lunes, 31 de diciembre de 2012

FELIZ 2013


Algunas personas gustan de los inicios: contemplar a un bebé, comenzar una relación, estrenar auto, comprar casa, inaugurar un negocio, cambiar de empleo, adquirir nuevas perspectivas, pensamientos nuevos, mirar hacia el futuro, desear feliz año… Otras tienen predilección por los finales: una graduación, terminar de pagar un crédito, completar un proyecto, obtener resultados, cumplir un anhelo, decir “terminó este año”…

Todo tiene un principio y un final dentro de la línea del tiempo; también un proceso, y se ubica en medio del pasado y el futuro: es el instante presente. Allí, precisamente, ocurre todo. En ese instante fugaz decimos sí, o no, a la vida, la gente y la buena fortuna. También en ese instante podemos convertir un sí en no, y viceversa; el presente no es esclavo de lo sucedido, tampoco se somete a lo que vendrá. Sin embargo, contiene a ambos, pasado y futuro.

Estamos vivos hoy. Los que decimos “Feliz Año” somos resultado y actualización de la multitud de experiencias que ya vivimos. También somos proyecto, esperanza y trayectoria por vivir, no al azar, sino influenciados por el ahora.

Estamos vivos hoy. Quienes nos alegramos de haber arribado al 2013, podemos traer al presente los recuerdos de hace años y décadas, pero no revivirlos; pertenecen a su tiempo. E imaginar el futuro con optimismo o con temor,  y tampoco vivirlo anticipadamente; pertenece a su tiempo.

Estamos vivos hoy. Elegimos mirar o no al presente, puerta abierta que permite traer cualquier cosa y experiencia desde el infinito. Nos dedicamos a obtener  todos los regalos que podamos extraer de dicha puerta, o a darles la espalda porque todavía no podemos asimilar lo ocurrido en otros presentes, o esperamos determinado acontecimiento para comenzar a recibirlos: “Cuando me gradúe, cuando encuentre pareja, cuando tenga un hijo, cuando se mude mi suegra, cuando me aumenten el sueldo, cuando sea rico, cuando haya justicia social, cuando los políticos sean honestos…”

Estamos vivos hoy. El infinito nos lo ofrece todo. Podemos tomarlo, o decir NO, porque… me vería tonto. Haría el ridículo. Demasiado infantil. Demasiado pesado. Demasiado doloroso. Demasiado emocional. Demasiado bueno para ser cierto. Demasiada responsabilidad. Demasiado compromiso…

Estamos vivos hoy. HOY. La vida nos respalda. Llegará el día en que seamos sólo un recuerdo. Hoy estamos aquí, respirando. El presente,  serie de instantes que se desgranan frente a nuestros ojos como cuentas de rosario, pasa constantemente con su multicolor carga de regalos; brillantes y oscuros; para reír y llorar, trabajar y descansar, divertirse y concentrarse, iniciar y terminar...

¡Feliz 2013 con todo lo que guarda!

“Psicología” es una columna abierta. Puedes participar con ideas, temas, preguntas o sugerencias en psicologa.dolores@gmail.com , o en facebook.com/Pascua Constelaciones Familiares. Sígueme en twitter @doloreshdez

 

martes, 18 de diciembre de 2012

MI ENTRADA AL FACEBOOK


No me decidía a entrar en Facebook, pero uno de mis hijos abrió una cuenta a mi nombre y dijo: “Apréndelo, es fácil”. ¡¡Fácil!!! Bueno, me dije, comencemos. Encendí mi PC y tecleé la dirección. Apareció un cuadrito donde pedía mis datos, los di todos. Entré. Allí no había nada. “¿Para qué me sirve esto?, pensé, ¿en dónde están los chismes, las fotos y todo lo que platican que hay?” Cerré, desanimada, y pregunté a cuantos quisieron escucharme. “No tienes nada porque no has invitado amigos”. Al día siguiente ya estaba de nuevo dispuesta a probar. Otra vez me pidieron mis datos y los di. No supe los resultados hasta que mis hijos me preguntaron para qué quería tantas cuentas; había abierto una nueva cada vez que intenté entrar, y como no he aprendido cómo se cancelan, deben existir en alguna parte.

