lunes, 27 de junio de 2011

KARMA

He leído como siempre sus artículos, el único día de la semana que compro el a.m. es el martes, y sólo por leerlos. Tengo un comentario que hacerle acerca de la grandeza de Dios, de la vida: Ud. dijo que cuando se está en paz con Dios y se aceptan sus designios tenemos paz interior, independientemente de la felicidad y/o la tranquilidad. Es obvio que DEBE EXISTIR DIOS.
Estos dos últimos años han sido una losa pesada y ya una vez dije que estaba harto, pero lo vivido me ha servido mucho para conocer a Dios, desde primero blasfemar hasta llegar a reconocer su grandeza, arrepentirme, pedirle perdón y saber que lo más importante en esta vida es conocerlo y sobre todo amarlo, independiente de si lo "estudiamos". Tanto tiempo batallando por salir adelante en la vida y en diversos problemotas INJUSTOS, tanto que le meto potencia a las cosas y de todos modos no salen... ya hasta me estoy haciendo paranoico o he llegado a pensar que a lo mejor estoy pagando un karma... pero no sé qué karma o cual. Tal vez un pendiente de otra vida. No sé si me pueda Ud. hacer algún comentario al respecto, el cual le agradeceré.
RESPUESTA
Gracias por leer esta columna, tus reconfortantes palabras y el comentario. Me alegro por ti de que hayas pasado de “estar harto” a reconocer la grandeza divina y que lo más importante es conocer y amar a Dios. Dice un refrán: “Pelearse con todos, menos con la cocinera”, y significa que es importante la armonía con aquello que es la fuente que nos surte de lo que necesitamos; para algunos puede llamarse Dios; para otros, espíritu, universo, alma, caudal interior, propio potencial, etc. Importa menos el nombre que el reconocimiento de que existe un manantial, con el cual debemos mantener buena relación o saldríamos perdiendo.
Ya que estás en camino y llevas recorrido un buen trecho, puedes dar un siguiente paso. Actualmente te encuentras mirando tu gran esfuerzo en resolver “problemotas injustos” y dudando si a lo mejor estás “pagando un karma”, que no sabes cuál es. Este siguiente paso consistiría en modificar el punto hacia dónde diriges tu mirada. La mirada nos conduce, nos marca el rumbo. En lugar de orientarla al pasado, podrías enfocarla en el presente; en lugar de a la justicia o injusticia, enderezarla hacia el reto y la oportunidad.
Es cierto que el pasado contiene explicaciones de lo que ocurre en el presente, pero son sólo eso, explicaciones, no mueven a la acción. Es distinto ocupar la mente en investigar el porqué de algo, que en descubrir una solución. Podemos decir: “Sé que la causa de mis males fueron mis padres, maestros, amigos, circunstancias, un karma…”, y con ello sentirnos justificados para echarles la culpa, sentirnos impotentes y permanecer en la situación.
Respecto a la justicia o injusticia, podemos pensar: “Estoy siendo víctima, porque no es justo que yo tenga estos problemas”, o: “Es la justicia del karma, quién sabe qué deberé y tengo que pagar”. Tales pensamientos nos distraen de lo principal: vivir en plenitud, lo mejor que podamos, sean cuales fueren nuestras circunstancias. Cuando enderezamos nuestra mente hacia el reto y la oportunidad, pensamos: “Estas dificultades me hacen crecer y evolucionar”, o: “Si debo un karma, agradezco la oportunidad de pagar y haré que me resulte provechoso”.
Ya te hice el comentario que pediste, ojalá sea de tu agrado. Te deseo plenitud de vida y salud.
“Psicología” es una columna abierta. Puedes participar con ideas, temas, preguntas o sugerencias en psicologa.dolores@gmail.com o al teléfono 7 63 47 28

