lunes, 30 de abril de 2012

EL NIÑO INTERIOR


Ayer, Día del Niño, festejamos a los pequeños, los representantes de la  vida que se renueva. Quizá les dimos un abrazo o un obsequio y los vimos sonreír. O los miramos jugar –para ellos todo es juego- con esa capacidad que tienen para fingir lo que no existe y vivir aquello que desean; no necesitan de trámites para convertirse en héroes, animales o cohetes que viajan a la luna. Todo es mágico. La existencia está allí para realizar proezas que no trascienden ni traen consecuencias ni son para recordarse, y si vuelven a vivirlas, constituyen una experiencia nueva. Los niños confían en la vida sin saberlo, ajenos a la idea de que sea necesario hacer esfuerzo para crecer, porque su desarrollo se da por sí mismo. ¡Maravillosa edad en la que sólo existe el hoy y todo es posible con sólo vivirlo!

En el presente día, mi felicitación va dirigida al Niño Interior que todos los adultos portamos dentro, el que conserva intactas las características descritas y nos conduce a la magia del momento. Este Niño Interior constituye la faceta de nuestra personalidad que contiene el impulso a crecer entregándonos sin reserva al minuto actual, ser a un tiempo lo que somos y lo que deseamos ser y vivir la vida como un juego o un teatro, donde todo aparece y también desaparece y se le deja ir sin problemas ni nostalgias, como hace el pequeño que ahora es policía o soldado y un instante después toma su cena o se convierte en estudiante, o el que llora desconsoladamente y de pronto se carcajea frente a cualquier cosa que llamó su atención. Este Niño Interior también está absolutamente necesitado de amor, protección y seguridad, ya que no puede dárselos a sí mismo, es vulnerable al rechazo y lo peor que puede ocurrirle es el abandono, que significaría su muerte.

En el Análisis Transaccional de Berne se dice que las personas tendemos a pasar más tiempo en uno de los tres estados del Yo: Padre, Adulto y Niño, en detrimento de los otros. Hoy nos estamos refiriendo solamente al último, el Niño. Cada uno de nosotros puede saber qué tanto es capaz de amar y felicitar a su Niño Interior, observando su reacción al visualizarse viviendo de la manera descrita más arriba. Mil expresiones pueden acudir a nuestra mente al hacerlo, desde “qué maravillosa manera de vivir” hasta “no podría soportarlo”. Quizá sintamos deseos de regañarnos utilizando las mismas palabras que usaron nuestros padres con nosotros.

Hemos crecido y nuestro Niño Interior sigue allí, con su variado equipaje de riquezas, su vulnerabilidad, su absoluta necesidad de apoyo y consuelo. Podemos mirarnos al espejo y tomar en nuestros brazos la imagen que teníamos al entrar al kínder o a la escuela primaria, y escuchar lo que nos dice, quizá: “¿Dónde estabas, que me dejaste solo, o sola?” Teniendo abrazado a este pequeño o pequeña que fuimos, le decimos: “Aquí estoy. Te amo y amaré siempre. Me alegro de tu existencia. Yo me encargo de cuidarte y mantenerte a salvo. Nada tienes qué temer, soy digno o digna de fiar”. Esta es la mejor felicitación que podemos darle en su día. En todos los días.






lunes, 23 de abril de 2012

JUNTOS SIN ESTAR CASADOS


Hace dos años que dedico mis mejores esfuerzos a la relación con mi pareja. Yo lo quiero muchísimo. Mi pregunta es cómo puedo hacer para que deje ciertas amistades que nos están perjudicando, más a él, siento que lo hacen cambiar de personalidad, enfrente de ellos (son parejas) se porta conmigo más serio y yo digo que coquetea con las esposas. Nosotros no estamos casados, no sé si eso me da inseguridad, como que quisiera saber él qué piensa y en dónde está todo el día cuando no nos vemos. Yo me siento muy feliz cuando lo veo en paz, pero me pongo demasiado triste de que él ahora prefiera invitar a estos amigos en lugar de que pasemos veladas inolvidables juntos. No sé si mi error ha sido irme a vivir con él sin estar casados.

RESPUESTA

Entiendo que tú y tu pareja decidieron vivir juntos sin estar casados. Imagino que cada uno ha adquirido determinados compromisos con el otro. Me pregunto si han hablado acerca ellos y de lo que esperan de su relación, si están viviendo lo que desean, y si les está permitido ser honestos entre sí.

