Las personas sabemos muchas cosas que no sabemos que las
sabemos. Por ejemplo, ahora mismo que lees, pon atención en la postura de tu
pie izquierdo, ¿crees que sabías, o que no sabías, lo que encontraste? No
estabas consciente del comportamiento de tu pie, pero sí lo sabías. Algunas
personas llaman a este conocimiento
“implícito” y otras “subconsciente”.
Nuestro organismo es tan sabio que libera a la conciencia de toda aquella
información que no está necesitando en el momento y se la encarga a un
“servidor automático”, el subconsciente, para que nos mantenga funcionando sin
la necesidad de elegir y dar órdenes a cada instante, así no tenemos que decir
al cuerpo: “Ahora, mueve los músculos y huesos del pie hacia la derecha”,
“ahora, respira”, “ahora, aumenta los latidos del corazón, porque tus células
necesitan más sangre”. Y no solamente
nos libera de estar al pendiente de las funciones vitales, también de tareas
que ya hemos mecanizado. Por ejemplo: cuando aprendiste a conducir un auto,
necesitabas toda tu atención consciente para ordenar a tu cuerpo: “acelera,
frena, mira el semáforo, viene otro vehículo…”, pero pasado un tiempo, este
conocimiento pasa a formar parte de las cosas que sabes y no necesitas
recordar; puedes conducir de tu trabajo a tu casa sin advertir que te detuviste
en el alto y arrancaste en el siga, incluso puedes no mirar (conscientemente)
por dónde vas y qué calles cruzas. Pero si ocurre algo fuera de rutina, un
peatón que se atraviesa o un sitio que no conoces, de inmediato surge tu
conocimiento a la conciencia para que des la orden adecuada.
Todos nuestros conocimientos que no sabemos que sabemos
están perpetuamente activos y tomando las “decisiones menores” o rutinarias que
necesitamos hacer cada día. No tenemos idea de cuántas y cuántas cosas sabemos,
a veces ni de cuándo las aprendimos. Son tantas que muchos afirman que el 95%
de nuestras acciones están controladas por ellas, o sea, son automáticas e
inconscientes. Nos influyen en todo y favorecen más unas decisiones que otras.
Por ejemplo, alguien que nació en una familia donde los hombres o las mujeres
han sido maltratados, o maltratadores, no forzosamente está consciente de que
en una relación nueva actúa a la defensiva; sus conocimientos implícitos se
encargan de que así lo haga.
Por supuesto que nosotros no tenemos mérito ni culpa de
poseer unos contenidos que no conocemos y nos configuran, sobretodo de los más
desconocidos; nos han sido dados. ¿Cuándo y cómo? Quizá desde que nacimos, o
antes en el seno materno, cuando en familia suceden cosas y nuestros familiares
reaccionan a ellas como su conocimiento implícito les indica. También cuando
vamos avanzando en edad y experiencia: cada decisión “crea jurisprudencia” y en
la siguiente oportunidad, el subconsciente no preguntará qué hacer, ya lo sabe.
Estos últimos, los conocimientos personales, emergen a la conciencia con mayor
facilidad que aquellos más profundos, que provienen de las experiencias de
nuestros padres, abuelos, bisabuelos o tatarabuelos.
Cuando una persona hace una constelación sistémica, puede
mirar muchos de los contenidos de su conocimiento implícito. Las constelaciones
forman parte de los métodos escénicos, puesto que representan acontecimientos
concretos en un espacio sin tiempo, y muestran las reacciones de esa familia
ante ellos. Abren posibilidades que ni un diagnóstico puede dar, porque transmiten
lo esencial y profundo de una situación a través de una serie de imágenes vivas
y en movimiento. Digamos que son como un video para el alma del consultante,
donde éste ve cosas que ya sabe y otras que no sabe que sabe. Además, se
proyectan hacia el futuro y hacia lo infinito. En mi humilde opinión, todas las
personas saldrían beneficiadas si conocieran en qué consiste una constelación y
se animaran a hacer la suya.
“Psicología” es una columna abierta. Puedes participar
con ideas, temas, preguntas o sugerencias en psicologa.dolores@gmail.com , o en facebook.com/Pascua Constelaciones Familiares.