He estado casada dos veces, de mi primer matrimonio tengo
una hija de 10 años, del segundo otra de 6. En el fondo me siento culpable
respecto a la primera por haberme vuelto a casar, ella tiene sentimientos muy
fuertes contra la chica, en cambio ésta la extraña y llora cuando su hermana
tiene que irse con su papá. El problema viene desde cuando nació la bebé, la
mayor volvió a los pañales y el biberón y casi no comía sólidos, se enojaba si
yo cargaba a su hermanita, subía en la cuna para tirarla y le decía que se
fuera para su casa, con su mamá. Pensé que con el tiempo la dificultad
disminuiría. Ellas juegan buenos ratos juntas, pero comienzan jugando y
terminan peleando. ¿Cómo puedo yo enseñarles a ser hermanables?
OPINIÓN
Muchos padres buscan razones para sentirse culpables ante
los hijos, y mientras más desean ser perfectos, más motivos encuentran para
sentir que hicieron algo mal. ¡Aspiración
hermosa e inútil la de querer acertar en todo para que los pequeños no sufran! Lo
que más puede perjudicar la relación padres/hijos es tratar de compensar a
éstos de tener padres imperfectos. Sin que nadie quiera ni se dé cuenta, los
pequeños aprenden a pensar: “¡Pobre de mí, con tales padres!”.
Tú deseas enseñar a tus hijas a ser hermanables y tienes
razón, la familia es para quererse y acompañarse. Vas a tener que comenzar por
ti, por tú ser “hermanable” contigo misma y caer en la cuenta que puedes
quererte tal como eres, a tu vida como es y a tu familia como es. ¿Tienes remordimientos por haberte vuelto a
casar?, ¿preferirías no haberlo hecho?, ¿piensas que era tu obligación evitarle
retos a tu hija?, ¿asegurarle una vida sin tropiezos?, ¿te desagrada la manera
como te organizarte para tener una familia?, ¿deseas borrar el pasado y creer
que tu matrimonio actual es el único y verdadero?, ¿o al revés, que el primero
lo fue, y éste no? ¿Qué tanto puedes amar y honrar lo que has vivido?
Aunque no quieras ni sepas en qué momento y cómo, lo que
piensas y sientes en tu interior sale al exterior. Tus dos hijas lo intuyen y
de alguna manera misteriosa se les queda como una grabación que actúa en ellas. En la grande: “yo no tengo un lugar mío,
estoy dividida, la vida me sale a deber”; y en la chica: “una familia con mamá
y papá en el mismo domicilio, es lo mínimo a que tengo derecho”.
Tal vez quieras cambiar tus pensamientos por algo como esto:
“Mi familia es la que tengo, como me tocó vivirla, así la amo, en ella me
propongo aportar y recibir calidez, seguridad, amor y respeto”. Si pensaras
así, pronto o tarde te sentirías no sólo satisfecha sino privilegiada al
poseerla y todos lo captarían. En cuanto tu dejaras de condenarte por no haber
cumplido con los estándares tradicionales de cómo deben formarse las familias,
tu pareja y tus hijas tomarían la que tienen como “lo que hay, con lo que
contamos”; tú pararías de interpretar los celos de tu hija como “producto de
tus equivocaciones” y los tomarías como la situación común a la que todo
hermano mayor debe adaptarse; lo más importante, dejarías de pensar: “soy una
madre egoísta que sacrificó a su hija para rehacer su vida”, o: “me da lástima
mi hija, ella qué culpa tiene, cómo haré para compensarla”. Te sugiero probar
que siente tu corazón si haces que tu hija pequeña le diga a la grande, en voz
alta: “Querida hermana mayor, por favor mira con bondad que yo tenga una
ventaja que tú no puedes tener, a papá y mamá juntos. Yo debo vivir, por favor,
acepta mi presencia”.
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