lunes, 29 de octubre de 2018

¿CUÁNDO TE TOCA, NI AUNQUE TE QUITES?


Acerca del destino. Yo no creo en el dicho popular: “Cuando te toca ni aunque te quites, y cuando no te toca ni aunque te pongas”. Les aseguro que no cruzan caminando el bulevar sin voltear a ver si viene coche. Si esta teoría fuera cierta, nada les pasaría, no les toca. En serio, no lo creo. Probablemente sea un concepto católico, no sé.

OPINIÓN

Así que no crees en la Predestinación, corriente de pensamiento declarada herética por el catolicismo. Afirmaba que Dios lo sabe todo de antemano y conoce quiénes se van a salvar y quiénes se condenarán; por lo tanto, era inútil cualquier esfuerzo personal por mejorar, al fin que ya Dios tenía decidida su suerte eterna. Quizá a esto te refieras al considerar absurdo creer en que todo está ya previsto. 

Concuerdo mucho contigo; no me resulta verosímil esta creencia fatalista. Tampoco convence a la gente que voltea para ver si viene coche cuando cruza caminando el bulevar. Yo sí volteo.

Los accidentes suceden, sin embargo, es obvio que quienes coquetean constantemente con alguna forma de peligro, como los toreros, alpinistas, paracaidistas, corredores de autos, bomberos, buzos de rescate... tienen mayor probabilidad de encontrar su muerte donde la han andado buscando, aunque no siempre sucede así; a veces llegan a una edad avanzada.

Yo tenía un hermano que murió volando en parapente. Cuando murió, algunos dijeron “ya le tocaba” y otros “él eligió su muerte”. En el fondo sabíamos que ninguna de estas interpretaciones se podía comprobar, pero los humanos gustamos de encontrarle explicación a todo, por nuestra necesidad de entender.

También tuve una prima que era muy correcta y de seguro miraba a ambos lados antes de cruzar una calle. Una noche, estando ella y su marido en la puerta de su casa, a punto de entrar, un conductor ebrio subió a la banqueta y la arrolló. A ella sí y al marido no, aunque estaban juntos. Murió en el acto. ¿Podría haberlo evitado? No lo creo, estuvo parada en “el lugar y tiempo incorrectos”. 

Quizá con tantos ejemplos doy la apariencia de reforzar la teoría de la predestinación y no deseo hacerlo, sólo creo que, sin estar predestinados, sí tenemos un destino y un lugar para cada uno. Va  otro ejemplo: por mucho que yo me ponga y proponga, nunca llegaré a ser la Reina Isabel de Inglaterra. No me toca. Ella tiene su destino y yo el mío. Objetemos el nombre y sólo dejemos “reina de Inglaterra”. Tampoco lo seré, no me toca.

Miremos esto desde otro ángulo, el de la actividad humana.

Pensamos todo el día y tal vez toda la noche. Junto con las actividades necesarias para sobrevivir (bombear sangre, respirar), pensar es lo que más hacemos. Quién sabe cuántos cientos de pensamientos cruzarán por nuestra mente en una hora. Pues bien, cada vez hay más estudios que certifican la influencia de los pensamientos sobre el mundo material y no material en forma de creencias, hábitos y acciones. Hoy ya no se duda de que el dolor prolongado y las preocupaciones causen infartos u otras enfermedades. Esto para nada se refiere a un destino o una predestinación, sino a la intervención humana favorable o nociva, consciente o inconsciente, en los acontecimientos.

Las personas ubicamos nuestras sus creencias en algún punto intermedio dentro de estos dos extremos: el destino es implacable y nada puede hacerse para evitarlo. Y el otro: el destino está en las manos de cada quien y lo determinan las acciones del individuo, con sus consecuencias positivas o negativas. 

Si observamos con cuidado, advertiremos que el destino y las elecciones personales están estrechamente ligados entre sí, ya sea que ambos, destino y elecciones, colaboren como verdadero equipo a favor del individuo y la comunidad, o que estos dos se la pasen peleando, rechazándose mutuamente y entregando a la persona a la locura. De una u otra manera, pasan a ser parte del destino de los que vienen detrás.

“Psicología” es una columna abierta. Puedes participar con ideas, temas, preguntas o sugerencias en psicologa.dolores@gmail.com , o al teléfono 7 63 02 51

















lunes, 22 de octubre de 2018

DESTINO


No creo que el destino exista, ¿dónde quedaría el libre albedrío? Los humanos no somos títeres o zombis de quién o qué sin voluntad.

OPINIÓN

El destino existe. También existe el libre albedrío. Parecen incompatibles, pero no lo son.

Por destino entiendo todo aquello que nos es dado de manera forzosa, que no podemos evadir ni merecer y tampoco hacer nada para cambiar el estado que tiene cuando lo recibimos. 