Los jóvenes son amables y suelen brindar sus conocimientos con facilidad, así que me enseñaron cómo invitar amigos. Pronto, mi buzón estaba lleno de solicitudes. ¡Qué maravilla! “¿Y para qué quiere uno a tanta gente inscrita, qué hace con ella?”, pregunté. Por supuesto que algunos se me quedaban viendo con expresión de “¿Es posible que no entiendas?”. Yo me hacía la occisa, en espera de mi clase gratuita diaria con diferentes maestros. Me indicaron en qué sitio podía yo enviar mensajes y decir que algo me gustaba. Ni tarda ni perezosa repartí “me gusta” en donde quiera me topeé con la manita del dedo parado, también escribí un mensaje felicitando a uno de mis amigos por una foto. ¡Sorpresa! Me llegaron al buzón respuestas de varios estados y del vecino país del norte, incluidos unos exalumnos muy queridos a quienes no había visto en décadas. Por supuesto que me alegré, pero también me atemoricé: “¿Cómo puedo saber a quién le digo lo que estoy diciendo?”. Hace décadas, escribíamos una carta, la metíamos en un sobre y solamente el interesado la leía; inclusive el correo electrónico nos otorga cierto control, ¿pero esto? Debí haberme dicho: “Me haré cargo de lo que escribo”, pero escribí a mis amigos: “Gracias por sus saludos, me retiro del Facebook”, y lo hice. Me dolió la derrota. En otras épocas solía atribuir cualquier fracaso al clima, los malos profesores o cualquier otra cosa, pero descubrí que, pasados los sesenta, todo lo achaca uno a la edad. Traté de consolarme a mí misma diciéndome: “Ya no aprendes igual y esto es para gente joven”. No me daba cuenta de que en lugar de consuelo, me estaba dando matarile.

¡Qué fortuna son los hijos! Me preguntaron cómo me iba en Facebook y por qué había puesto un zapato en mi foto de portada. ¿Un zapato?, ¿cómo era posible? Me lo mostraron; quizá en alguno de mis intentos “inteligentes” quise subir una foto que no cupo, quedó como si fuera la mía y nada más se ve la extremidad inferior de un karateka. ¡Gulp! Me dije: “Tengo que aprender. Si los jóvenes lo hacen sin maestro, ¿por qué yo no?”. Volví a comenzar, dándome una instrucción interior: “Estás ejercitando tu adaptabilidad mental; vas a tener que soportar ver lo que sea, por lo menos diez minutos diarios”.

¡Qué tortura! Mi mente se sintió agredida con aquel “desorden”: comentarios incompletos (no sabía que debía dar clic en “ver más”), imágenes y fotografías de todo tipo, una misma aparecía al principio, un poco después, y nuevamente otro poco después, y si me detenía a ver alguna, podía ser que trajera ocultas otras diez o veinte y luego no supiera cómo regresar; anuncios, una hilera interminable de pequeñas fotografías de gente conocida y desconocida… ¿qué era aquello? Me dije: “No me extrañaría que pronto los jóvenes tengan pensamientos inconexos, si pasan tanto tiempo aquí”. No obstante, insistí en mirar, y en preguntar. Para mi sorpresa, poco a poco todo fue “tomando su lugar”. De todas maneras, en secreto me observo a mí misma para saber si tengo más pensamientos inconexos que antes, y creo que no en mayor cantidad.

