lunes, 28 de febrero de 2011

PAZ EN LA ADVERSIDAD

Mi matrimonio se fue a pique, firmamos el divorcio porque ella lo quiso, yo no, me siento en una pesadilla y que voy a despertar. No es que todavía la quiera, con tantas cosas cómo. Nos faltan dos firmas, quisiera que la madre de mis hijos reflexionara y se arrepintiera, para salvar a los niños de toda esta inestabilidad. Las leyes favorecen a la mujer, ella tendrá la custodia y se quedará con la casa que construimos con tanto sacrificio, yo iré con los gastos. Otra vez, a comenzar de cero. Lo que más me pesa es esta sensación de fracaso e injusticia, sentirme solo y pobre, en comparación con mis hermanos, todos económicamente bien y con pareja. Pido un consejo que pueda practicar y que me ayude en estas circunstancias, de tratamiento ni hablar, no tengo recursos.
RESPUESTA
¡Tanto que decir en este corto espacio! Lo difícil del momento que estás viviendo te hace percibir el futuro negro. Las cosas no están saliendo como hubieras querido. Sufres por tus hijos y por ti. Te comparas. Desearías que fuera posible poner reversa al tiempo y a los hechos. El dolor te embarga. A veces nos sentimos sacudidos hasta el límite de nuestra existencia, que la vida nos exige más de lo que podemos dar y soportar; no obstante, algo en nuestro interior quiere sobrevivir. Los humanos seguimos buscando siempre la felicidad.
En este lapso es imposible que seas feliz, tus pérdidas son reales y deben ser lloradas. A lo que sí puedes aspirar es a la paz del alma, que es distinta de la tranquilidad y de la felicidad, y opuesta a la guerra y la resistencia. Es rendirse, asimilar y dedicarse a vivir.
Guerra es que las personas sigamos peleando porque creemos que todavía podemos ganar, o que no es justo quedarnos con el último golpe. Entonces, toda nuestra energía se concentra en encontrar una manera de lastimar al adversario, dejando sin “combustible” cualquier otra actividad. ¿El resultado? Quizás se logre un buen round, un latigazo que deje al otro sin sentido e incapacitado para revirar, ¿y luego? Con frecuencia, los ex enamorados se convierten en “peores enemigos”, enfrascados en destruirse mutuamente, y los hijos, que son mitad un progenitor y mitad el otro, interiorizan la guerra como parte de su identidad. Sin querer, adoptan el conflicto como método para sus relaciones.
La resistencia consiste en negar los hechos, decir que no han ocurrido o que no debieron ocurrir -a pesar de que son hechos-, aferrándose a los ideales y pretendiendo que éstos se hagan realidades. En un divorcio, el último ideal que se suelta es el de “lo que pudo haber sido y no fue”, que en general se piensa así: 1) envejecer juntos, 2) dentro de una familia sólida y armoniosa, y 3) en el mismo domicilio. Los ex enamorados se culpan mutuamente de no haber podido lograr todo lo anterior, sufren y hacen sufrir. Les resulta imposible observar que los incisos 1) y 2) son indestructibles: ellos envejecerán juntos y unidos dentro de cada hijo en el que se consolidó el amor de los dos, y siempre serán familia, los padres continuarán siendo padres y los hijos serán hijos; sólo la pareja estará en distinto domicilio y dejará de mostrarse el amor físicamente.
Tener paz no significa que la persona ignore que hubo guerra, ni que permanezca inmutable ante la pérdida de los ideales; se refiere a rendirse ante la evidencia y asimilar que la vida tiene sus propios vericuetos. Es reconciliarse con el destino, hacer inventario de lo que todavía sirve y con ello forjar un futuro vivible. La paz trae consigo la capacidad de seguir amando y trabajando por un mundo bueno, donde los humanos podamos decirnos unos a otros que apreciamos la mutua presencia y compañía, y enseñar a tus hijos a tenerlo. Te deseo paz.

lunes, 21 de febrero de 2011

EFECTOS SECUNDARIOS DE UN ASALTO

Me asaltaron mientras esperaba a mi hijo a la salida de la escuela, un hombre de bicicleta llegó despacito y me arrancó el reloj y una cadena de oro, todavía me duelen los moretones que me dejó. Lo que más coraje me da es que no grité ni hice nada, no sé por qué no me defendí, también estaban otros padres de familia y ninguno hizo nada, ya después me abrazaban y yo no sabía ni qué decir porque cuando los necesité se quedaron parados, dos amigas en sus coches nos acompañaron al niño y a mí hasta la casa, luego mi esposo y yo fuimos a poner la denuncia y no pude describir al ladrón, no alcancé a verlo, todo fue muy rápido. Ahora me siento histérica, enojada, asustada o no sé cómo decirlo, llevo varios días en cama, me da miedo salir, no quiero que salga nadie de mi familia y si salen me quedo temblando de que les pase algo. ¿Hay algo que pueda hacer para componerme?
RESPUESTA
Lo que sientes no es para menos. Te encontrabas cumpliendo con un deber de madre que no es posible suprimir, pues tu hijo seguirá yendo a la escuela, y vives en carne propia la inseguridad actual. La sensación de impotencia es impresionante. Quieres hacer algo a tu favor y no sabes qué, ya pusiste la denuncia y no fue suficiente para sentirte mejor. Preguntas qué otra cosa puedes hacer para dejar atrás lo ocurrido y regresar a tu vida normal.
Lo primero es saber que no estás loca ni exagerando, sientes exactamente lo que sientes, llámese histeria, miedo, coraje, deseos de justicia, de venganza, de necesidad de protección, quizás de impaciencia contigo por haber sido sorprendida y no reaccionar defendiéndote y no sé cuántos otros poderosos sentimientos experimentas. Son tuyos. ¿Tuyos?
En realidad no, viven temporalmente en ti, porque contra tu voluntad fuiste contaminada con ellos, a través de tu experiencia. Cuando uno vive algo así, se queda con pensamientos y deseos similares a los del delincuente. Otra señora también asaltada me decía: “¡Si me lo encontrara, le echaba el coche encima!”. Tan grande coraje se siente. Esto es el verdadero daño, más que la pérdida de bienes materiales, (puedes conseguir otro reloj y otra cadena quizá mejores) y es la forma como se va propagando la violencia, igual que si fuera un virus contagioso. Necesitas salir de la contaminación. ¿Cómo?
No basta con denunciar, protegerse o poner rejas nuevas, es necesario “desyerbar” tu jardín mental y sembrar en él semillas distintas, de paz y armonía. Difícil. Si lograras rezar por el que te asaltó, te colocarías en otro nivel que no es de violencia, sino de amor. Quizá puedas, en tu corazón, decirle: “Yo invoco para ti y para mí la luz divina. Me niego a compartir contigo la responsabilidad, la culpa y las consecuencias de lo que hiciste, quedo libre de ellas y de ti, puedes irte de mi vida. Ahora cultivo en mí y en mi familia la serenidad y la paz”.
Nunca sabrás si tu oración tuvo efectos positivos en el delincuente, ojalá que sí y tendríamos uno menos a quién temer. Lo que sí podrás experimentar es la mutación de sentimientos en tu interior, que tú y tu familia queden a salvo de los “efectos secundarios” de un asalto.
“Psicología” es una columna abierta. Puedes participar con ideas, temas, preguntas o sugerencias en psicologa.dolores@gmail.com o al teléfono 7 63 47 28