lunes, 25 de julio de 2016

IDEAS NUEVAS



El pensamiento humano es creador por naturaleza. Sólo en el pensamiento podemos crear; nuestras demás actividades son de transformación: tierra que ya existe la convertimos en tabique; madera, en mesa; metal, en arma… Nos es imposible sacar algo de la nada; sin embargo, la mente sí puede, cuando produce ideas nuevas. ¿Lo hace a menudo? Sí, y no; generalmente, si se nos ocurre alguna demasiado novedosa, solemos desecharla y considerarla descabellada, incluso puede ser que nos dé miedo y pensemos: ¿Estoy mal de la cabeza? Nos sentimos más cómodos rumiando ideas conocidas, conduciéndonos por caminos transitados. Un pensamiento creativo puede ser comparado con salirse de la carretera asfaltada, llena de señales que indican el “modo correcto”, para deambular por terrenos no explorados, sin saber a ciencia cierta a dónde se llegará.
La humanidad mejora y evoluciona empujada por esas mentes brillantes y divergentes que se atreven a pensar distinto y dedican todo su esfuerzo a dilucidar una idea; pero no las aprecia. No desde el principio. Generalmente, desalienta a las personas demasiado distintas, las llama “excéntricas”; es decir, fuera de su centro. Si son muy jóvenes, las considera “raras” o “nerds”; prefiere a adolescentes hombres y mujeres que parezcan copias unos de los otros: misma talla, misma ropa, mismo peinado, mismos sitios de reunión, mismo vocabulario, mismos modales… Si adultos, con similares aspiraciones (ser casado, tener para gastar, buena casa, buen auto), similares preocupaciones (vence la mensualidad, estoy engordando, me pueden despedir), similares hábitos y costumbres (hoy toca, es san lunes, viernes social, sábado de juerga). El llamado status quo tiende a la uniformidad. Quien no se ajusta, duda de estar bien.
La duda es terreno fértil para crear. Una persona que carece de dudas no necesita esforzarse por solucionar nada, ni inventa formas nuevas de hacer las cosas. La duda es una invitación a poner la mente a trabajar, pero no toda la gente la ve de esta manera, especialmente los sabelotodo que creen poseer conocimientos suficientes para que nada los sorprenda. Se vuelven enemigos de la novedad, y de los actos creativos.
En cierta forma, es explicable que lo nuevo sorprenda, sobre todo si es demasiado nuevo y distinto de lo conocido. ¿Podemos imaginar qué hubiera sucedido si en la edad de piedra alguien encontrara un teléfono celular o una plancha eléctrica? Posiblemente nada, o tal vez despertaría la curiosidad de unos pocos y después los aparatos recibirían un uso similar al de cualquier piedra bonita, porque la mente humana no puede dar saltos tan grandes en su desarrollo. El acto creativo siempre descansa en otros actos creativos que le antecedieron.
Crear es inventar algo que no existía. Los inventos son patrimonio de la humanidad y no se refieren solo a inventos materiales, también a modos nuevos de vida. Los primeros suelen patentarse para que sólo el inventor los use; los segundos es probable que nadie sepa quién los puso en práctica primero, pero se extienden horizontal y verticalmente, hacia los contemporáneos y las generaciones futuras.
Los creadores revolucionan a la humanidad más que los ejércitos. En 1910, en nuestro país, hubo una revolución que duró años y derramó muchísima sangre. Tenía el loable propósito de que los pobres fueran menos pobres y los hacendados menos ricos. Ya pasó un siglo y podemos ver los resultados: la riqueza cambió de manos, y ya. En cambio, por obra de la tecnología y las novedades del pensamiento (actos creadores), los pobres (no los pobrísimos) de ahora viven de manera similar o mejor que los ricos de hace un siglo o dos, que en sus casas no tenían agua corriente, luz eléctrica, estufas de gas… y tampoco transporte motorizado a su disposición. Vale la pena crear y ser distintos, algo bueno aportaremos a la humanidad.
“Psicología” es una columna abierta. Puedes participar con ideas, temas, preguntas o sugerencias en psicologa.dolores@gmail.com , al teléfono 7 63 02 51 o en facebook.com/Psic-Ma-Dolores-Hernandez-Gonzalez



