Dios no nos
escogió para sacarnos la lotería; Él nos escogió para llevarse a dos angelitos
en la familia: un nieto que nació muerto y un hijo, en un accidente. Mi hijo.
Querido por su esposa, hermanos, primos, tíos y amigos. Hizo su paso por la
vida. Muy querido mi hijo. Quiero dar las gracias a familiares y
amigos que llenaron de flores y presencia el velorio. Gracias. Me dicen
que él va a renacer en un nieto. ¡Imposible! Estoy renuente a que Dios no nos
haya escogido para sacarnos la lotería, sino para quitarnos a ellos. Beso su
foto y lloro. Mi pregunta es: ¿qué pasa si yo quiero tener sus cenizas en mi
casa?
Estás muy
triste. Mucho muy triste. El hijo que llevaste en tu vientre y diste a luz,
dejó el planeta inesperadamente. Tuvo corta vida. Hubieras querido que te
sobreviviera. Tu amor lo busca. Besas su fotografía. Si supieras cómo, le
darías la vida de nuevo, como en otro parto. ¿Te dolió el primero? Éste te
duele todavía más. Cada parto es una separación; de traerlo adentro, debió
salir a respirar y enfrentar la vida. Ahora, de tenerlo cerca, debe irse a
donde no lo ves, y continuar. Lo peor es que no sabemos cómo es allá; sin
embargo, tu hijo sigue necesitando tu apoyo, que tu amor lo aliente a proseguir
y encuentre lo que debe encontrar. A esto le hemos puesto nombres: paz, luz,
eterno descanso, cielo… Igual a cuando tu hijo estaba en la tierra y lo
llevaste por primera vez a la escuela, que posiblemente aguantaste las lágrimas
para que no te viera triste y pudiera adaptarse a algo que tenía que vivir, y
lo animaste a que hiciera amiguitos y obedeciera a la maestra, aunque te
hubiera gustado que se quedara contigo y a nadie quisiera más que a ti. De
hecho, no te importaba el bienestar de esa maestra, sino el de tu hijo; para ti
ella era una servidora a quien más le valía querer a tu retoño. Luego, en la
primaria o secundaria y después, querías que tu hijo aprobara los cursos. Más
tarde, cuando se casó, querías que fuera feliz, a pesar de que su corazón
albergaba nuevos amores. Lo entregaste, y te dolía; sin embargo, lo entregaste,
porque eso era lo mejor para él. Hoy, su destino ha determinado que el tiempo
aquí de tu hijo concluyó y debe pasar a otra etapa, también necesita tu
apoyo. Cierto que no
se le preguntó si quería, ni a ti tampoco, porque la existencia no pregunta,
conduce. También esta vez tienes que alentarlo a que siga adelante, sin
atoramientos. Quizá, cuando beses su fotografía, quieras decirle: “Te amo,
hijo, siempre te amaré. Ahora estás muerto y tu tarea es distinta. Pasaste de
grado. También allá busca tu lugar, rodéate de amor, sé feliz. Tu mamá te apoya
desde aquí para que lo logres. No te detengas. No te distraigas. Sigue
adelante”.
Quizá la lotería
para la que Dios te escogió no era de dinero; el premio que sacaste fue ser tú
la madre, que tu hijo naciera de ti y te dijera: mamá. Tomaste el premio; él te
reconoció como su madre y tú a él como tu hijo. Ambos saben que eso no termina
jamás; siempre serás tú la madre, y el siempre será tu hijo. Donde quiera que
él se encuentre, estarás apoyándolo. El premio que sacaste en esta lotería no
se ha consumido, todavía te exige darle ejemplo de cómo se adapta uno a su
destino; tú al de seguir viviendo por un tiempito más, el que te toque; él al
de ir por delante y encontrarse con Dios. Mientras estés apoyándolo a
continuar, poco importa si decides tener sus cenizas contigo o ponerlas en un
sitio de honor; pero si tenerlas te significara retenerlo, renuncia a ello,
podrías distraerlo y no estar a la altura de tu misión de madre.
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