El pensamiento humano es creador por naturaleza. Sólo en
el pensamiento podemos crear; nuestras demás actividades son de transformación:
tierra que ya existe la convertimos en tabique; madera, en mesa; metal, en
arma… Nos es imposible sacar algo de la nada; sin embargo, la mente sí puede,
cuando produce ideas nuevas. ¿Lo hace a menudo? Sí, y no; generalmente, si se
nos ocurre alguna demasiado novedosa, solemos desecharla y considerarla
descabellada, incluso puede ser que nos dé miedo y pensemos: ¿Estoy mal de la
cabeza? Nos sentimos más cómodos rumiando ideas conocidas, conduciéndonos por
caminos transitados. Un pensamiento creativo puede ser comparado con salirse de
la carretera asfaltada, llena de señales que indican el “modo correcto”, para
deambular por terrenos no explorados, sin saber a ciencia cierta a dónde se
llegará.
La humanidad mejora y evoluciona empujada por esas mentes
brillantes y divergentes que se atreven a pensar distinto y dedican todo su esfuerzo
a dilucidar una idea; pero no las aprecia. No desde el principio. Generalmente,
desalienta a las personas demasiado distintas, las llama “excéntricas”; es
decir, fuera de su centro. Si son muy jóvenes, las considera “raras” o “nerds”;
prefiere a adolescentes hombres y mujeres que parezcan copias unos de los
otros: misma talla, misma ropa, mismo peinado, mismos sitios de reunión, mismo
vocabulario, mismos modales… Si adultos, con similares aspiraciones (ser casado,
tener para gastar, buena casa, buen auto), similares preocupaciones (vence la
mensualidad, estoy engordando, me pueden despedir), similares hábitos y costumbres
(hoy toca, es san lunes, viernes social, sábado de juerga). El llamado status quo tiende a la uniformidad. Quien
no se ajusta, duda de estar bien.
La duda es terreno fértil para crear. Una persona que
carece de dudas no necesita esforzarse por solucionar nada, ni inventa formas
nuevas de hacer las cosas. La duda es una invitación a poner la mente a
trabajar, pero no toda la gente la ve de esta manera, especialmente los sabelotodo
que creen poseer conocimientos suficientes para que nada los sorprenda. Se
vuelven enemigos de la novedad, y de los actos creativos.
En cierta forma, es explicable que lo nuevo sorprenda,
sobre todo si es demasiado nuevo y distinto de lo conocido. ¿Podemos imaginar
qué hubiera sucedido si en la edad de piedra alguien encontrara un teléfono
celular o una plancha eléctrica? Posiblemente nada, o tal vez despertaría la
curiosidad de unos pocos y después los aparatos recibirían un uso similar al de
cualquier piedra bonita, porque la mente humana no puede dar saltos tan grandes
en su desarrollo. El acto creativo siempre descansa en otros actos creativos
que le antecedieron.
Crear es inventar algo que no existía. Los inventos son
patrimonio de la humanidad y no se refieren solo a inventos materiales, también
a modos nuevos de vida. Los primeros suelen patentarse para que sólo el inventor
los use; los segundos es probable que nadie sepa quién los puso en práctica primero,
pero se extienden horizontal y verticalmente, hacia los contemporáneos y las
generaciones futuras.
Los creadores revolucionan a la humanidad más que los
ejércitos. En 1910, en nuestro país, hubo una revolución que duró años y
derramó muchísima sangre. Tenía el loable propósito de que los pobres fueran
menos pobres y los hacendados menos ricos. Ya pasó un siglo y podemos ver los
resultados: la riqueza cambió de manos, y ya. En cambio, por obra de la
tecnología y las novedades del pensamiento (actos creadores), los pobres (no
los pobrísimos) de ahora viven de manera similar o mejor que los ricos de hace
un siglo o dos, que en sus casas no tenían agua corriente, luz eléctrica, estufas
de gas… y tampoco transporte motorizado a su disposición. Vale la pena crear y
ser distintos, algo bueno aportaremos a la humanidad.
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