Lo anterior es importante, porque podría ser que uno crea que existen compromisos y el otro no. Por ejemplo, digamos que una pareja establece su relación sobre el supuesto de que será temporal. Aparentemente, el compromiso sería algo como: ni tú te enamoras de mí ni yo de ti, y en cuanto ya no nos guste, diremos adiós. Parece muy claro, pero quedan mil detalles sin definir: ¿quién lavará los platos?, ¿quién aportará dinero y en qué proporción?, ¿cuál será el horario en común?, ¿tendremos amigos antiguos o nuevos, como pareja o cada uno los suyos?, ¿nos presentaremos ante ellos como amigos, amantes, novios, matrimonio?, etc., etc., y esta otra: ¿qué sucederá si yo pienso que mi error ha sido venirme a vivir contigo sin estar casados?

Los compromisos dentro de una pareja deben ser expresados en voz alta, o cada uno los estará adivinando y quizá intentando que predominen las propias reglas. También puede ocurrir que cualquiera de los dos se engañe a sí mismo diciendo que no le interesa algo que le es importante, o al revés, que sí le interesa y no es verdad. Por ejemplo: tú preguntas si cometiste un error al irte a vivir con él, ¿debo entender que te interesa el matrimonio, a ti o a alguien más a quien quisieras agradar?, ¿o en qué consiste el error?

Hace falta información más amplia acerca de tus pensamientos y los de tu pareja, para descifrar cuál es la posición de ustedes y saber si lo que tú estás sintiendo son celos comunes y corrientes (temor de perder al amado), o si estás expresando confusión por no tener claro qué eres tú para él y él para ti, o tal vez tienes culpa por no ajustarte a una norma social. Y respecto a cómo evitar que a él le guste lo que le gusta y lograr que prefiera una velada romántica y no una reunión con otras parejas, temo que la respuesta no existe; los pensamientos, deseos y gustos de las otras personas jamás estarán bajo nuestro control de manera definitiva.



lunes, 16 de abril de 2012

CASARSE CON UNA MUJER RICA

Nosotros somos ocho hermanos, cinco mujeres y tres hombres. Solamente los hermanos varones y yo, mujer, seguimos con nuestras respectivas parejas; en cambio, mis cuatro hermanas están divorciadas. Conversando en familia, me sorprendió que todos estuvieran de acuerdo en que el motivo de separación fue que mis hermanas se casaron con hombres económicamente menos pudientes que ellas, y los hermanos dijeron que ellos no habrían sabido cómo hacer si se hubieran casado con mujeres ricas. Mi pregunta: casarse con una mujer rica, ¿ayuda o dificulta la relación de la pareja? Me gustaría conocer ejemplos de parejas que, en estas condiciones, lograron un buen matrimonio.
RESPUESTA
Preguntas si la circunstancia de que la esposa sea más rica que el esposo ayuda o dificulta la relación de la pareja, y me parece difícil dar una respuesta generalizada, más bien tendríamos que referirnos a las costumbres y expectativas de las personas al casarse.
Antiguamente se acostumbraba que la novia llevara consigo una dote, la cual se entregaba al hombre para que éste la administrara. Es posible que en tales circunstancias se hayan dado buenos matrimonios, en el sentido de que él y ella pudieran convivir pacífica y armoniosamente, puesto que las expectativas de ambos concordaban: él se convertiría en el proveedor y ella en la receptora de los bienes que el marido juzgara conveniente otorgarle, sin que importara el origen de dichos bienes. En este caso, si la mujer traía mucho dinero, tanto mejor. Las leyes sobre si los hijos tenían derecho a heredar de la madre, variaban de un lugar a otro.
Hace relativamente poco tiempo se pensaba que lo correcto era que el varón trabajara para mantener a la familia, y la mujer permaneciera en el hogar atendiendo a los hijos y las labores domésticas. Dentro de este modelo de pensamiento, el ser proveedor se convertía en la “esencia masculina”. Cuando las expectativas concordaban, sólo había problema si el dinero no alcanzaba, y entonces se consideraba a él “desobligado”, “fracasado” o “poco hombre”, puesto que no manifestaba su "esencia masculina" de proveedor. Si la mujer era rica, había varias posibilidades: 1) Que él considerara el dinero de ella como una dote, reclamara su administración y estableciera reglas sobre cómo y cuándo debería ser utilizado. 2) Que él sintiera sus obligaciones cubiertas y, por lo tanto, podía dedicarse a descansar o a disfrutar del dinero de ella. 3) Que él se percibiera ofendido por la existencia de ese dinero y para “salvar su dignidad”, es decir, para no verse juzgado con los adjetivos arriba mencionados, pretendiera obligar a la familia a renunciar al uso o disfrute de los bienes de la esposa, y atenerse solamente a lo que él le proporcionara, como proveedor. 4) Que él se sintiera inferior por no contar con la misma cantidad de bienes que su mujer, y se propusiera ganar otros tantos para sentirse a la par con ella, estableciendo una competición entre ambos, y 5) será la última mencionada, habría muchísimas más: que ambos dijeran “cada quién lo suyo” y el hombre de todas maneras trabajara y proveyera a las necesidades de los hijos. Subrayo que dentro de este sistema de pensamiento, la “esencia masculina” era proveer a la familia de bienes materiales.
Creo que antes de intentar responder a la cuestión que planteas, sería necesario dilucidar otra: ¿En qué consisten la esencia masculina, y la femenina? ¿Qué necesitan hacer uno y otra para percibirse plenos dentro de su género?
Invito al público a enviar respuestas a estas preguntas y proporcionar ejemplos de parejas que formaron buenos matrimonios siendo ella más rica que él, y cómo lo lograron, a la siguiente dirección: psicologa.dolores@gmail.com

