lunes, 26 de enero de 2015

LEGADO CONFLICTIVO


“Ser buen católico no implica tener hijos como conejos”, dijo el Papa Francisco. Su frase llamó la atención tanto por su contenido como por el lenguaje coloquial. En coincidencia, el pasado diciembre se avaló una ley para el Estado de Guanajuato, en la cual se establecen los derechos sexuales y reproductivos para los jóvenes de entre 12 y 29 años de edad. Ignoro los alcances que tendrá una ley sobre este tema, espero sean beneficiosos, aunque me parece más relacionado con el desarrollo, las creencias y las costumbres individuales y familiares.

El asunto es de actualidad y siempre lo ha sido, hoy más; no existe tópico más recurrente que el sexo en los medios y en las conversaciones privadas. Afortunadamente, la procreación está condicionada a tener relaciones sexuales. Todavía.

Es conmovedor que la gran mayoría de las personas deseemos el bienestar y la protección de los jóvenes, de su futuro y de las familias que formarán, deseos que nos solidarizan e inclusive sentimos que el tema es nuestro. En general, todos estamos de acuerdo en que sería excelente que los padres y madres tengan todos los hijos que deseen y puedan mantener y educar bien; en la práctica, esto parece un ideal que como sociedad tardaremos en alcanzar. Según estadísticas, de 2009 a 2014, la Secretaría de Educación estatal registró 173 embarazos en niñas y adolescentes. En León, la SEG informó con fecha 30 de abril de 2014 de una niña de 11 años embarazada.
El interés y preocupación que el tema despierta hace que la mayoría de nosotros tengamos listo un “cómo” se solucionaría. Son tantos y diversos los “cómo” que en esto sí es difícil que nos pongamos de acuerdo. Según mi opinión, las nuevas generaciones reciben de las antiguas un embrollo tal de creencias y opiniones respecto a lo sexual, que tienen por delante una ardua tarea para desenredar dicho embrollo y lograr opiniones propias y sensatas.

La propagación de la vida atañe directamente solo a los jóvenes y personas en edad reproductiva, pues son quienes traerán nuevos humanos al planeta y al hacerlo, sus propias vidas serán transformadas drásticamente y de manera irreversible; con el primer hijo, un humano adulto masculino y una humana adulta femenina pasan a ser padre o madre, cosa muy distinta a ser hijo o hija. ¡Adiós a hablar como hijos, quejarse como hijos, comportarse como hijos, pedir o exigir como hijos, ahora les toca dar ininterrumpidamente y ser el objetivo de las críticas! ¿Y si aún no son adultos? ¡Ni modo, de todas maneras! Por eso la paternidad y maternidad en adolescentes preocupa tanto; aún no han recibido lo suficiente para tener mucho qué dar. ¿Y si no pueden con el paquete? Van a tener que poder, u otras personas deberán ayudarles con su paternidad, tal vez hacerse cargo de ella, lo cual acarrea infinidad de consecuencias muy profundas tanto a estos padres como a sus hijos y familiares.

Creo que, además de lo descrito, también haría falta estudiar qué relación guardan entre sí el sexo y la espiritualidad, entendida ésta menos como un conjunto de creencias y más como una ubicación e intercambio de la persona con el Todo o Poder Superior. ¡Feliz y santa sexualidad para todos! Estimado lector, ¿crees que la palabra “santa” está bien utilizada en este contexto?

“Psicología” es una columna abierta. Puedes participar con ideas, temas, preguntas o sugerencias en psicologa.dolores@gmail.com ,  o en facebook.com/Pascua Constelaciones Familiares.

 

 

 

lunes, 12 de enero de 2015

BUENA O MALA SUERTE


Quizás la buena o mala suerte sea un conjunto de hábitos de pensamiento optimista o pesimista que desemboca en sucesos afines a lo que se piensa.

Es misteriosa la manera como pensamos. Los especialistas en percepción opinan que nadie vemos la realidad tal como es, sino que el cerebro la interpreta de acuerdo con informaciones previas: experiencias, miedos, expectativas,  creencias, ideales, aspiraciones y un sinnúmero de ideas que nos han sido sembradas, por otros y por nuestra propia imaginación. Se cuenta que una trabajadora social dudó si debía tomar medidas legales a favor de una niña de ocho años, que  dijo: “Mi mamá me castiga y me deja tres días encerrada en mi cuarto sin comer”.  Queriendo cerciorarse, la profesionista siguió preguntando: “¿Sí?, ¿cuántas veces lo ha hecho?”. Y la niña: “Hasta ahora, nunca, pero puede hacerlo”.

Es evidente que los padres “pueden” encerrar a sus hijos pequeños y dejarlos varios días sin comer, pero la inmensa mayoría no lo hace. ¿Qué nos ocurre cuando un miedo de algo que “puede suceder” se adentra en nuestra imaginación y nos toma bajo su control? Se convierte en una amenaza a punto de volverse realidad y un filtro por donde pasarán las nuevas experiencias. Una vez instalado dicho filtro, tenemos terreno propicio para fobias, terrores diurnos o nocturnos, insomnio y paremos de contar.

