Ayer, Día del Niño, festejamos a los pequeños, los
representantes de la vida que se renueva.
Quizá les dimos un abrazo o un obsequio y los vimos sonreír. O los miramos
jugar –para ellos todo es juego- con esa capacidad que tienen para fingir lo
que no existe y vivir aquello que desean; no necesitan de trámites para
convertirse en héroes, animales o cohetes que viajan a la luna. Todo es mágico.
La existencia está allí para realizar proezas que no trascienden ni traen
consecuencias ni son para recordarse, y si vuelven a vivirlas, constituyen una
experiencia nueva. Los niños confían en la vida sin saberlo, ajenos a la idea
de que sea necesario hacer esfuerzo para crecer, porque su desarrollo se da por
sí mismo. ¡Maravillosa edad en la que sólo existe el hoy y todo es posible con
sólo vivirlo!
En el presente día, mi felicitación va dirigida al Niño
Interior que todos los adultos portamos dentro, el que conserva intactas las
características descritas y nos conduce a la magia del momento. Este Niño
Interior constituye la faceta de nuestra personalidad que contiene el impulso a
crecer entregándonos sin reserva al minuto actual, ser a un tiempo lo que somos
y lo que deseamos ser y vivir la vida como un juego o un teatro, donde todo
aparece y también desaparece y se le deja ir sin problemas ni nostalgias, como hace
el pequeño que ahora es policía o soldado y un instante después toma su cena o
se convierte en estudiante, o el que llora desconsoladamente y de pronto se
carcajea frente a cualquier cosa que llamó su atención. Este Niño Interior
también está absolutamente necesitado de amor, protección y seguridad, ya que
no puede dárselos a sí mismo, es vulnerable al rechazo y lo peor que puede
ocurrirle es el abandono, que significaría su muerte.
En el Análisis Transaccional de Berne se dice que las
personas tendemos a pasar más tiempo en uno de los tres estados del Yo: Padre,
Adulto y Niño, en detrimento de los otros. Hoy nos estamos refiriendo solamente
al último, el Niño. Cada uno de nosotros puede saber qué tanto es capaz de amar
y felicitar a su Niño Interior, observando su reacción al visualizarse viviendo
de la manera descrita más arriba. Mil expresiones pueden acudir a nuestra mente
al hacerlo, desde “qué maravillosa manera de vivir” hasta “no podría
soportarlo”. Quizá sintamos deseos de regañarnos utilizando las mismas palabras
que usaron nuestros padres con nosotros.
Hemos crecido y nuestro Niño Interior sigue allí, con su variado
equipaje de riquezas, su vulnerabilidad, su absoluta necesidad de apoyo y
consuelo. Podemos mirarnos al espejo y tomar en nuestros brazos la imagen que
teníamos al entrar al kínder o a la escuela primaria, y escuchar lo que nos dice,
quizá: “¿Dónde estabas, que me dejaste solo, o sola?” Teniendo abrazado a este
pequeño o pequeña que fuimos, le decimos: “Aquí estoy. Te amo y amaré siempre. Me
alegro de tu existencia. Yo me encargo de cuidarte y mantenerte a salvo. Nada
tienes qué temer, soy digno o digna de fiar”. Esta es la mejor felicitación que
podemos darle en su día. En todos los días.