Acerca del destino. Yo no creo en el dicho popular: “Cuando
te toca ni aunque te quites, y cuando no te toca ni aunque te pongas”. Les
aseguro que no cruzan caminando el bulevar sin voltear a ver si viene coche. Si
esta teoría fuera cierta, nada les pasaría, no les toca. En serio, no lo creo.
Probablemente sea un concepto católico, no sé.
OPINIÓN
Así que no crees en la Predestinación, corriente de
pensamiento declarada herética por el catolicismo. Afirmaba que Dios lo sabe todo
de antemano y conoce quiénes se van a salvar y quiénes se condenarán; por lo
tanto, era inútil cualquier esfuerzo personal por mejorar, al fin que ya Dios tenía
decidida su suerte eterna. Quizá a esto te refieras al considerar absurdo creer
en que todo está ya previsto.
Concuerdo mucho contigo; no me resulta verosímil esta
creencia fatalista. Tampoco convence a la gente que voltea para ver si viene
coche cuando cruza caminando el bulevar. Yo sí volteo.
Los accidentes suceden, sin embargo, es obvio que quienes
coquetean constantemente con alguna forma de peligro, como los toreros,
alpinistas, paracaidistas, corredores de autos, bomberos, buzos de rescate...
tienen mayor probabilidad de encontrar su muerte donde la han andado buscando,
aunque no siempre sucede así; a veces llegan a una edad avanzada.
Yo tenía un hermano que murió volando en parapente. Cuando
murió, algunos dijeron “ya le tocaba” y otros “él eligió su muerte”. En el
fondo sabíamos que ninguna de estas interpretaciones se podía comprobar, pero
los humanos gustamos de encontrarle explicación a todo, por nuestra necesidad
de entender.
También tuve una prima que era muy correcta y de seguro
miraba a ambos lados antes de cruzar una calle. Una noche, estando ella y su
marido en la puerta de su casa, a punto de entrar, un conductor ebrio subió a
la banqueta y la arrolló. A ella sí y al marido no, aunque estaban juntos.
Murió en el acto. ¿Podría haberlo evitado? No lo creo, estuvo parada en “el
lugar y tiempo incorrectos”.
Quizá con tantos ejemplos doy la apariencia de reforzar
la teoría de la predestinación y no deseo hacerlo, sólo creo que, sin estar
predestinados, sí tenemos un destino y un lugar para cada uno. Va otro ejemplo: por mucho que yo me ponga y
proponga, nunca llegaré a ser la Reina Isabel de Inglaterra. No me toca. Ella
tiene su destino y yo el mío. Objetemos el nombre y sólo dejemos “reina de
Inglaterra”. Tampoco lo seré, no me toca.
Miremos esto desde otro ángulo, el de la actividad humana.
Pensamos todo el día y tal vez toda la noche. Junto con
las actividades necesarias para sobrevivir (bombear sangre, respirar), pensar
es lo que más hacemos. Quién sabe cuántos cientos de pensamientos cruzarán por
nuestra mente en una hora. Pues bien, cada vez hay más estudios que certifican
la influencia de los pensamientos sobre el mundo material y no material en
forma de creencias, hábitos y acciones. Hoy ya no se duda de que el dolor prolongado
y las preocupaciones causen infartos u otras enfermedades. Esto para nada se
refiere a un destino o una predestinación, sino a la intervención humana
favorable o nociva, consciente o inconsciente, en los acontecimientos.
Las personas ubicamos nuestras sus creencias en algún
punto intermedio dentro de estos dos extremos: el destino es implacable y nada
puede hacerse para evitarlo. Y el otro: el destino está en las manos de cada
quien y lo determinan las acciones del individuo, con sus consecuencias
positivas o negativas.
Si observamos con cuidado, advertiremos que el destino y
las elecciones personales están estrechamente ligados entre sí, ya sea que ambos,
destino y elecciones, colaboren como verdadero equipo a favor del individuo y
la comunidad, o que estos dos se la pasen peleando, rechazándose mutuamente y
entregando a la persona a la locura. De una u otra manera, pasan a ser parte
del destino de los que vienen detrás.
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