TOCARSE Y AMARSE

Me gustaría que en algún artículo hablara sobre el tema de cuando una persona no encuentra su camino, no le encuentra sentido a su vida, y como puede enfrentar eso, espero que tome en cuenta mi opinión.
RESPUESTA
Todos los caminos son iguales: no llevan a ninguna parte. También lo opuesto es verdadero: todos tienen un destino. Conocer a dónde queremos llegar, eso nos hace sentir que estamos sobre el camino adecuado.
Cada vez que uno siente que su vida carece de sentido y no encuentra el camino, está recibiendo una información extremadamente valiosa: tiene la mirada puesta en cosas que no le interesan. Una dolorosa confusión acompaña esta apatía. Ambos elementos constituyen la información a que me refiero. El sabio interior está hablando. Por un lado, dice: “Eso no es lo tuyo”, y por otro: “Puedo guiarte y lo haré, igual que con el juego infantil de ‘frío’ y ‘caliente’; si te duele es frío, si deja de doler, vas acercándote”.
¿Acercándose a qué o a dónde? A sí mismo. Al propio corazón. A lo que verdaderamente interesa. Exactamente el problema está cuando alguien no tolera estar consigo mismo ni un minuto, prefiere dormir, leer, ver televisión, comprar compulsivamente, trabajar hasta el agotamiento, meterse en vidas ajenas, ayudar a los demás, beber, drogarse o incluso morir.
¿Cómo sucede que un niño (los niños son egocéntricos, se tocan, juegan, viven el momento presente) se convierte en un adulto que no tiene permiso de tocarse, sentirse, conocerse, y mucho menos hacer algo en provecho propio? Sucede por amor a su familia. Prefiere amarla que volverse distinto. Cree sin titubear lo que le enseñan con ejemplos y palabras. Permite que le hagan creer una o más de las siguientes absurdas y usuales opiniones: vale más caer en gracia que ser agraciado; lo que tú pienses de ti mismo no es base, fíjate que piensan los demás de ti; es más digno de estimación un regalo que un pago; mirar hacia tu interior es malo; tocarte es pecado; sentir lo que verdaderamente sientes es incivilizado; adueñarte de tu propia vida es ser egoísta; afuera de ti está lo que puede hacerte sentir bien: cosas materiales, éxito, reconocimiento, admiración, aplauso, amor, fama, fortuna…; y otras por el estilo, que ponen el timón de la propia vida en manos ajenas.
Si existe una trayectoria, es decir, la posibilidad de acercarse o alejarse, hay un camino, aunque no lo parezca. Culturalmente somos invitados a vaciarnos de nosotros mismos y olvidarnos, con lo cual vamos perdiéndonos de nuestra cercanía. Por emocionante que le parezca a una persona perseguir una ilusión que la aleja de sí misma y de ser simplemente lo que es, y aunque crea que está bien ubicada, llena de motivación, en el camino correcto, no lo está, porque se posee cada vez menos. Y cuando no puede poseerse, su vida no tiene sentido.

lunes, 13 de junio de 2011

Día del padre

Qué bueno que exista un día para felicitar a los papás. En éste hay permiso para reconocer la importancia del padre y el profundo amor que el hijo o hija tienen para él. Amor indestructible. Sobrevive en las más adversas circunstancias, en ocasiones oculto bajo una gruesa capa de resentimiento o de lealtad hacia la madre. Pero ahí está. Es el impulso masculino que libera al hijo del “hechizo de mamá” y lo lanza fuera del nido, al mundo exterior, a la conquista.
Qué importante es mamá. Ella es útero, casa, lo interior, receptividad, la relación del hijo consigo mismo. El proceso no está completo sin la intervención de papá. Él es lo que penetra, el sembrador, dar de sí, volcarse hacia lo exterior, la relación del sí mismo con el mundo de afuera.
Hace algunas décadas, un autor definió al mexicano en estos términos: “Exceso de madre, ausencia de padre y abundancia de hermanos”. Si tal afirmación fuera verdad, estaría describiéndonos como sujetos domésticos, aferrados a lo conocido, temerosos de lanzarnos a lo nuevo e incapaces para concretizarlo, trabados en una lucha por la supremacía con los de la propia casa. ¡Qué importante es papá! Él debe respetar, resistir y superar el impulso del hijo a quedarse con mamá y seducirlo a triunfar en su medio ambiente, hacerlo exitoso.
Entre nosotros, el día del padre es, con mucho, menos popular que el día de la madre. Todavía existe en demasía el “mis hijos”, en lugar de “nuestros hijos”. Pero en esta festividad es posible detener la corriente de la costumbre, volverse a mirar a papá con amor y decirle, en voz alta o en el corazón: “Tú eres mi padre y yo soy tu hijo o hija. Te llevo en mis genes y en mi corazón. Gracias por la vida y por todo aquello que has podido darme. Es suficiente. Lo demás, a mí me toca obtenerlo”.
Quiero narrar una experiencia reciente. Cuando presenté el cuento “Calixto el castor”, que trata de un padre que debe irse de casa y dejar a sus hijos al cuidado de otro castor, una señora compró el librito y lo dejó en algún sitio, a la vista. Su nieta lo tomó, se lo llevó ocultamente a la escuela y allí la maestra lo leyó al grupo. Grande fue la sorpresa cuando aproximadamente diez niños dijeron que tal era su vida, porque no vivían con su papá. En palabras de la niña, vivió una muy buena experiencia al poder hablar con otros niños de lo que cada uno sentía, se hicieron amigos entre sí, y agregó: “Qué lástima que ya se va a acabar el año, porque me gusta tenerlos como amigos”. La añoranza por papá los había puesto en contacto.
Termino diciendo: “Felicidades, papás, gracias por existir”.

