NAVIDAD TRADICIONAL
La Navidad es una tradición y en cada lugar o época se
celebra distinto. Se llama tradición a un conjunto de creencias y costumbres
que se consideran valiosas y por tanto, se busca trasmitirlas a las nuevas
generaciones para que a su vez, éstas las trasmitan a sus hijos como legado
cultural. Las tradiciones forman parte de la identidad grupal.
Aunque las tradiciones se conservan, cambian; la
celebración de la Navidad también. Era muy distinta por el tiempo en que León
terminaba en La Calzada y la antigua casa de los señores Pons, hoy sede de este
periódico, estaba en las afueras. Comenzaba con una novena, “las posadas”.
Durante nueve días antes, parientes, amigos y vecinos se reunían para rezar el
rosario cantando, llevando velas y encendiendo lucecitas, mientras se cargaba en
andas a “los peregrinos”, conjunto de pequeñas estatuas de José, María y un
borrico. Dos veces se representaba el rechazo a la petición de alojamiento,
pero a la tercera se les recibía con alboroto. Entonces se servían ponches y se
entregaban “los aguinaldos”, de los que seguramente tomó el nombre la
retribución en efectivo que hoy reciben quienes gozan de sueldo. Acto seguido,
se rompían la o las piñatas y se tronaban “cuetes”, brujitas y palomitas. Como
solían ser reuniones bastante numerosas, era frecuente que se cerraran calles y
todo el vecindario se volcara fuera de sus casas a convivir.
Antes de que se construyera “El Eje” o Boulevard López
Mateos, ya se habían introducido cambios en la novena: pocos rezaban el
rosario, se limitaban a los cantos, pedir posada y romper la piñata, mas no
abreviaron el tiempo de la reunión, sino que lo rellenaron con juegos y baile.
Los más conservadores protestaban inútilmente contra tal “profanación”. En
vano. Sin embargo, décadas después, posiblemente coincidiendo con el misterioso
regreso social a la religión y la espiritualidad, resurgieron las posadas
tradicionales con rezo del rosario; pero ya no eran con tanta gente ni en la
calle ni una persona sola cargaba con todos los gastos, tenían que “hacer
vaquita”, lo cual puede atribuirse al aumento del tráfico y del costo de la
vida. Este año, no me tocó escuchar cánticos ni saber de algún sitio donde “dieran
posada”; la tradición se conserva sólo en algunas pocas familias.
El último día de la novena se llamaba “Noche Buena”; la
gente intercambiaba buenos deseos y presentes, generalmente de tamales,
buñuelos o algún guiso, se reunían temprano para comerlos en familia,
“arrollaban al Niño”, lo cual solía incluir “padrinos” que le compraban el
vestido e invitaban la cena, se incluía la imagen del recién nacido en el
nacimiento, un rato de ponche y tronar cohetes y todos en familia se dirigían a la “misa de
gallo”, que era a las 12 de la noche. De esto sobra poco o nada. El nacimiento
ha sido sustituido por arbolitos con luces y otros arreglos temáticos; ya no
hay misa de gallo sino de 10; son escasas las familias donde los abuelos tienen
30 o 50 nietos y éstos no se saben los cantos ni pueden salir a la calle a
tronar cohetes. Ahora las familias se reúnen a cenar, intercambian regalos y se
desvelan. ¿Se perdió la tradición? De ninguna manera, ha tenido un viraje; es fiesta
menos religiosa y más conmemorativa de la familia y la fraternidad. El
intercambio de regalos ya no se restringe a personas unidas por lazos de sangre
o largos años de convivencia; se ha extendido a los sitios de trabajo, a los
negocios y a servidores eventuales, como los “viene, viene” y los que recogen
la basura, que lo encuentran a uno o tocan la puerta y piden: “¿Me da mi
Navidad?”
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