martes, 22 de agosto de 2017

EL INDESTRUCTIBLE AMOR DE LAS FAMILIAS



Las familias tienen entre sus miembros un amor indestructible. Aunque indestructible, puede bloquearse, como cuando la manguera de regar el jardín se dobla y no deja pasar el agua. Sí hay agua en la tubería y parece que no; no sale ni una gota.
En Constelaciones Familiares se busca dónde se interrumpió ese amor indestructible (qué pasó para que esos padres, hijos o parientes parezcan más enemigos que familiares) y reconectarlo, a fin de que circule y los miembros puedan darlo y recibirlo.
¿Siempre tienen éxito? Eso quisiéramos; no siempre.
En una sesión de Constelaciones, los participantes se sientan en círculo, incluidos el facilitador y el consultante, y todos se ponen al servicio del sistema que va a representarse.
El consultante, a través de nombrar y ubicar a unos representantes, va proporcionando su imagen mental de cómo funciona su sistema familiar.
Los representantes son girados, cambiados de lugar, invitados a mirar algo que no miran, a inclinarse ante algo o alguien, a pronunciar determinadas palabras y a informar cómo se sienten.
El consultante observa pero no de manera pasiva; él está “guiando” la constelación y también recibiendo información de lo que ocurre. Sus sentimientos acompañan el proceso, de manera que lo exterior se corresponde con lo que pasa en su interior. En ocasiones llora o se rebela o comprende emocionalmente (inteligencia y sentimiento juntos) lo que su sistema necesita.
Como el amor jamás muere dentro de un sistema familiar, por amor a su familia y a sí mismo, el consultante accede a acomodar lo desacomodado.
El desacomodo puede provenir de que en la historia genealógica se hayan sufrido dolores insoportables que rebasaban, en quienes los experimentaron, la capacidad de elaborarlos y seguir dando y recibiendo el amor que necesitaban para convivir bien. Ese mismo dolor insoportable está pidiendo solución en los descendientes. Una orfandad, un suicidio, un accidente, una ruptura, un alejamiento, una traición, una injusticia grave…  Innumerables pueden ser los eventos que estremecen las vidas y dejan a las personas como inválidas en lo afectivo.
Cuando dentro de un sistema hay uno o más inválidos en lo afectivo, no lo sufren ellos solos, también los demás son afectados.
Siempre es duro para un hijo carecer de uno o ambos padres por ausencia o por invalidez afectiva. ¿Y qué puede hacer el hijo si ya lo vivió? O encuentra la manera de sanar y no convertirse a su vez en inválido, u obligará a cuantos necesiten de su amor a pasar hambres afectivas.
Las Constelaciones Familiares suelen efectuar en los consultantes “cambios de rumbo” a veces muy pequeños pero grandes en sus resultados. Es como si un avión o un velero modificaran su dirección en un grado o dos; al principio puede ser imperceptible, pero la diferencia es más y más significativa a medida que avanza el trayecto. Reconectar el “servicio de amor” marca diferencias más grandes que reconectar el de electricidad o agua en una casa.
“Psicología” es una columna abierta. Puedes participar con ideas, temas, preguntas o sugerencias en psicologa.dolores@gmail.com ,  o en facebook.com/Psic-Ma-Dolores-Hernandez-Gonzalez




