Solemos pensar que conocemos la realidad y “lo vi con mis
propios ojos” es prueba irrefutable de que las cosas son como las pensamos; sin
embargo, tal convicción es discutible: lo que percibimos siempre es matizado por nuestras historias personal, familiar y
cultural. Pongamos algunos ejemplos.
Imagina que en tu casa aparece una mariposa negra. La ves
con tus propios ojos, es una mariposa negra. Al mirarla, tu cerebro revisa toda
la información que posee sobre mariposas negras y te la ofrece para que integres
lo que ves con lo que sabes. Puedes pensar: “ha llovido, aparecen en tiempo de
lluvias”, o tal vez: “me esperan siete años de mala suerte” o: “alguien se va a
morir”. Habrás notado que si bien tus ojos captaron una mariposa negra, tu
cerebro modificó el hecho para que se adecuara a tus creencias y expectativas y
tuviera sentido.
Ahora imagina que en lugar de la historia que viviste
hubieras tenido otra. En ella, personas de tu familia, cercanas a ti, despojaron
a sus parejas de algo material, quizás una alhaja, un negocio, una herencia, su
domicilio… y desde tu niñez oíste miles de consejos o lamentos relacionados con
el tema, tal vez recapitulando lo sucedido o advirtiendo que no confiaras o te
despojarían de lo tuyo. Te casas. Un día, tu pareja ve algo que es tuyo y en
serio o en broma exclama: “Dame, yo también quiero”. ¿Crees que escucharás sólo
lo que dice, o que tu corazón dará un salto porque la ves como asaltante en
potencia de lo que te pertenece? Pero digamos que se trata de algo pequeñito:
un chocolate o un trozo de pastel en tu plato, ¿te abordará el pensamiento de
que tu pareja es egoísta, acaparadora, lo quiere todo y nunca da nada?
“Tú dices lo que
dices y yo oigo lo que oigo” es un postulado en el estudio de la percepción y de
la manera de comunicarnos. Significa que es poco probable que captemos la
realidad objetiva; más bien, en lugar de escuchar lo que el interlocutor
pronuncia, nuestro cerebro estará atendiendo al diálogo interno que nos
contamos una y otra vez acerca de la vida; es decir, las afirmaciones que
escuchamos en la infancia y que se apoderan de cuanta información nueva nos va
llegando, la miden, la comparan y si encaja, dejan que sea guardada con la
demás y ahí no ha pasado nada, ningún aprendizaje; pero si la información es
novedosa y no coincide con los archivos, de inmediato alerta a la conciencia
para que ésta decida si la desecha y envía al departamento de errores,
chifladuras, charlatanerías y cosas inadmisibles, o dice: “no sé de esto,
debería investigar antes de repudiarla”. Cuando así sucede, el cambio es
posible y quizá emerja una nueva manera de pensar.
A veces, un dato nuevo ocasiona que gran cantidad de los
ya existentes se derrumben como fichas
de dominó. “Crisis vital”, denominamos a cuando nuestra percepción de la
realidad está amenazada con requerir modificaciones importantes. Tememos mucho
que esto suceda; preferimos estar en lo cierto y tener razón aun en cosas
irrelevantes, no se diga en las fundamentales.
Para asumir una crisis vital o reconstrucción del propio
mundo subjetivo, se requiere una gran expansión de la conciencia; es decir, un auténtico
crecimiento de ésta que abarque lo nuevo. Se trata de crecer o morir, porque es
imposible seguir viviendo en el mundo que conocíamos cuando éste ha sido
destruido.
“Psicología” es una columna abierta. Puedes participar
con ideas, temas, preguntas o sugerencias en psicologa.dolores@gmail.com , o en facebook.com/Pascua Constelaciones Familiares.