“Ser buen católico no
implica tener hijos como conejos”, dijo el Papa Francisco.
Su frase llamó la atención tanto por su contenido como por el lenguaje
coloquial. En coincidencia, el pasado diciembre se avaló una ley para el Estado
de Guanajuato, en la cual se establecen los derechos sexuales y reproductivos
para los jóvenes de entre 12 y 29 años de edad. Ignoro los alcances que tendrá una
ley sobre este tema, espero sean beneficiosos, aunque me parece más relacionado
con el desarrollo, las creencias y las costumbres individuales y familiares.
El asunto es de actualidad y siempre lo ha sido, hoy más;
no existe tópico más recurrente que el sexo en los medios y en las
conversaciones privadas. Afortunadamente, la procreación está condicionada a
tener relaciones sexuales. Todavía.
Es conmovedor que la gran mayoría de las personas deseemos
el bienestar y la protección de los jóvenes, de su futuro y de las familias que
formarán, deseos que nos solidarizan e inclusive sentimos que el tema es
nuestro. En general, todos estamos de acuerdo en que sería excelente que los
padres y madres tengan todos los hijos que deseen y puedan mantener y educar
bien; en la práctica, esto parece un ideal que como sociedad tardaremos en alcanzar.
Según estadísticas, de 2009 a 2014, la Secretaría de Educación
estatal registró 173 embarazos en niñas y adolescentes. En León,
la SEG informó con fecha 30 de abril de 2014 de una niña de 11 años embarazada.
El interés y preocupación que el tema despierta hace que la mayoría de nosotros
tengamos listo un “cómo” se solucionaría. Son tantos y diversos los “cómo” que en
esto sí es difícil que nos pongamos de acuerdo. Según mi opinión, las nuevas generaciones
reciben de las antiguas un embrollo tal de creencias y opiniones respecto a lo
sexual, que tienen por delante una ardua tarea para desenredar dicho embrollo y
lograr opiniones propias y sensatas.
La propagación de la vida atañe directamente solo a los
jóvenes y personas en edad reproductiva, pues son quienes traerán nuevos humanos
al planeta y al hacerlo, sus propias vidas serán transformadas drásticamente y de
manera irreversible; con el primer hijo, un humano adulto masculino y una humana
adulta femenina pasan a ser padre o madre, cosa muy distinta a ser hijo o hija.
¡Adiós a hablar como hijos, quejarse como hijos, comportarse como hijos, pedir o
exigir como hijos, ahora les toca dar ininterrumpidamente y ser el objetivo de
las críticas! ¿Y si aún no son adultos? ¡Ni modo, de todas maneras! Por eso la paternidad
y maternidad en adolescentes preocupa tanto; aún no han recibido lo suficiente
para tener mucho qué dar. ¿Y si no pueden con el paquete? Van a tener que poder,
u otras personas deberán ayudarles con su paternidad, tal vez hacerse cargo de
ella, lo cual acarrea infinidad de consecuencias muy profundas tanto a estos
padres como a sus hijos y familiares.
Creo que, además de lo descrito, también haría falta
estudiar qué relación guardan entre sí el sexo y la espiritualidad, entendida
ésta menos como un conjunto de creencias y más como una ubicación e intercambio
de la persona con el Todo o Poder Superior. ¡Feliz y santa sexualidad para
todos! Estimado lector, ¿crees que la palabra “santa” está bien utilizada en
este contexto?
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