Es misteriosa la manera como pensamos. En algún momento elegimos, sin apenas darnos cuenta, una o varias de las imágenes que pasan por nuestra mente, que son muchísimas, y comenzamos a “darles cuerda”. Afortunados de nosotros si las elegidas son optimistas, de alegría, realización,  éxito, confianza, amor por nosotros mismos y los semejantes; y desafortunados si la mayor parte del tiempo pensamos en cosas pesimistas como enfermedades, abandono, soledad, pérdidas económicas, fracasos, delitos, corrupción, impunidad, etc., etc. Cuando menos lo esperemos, nuestros pensamientos nos habrán creado una realidad bonita, o insoportable.

Se ha dicho que no importan tanto los eventos que nos toca vivir, sino la manera como los vivimos, y es en esta última donde influyen las “rutinas del pensamiento”. Con todo tendemos a hacer rutinas, también con lo que acostumbramos pensar; luego, las rutinas forman hábitos. Los hábitos no son otra cosa sino  determinadas neuronas más entrenadas a dispararse sobre otras neuronas también entrenadas para recibir el disparo. Dentro del cerebro, un hábito sería como los caminitos que hacen las hormigas de tanto pasar; facilitan el tránsito y atraen a otras hormigas.

Solemos creer que las grandes decisiones son tomadas de pronto y frente a eventos importantes, pero es más probable que las hagamos sin apenas darnos cuenta, cuando elegimos determinadas imágenes para pensarlas, pues con ellas confeccionamos el “filtro” que teñirá de un color u otro los acontecimientos. Quizás la buena o mala suerte sea un conjunto de hábitos de pensamiento optimista o pesimista que desemboca en sucesos afines a lo que se piensa. A todos les deseo buena suerte.

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miércoles, 7 de enero de 2015

BUENOS PROPÓSITOS


Me gusta lo que propone Louise L. Hay, que en lugar de los tradicionales propósitos de Año nuevo, hagamos afirmaciones y visualizaciones, confeccionemos listas de deseos o llevemos un diario, para de esta manera expresar al Universo lo que deseamos.

Noto una gran diferencia entre este método y la antigua costumbre de mortificarnos ante los propios defectos y luego, en año nuevo, hacer el propósito de enmendar uno o dos de ellos, intenciones que generalmente disminuyen su intensidad con el paso de los días.

La propuesta no está basada en la propia fuerza de voluntad, sino en la bondad divina. La autora compara su método con ir a comer a un restaurante, donde hacemos nuestro pedido al mesero y éste lo pasa a la cocina, ahí lo preparan, y cuando está listo, nos lo llevan para saborearlo.

Mucha gente no puede creer que el bíblico pedid y recibiréis, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá sea verdad. Piensan que no debe ser tan fácil; están acostumbrados a oír sobre lo dura que es la vida, lo incomprensible de los seres humanos, lo invencibles de las desigualdades sociales, etc., etc., y un mensaje tan sencillo les parece mentiroso. También sucede que personas hacen oración con fe, piden, luego reciben, pero a la hora de disfrutar se sienten culpables: “¿cómo podría yo comer tan bien y tan a gusto, mientras millares sufren de hambre?”, “¿cómo tener paz y sentirme feliz, habiendo tantos problemas políticos, tanta violencia, tanta impunidad?”. No pueden recibir y gozar del fruto de su oración mientras el mundo entero no haya recibido lo mismo; pero el bienestar individual no forzosamente ofende a nadie más, estoy convencida que si esas personas que no pueden tomar su propio bien conocieran las peticiones de las demás, descubrirían que son distintas.

Hacer afirmaciones y visualizaciones, elaborar listas de deseos o anotar en el diario el mundo feliz que queremos para nosotros, luego entregarlo a un Poder Superior para que lo realice, es una eficaz manera de orar, en la que pedimos con claridad lo que deseamos, cuidando que no vayan peticiones opuestas por equivocación. Nada de: “esto no funciona”, “será cierto para los santos, pero yo he cometido muchos errores”, “no es justo pedir tanto”, “quiero ser yo mismo, con mis propios medios, quien lo consiga”, etc.

Éste es sólo un método, ¡hay tantos! Si tu fe te pide prender un cirio, préndelo; ir a San Juan a pie, ve; asistir a misa, asiste; hacer una limosna, hazla…

Orar es sencillo, recibir es algo más complicado, y agradecer de antemano, todavía más. Dar las gracias con el convencimiento de que toda llamada obtiene respuesta, forma parte de tener fe y confianza en que no estamos solos, y aunque a nuestro alrededor las cosas se vean embrolladas, nosotros podemos estar bien y en paz. Feliz año nuevo con todos tus anhelos cumplidos.

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