lunes, 30 de junio de 2014

LO QUE NO SABEMOS QUE SABEMOS


Las personas sabemos muchas cosas que no sabemos que las sabemos. Por ejemplo, ahora mismo que lees, pon atención en la postura de tu pie izquierdo, ¿crees que sabías, o que no sabías, lo que encontraste? No estabas consciente del comportamiento de tu pie, pero sí lo sabías. Algunas personas llaman a este conocimiento  “implícito” y otras  “subconsciente”. Nuestro organismo es tan sabio que libera a la conciencia de toda aquella información que no está necesitando en el momento y se la encarga a un “servidor automático”, el subconsciente, para que nos mantenga funcionando sin la necesidad de elegir y dar órdenes a cada instante, así no tenemos que decir al cuerpo: “Ahora, mueve los músculos y huesos del pie hacia la derecha”, “ahora, respira”, “ahora, aumenta los latidos del corazón, porque tus células necesitan más sangre”.  Y no solamente nos libera de estar al pendiente de las funciones vitales, también de tareas que ya hemos mecanizado. Por ejemplo: cuando aprendiste a conducir un auto, necesitabas toda tu atención consciente para ordenar a tu cuerpo: “acelera, frena, mira el semáforo, viene otro vehículo…”, pero pasado un tiempo, este conocimiento pasa a formar parte de las cosas que sabes y no necesitas recordar; puedes conducir de tu trabajo a tu casa sin advertir que te detuviste en el alto y arrancaste en el siga, incluso puedes no mirar (conscientemente) por dónde vas y qué calles cruzas. Pero si ocurre algo fuera de rutina, un peatón que se atraviesa o un sitio que no conoces, de inmediato surge tu conocimiento a la conciencia para que des la orden adecuada.

Todos nuestros conocimientos que no sabemos que sabemos están perpetuamente activos y tomando las “decisiones menores” o rutinarias que necesitamos hacer cada día. No tenemos idea de cuántas y cuántas cosas sabemos, a veces ni de cuándo las aprendimos. Son tantas que muchos afirman que el 95% de nuestras acciones están controladas por ellas, o sea, son automáticas e inconscientes. Nos influyen en todo y favorecen más unas decisiones que otras. Por ejemplo, alguien que nació en una familia donde los hombres o las mujeres han sido maltratados, o maltratadores, no forzosamente está consciente de que en una relación nueva actúa a la defensiva; sus conocimientos implícitos se encargan de que así lo haga.

Por supuesto que nosotros no tenemos mérito ni culpa de poseer unos contenidos que no conocemos y nos configuran, sobretodo de los más desconocidos; nos han sido dados. ¿Cuándo y cómo? Quizá desde que nacimos, o antes en el seno materno, cuando en familia suceden cosas y nuestros familiares reaccionan a ellas como su conocimiento implícito les indica. También cuando vamos avanzando en edad y experiencia: cada decisión “crea jurisprudencia” y en la siguiente oportunidad, el subconsciente no preguntará qué hacer, ya lo sabe. Estos últimos, los conocimientos personales, emergen a la conciencia con mayor facilidad que aquellos más profundos, que provienen de las experiencias de nuestros padres, abuelos, bisabuelos o tatarabuelos.

Cuando una persona hace una constelación sistémica, puede mirar muchos de los contenidos de su conocimiento implícito. Las constelaciones forman parte de los métodos escénicos, puesto que representan acontecimientos concretos en un espacio sin tiempo, y muestran las reacciones de esa familia ante ellos. Abren posibilidades que ni un diagnóstico puede dar, porque transmiten lo esencial y profundo de una situación a través de una serie de imágenes vivas y en movimiento. Digamos que son como un video para el alma del consultante, donde éste ve cosas que ya sabe y otras que no sabe que sabe. Además, se proyectan hacia el futuro y hacia lo infinito. En mi humilde opinión, todas las personas saldrían beneficiadas si conocieran en qué consiste una constelación y se animaran a hacer la suya.

“Psicología” es una columna abierta. Puedes participar con ideas, temas, preguntas o sugerencias en psicologa.dolores@gmail.com , o en facebook.com/Pascua Constelaciones Familiares.

 

 

lunes, 23 de junio de 2014

DOS PUERTAS


Hay dos puertas trascendentales que todos tenemos que pasar: la de entrada a la vida (nacimiento) y la de salida (muerte). Estas puertas dan miedo, como todo lo que es muy grande. Por la primera ya pasamos y no recordamos cómo fue, si acaso alguien nos contó que nuestro nacimiento fue un parto normal o uno complicado. No tuvimos oportunidad de escoger sus circunstancias, simplemente ocurrió, como ocurren las cosas que forman parte del destino. Por la segunda puerta habremos de pasar y tampoco tenemos opción de elegir, porque incluso si tomáramos un revólver y nos voláramos los sesos, nunca sabremos si tal acción también formaba parte de nuestro destino, pero es un hecho que se convierte en destino de los sobrevivientes.