lunes, 14 de agosto de 2017

LOS ROLES QUE DESEMPEÑAMOS



“Mi madre fue injusta conmigo, prefirió siempre a mi hermano y eso nunca se lo voy a perdonar”, oí decir a una mujer de mediana edad, casada y con hijos. “¿Su mamá vive?”, le pregunté, y respondió que no.
Qué doloroso tener  recuerdos y pendientes que hacen sufrir, con una persona que ya no está. ¿A quién le cobra un hijo las caricias que le faltaron?, ¿las injusticias que recuerda haber sufrido?, ¿la falta de apoyo en momentos importantes? A nadie; le toca sentirse y pensarse una víctima de por vida, salvo que…
Salvo que se niegue a desempeñar ese rol tan ingrato.
¿Cómo vive una víctima? Sufre y llora porque la engañan, la humillan, le roban, la traicionan, la abandonan…
Cuando vamos al teatro o al cine, vemos a actores desempeñando papeles. Unos son héroes, otros villanos, verdugos, víctimas… Los roles se entrelazan. El actor debe asimilar perfectamente su papel, o no lo desempeñará como es debido. Si uno, al que le toca morir asesinado de un balazo, en plena representación se negara a expirar y saliera corriendo, destruiría la escena, la modificaría por completo y todos los actores tendrían cambios.
No es difícil darse cuenta que la familia nos asigna roles, papeles para desempeñar en la vida: tú eres el mayor que cuidará a sus hermanos, tú  el exitoso que todo lo merece, tú el abnegado que acepta injusticias, tú serás quien me cuide en mi vejez, tú… 
Generalmente, aceptamos dichos roles sin darnos plena cuenta. Pero podemos negarnos y salir corriendo. Por supuesto que se destruirá la escena.
¿Está uno obligado a vivir roles que no le gustan, porque la familia se los asignó? Si la mujer con la que comencé mi escrito no se rebela y abandona su manera de pensar, va a ser víctima de engaños, traiciones, robos, abandonos y todo lo que es propio de las víctimas, le guste o no. Más aún: aunque la vida no le proporcione engaños, traiciones y robos, ella tendrá que inventar que sí le han sucedido o están por sucederle y sufrirá igual, porque así está programada.
En Constelaciones Familiares resulta impactante ver cómo los hijos toman sobre sus hombros sentimientos, expectativas, ilusiones, desilusiones, desengaños e infinidad de situaciones más que pertenecen a los padres, y observar el efecto que ocasiona que puedan decir a los papás (en persona de sus representantes): “Te devuelvo esto que es tuyo, y  quedo libre”, o: “Me dolió que prefirieras a mi hermano. Por favor, tómame como tu hija y yo te tomo como mi madre”.
Es difícil describir qué tan esclavizante y cruel puede llegar a ser un rol asignado, y también lo es comprender que estamos en nuestro derecho de decidir si queremos o no continuar con nuestros roles.
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martes, 1 de agosto de 2017

CUANDO ASUSTA LA PROPIA GRANDEZA



Según Nelson Mandela, nos asusta mucho más nuestra luz que nuestra oscuridad, y si dejamos  que nuestra luz brille, inconscientemente damos permiso a otras personas para que brillen igual que nosotros.
¿Será verdad que a veces preferimos permanecer oscuros (tristes, sufriendo, enojados, bloqueados) por miedo a ser todo lo luminosos que podríamos? ¿Qué nos atemoriza a la hora de brillar?
Muchas cosas, y podrían resumirse en una sola: el miedo a perder el amor y la aceptación.
Algunos temen brillar, destacar y tener éxito porque piensan que su brillo generaría envidias. Repliegan sus alas u ocultan su bienestar con la vana esperanza de alcanzar la utopía de “ser monedita de oro” y que incluso las personas envidiosas les dispensen su amor y aceptación.
Hay quienes temen brillar por falsa humildad; creen que brillar es malo, un acto de soberbia o pedantería que podría ofender y alejar a los demás. Imaginan que brillo y soledad vienen juntos.
Muchos prefieren ser pobres antes que sobresalir en riquezas porque piensan que ser rico pervierte y endurece el corazón al grado que la persona se olvida de los otros y solamente el dinero le interesa. No creen ser capaces de tener bienes y seguir siendo bondadosos.
Otros temen brillar y ser felices porque imaginan que lo bueno no puede durar mucho. Creen que la felicidad es la excepción y no la regla. Están tan habituados a la oscuridad y al sufrimiento que ahí se sienten “en casa”. Quizá de niños fueron obligados a experimentar demasiado dolor y luego tal situación les pareció “lo normal”. La dicha contradice sus expectativas y han dejado de aspirar a ella.
Otros prefieren enfermar antes que brillar. Enfermando reciben mimos, cercanía y cuidados especiales; en cambio, si se aliviaran tendrían que cuidar de sí mismos y tal vez de otros, lo cual es mucha responsabilidad.
Nuestra cultura tiende a valorar la abnegación a favor de los demás y el sufrimiento; en cambio, habla con desdén de las personas que no sufren, de las que se niegan a inmolarse a sí mismas y de quienes eligen “a su conveniencia”. Con tales postulados como base, no es raro que muchas personas prefieran oscurecerse, desaparecer y adoptar el rol de víctimas, en un extraviado método para lograr el amor y la aceptación de sus semejantes. Lo llamo extraviado porque suele obtenerse no el amor y la aceptación buscados, sino lástima y conmiseración.
Si lo anterior es acertado, también lo dicho por Mandela es verdad, que con frecuencia nuestra luz nos asusta mucho más que nuestra oscuridad. Y que si obligamos a nuestra luz a permanecer amortiguada, inconscientemente esperamos que los demás hagan otro tanto y amortigüen sus propias luces. Y si alguien no lo hiciera, nos sentiríamos profundamente traicionados y ¡sufriríamos por ver resplandecer su brillo!
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