lunes, 27 de octubre de 2014

ABUSO SEXUAL


En caso de abuso ¿cómo se puede apoyar a la víctima y a su familia? Ella tiene 9 años y él 20, es un vecino amigo de la familia. La mamá, que es amiga mía, los descubrió y posiblemente evitó algo más grave, al muchacho lo corrió de su casa, a la niña la golpeó y la tiene castigada sin salir. La mamá dice que cada vez que se acuerda le da tanto coraje y desesperación que no sabe de qué es capaz. Todavía no se lo ha contado al papá, piensa que él se va a enojar todavía más y quién sabe qué vaya a hacer. Escuchándola se me contagió su angustia. ¿Puedo ayudar?, ¿cómo?

OPINIÓN

Generalmente, a una madre le duelen más los eventos de sus hijos que los de ella misma. Es posible que para tu amiga éste haya sido un suceso traumático; es decir, que rebasa, al menos temporalmente, su capacidad para permanecer entera, dueña de sí misma y tomando decisiones eficaces. Sin embargo, sigue siendo la madre; a ella y al padre corresponde proteger a la hija, y no podrán hacerlo adecuadamente si se encuentran alterados.

Tú deseas ayudar y refieres que se te contagió la angustia de la madre. Esa angustia no ayuda; también tú necesitas estar “cuerda” y distinguir con claridad cuál es el objetivo a seguir: encontrar cómo la niña puede permanecer sana. Y cómo la familia puede seguir funcionando como familia sana, digna, amorosa y protectora, a pesar de lo ocurrido. Dicho en otras palabras, si este evento es un trauma, se asemeja a sufrir un accidente del que se sale malherido, y lo que sigue es comenzar la curación y luego la rehabilitación, de manera que el o los accidentados vuelvan a estar lo más sanos posible, de preferencia como antes del accidente. Éste sería el objetivo para todos.

El método: De antemano te digo que se necesita ayuda profesional, esto no debe ser pasado por alto. Mientras tanto, y aquí puedes ayudar, tú y cada uno de los miembros de la familia deben saber con exactitud dónde tienen puesta su mirada y con cuál actitud, amorosa o justiciera. La actitud amorosa acoge, acepta, arropa y busca preservar el bien, cualquier cantidad de bien que se pueda salvar; en cambio, la justiciera rechaza, condena y se enfoca en aislar y destruir el mal. Cualquiera de estas dos actitudes pueden ser aplicadas a la víctima, y los resultados serían diametralmente opuestos: con la amorosa, la niña puede asimilar y superar la experiencia vivida, y en el futuro ser una mujer sana; con la justiciera va a sentirse culpable, marcada, estropeada, víctima… y en el futuro ser una mujer avergonzada y resentida.

Tú puedes ayudar, si logras lo siguiente: 1) escuchar a la madre sin perder tu serenidad, sin engancharte en su angustia, sin dejarte dominar por la curiosidad, y sin que disminuya tu aprecio y respeto por todos los miembros de la familia. 2) Recordar continuamente, en tu interior y exterior, que los padres de la niña son los encargados de ella y su bienestar. Por ejemplo, responder sin dar consejos: “Comprendo, te duele, eres su madre y ella siempre será tu hija. Tu amor te hará encontrar la mejor manera de ayudarla”. 3) Insistir en que busquen ayuda profesional, pero si no te hicieran caso, ser capaz de retirarte y no intentar nada; la responsabilidad pertenece exclusivamente a los padres, y los “agregados” tarde o temprano cometen alguna equivocación.

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lunes, 13 de octubre de 2014