Quisiéramos creer que en verdad somos tan poderosos como para abrir o cerrar estas dos puertas a voluntad; no es así: tanto la vida como el destino nos exceden con mucho, nos es imposible comprenderlos; solamente nos sometemos a ellos de buena o de mala gana. Sin embargo,  gustamos opinar e incluso actuar, pero ni las opiniones ni las acciones los cambian: quien debe nacer nace, y quien morir, muere. El tema de cuán amplio o estrecho es el margen de influencia que vida y destino nos conceden, merece capítulo aparte, lo dejaré para hablar del temor que nos inspiran estas dos puertas.

La primera, del nacimiento, está íntimamente ligada a la sexualidad.  Por supuesto que da miedo. Los que han de abrirla y traer un nuevo ser al planeta son dotados con una fuerza tremenda y poco entendimiento, necesarios para que vayan como sonámbulos a abrirla. Y si se trata de destinos difíciles, por ejemplo, un embarazo en adolescentes o un hijo llamado “ilegítimo”, la vehemencia y la ofuscación juegan papeles aún más importantes; sin ellos no sería posible que naciera ese bebé que debe nacer. Ciertamente los protagonistas no están conscientes de que, una vez abierta esa puerta, la vida les cambiará para siempre. Dije para siempre. No nueve meses o un año ni veinte; es un cambio definitivo. Y no podrán alegar en su defensa que estaban enloquecidos, porque son responsables de sus actos con todo y consecuencias, aun cuando los hubieran realizado en trance. Es su destino, les toca vivirlo.

La puerta de la sexualidad llena de miedo no solamente a los que la abren, también a los familiares de ellos y a la sociedad entera. Pocos temas tienen tantas normas, prohibiciones y tabúes como éste. Los padres que ven a su hijo o hija acercarse a la adolescencia, quisieran poder seducirlo a que se abstenga de abrir esta puerta hasta que tenga edad y recursos suficientes para enfrentar la responsabilidad que adquiere. Preparar a los hijos y que estén fuertes para cuando les toque comunicar la vida, es un ideal de todos los padres. A veces parecen lograrlo, otras no; el destino se impone sobre sus deseos. Luego, también a ellos les toca vivirlo, de buena o de mala gana, aunque no hayan sido los protagonistas y la situación no sea un resultado directo de sus actos. ¿Suena injusto? Aun si lo fuera, lo que toca, toca.

También la puerta de la muerte nos aterroriza. Procuramos no recordarla ni hablar de ella, y sabemos que nos espera. Será la culminación de nuestra estancia en el planeta. La abriremos con mansedumbre o en pie de guerra en su contra, lo cual marcará la diferencia en la manera de cruzarla: contentos y satisfechos por lo vivido, o sintiéndonos injustamente tratados. Sea cual fuere lo que sintamos, esa puerta se impone y ha de cerrarse a nuestras espaldas.

“Psicología” es una columna abierta. Puedes participar con ideas, temas, preguntas o sugerencias en psicologa.dolores@gmail.com , o en facebook.com/Pascua Constelaciones Familiares.

 

lunes, 16 de junio de 2014

DOS ALEGRÍAS


Hola a todos, les comparto dos alegrías que me ha dado el 2014: una, por fin, después de mucho trabajo, logramos poner en red nuestro Diplomado de Constelaciones Familiares. Más gusto me da porque yo batallo para adaptarme a estas tecnologías, envidia siento ver a los más jóvenes, la facilidad con que captan, dan un clic tras otro con una velocidad fantástica, yo tengo que andar preguntando: ¿dónde se le pica? También contraté a alguien para que me enseñara con paciencia todo y solo lo que requería, porque si tomara cursos no sé cómo iba a sentirme con tanta información, estoy como aquél niño que decía: “Yo nomás sé leer en mi libro”. Luego, cuando ya vi las cosas terminadas, listas para que los alumnos tengan acceso en pantalla a los materiales con imágenes,  videos,  entrevistas a personas que nunca vendrán a México o vienen pero cobran carísimo, y que los alumnos hacen aportaciones y podemos estar casi platicando sobre los temas, qué bonito se me hace. Lo considero un gran adelanto. Cuando yo era niña, en León ni siquiera había llegado la televisión, y ahora todo lo que se puede hacer, qué maravilla. Maestros y alumnos formamos un gran equipo, nos complementamos mutuamente, aprendemos unos de los otros, convivimos, porque aunque la teoría es sanadora en sí misma, también tenemos práctica y nos miramos como vamos progresando y desarrollándonos, en una aventura cuyo final es la muerte.

Mi segunda alegría: haber terminado mi novela. Ya me entregaron la portada, no tarda en salir al público. Me va a dar mucha emoción cuando la vea empastadita, con cara de libro, y yo les diga a mis amigos y conocidos: “Mírenla, aquí está”. La suerte que le toque después, que sea exitosa o no, constituye otro episodio que para nada alegra ni ensombrece la aventura de haberla creado, ni la experiencia de haber convivido durante años con nuestro grupo que bautizamos con el nombre de “escritores7”, porque somos siete y nos apoyamos unos a los otros para cumplir nuestro anhelo de escribir.