El libre albedrío es la posibilidad y capacidad de elegir.

El destino es muy basto. Tal vez a él se refiera la primera parte de la conocida oración atribuida a san Francisco de Asís: “Señor, concédeme serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar.” ¿Cuáles serían? Muchas. Mencionaré unas pocas.

Comenzando con que nadie nos preguntó si queríamos nacer. Nacimos, y ya. Destino. Para muchos, tener vida es magnífico; para otros, una carga pesada. Dicen: “¿Con qué derecho voy a traer niños a este mundo a sufrir?”. “Lo que vivo no es vida”. “Vivir es un absurdo”. 

En este temprano punto ya podemos encontrar el libre albedrío o posibilidad de elegir: somos absolutamente libres para mirar la vida como muy buena o muy mala y cualquiera de sus puntos intermedios. El destino no cambia, sólo la visión que se tenga de él. El hecho de elegir una visión u otra hará que para nosotros ésta sea verdadera y la vivamos como la vemos.

También es destino ser hijos de nuestros padres, la fecha y lugar de nacimiento, el ambiente sociocultural y político de la familia y la nación donde nacimos. Con el libre albedrío podemos elegir tomar todo esto con amor, o despreciarlo y sentirnos víctimas de la suerte. Como ya dije, el destino no cambia, sólo la manera de mirarlo.

Es distinto decir: “Nosotros somos familia”, que: “Tú ya no eres mi hijo (no eres mi hija)”. “Tú no eres mi madre (no eres mi padre)”. 

No es igual “amo a mi familia”, que “odio ser de esta familia”. 

Hay diferencia entre sentir agradecimiento por lo que hacen los padres, que experimentar vergüenza de que se sepa en qué trabajan ellos.

Es mejor vivir pensando en que uno está en su lugar y en él puede desempeñarse bien y hacer cosas buenas, comparado con pasársela soñando en otros sitios y otras circunstancias y sentirse en la época equivocada. 

Tomar el destino como es nos ubica en la realidad. Es lo que hay. En cambio, rechazar o avergonzarse del propio destino no ocasiona que éste cambie, pero sí nos enreda en pensamientos poco útiles y en una manera desafortunada de usar el libre albedrío. Siempre seremos libres de reaccionar como queramos ante los hechos de la vida.

Hay cosas que, aunque recibidas, sí las podemos modificar. Por ejemplo, creencias y patrones de pensamiento que obstaculizan el fluir de la vida. Son destino inflexible si las vivimos como nos fueron dadas. 

Es frecuente que uno, en lugar de aplicarse a utilizar o cambiar lo que recibió, caiga en la queja o en buscar culpables de los malos ejemplos o la mala educación que nos inculcaron. ¡Por supuesto que a todos nos gustaría que nos heredaran soluciones y no problemas! Sin embargo, nos toca aportar un granito a la evolución moral de la humanidad a través de nuestra vida. Todo aquello que logremos acomodar y transformar pasará al patrimonio evolutivo de la especie y será destino para alguien. “Valor para cambiar las cosas que puedo modificar, y sabiduría para conocer la diferencia”.

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lunes, 15 de octubre de 2018

DETECTANDO PATRONES INCONSCIENTES


Leí su artículo "PATRONES INCONSCIENTES" y tengo una pregunta: ¿Cómo puedo identificar qué patrones inconscientes tengo y cómo los modifico? Yo he sabido de algunas técnicas para eso: hipnopedia, afirmaciones positivas, visualizar, controlar diálogo interno. ¿Cuál es su opinión de estas técnicas? 

OPINIÓN

Voy a entender como “patrón mental inconsciente” una secuencia preestablecida de pensamientos o de conductas que se repite completa sin que nos demos plena cuenta de ello, y es desencadenada por determinados estímulos. 

Tenemos millones de patrones mentales inconscientes. Unos son útiles y necesarios; otros son nocivos e impiden u obstaculizan nuestro vivir diario. 

Entre los útiles están, por ejemplo, la locomoción y la lectura de números y letras. Si queremos ir de la sala a la cocina, no necesitamos darnos plena cuenta que primero se mueve una pierna y luego la otra en perfecta sincronía, simplemente lo hacemos. Y si vemos un letrero en la calle, puede ser que lo leamos aunque no nos interese ni lo vayamos a recordar después. Estos patrones están a nuestro servicio. Identificarlos podría resultar divertido y quizá nos haga admirar la maravilla de nuestro funcionamiento automático.