lunes, 9 de abril de 2012

YA SE FUE EL PAPA

¿Qué nos dejó su visita? Con anterioridad me referí a la presencia del Papa en nuestra querida ciudad, como a un espejo que nos permitiría ver algo de los contenidos conscientes e inconscientes de nuestra mente. Él ya vino y se fue, ¿vimos algo?
En lo más concreto, vimos una ciudad, León, limpia y engalanada, de cuyos habitantes algunos hicieron vallas que se prolongaron en tiempo y distancia, otros las respetaron ordenadamente, otros más asistieron a los actos del culto aunque para ello debieran caminar kilómetros, y relativamente pocos en relación con los anteriores, se dedicaron a organizarlo todo para que ocurriera plácidamente y sin violencia. El resultado fue un espectáculo de solidaridad y cooperación que hizo posible el éxito en una tarea que León jamás había realizado antes, porque nunca había tenido la visita de un personaje de tan relevada importancia internacional. No se necesita ser muy generosos para felicitarnos por nuestro desempeño.
Todavía en lo concreto, vimos a un hombre de la cuarta edad (tiene más de ochenta años) capaz de realizar un largo viaje desde allende el mar, y de inmediato pasar varios días bendiciendo, celebrando el culto y entrevistándose con nuestros mandatarios. Sin considerar lo simbólico de su persona, mirar a un anciano con este grado de actividad puede hacernos pensar que quizá sea un mito la creencia de que la vejez lleva irremediablemente a la decrepitud.
También vimos algo que nuestros abuelos, bisabuelos y ancestros anteriores nunca habrían podido siquiera imaginar: a clero y gobierno trabajando juntos, como miembros del mismo país, para proporcionarnos a nosotros, el pueblo, una oportunidad de manifestar nuestro sentir religioso. Todos sabemos que, a través de la Historia y desde la Independencia, cuando supuestamente ya pudimos auto-determinarnos, ambas instituciones (quizá más exactamente algunos de sus líderes) se distinguieron por la dificultad para entenderse y colaborar, desconfiaron una de la otra y mutuamente trataron de hacerse la vida imposible, con el resultado de ríos de sangre derramada durante siglo y medio. Y los individuos que llevamos en nuestros genes tales hechos, ahora tuvimos ocasión para contemplar cómo están acomodados en nuestro interior, observando las reacciones que despertó en nuestra alma esta visita. Los actuales ciudadanos, hijos y nietos de mexicanos que se vieron envueltos y afectados por el estira y afloja y los vaivenes de la fortuna ocasionados por las prolongadas guerras, no sería de extrañar que en nuestro interior conservemos vigente la divergencia y tengamos dificultad para aceptar como verdadera la armonía del momento presente. Tal vez deseemos, si no tomar las armas, sí encontrar una forma de desquitar las injusticias sufridas en nuestras familias. O estemos tan adoctrinados por alguna de las corrientes que confundamos laicismo con anticlericalismo, y queramos seguir viendo a ambas instituciones peleando, como antaño. Pero también puede ser que dejemos el pasado como pasado y nos dediquemos ahora a vivir la época que nos toca, con su mayor evolución del ser humano. ¿Suena demasiado optimista? Hoy es hoy y eso está ocurriendo. Mañana será otro día y no sabemos lo que sucederá.
También vimos que cada cabeza es un mundo, y dos personas distintas no pueden dar respuestas idénticas. Los sentires individuales ante el acontecimiento han presentado una amplísima gama: “Qué alegría, vi al representante de Cristo”, “estuvimos juntos, como hermanos, sintiendo la unidad entre nosotros”, “colaboré lo más que pude”, “fue una friega tanto sol”, “me encerré en mi casa por temor a que vinieran delincuentes o hubiera balaceras”, “es una lata que entorpezcan el tráfico”, “yo hice tortas y agua fresca para vender y me fue mal”, “se nos bajaron las ventas, qué fiasco”, “yo me fui de vacaciones, no me interesaba este circo”, “todo es una pasarela pre electoral”, “es una danza por el poder, a ver con qué nos salen después”, etc. etc.
Cada uno de nosotros sabe cómo reaccionó y cuál fue su actitud. Ésta, precisamente, es información muy valiosa de cómo está acomodada en nuestra mente la Historia de México.