En el libro Cartas a un joven poeta, uno le escribe a Rilke pidiéndole que lea sus versos y le diga si son buenos o no, y Rilke le responde: “Nadie puede aconsejarle ni ayudarle, nadie. Sólo hay un medio: entre en sí mismo, averigüe el fundamento de lo que usted llama escribir; compruebe si está enraizado en lo más profundo de su corazón; confiésese a sí mismo si se moriría irremisiblemente en el caso de que se le impidiera escribir. Sobre todo, pregúntese en la hora más callada de la noche: ¿Debo escribir?”. Yo me lo he preguntado y mi respuesta ha sido afirmativa. No puedo saber si mis escritos son buenos y contienen algo de importancia, sólo sé que necesito seguir escribiendo. Por eso me alegro de haber terminado mi novela, y por eso estoy tan agradecida con el periódico a.m. de que me permita llegar a sus lectores mediante su diario, y a éstos por leerme y en ocasiones, alentarme. Muchas gracias.

“Psicología” es una columna abierta. Puedes participar con ideas, temas, preguntas o sugerencias en psicologa.dolores@gmail.com , o en facebook.com/Pascua Constelaciones Familiares.

 

 

 

 

lunes, 2 de junio de 2014

LENGUAJE CORPORAL


Nuestro cuerpo es el centro de comunicaciones más avanzado que existe, no solamente por la perfección de su cerebro, que procesa y traduce mensajes provenientes de los sentidos y de los órganos y emite órdenes a los sistemas corporales, sino que el cuerpo completo es emisor y receptor de señales con el exterior.
Es por todos conocido que las palabras constituyen solo el 10 ó  15% de la comunicación, y junto con ellas, el cuerpo emite mensajes que las apoyan o contradicen; así, no es lo mismo decir “bien, haz lo que quieras” con el ceño fruncido y los puños apretados, que con una mirada dulce y la sonrisa en los labios. El mensaje toma significados distintos del verbal por los signos corporales que lo acompañan.
Mas el cuerpo no solo expresa los sentimientos que la persona quiere manifestar, también aquellos que ella desearía mantener ocultos. Lo hace a través de las micro expresiones que logran salir al exterior antes que el control consciente las reprima, o de fuertes y prolongadas reacciones, cuando dicho control consciente resulta ineficaz para dominarlas. El cuerpo dice la verdad como un relámpago, o como una inundación. 
Todos hemos vivido la experiencia de sentir que no debemos exteriorizar determinada emoción y de pronto, un destello la pone al descubierto. Entonces buscamos la manera de encubrir aquella verdad inoportuna que “se nos salió” dándole otro significado, aduciendo que no habíamos entendido bien o cualquier otra cosa, el control consciente se hace cargo y nosotros nos sentimos “a salvo” de la intromisión que nuestro interior hizo con el exterior.  Y también hemos vivido la experiencia de que la emoción nos inunde y a pesar de nuestros esfuerzos por contenerla, ella siga desbordada, manifestándose, como cuando no podemos parar de llorar, gritar o soltar golpes.
En ocasiones, nuestro control consciente sí es lo suficientemente fuerte para impedir que emociones poderosas salgan al exterior de manera “sencilla”, es decir, como son, llorando, gritando, corriendo, peleando, etc., y las “metemos en cintura” prohibiéndoles volver a salir al exterior, entonces el cuerpo cambia de lenguaje, pero no deja comunicar lo que sucede allá adentro. Quizá en lugar de llorar para afuera, lloramos interiormente con un catarro, una gripe, un nudo en la garganta, una opresión en el pecho… O cuando nos “tragamos un coraje”, éste grita en una gastritis, un colon irritable, un tumor... Y si a nadie le contamos que algo nos rompió el corazón, tenemos taquicardias u otros males cardíacos. Los ejemplos podrían continuar hasta hacer una larga lista.
El cuerpo no solamente emite señales, también las recibe, ya sea por medio de los sentidos o de otras maneras que no están suficientemente estudiadas. Todos hemos percibido olores, sonidos, colores, sabores y texturas, pero posiblemente también te ha pasado que recuerdas a una persona que no has visto en mucho tiempo y a los pocos días te llama. Quizá alguna vez, antes de descolgar el teléfono, te pareció que un pensamiento te decía: es tal persona, y lo era. O platicando con alguien captas anticipadamente el mensaje y puedes completar sus palabras. O tienes una idea nueva que estás seguro de que a ti se te ocurrió, y abres un libro y allí la encuentras descrita. El cuerpo percibe señales que no están visibles, imagino que como la TV capta ondas que están en el aire y nuestros sentidos no las identifican.  En Constelaciones Familiares se ve que los cuerpos captan cosas que las mentes no saben. Que no tengamos aún una explicación satisfactoria de cómo pasa, no significa que no ocurra. Nuestro cuerpo es maravilloso y la central de comunicaciones más avanzada que haya existido nunca.
“Psicología” es una columna abierta. Puedes participar con ideas, temas, preguntas o sugerencias en psicologa.dolores@gmail.com , o en facebook.com/Pascua Constelaciones Familiares.