lunes, 24 de agosto de 2015

LA VIDA NO VIVIDA



Hay quienes afirman que el ser humano adquiere conciencia de sí y de lo que es, hasta cumplidos los 40. Para entonces, pasó la primera mitad de su vida impulsado por la necesidad de conocer el mundo, abrirse paso en él, adquirir habilidades, negociar compromisos, obtener un lugar y una familia propios… Poco tiempo le quedaba para la reflexión. Pero recién arribado a la segunda mitad, se da cuenta que en ésta no aplican los mismos parámetros que en la primera; entonces, reexamina sus objetivos, mira hacia atrás, hace un balance, capitaliza su experiencia y elige qué cosas pensar acerca de lo ya vivido.
Sólo quien se acepta sin condiciones puede saborear entera su propia vida. El selectivo, en cambio, insiste en expulsar de su conciencia todo aquello que no se ajusta a las expectativas que le fueron sembradas en el cerebro, reincide en pensar “esto sí y esto no” y se ve imposibilitado para recrearse en el recuerdo, tomar su vida tal como fue y es, amarse en ella y disponerse a vivir la segunda parte con sabiduría. Cada rechazo constituye “la vida no vivida”. Sí que se vivió, pero no tomándola como propia ni integrándola a la experiencia; queda como una burbuja indeseable que  quisiera hacerla desaparecer.
La vida no vivida está incompleta. El dueño no se ha entregado a ella ni la ha asumido; sigue en pie de guerra, rechazándola, varado en el reproche y la acusación, considerándola menos de lo que esperaba y merecía. El tiempo siguió su carrera mas no por eso ha completado el círculo de masticarla, gustarla aunque sea amarga, extraer los nutrientes que contiene y dejar que los residuos se vayan. La vida no vivida es un bocado que no se traga ni se escupe y mantiene al dueño ocupado en algo que ya sólo existe en su mente, pero que requiere un final, un acomodo y una mirada de amor que cierre el círculo y la incluya en el pasado, al que pertenece. La vida no vivida es un lastre que se acarrea por dos, cinco, diez, veinte o más años y entorpece el trayecto de la propia embarcación, como si se hubieran dejado una o más anclas atoradas en la breña y pretendiéramos seguir adelante. La vida no vivida también atrapa a las embarcaciones de los seres queridos, pareja, hijos o nietos que comparten nuestro barco y respiran nuestros pensamientos.
Cuando se arriba a los 40, 50, 60 o más años de edad, la vida no vivida nos exige tomarla con amor, so pena de caer en el desencanto, la depresión, el cinismo y la amargura. Nada de lo que vivimos tiene desperdicio, somos resultados de ello; o rompemos la envoltura y escudriñamos el contenido hasta extraer la sabiduría que encierra, o se convierte en un lastre sellado que trascenderá la muerte y legaremos a nuestros descendientes. El proceso volverá a comenzar en ellos; les tocará tomarlo con el amor que no pudimos tenerle, o lo legarán los suyos en igual estado, de generación en generación, como destino repetitivo que pide por favor un final.
En el Diplomado de Constelaciones Familiares hemos tenido alumnos mayores que descubren la importancia de reconciliarse con el propio origen, la propia vida y el propio destino, para deshacer los nudos que atormentan a su familia y entregar a sus descendientes un legado algo más libre de enredos, implicaciones, secretos, mandatos nocivos, recurrencias y lastres que entorpecen la libertad. Comenzaremos el próximo 5 de septiembre. Invito a todos los abuelos que deseen trabajar en favor suyo y de su familia a que vivan esta transformadora experiencia.
“Psicología” es una columna abierta. Puedes participar con ideas, temas, preguntas o sugerencias en psicologa.dolores@gmail.com , o en facebook.com/Pascua Constelaciones Familiares.



lunes, 3 de agosto de 2015

RECONCILIARSE CON EL DESTINO



Usted habla con frecuencia de destino, ¿se refiere a una vocación, a estar predestinados o a qué? ¿Cuál es su opinión sobre el libre albedrío?
OPINIÓN
Entiendo por Destino aquellos hechos que suceden sin nuestra colaboración y sin preguntar si nos agradan o no, como: haber nacido de nuestros padres, en la fecha, lugar, ubicación socioeconómica y país donde nos tocó; con el sexo y grado de salud que la suerte nos dio; con las herencias físicas y socio-psicológicas de cualidades y defectos de nuestro carácter y de las personas allegadas; con las premisas culturales del lugar que nos gustan o que no; en una sociedad civilizada pero enferma e imperfecta, llena de injusticias y violencia, con sistemas políticos locales o globales que pueden imponernos leyes justas e injustas, incluso  guerras…
Al Destino sólo nos corresponde aceptarlo. El libre albedrío se relaciona con tomarlo “de buenas” o “de malas”; lo cual no cambia al Destino, sino a nosotros: hay diferencias enormes entre quienes lo toman como les llega y con él hacen lo mejor que pueden, y aquellos que se rebelan, se amargan o viven renegando porque sienten injusto adaptarse. Estos últimos suelen pensar que la vida les sale debiendo y su frustración les pasa factura a ellos mismos y a sus familiares y amigos.
Al destino hay que tomarlo sin enmiendas. Nada de "si al menos hubiera..." o "a condición de que se repare el daño". Muchas cosas no tienen reparación y sería tonto negarse a tomar lo bueno por tener en la mira lo malo. No tenemos culpa ni responsabilidad de lo bueno o malo que hicieron nuestros padres y abuelos o de lo que sucedió en su historia; sin embargo, nos afecta, forma parte de nuestro destino.
El libre albedrío nos permite elegir que si algo ya pasó sea pasado, o continúe vigente como si estuviera sucediendo ahora; si está presente, aprovecharlo y convertirlo en sabiduría y luego dejar que se vaya, o retenerlo y darse topes contra él; si no puede irse (como un mal congénito o hereditario), vivir con ello… como con un amante necesitado de cuidados especiales. Nadie pide un destino como este último, pero no hay manera de esquivarlo. Aunque se huyera de él, éste perseguiría al dueño hasta donde llegara, porque es suyo.
El libre albedrío es la posibilidad de encargarse de vivir bien, feliz y sintonizado con el amor. O lo contrario, según se elija. Las personas que enfrentan el reto enorme de tomar con amor su destino y vivirlo bien, no obstante las desventajas, más aún, transformando éstas en beneficio, quienes llevan a cabo esta obra, parecen de otro mundo: hacen tanto bien a la humanidad  que no puede medirse, un bien silencioso. Saltan ellas y las de su alrededor más allá de sus propios límites y adquieren una mentalidad que no les da la cultura y tampoco sus contemporáneos.
Estas ideas están tomadas de la filosofía de Constelaciones Familiares, una filosofía donde la frase “soy arquitecto de mi propio destino” resulta arrogante; está más cerca de la oración atribuida a san Francisco: “Señor, concédeme serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar; valor, para cambiar las cosas que pueda modificar; y sabiduría, para conocer la diferencia”.
“Psicología” es una columna abierta. Puedes participar con ideas, temas, preguntas o sugerencias en psicologa.dolores@gmail.com , al teléfono 7 63 02 51 o en facebook.com/Pascua Constelaciones Familiares.