¿en qué es mejor que los hombres traigan el cabello más recortado que las mujeres?, ¿es más acertado el idioma español donde el sol es masculino, o el francés en que es femenino?, ¿las fronteras son provechosas para los humanos en el lugar donde están trazadas? La lista de creencias a las que nos sometemos es inacabable. Recibir en el pensamiento con amor el recuerdo de nuestros seres queridos siempre ejerce alguna influencia en nosotros. Influencian al sentirnos pertenecientes a algo más grande que la muerte, influencia de gratitud por lo vivido con ellos, de comprobación de la vitalidad del propio corazón que fue capaz de amarlos, de reconocimiento de que a pesar de la brevedad de la existencia es posible hacer cosas trascendentales (nuestro propio cuerpo, por ejemplo), convencimiento de que podemos mantenerlos vivos mediante la memoria y la propia vida. Los muertos nos anteceden. El lazo de amor que lograron crear durante su existencia necesita ser perpetuado o tal vez perfeccionado en la nuestra. Sugiero un brindis en honor de los que hicieron un lugar para los que todavía estamos aquí. ¡Salud! “Psicología” es una columna abierta. Puedes participar con ideas, temas, preguntas o sugerencias en psicologa.dolores@gmail.com