Las familias tienen entre sus miembros un amor
indestructible. Aunque indestructible, puede bloquearse, como cuando la
manguera de regar el jardín se dobla y no deja pasar el agua. Sí hay agua en la
tubería y parece que no; no sale ni una gota.
En Constelaciones Familiares se busca dónde se
interrumpió ese amor indestructible (qué pasó para que esos padres, hijos o
parientes parezcan más enemigos que familiares) y reconectarlo, a fin de que
circule y los miembros puedan darlo y recibirlo.
¿Siempre tienen éxito? Eso quisiéramos; no siempre.
En una sesión de Constelaciones, los participantes se
sientan en círculo, incluidos el facilitador y el consultante, y todos se ponen
al servicio del sistema que va a representarse.
El consultante, a través de nombrar y ubicar a unos
representantes, va proporcionando su imagen mental de cómo funciona su sistema
familiar.
Los representantes son girados, cambiados de lugar,
invitados a mirar algo que no miran, a inclinarse ante algo o alguien, a
pronunciar determinadas palabras y a informar cómo se sienten.
El consultante observa pero no de manera pasiva; él está
“guiando” la constelación y también recibiendo información de lo que ocurre. Sus
sentimientos acompañan el proceso, de manera que lo exterior se corresponde con
lo que pasa en su interior. En ocasiones llora o se rebela o comprende
emocionalmente (inteligencia y sentimiento juntos) lo que su sistema necesita.
Como el amor jamás muere dentro de un sistema familiar, por
amor a su familia y a sí mismo, el consultante accede a acomodar lo
desacomodado.
El desacomodo puede provenir de que en la historia
genealógica se hayan sufrido dolores insoportables que rebasaban, en quienes
los experimentaron, la capacidad de elaborarlos y seguir dando y recibiendo el
amor que necesitaban para convivir bien. Ese mismo dolor insoportable está
pidiendo solución en los descendientes. Una orfandad, un suicidio, un
accidente, una ruptura, un alejamiento, una traición, una injusticia
grave… Innumerables pueden ser los eventos
que estremecen las vidas y dejan a las personas como inválidas en lo afectivo.
Cuando dentro de un sistema hay uno o más inválidos en lo
afectivo, no lo sufren ellos solos, también los demás son afectados.
Siempre es duro para un hijo carecer de uno o ambos
padres por ausencia o por invalidez afectiva. ¿Y qué puede hacer el hijo si ya
lo vivió? O encuentra la manera de sanar y no convertirse a su vez en inválido,
u obligará a cuantos necesiten de su amor a pasar hambres afectivas.
Las Constelaciones Familiares suelen efectuar en los
consultantes “cambios de rumbo” a veces muy pequeños pero grandes en sus
resultados. Es como si un avión o un velero modificaran su dirección en un
grado o dos; al principio puede ser imperceptible, pero la diferencia es más y
más significativa a medida que avanza el trayecto. Reconectar el “servicio de
amor” marca diferencias más grandes que reconectar el de electricidad o agua en
una casa.
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