En
el artículo anterior vimos que cada etapa en la vida del hombre tiene una tarea
específica para completar, y que su resultado influye en el éxito de las etapas
siguientes; por tanto, en el éxito de la vida completa. Describimos las etapas
1 y 2 del estudio que hizo Eric Erikson. Hoy continuaremos con las etapas 3, 4
y 5.
Nuestro tema central es optimizar; es decir, buscar la mejor forma de
hacer algo con los mejores resultados, en esta pandemia donde la vida parece
detenida pero en realidad continúa. No queremos que nuestros niños y jóvenes
salgan demasiado afectados de este confinamiento.
Etapa 3. De 3 a 5
años. Tarea: Iniciativa, versus culpa y miedo. Es la edad del
aprendizaje psicosexual, afectivo y del comportamiento. Para el niño de esta
edad ya existen hombres y mujeres, niños y niñas y otros humanos, y con cada
uno se requiere un comportamiento distinto.
La
fuerza opuesta en esta etapa es el sentimiento de culpa, que nace del fracaso
en dichos aprendizajes. La experimenta el chico cuando no atina qué y cómo
hacer o es reprendido en exceso.
El
confinamiento, que ojalá termine pronto, afecta esta tarea al privar a los
niños de un contexto social más amplio.
Aquí,
optimizar consiste en tener claros cuáles límites y normas permiten, alientan y
favorecen la iniciativa personal, así como secundar los proyectos que los
pequeños inventen.
Etapa
4. De 6 a 13 años: industria versus inferioridad. Es función de los padres y profesores ayudar
a que los niños desarrollen sus recursos personales con autonomía, libertad y
creatividad, de manera que el chico sea industrioso y se sepa competente. Lo
contrario le ocasiona sentimientos de inferioridad.
En el confinamiento, gran parte de esta tarea
está recayendo en los padres. Generalmente, es a la etapa que se le otorga
mayor atención y coincide con la escolaridad primaria.
Etapa 5. Adolescencia,
de 12 a 20 años. Actualmente, es posible que se extienda hasta los 24 años.
Tarea: identidad versus confusión de roles.
El
confinamiento afecta de manera especial a los adolescentes al reducirles sus
espacios y presentarles un mundo incierto y desolado, limitar su sentido de
pertenencia y orillarlos a desarrollar patologías como la depresión o la
ansiedad. Ninguna otra etapa se ve tan afectada en sentido negativo como esta.
El
adolescente, para saber quién es, necesita de sus pares, de formar grupos,
tener amigos, compararse con ellos, competir, cooperar, sentirse parte,
explorar, rebelarse contra lo que cree obsoleto y filosofar sobre el mundo
mejor que puede crear.
Lo
opuesto a la identidad es la confusión de roles. En este punto, el trabajo de
Erick Erickson, que fue publicado en 1982, ha sido objeto de numerosas
refutaciones de parte de las teorías de género. Sin embargo, queda fuera de
toda polémica la importancia de que el adolescente logre una identidad consigo
mismo, y sea consciente de la importancia del papel que desempeñará en el mundo
y para la humanidad.
Optimizar,
en esta etapa, es secundar la búsqueda constante que hace el muchacho de un
nuevo perfeccionamiento del amor y la amistad, de la profesión, de la cultura y
de la fe. Puede lograrse mediante conversaciones, rutinas, metas o proyectos
que posibiliten y estimulen actitudes propositivas en las que el adolescente pueda
tener fe y ser fiel y que, además, lo mantengan en contacto con sus pares, con
las debidas precauciones de seguridad y sanitarias. Ya que es difícil que tenga
prudencia, presentarle esta como una colaboración a un mundo mejor.
En
el próximo artículo veremos las etapas 6, 7 y 8. Deseo para cada uno de mis
lectores la máxima optimización de su vida durante esta pandemia y después.
Agradezco la colaboración de la Psic. Irma Campos Escalante, directora del
Instituto de Desarrollo Humano de León, A.C.
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