Disfruto el Facebook, es una genial manera de permanecer en contacto, diez veces más fácil que hablar por teléfono a parientes y amigos. Todavía no sé bien lo que hago al dar un clic, pero estoy descubriendo que no es lo mismo que cuando yo aprendí a conocer el mundo. En aquel tiempo, era terrible equivocarse; a mí me decían: “Hay que pensar para hacer y no hacer para pensar”, o “fíjate antes y a nada le piques como sea, porque lo descompones; si es un disco, lo colocas y oprimes esta tecla. Ninguna otra, ¿oíste?, o lo arruinarás”. Ahora es al contrario; como inspirados en el  “Fusílenlos y después viriguan” de Pancho Villa, la estrategia es: “Da clic dónde sea y como sea, y luego te fijas qué pasó”. ¡Qué maneras tan opuestas de aprender! ¿Verdad que sería interesante sacar conclusiones?, ¿quién quiere ser mi amigo en Facebook? Teclea: Pascua Constelaciones Familiares. Allí nos vemos.

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martes, 11 de diciembre de 2012

PSICOGENEALOGIA


Vino una especialista a darnos un curso de Psicogenealogía, que estudia la manera en que nuestra conducta y personalidad son influidas por la historia de la familia en que nacimos, no solamente con algo tan obvio como la adquisición del lenguaje, la imitación de los modales y costumbres, la clase social que nos hereda y la religión o ausencia de ella que nos inculca, sino a través de interacciones más sutiles que definen lo que se ha llamado el “Proyecto Sentido”, algo así como un destino programado en forma particular para cada uno de los miembros. Éste, unas veces facilita y otras obstaculiza el bienestar del recién llegado. De entre las muchos e interesantes postulados expuestos, hoy compartiré dos: el ya mencionado “Proyecto Sentido” y  la asignación de un nombre.

El proyecto se llama “sentido” porque no necesariamente es “conocido”; se trata de algo así como un mandato que se respalda en el poder que confiere el hecho de comunicar la vida. Los padres lo asignan a los hijos. Ninguno de los protagonistas sabe lo que está haciendo, como si una programación subterránea los impulsara a cumplir con determinados requisitos para que la vida que comienza quede encuadrada en el drama, comedia o tragedia que vive la familia, equivalente a decir al hijo: “Éste será el guion de tu vida, interprétalo bien”. Por ejemplo: unos padres están sufriendo el dolor de haber perdido a un hijo y les nace otro, al que ponen el mismo nombre del que se fue. El guion: “Vive como si no fueras tú, sino el muerto”. O los padres están a punto del divorcio y surge un embarazo; el guion para el hijo sería: “Tu misión será mantenernos juntos y unidos”.

Otra manera de asignar un destino al hijo es elegirle un nombre, con el cual será identificado toda su vida. Los papás lo escogen con todo el amor del que son capaces, y también con sus traumas, alegrías, dudas, esperanzas, recuerdos, dolores…  Simbolizado en el nombre, entregan todo esto al niño, quien va a tomarlos sobre sí. Ejemplo: Un padre tuvo una hijo o hija con una antigua novia muy amada, pero el niño o niña murió o la relación terminó; pasado el tiempo, tiene un nuevo hijo con su mujer, recuerda aquella experiencia y “en su honor”, logra que le pongan al recién nacido el nombre del muerto o muerta o el de la antigua novia; es decir, le entrega al pequeño o pequeña el dolor de sus pérdidas, una nostalgia muy grande y tal vez culpa. El proyecto sentido, mandato o guion para el nuevo ser, será: “Tú no seas tú, sustituye a alguien que ya no está; vive tu vida como si fueras él o ella”. Quizá, cuando crezca, el hijo o hija se pregunte: ¿por qué me siento culpable sin saber el motivo?, ¿qué es lo que añoro?, ¿de dónde me viene esta tristeza tan grande?, ¿por qué se rompen mis relaciones amorosas aunque yo no quiera?

Con el proyecto sentido también podemos recibir cosas muy buenas, como tener el nombre de un abuelo, tío o conocido exitoso. Ya sea que dicho proyecto sentido sea de nuestro agrado, o no, cuando llegamos a la adolescencia o más tarde, podemos hacer consciente cuál es el mandato que recibimos y aceptarlo voluntariamente, o rescindirlo; de esta manera, estaremos libres para vivir nuestra propia vida, inventándola a cada paso para nosotros mismos.

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