lunes, 6 de junio de 2011

IDENTIFICADA CON LAS AMIGAS

Tengo 29 años. Mi consulta proviene de observar que amigas o compañeras a las que yo he considerado exitosas en su profesión, cuando se casan sufren un bajón laboral impresionante y además cambian de carácter, como si perdieran seguridad. Varias teníamos un grupo bonito, dos veces al mes dejábamos a los novios y nos veíamos, pero esto casi se acabó porque algunas se casaron y ya no pueden asistir. Me doy cuenta de que cuando me entero de algo desagradable que les pasa a mis amigas, poco después riño con mi novio y eso me tiene preocupada. Me ha entrado temor a comprometerme y que me suceda lo mismo. ¿Cómo podría quitarme este miedo que me está perjudicando?
RESPUESTA
Un temor es el resultado de percibir determinada situación, procesarla en la mente y llegar a una conclusión desagradable. Por el contrario, si la conclusión es agradable, proporciona esperanza y fe.
Percibir es indispensable. Procesar la información, también. Lo no indispensable es llegar a una conclusión de miedo y permanecer en ella, sin buscar otras más benignas. Por ejemplo: el conductor de un auto debe percibir la carretera y darse cuenta de cuáles tramos son rectos, curvos, de subida o bajada, dónde hay desviaciones, baches o algún accidente, y procesar la información de manera que pueda hacer los ajustes corporales para seguir el camino; pero cometería un error si, al encontrarse con un accidente, en lugar de continuar percibiendo lo que sigue, repitiera en su imaginación una y otra vez la desafortunada escena que vio hasta convencerse de que a él también le ocurrirá lo mismo.
Dices que cuando te enteras de que a tus amigas les pasa algo desagradable, poco después riñes con tu novio. Imagino que te das cuenta de la equivocación, pero no puedes evitar reaccionar. Me haces recordar el tiempo en que aprendí a conducir, hace ya muchos años, en un auto que no tenía espejos laterales, pero luego, un día, cambié a uno que sí los traía. Puedes imaginar la frenada descomunal que instintivamente di al ver que, por la izquierda, otro auto se nos echaba encima. Por supuesto que no era verdad, sólo que mi cerebro procesó como real la imagen que le enviaba un espejo que antes no estaba ahí, y todo mi cuerpo reaccionó de manera automática. No podía conducir así, cada vez que un vehículo se acercaba por detrás, tenía el reflejo de aplicar el freno. Fue necesario que me estacionara a un lado de la avenida y durante un cuarto de hora observara los coches que pasaban a través de la superficie lisa, hasta que mi cerebro asimiló la nueva realidad y dejó de hacerme reaccionar a su presencia. Quizá te sea útil que, cada vez que una amiga te confía alguna de sus dificultades, en tu mente le digas: “Tú allá, y yo acá. Tu vida y la mía son distintas”. Así, aunque sigas queriéndola entrañablemente, podrás percibir que ella y tú son personas que tienen cada una vida y reacciones diferentes.