lunes, 27 de junio de 2016

TÚ DICES LO QUE DICES Y YO OIGO LO QUE OIGO



Solemos pensar que conocemos la realidad y “lo vi con mis propios ojos” es prueba irrefutable de que las cosas son como las pensamos; sin embargo, tal convicción es discutible: lo que percibimos siempre es matizado por nuestras historias personal, familiar y cultural. Pongamos algunos ejemplos.
Imagina que en tu casa aparece una mariposa negra. La ves con tus propios ojos, es una mariposa negra. Al mirarla, tu cerebro revisa toda la información que posee sobre mariposas negras y te la ofrece para que integres lo que ves con lo que sabes. Puedes pensar: “ha llovido, aparecen en tiempo de lluvias”, o tal vez: “me esperan siete años de mala suerte” o: “alguien se va a morir”. Habrás notado que si bien tus ojos captaron una mariposa negra, tu cerebro modificó el hecho para que se adecuara a tus creencias y expectativas y tuviera sentido.
Ahora imagina que en lugar de la historia que viviste hubieras tenido otra. En ella, personas de tu familia, cercanas a ti, despojaron a sus parejas de algo material, quizás una alhaja, un negocio, una herencia, su domicilio… y desde tu niñez oíste miles de consejos o lamentos relacionados con el tema, tal vez recapitulando lo sucedido o advirtiendo que no confiaras o te despojarían de lo tuyo. Te casas. Un día, tu pareja ve algo que es tuyo y en serio o en broma exclama: “Dame, yo también quiero”. ¿Crees que escucharás sólo lo que dice, o que tu corazón dará un salto porque la ves como asaltante en potencia de lo que te pertenece? Pero digamos que se trata de algo pequeñito: un chocolate o un trozo de pastel en tu plato, ¿te abordará el pensamiento de que tu pareja es egoísta, acaparadora, lo quiere todo y nunca da nada?
 “Tú dices lo que dices y yo oigo lo que oigo” es un postulado en el estudio de la percepción y de la manera de comunicarnos. Significa que es poco probable que captemos la realidad objetiva; más bien, en lugar de escuchar lo que el interlocutor pronuncia, nuestro cerebro estará atendiendo al diálogo interno que nos contamos una y otra vez acerca de la vida; es decir, las afirmaciones que escuchamos en la infancia y que se apoderan de cuanta información nueva nos va llegando, la miden, la comparan y si encaja, dejan que sea guardada con la demás y ahí no ha pasado nada, ningún aprendizaje; pero si la información es novedosa y no coincide con los archivos, de inmediato alerta a la conciencia para que ésta decida si la desecha y envía al departamento de errores, chifladuras, charlatanerías y cosas inadmisibles, o dice: “no sé de esto, debería investigar antes de repudiarla”. Cuando así sucede, el cambio es posible y quizá emerja una nueva manera de pensar.
A veces, un dato nuevo ocasiona que gran cantidad de los ya existentes se derrumben como  fichas de dominó. “Crisis vital”, denominamos a cuando nuestra percepción de la realidad está amenazada con requerir modificaciones importantes. Tememos mucho que esto suceda; preferimos estar en lo cierto y tener razón aun en cosas irrelevantes, no se diga en las fundamentales.
Para asumir una crisis vital o reconstrucción del propio mundo subjetivo, se requiere una gran expansión de la conciencia; es decir, un auténtico crecimiento de ésta que abarque lo nuevo. Se trata de crecer o morir, porque es imposible seguir viviendo en el mundo que conocíamos cuando éste ha sido destruido.
“Psicología” es una columna abierta. Puedes participar con ideas, temas, preguntas o sugerencias en psicologa.dolores@gmail.com , o en facebook.com/Pascua Constelaciones Familiares.


