Mi niño está en kinder y se ha vuelto rebelde y agresivo,
no se relaciona con otros niños y cuando la maestra le llama la atención por
algo, él le grita que la odia. Mi esposo y yo estamos muy preocupados; era un
niño tranquilo y agradable hasta antes de entrar a la escuela, lloró mucho
cuando lo dejamos el primer día y tuvieron que quitarlo a fuerza de junto a la puerta, yo creo que se sintió traicionado y no puede entender que lo hayamos
dejado allí, por las mañanas no quiere levantarse y también a mí me dice que me
odia. Parece que nos lo hubieran cambiado por otro niño. ¿Qué nos recomienda?
RESPUESTA
Puedo imaginar el estado de angustia y preocupación tuyo
y de tu esposo ante este aparente cambio radical en la conducta de su hijito, les
cuesta trabajo reconocer en él al pequeñín sonriente y satisfecho que
seguramente atendieron siempre con todo su amor, y piensan: “Me lo han
cambiado”.
Efectivamente, la labor del kínder consiste en sacar a
los niños del nido familiar y exponerlos al trato social, donde no hay una mamá
disponible para contenerlos y proveerlos de todo cuanto necesitan; cada pequeño
entra en un ambiente nuevo donde él es uno entre muchos educandos, todos
igualmente necesitados de amor, y para “agradar a la maestra” y “evitar que se
enoje” debe modificar sus conductas y expectativas. Además, también debe hacer
espacio a los compañeritos y “permitirles” existir; si tiene suerte, admitir a
uno o más como amigos, a pesar de que también ellos compiten y comparten las
atenciones de la maestra, los materiales y tal vez el propio sándwich. Pero a
veces el niño no puede asimilar estas tareas indispensables. Describiré tres
causas, hay más.
1) Cuando
la experiencia es demasiado nueva: no ha tenido otro hermanito con el que deba
compartir a mamá; a lo mejor es primer nieto y los adultos se comportan como
una corte de vasallos deseosos de complacerlo, o papá obliga a mamá que lo
atienda personalmente día y noche y nunca lo deje llorar ni en manos de las
abuelas u otras personas; quizá la madre ha pedido a todos, incluido papá, que abandonen
sus propias rutinas para que el bebé lo tenga todo a su medida y “no se traume”,
sin darse cuenta de que asigna al pequeño el papel de líder de la manada y la
separación será un trauma comparable al del nacimiento o el destete; sin querer,
se favorece un retraso en su desarrollo y que tenga la afectividad de recién
nacido, en el sentido de estar absolutamente necesitado de su madre.
2) La
madre o ambos padres están resentidos con sus propios padres (hablan mucho de haber
sido víctimas de ellos) e inconscientemente intentan demostrarles (aunque hayan
muerto) que ellos sí saben cómo tratar a un hijo. Dicen: “Tendrá todo lo que a
mí me faltó”.
3)
Los papás tienen terror a envejecer (madurar)
y verse a sí mismos como adultos (se sienten de la generación joven); les
interesa percibirse joviales y amorosos (son pares o amigos del hijo, “forman
una pandilla” con él) y creen traicionar su amor si permiten que el pequeño
tenga alguna frustración, no quieren los vea como “los malos de la película”; el
niño intuye y asimila la visión de sus progenitores, exige aquello a lo que cree tener derecho y si no lo obtiene,
presiona, se venga o “aplica castigos”, en una lucha de poder sin final. Y los
padres se preguntan: “¿En qué fallé?”, en lugar de intervenir para poner
límites, y para “corregir el error” aumentan el amor.
En todos estos casos recomiendo las Constelaciones
Familiares, seguidas por Terapia de Contención. Dedicaré un artículo a esta última
para explicar en qué consiste.
“Psicología” es una columna abierta. Puedes participar
con ideas, temas, preguntas o sugerencias en psicologa.dolores@gmail.com , o en facebook.com/Pascua Constelaciones Familiares.