INTELIGENCIA TRANSGENERACIONAL


“¿Cuál es el mejor momento para iniciar la educación de una dama?”, preguntaba un autor cuyo nombre no recuerdo, y contestaba él mismo: “Cuando nace su abuela”. Y otro autor, Didier Dumas, psicoanalista francés de niños psicóticos, muerto en 2010, aseguraba que la psicosis es una enfermedad de la familia y no de la persona solamente. Según él, “los niños psicóticos parecen tener la misión de arreglar el pasado genealógico de sus familias, son incomparables exploradores del inconsciente transgeneracional y el pasado familiar los ha convertido en lo que son”.
¿De qué pasado estamos hablando? ¿Del de su padre o el de su madre? También, pero sobre todo de lo ocurrido en la familia durante tres, cuatro y más generaciones: traumas, secretos, omisiones, mentiras y ocultamientos que se heredan como si fueran un ADN no material. Didier decía: “A los que no entienden el porqué de la existencia de los psicóticos, les contesto que ellos están para enseñarnos lo que desconocemos acerca de nuestras transmisiones mentales y espirituales”. Él creía que la memoria de estos eventos se transmite por telepatía o algo similar, pues siendo inconscientes, nadie los recuerda conscientemente, pero investigando, salen a la luz como causantes de la psicosis y otras enfermedades.
Angélica Olvera, investigadora y pedagoga mexicana, ha acuñado el término “inteligencia transgeneracional” para describir la capacidad que tenemos tanto de asimilar como de comprender y aprovechar los eventos y características recibidos como herencia no material, y añade este nombre a los otros tipos de inteligencias múltiples que han sido estudiadas: la emocional, referente al manejo de la vida afectiva; la  verbal, aptitud para expresarse con palabras; la lógico matemática, habérselas bien con números y operaciones abstractas; la musical, que tienen los músicos, cantantes y compositores; la cinético-corporal, de los bailarines y deportistas; la espacial, de quienes pueden orientarse fácilmente en cualquier ubicación y postura; la interpersonal, habilidad para ser sociable y establecer contacto hasta con desconocidos, que tienen los líderes y los vendedores; la intrapersonal, para profundizar pensamientos acerca de sí mismos y la vida, como los poetas y los filósofos. En esta última yo añadiría a los psicóticos, aunque ya se los ha ubicado en la transgeneracional.
Culturalmente, no todas estas inteligencias han recibido el mismo prestigio. Podemos verlo como padres, solemos apreciar más que un hijo saque buenas notas en matemáticas, y menos que sea bueno en fútbol o tocando la guitarra, ya ni se diga que ande de amiguero o que a todo lo que le decimos tenga respuesta.
Es obvio que las personas poseemos estas inteligencias (y otras que no han sido estudiadas) en diferentes medidas, sabemos de brillantes científicos e inventores que son “idiotas” relacionándose con familia y amigos, o que se pierden si salen a la calle o van a otra ciudad.
¿Por qué las llamamos inteligencias? El término inteligencia está compuesto por otros dos términos: intus (entre) legere (escoger); por lo tanto, hace referencia a saber elegir. La inteligencia posibilita la selección de las alternativas más convenientes para la resolución de un problema. Cada uno de nosotros sobresalimos en una o dos, tal vez más, inteligencias, constituyen nuestro talento natural, y estamos deficientes en otras que aunque necesarias, incluso el cultivarlas nos cuesta trabajo.
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viernes, 10 de octubre de 2014

VERDADEROS ATEOS


En ocasiones dudo que existan verdaderos ateos, entendiendo por Dios Aquello ante lo que me inclino, me someto y dirijo todo mi ser. Creo difícil que alguien piense: “Nada hay por encima de mí a lo que deba someterme, yo me di a mí mismo la vida y la existencia y puedo conservarlas o abandonarlas cuando quiera, me pertenecen. Soy lo más grande, la fuente y el orden de donde proviene todo lo que vemos y lo que no vemos…”

Sin embargo, existen los que se niegan a creer en determinadas imágenes de Dios: nada de ancianos de larga barba sentados entre nubes, ni ojos dentro de triángulos, cruces simples o adornadas o hechas crucifijo, tampoco estrellas de cinco, seis o nueve puntas o acompañadas por la luna, ni budas gordos o flacos, seres con alas, ídolos, imágenes de santos… Muchos de estos “incrédulos” andan en busca de una espiritualidad distinta, que les permita contactar y permanecer comunicados con Aquello a lo que no pueden dar nombre ni figura y que podría otorgar sentido a sus vidas. A veces se llaman a sí mismos ateos, ¿lo son realmente, o solo buscan al Desconocido, de Quien no podemos saber mucho, puesto que excede nuestra capacidad de comprensión?

Otros, que también se autodenominan ateos, además de negarse a adoptar las imágenes clásicas de la divinidad, preferirían que no existiera eso Más Grande, hacen lo posible por eludirlo, alejarse, perdérsele de vista. La idea de esta Presencia les desagrada e incluso podría resultarles aterradora. En el fondo se saben pequeños, limitados, desprotegidos y, sobre todo, “condenados” a vivir y a morir. Luchan contra ese Ser (aunque no exista, según ellos) y trabajan para que otros semejantes se unan y piensen igual, como cuando un niño no hace la tarea y pregunta a los compañeritos: ¿verdad que era imposible hacerla?, con la esperanza que sean varios en la misma situación y sentirse acompañados. Esta actitud de negar, huir y pelear da sentido a sus vidas. ¿Son verdaderos ateos?

Hay otros que subjetivamente son honestos el confesarse ateos, porque no creen en nada espiritual ni en la existencia de un más allá; todo se reduce al más acá, que se ve, se cuenta, se pesa o mide de alguna manera. Su Algo Más Grande es material: el estado, el capital, las trasnacionales, la naturaleza, los fenómenos históricos o climáticos… Oscilan entre someterse y querer someter a eso Algo Más Grande. ¿Son ateos? De nombre, sí. ¿Y de hecho? Son los más religiosos, con esa religiosidad primitiva en la que su dios (la política, la ciencia, la costumbre, la cultura, el arte…) les ordena: ve, y van; ven, y vienen; sacrifícate tú o sacrifica a multitudes, y realizan el sacrificio sin parpadear. En ellos se muestra con mayor claridad la necesidad humana de pertenecer, servir y vivir para Algo Más Grande. Su tipo de dioses, más materiales que espirituales, son lo más grande que han podido imaginar, y su adoración es más devota, audaz y definida que la de muchos que se dicen teístas.  

Existe otra clase de ateos que no se denominan tales y aseguran que sí creen en Algo Más Grande, pero no lo adoran ni pelean en contra o a favor de Él, tampoco piensan que entre ambos haya nada que ver. En mi opinión, éstos serían verdaderos ateos, solo que ellos mismos no se llaman así, ¿con qué derecho podría nadie incluirlos en dicha categoría?  Por eso dudo de que haya verdaderos ateos.

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