Entre los nocivos podría estar, por ejemplo, que nos sintamos incómodos o enojados al contemplar que un amigo o vecino acaba de comprar una camioneta nueva. O pensar “todos son corruptos” en cuanto oímos hablar a un político aunque no sepamos nada de él. ¡Puede haber tantos ejemplos! Por lo general, la psicoterapia ayuda a darnos cuenta de la presencia de algún patrón como éstos.

¿Cómo se identifican los patrones mentales inconscientes que son nocivos? Es difícil, precisamente porque son inconscientes. Estamos acostumbrados a ellos. Muchos provienen de padres, abuelos y bisabuelos o más atrás. Por ejemplo, en una familia machista, todos, hombres y mujeres, tienen patrones de pensamiento machistas. Les parecería normal que una mujer que gana y aporta más dinero a la casa que cualquiera de los varones deba lavar los trastes antes de sentarse a ver la televisión. Y se sentirían incómodos con sólo contemplar que un hombre barre, lava trastes o ropa mientras la mujer descansa, aun si él estuviera desempleado.

Podemos, no obstante, detectar algunos patrones observándonos cómo pensamos y actuamos, así como nuestros estados de ánimo. Este último, cuando es desagradable y prolongado, está avisándonos que se activó un patrón inconsciente y está en marcha. También es útil exponernos a ideas nuevas ya sea leyendo, asistiendo a una conferencia o yendo al cine; los patrones pueden activarse y ser detectables.

Lo difícil es detectarlos. Una vez identificados y vueltos conscientes, cualquiera de las estrategias que mencionas dan excelentes resultados: hipnopedia, afirmaciones positivas, visualizar, controlar el diálogo interno. 

Todo cambio voluntario en los patrones se realiza en estado de consciencia, de ahí que la expresión “ampliar la consciencia” signifique ser más libre (en oposición a actuar como robot programado) y estar más capacitado para tener relaciones auténticas (no estereotipadas en las que cada uno parece representar un papel o guión preestablecido). Los guiones son patrones.

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lunes, 8 de octubre de 2018

PATRONES INCONSCIENTES


Seguramente has oído a algún niño pequeño decir: “Yo no sabo”, “mamá le ponió queso a mi plato”, “quería pasar y no cabí”. Los estudiosos de la mente se preguntaron de dónde sacaban los niños esas palabras que no habían escuchado, puesto que los adultos de su familia decían “sé”, “puso” y “cupe”, y notaron que los niños de muy corta edad conjugan los verbos mejor que alguien que aprende una segunda lengua. Por ejemplo, no dicen “mí no querer”, sino “yo no quero”. 

La palabra “quero” no es correcta porque el verbo es irregular y algún adulto le dirá: “se dice quiero”. Pero la maravilla observada consistió en comprobar que los pequeños no sólo imitan las palabras como sonidos, sino que también están “intuyendo patrones”. En este caso, del idioma, porque conjugan siguiendo las normas para los verbos regulares: sabo como presente de saber; ponió, pasado de poner; cabí, pasado de caber.

Hay una gran diferencia entre la imitación y la intuición de patrones. Imitar es copiar lo que se está viendo. Por ejemplo: sacas la lengua frente a un bebé y éste también lo hace, porque los niños imitan todo: se ponen tus zapatos, simulan rasurarse frente al espejo, se “preparan” para salir a trabajar...  Sucede también en adultos: vemos que alguien bosteza y nos dan ganas de bostezar; un grupo ríe a carcajadas y nos da risa; lloran en un velorio y se nos salen las lágrimas. Lo hacemos por “contagio”, sin motivo aparente. Esto también tenía intrigados a los científicos hasta 1996  en que, por casualidad, varios investigadores descubrieron las neuronas espejo.
Las neuronas espejo son las responsables de la tendencia en el ser humano a imitar las acciones y los gestos de los demás. Estas neuronas espejo también existen en los primates. Las han medido y supuestamente las hay en mayor número en los cerebros femeninos que en los masculinos. La hipótesis es que desempeñan una función importante en la vida social y proporcionan capacidades no sólo de imitación sino de empatía (comprender poniéndose en el lugar del otro). Esto explica la imitación, pero intuir patrones es más complejo.
Un patrón es un conjunto de normas que rigen el comportamiento de un grupo organizado de personas. Los patrones no se ven, sólo funcionan y rigen los comportamientos y los modos de pensar. Se los suele considerar “lo normal”.

Un niño que conjuga un verbo aplica un patrón puesto que no está escuchando la palabra, sino elaborándola en su cerebro de acuerdo con determinadas normas de la gramática. Por supuesto que él no sabe que está conjugando ni conoce las personas gramaticales, pero las usa al decir amo, amas, ama, amamos, aman, según se requiera. 