lunes, 20 de junio de 2016

ESPÍRITU Y ESPIRITUALIDAD



Tener en la conciencia al espíritu y la espiritualidad, o no tenerlos, ocasiona grandes diferencias en las maneras personales de pensar, sentir, actuar y vivir. El dominio que tal presencia o ausencia ejercen es abrumador; sin embargo, en ocasiones resulta difícil definir los términos, qué son el espíritu y la espiritualidad, para saber de qué estamos hablando. Solemos creer que lo tenemos claro, pero no siempre es así; lo he preguntado a grupos y generalmente sigue un silencio que puede prolongarse un minuto o más.
Quizás, amable lector, quieras hacer la prueba de responder la misma pregunta, qué y cómo son para ti el espíritu y la espiritualidad, si existen o no existen, antes de leer lo que sigue. Tu definición es la más importante en tu vida, puesto que es la tuya. No recurras al diccionario ni a tus clases de catecismo para responder, sólo observa lo que en ti se evoca al pronunciar las palabras “espíritu” y “espiritualidad”.
Actualmente es posible hablar de estos temas; hace unas décadas era prohibitivo. Quien los mencionara –si no era para estar de acuerdo con que “Dios ha muerto” y “la religión es el opio del pueblo”- corría el riesgo de ser expulsado de los círculos considerados científicos. En aquellos tiempos y en muchos sentidos, la ciencia se había sentado en el sitio de Dios y la religión y decía lo que estaba bien o mal (higiene, nutrición, ahora sustentabilidad, calentamiento global, etc.); también definía al humano como un ser bio-psico-social: bio, porque tiene un cuerpo vivo; psico, porque piensa, siente y quiere; social porque le es imposible desarrollarse y definirse sin la colaboración de otros humanos. Y el espíritu ¿dónde quedaba? Excluido, no existía, era superstición, fenómeno sociocultural o necesidad neurótica de ser gobernado.
Incluir o excluir al espíritu en la definición del ser humano implica, ciertamente, visiones distintas.
Lejos de mí afirmar que la ciencia está equivocada o que es superflua; es maravillosa, sólo que hasta ahora no admite lo espiritual. Influenciados como estamos por sus opiniones, qué hay de extraño que para nosotros, habitantes del siglo XXI, resulte difícil definir lo que para los de la Edad Media era partida y llegada en todo cuanto hacían: el espíritu y lo espiritual como lo entendían.
Las respuestas de hoy son variadas: “Dios”. “Una creencia”. “Algo que no se ve pero uno lo sabe”. “Lo que inspira, como cuando se habla del espíritu de la ley, o la espiritualidad ignaciana”. “Lo más profundo de uno, que le da identidad”.  “Que somos inmortales”. “Lo que sobrevive más allá de la muerte”, “Una inteligencia que ordena todo”. “Digo espíritu y recuerdo a mi mamá que murió el año pasado”. “Lo espiritual es una ilusión, un anhelo de no morir”. “Lo que nos hace hacer el bien”, “Ir a misa y cumplir con la religión”. “Tener temor de Dios”. “Rezar”.
Una respuesta que me gustó y no he olvidado es ésta: “Espiritualidad es la relación de cada persona con el espíritu. Así como la relación entre amigos se llama amistad y entre hermanos es fraternidad, con el espíritu es espiritualidad”. Me gustó porque no especifica si la persona es católica, musulmana, hinduista o de otro credo, ni cuáles deben ser los pasos “correctos” para lograr una buena relación. También cabría en esta definición que alguien no se relacionara en absoluto con el espíritu, o lo hiciera sólo para combatirlo, y así su espiritualidad sería nula, o de antagonismo.
¿Y tú, amable lector, sí respondiste para ti mismo la pregunta antes de leer el artículo?, ¿te gustó lo que encontraste?  
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lunes, 13 de junio de 2016

RECHAZO A MI HIJA



Tengo una niña de 12 años y otra de 4. Me casé muy joven, a los 18 años, pero ahora me pasa algo raro, una sensación rara con mi hija de 12 años. La llamo rara porque siento rechazo hacia ella y no sé por qué.....recuerdo que siempre que me soñaba que tenía hijos, en mis sueños me los imaginaba hasta los 2 o 3 años, no más grandes. Cuando me soñaba con hijos más grandes y despertaba, sentía esa sensación de rechazo que ahora me pasa con mi hija. No quiero que mi niña sienta que su madre no la quiere, por favor ayúdeme a tratar de entender este sentimiento, ya que solo me pasa con ella, con mi otra niña pequeña, no. No sé si sea algo que yo cargo desde niña o qué pasa, ojalá me pudiera contestar, me siento desesperada.
OPINIÓN
Antes que nada, necesitas serenarte. Cuando se pierde la serenidad, una sigue dándole cuerda a los pensamientos y forma monstruos en la mente, igual que los niños cuando se convencen de que en el closet hay uno; por más que los papás intentan convencerlos de que no es así, ellos continúan sintiéndose en peligro. Serena, pues, para que puedas seguir leyendo.
Dices que tu hija tiene doce años (posiblemente ya tuvo su regla o esté próxima. Lo menciono porque no sé si ya es adolescente) y que te sorprende sentir rechazo hacia ella. Cuentas que cuando te soñabas con hijos pequeños no había problema, pero si los soñabas grandes entonces sí, y te despertabas con un rechazo parecido al que sientes ahora. Agregas que no quieres que tu hija sienta que su madre no la quiere.
Yo creo que sí quieres a tu hija. Si no la quisieras, ni estarías haciendo esta pregunta ni te sentirías desesperada; te daría igual si ella se diera cuenta o no, o habrías inventado mil argumentos de mala conducta de ella para justificar tu desamor, así que no es tu cariño de madre lo que está en duda.
Abordemos el rechazo. Aunque puede haber numerosas causas para este tipo de sentimientos, comenzaré con la que tus sueños parecen sugerir: prefieres lidiar con hijos pequeños y no con grandes; chiquitos te parecen más fáciles de cuidar, preferirías que no crecieran. Conocí a una señora que tenía temores parecidos, y un día dijo: “Quisiera que mis hijos se quedaran como están, pero de esta edad, yo para qué quiero enanos”.
Muchos padres quisieran proteger a sus vástagos de todo dolor, como si fuera posible, y sufren pensando en lo que sus hijos deberán vivir cuando crezcan. Algunos además se asustan. Otros, aparte  de sufrir y asustarse, pasan al extremo de sentir rechazo por ellos y toda la juventud, su ropa, música, lenguaje, juegos, aspiraciones, costumbres… todo.   
Como dije más arriba, puede haber multitud de causas para que se presenten sentimientos como los que tú estás sufriendo. Mi recomendación es que hagas una Constelación Familiar sobre la relación con tu hija, ahí puedes ver mucho. Después de constelar, lo más probable es que requieras ayuda profesional. Para algunas personas es suficiente con ver lo que ocurre y tomar las decisiones pertinentes; para otras, la decisión pertinente es acudir a terapia y enfocarse en lo que vieron.
Deseo que mientras tanto utilices todos los recursos de que dispongas para serenarte, porque la imaginación es muy traviesa y puede jugarnos malas pasadas. No dejes para después el atenderte, el asunto puede seguir creciendo.
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