Lo más intrigante de los patrones está en que no necesariamente se enseñan en forma abierta y deliberada; pueden ser intuidos y conservarse inconscientes por toda la vida. Igual sucede con todos los patrones socioculturales que rigen nuestros comportamientos: los obedecemos y ya. 

Son ejemplos de patrones algunas discriminaciones contra grupos, no aceptar determinados tipos de trabajo o en la India no comer carne de vaca.
Mientras los patrones sigan siendo inconscientes, no hay manera de liberarse de ellos. Pero llega a suceder que alguna circunstancia los torne imposibles o molestos de cumplir y la persona los transgrede. Entonces se siente muy mal. Esta podría ser la oportunidad de que se vuelvan conscientes y, por lo tanto, susceptibles de ser modificados. Sólo en estado de consciencia; es decir, dándonos cuenta, podemos realizar cambios en nuestros patrones.
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lunes, 1 de octubre de 2018

ODIO DE SÍ MISMO


Leí en Internet un mensaje sobre el odio de sí mismo, decía que según el psicólogo Carl Rogers la mayoría de la gente se desprecia a sí misma, se considera inútil y poco digna de ser querida. ¿Eso es odio de sí mismo? ¿No es inseguridad?

OPINIÓN

Las palabras no siempre son utilizadas de la mejor manera. Aun cuando lo son, pueden significar cosas muy distintas para quienes las leen o las escuchan, debido a que todo mensaje que recibimos se “combina” y “compara” con la casi infinita cantidad de información que cada uno de nosotros posee en su interior. El resultado es que la misma palabra no evoca la misma idea en todas las personas. Te pondré un ejemplo.

Para mí, “odiar” es desear un mal para la persona odiada, tal vez hacer algo específico para que se cumpla en ella mi deseo. En cambio, “amar” es desear un bien a la persona amada y tal vez hacer algo para que se le cumpla mi deseo. 

Si piensas en lo que significan para ti estas mismas palabras, encontrarás diferencias y también coincidencias.

Al momento de expresarme, no puedo menos que utilizar las palabras como yo las entiendo. Por lo tanto, para mí, una persona que se odiara a sí misma debería desearse algún mal y hacer cosas para que dicho mal le suceda. Y una que se ama a sí misma se desea cosas buenas y hace algo para que le sucedan.

Yo pienso que, al natural, antes de ser contaminadas,  las personas nos amamos mucho cada una a sí misma y nos deseamos bienes, no males. Cada cual ambiciona para sí lo que considera mejor: seguir viva, tener salud, riqueza, amor, amigos, diversiones, etc., y de acuerdo con mi definición, eso es amor y es muy fuerte. Rara vez se extingue. 

Pero puede llegarnos la contaminación. La imagen que nos formamos de nosotros mismos es configurada por nuestros padres, maestros, compañeros, películas, textos... Todos nos dan sus opiniones y éstas dejan resonancia en nuestro interior. Si son positivas, qué bueno; pero si son despectivas o de juicio, qué malo, porque podemos interiorizarlas y creer que son pensamientos nuestros. No lo son. Dichas opiniones expresan lo que otros pueden pensar de nosotros, de acuerdo con el filtro que utilizan para mirarnos; es decir, las construcciones mentales y los hábitos de percepción que acostumbran. 

De acuerdo con lo anterior, un “eres odioso” puede transformarse en “soy odioso”;  “eres un egoísta que todo lo quieres para ti”, convertirse en “soy muy egoísta y es malo que yo quiera cosas buenas para mí”;  “te falta criterio”, podemos traducirlo en “no tengo criterio para juzgar, necesito que alguien me diga lo que está bien o mal”, y así en todas nuestras interacciones. Si esto sucede, entonces el dicho “ver es creer” debería ser al revés, “creer es ver”, porque primero creemos algo y luego “confirmamos” su existencia.

Sin embargo, por contaminados que estemos y acostumbrados a pensar mal de nosotros mismos, eso no forzosamente significa que hemos dejado de desear las cosas buenas. Seguimos queriéndolas. Es decir, nos seguimos amando, sólo no sabemos cómo conseguir lo que anhelamos. 

El que la gente se desprecie a sí misma, se considere inútil y poco digna de ser querida, en mi opinión está más relacionado con las creencias que la persona se ha formado acerca de cómo es ella, y no con un auténtico deseo de que le ocurra algo malo. Pero sí hay expresiones que a veces consideramos triviales como: “ojalá me muriera”, “trágame tierra” “quisiera no haber nacido”, “odio mis piernas flacas”, etc., que son chispazos de odio, generalmente inconsciente. Es triste escuchar que alguien las dice. Quizá, si la persona pone atención es sus palabras, de inmediato las corrige y piensa: “No es cierto, yo quiero para mí cosas buenas y que mis piernas  sigan funcionándome bien”. 

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