lunes, 18 de julio de 2016

HERENCIAS Y HEREDEROS



La cultura nos tiene prohibido hablar de la muerte, incluso pensar en ella, como si quisiera hacernos creer que nunca llegará. En México la vestimos de fiesta, la llamamos Catrina, nos regalamos cráneos de azúcar o chocolate, hacemos fiesta en los panteones y solemos hablar de los muertos como “ellos”, los que sí murieron.  A la mayoría nos desagrada ocuparnos en preparar la partida del planeta y dejar nuestros asuntos en orden, de manera que quienes nos sobrevivan sufran un poco menos y conserven la armonía; que si poseemos mucho o poco, cada uno sepa con precisión cuál fue el regalo que le dejamos al partir. Es buena idea hacer testamento.
La herencia más frecuente va de padres a hijos. Cuando uno de ellos muere, la familia completa se estremece. El dolor de la pérdida, aunado al deseo inconsciente de recuperar al que se fue, confiere a los bienes por heredar un valor irreal, aparte del monetario: simboliza recibir el amor del muerto, ser reconocido por él. Paradójicamente, mientras más conflictiva fue la relación en vida, con mayor apasionamiento se proclama haber formado parte y tener derecho a lo que dejó. La ironía está en que no se mejora la reciprocidad entre muerto y vivo, porque éste no cambia sus sentimientos ni recuerda al primero con más afecto, sino que aumenta su rencor por no haber sido contemplado como creía merecer. Y a mayor rencor, mayor ímpetu en la exigencia, y mayor la sensación de estar siendo víctima de una injusticia.
Cuando un deudo se cree insuficientemente visto e imperfectamente amado, es peligroso. Siente que “se le debe y ha llegado el momento de cobrar”. Y como las cosas materiales jamás suplirán al amor, aunque pueden ser mensajeras de éste, el referido es capaz de despojar a todos los coherederos de lo que debería corresponderles y sentir que obra en justicia, que ni siquiera el despojo basta para “indemnizarlo” por cuanto le hizo falta. Es un orificio sin fondo, imposible de llenar; no colmó su vacío con lo que recibió en vida y no lo colmará con lo que logre acumular, porque no sabe reconocer el amor y apreciarlo cuando se le ofrece. Y si en una misma familia se da más de un heredero como el descrito, ¡pobre familia!, es probable que nunca más vuelvan a dirigirse la palabra.
Un padre o una madre que tiene hijos así, hambrientos de amor e incapacitados para recibirlo, y muere sin haber redactado su testamento, en realidad expresa una voluntad que puede resumirse como “¡mátense entre ustedes!”. Y esos hijos pueden obedecer dicha voluntad al pie de la letra, pero también pueden detenerse a pensarlo mejor, darse cuenta de que han crecido y no necesariamente deben resignarse a ver a sus coherederos como enemigos.
Nunca es tarde para forjar una familia en la que se firman convenios que se respetan. Las familias son resultado de las aportaciones que sus miembros hacen a ellas; si aportan odio y pleitos, o amor y claridad, tarde o temprano se reciben eso mismo.  Todos necesitamos una familia y todos la tenemos como hemos podido hacerla.
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CON LOS HIJOS NUNCA ACABAS



Me lo dijo una mujer que es abuela: “Con los hijos nunca acabas; cuando no es una cosa, es otra. Una desea que estén bien, reza por ellos, los apoya y acepta que ya no puede darles gran cosa, porque son harina de otro costal y no siempre oyen consejo; pero lo que viven, a una le sigue afectando”. Sus palabras me hicieron pensar en lo fuertes que son los vínculos de sangre. También, cuánta mayor influencia tienen los padres sobre los hijos, que no a la inversa. Los papás, aunque envejezcan, en la medida de sus recursos materiales y de desarrollo, quisieran dar a las generaciones que siguen un poco más de aquello que pudiera hacerles bien.
Así es la historia: ocurre un embarazo y los padres no tienen idea de la magnitud como les cambiará la vida. La concepción los convierte en padres y -tanto si ese hijo nace como si no-, en adelante ellos tienen distintos los sentimientos, pensamientos y maneras de comportarse. Concepción, nacimiento y muerte son eventos decisivos y fundamentales. El hijo también es protagonista de su propia concepción y nacimiento, pero mucho tiempo no se da cuenta, recibe lo que le dan y va pareciéndole “normal”. De hecho, al crecer y volverse adulto, si posee un poco más de lo que tenía con sus padres, se siente exitoso; si un poco menos, fracasado. La medida (totalmente subjetiva) es su casa, su familia.
Llegando a mayores, algunos piensan que han dejado de tener importancia dentro del grupo familiar e incluso dentro del mundo. También en este caso, comparan su presente con el de casa, donde fueron centro de las atenciones; pero aquel “mundo” donde crecieron ya no existe, las costumbres han cambiado, muchos valores también, los jóvenes acaparan la vida laboral, las modas, los pasatiempos, la tecnología… hijos o sobrinos se han convertido en padres y ahora cuidan de su propia familia, en las reuniones se habla de eventos de los que ellos no siempre están interesados, y si opinan, con frecuencia se les dice “en tus tiempos”. Por lo general, les cuesta gran esfuerzo permanecer alertas y mantener su lugar. Pero su lugar existe, es suyo, y mientras estén respirando en este planeta, es mucho lo que pueden hacer.
Padres y abuelos podemos y queremos dar a nuestra familia. No es necesario que ésta se encuentre sumida en la tragedia ni que sus miembros vivan enemistados; son numerosos los puntos susceptibles de optimización. Si cada uno de nosotros vuelve su mirada muy atrás, observa que los abuelos sufrieron y solucionaron determinados problemas y otros siguen repitiéndose;  los papás tomaron la estafeta como la recibieron, en parte mejorada y en parte no, hicieron lo que pudieron y algo sigue repitiéndose; igual nosotros, y los hijos nuestros.
Escribo esto con la intención de invitar a adultos y adultos mayores al Diplomado de Constelaciones Familiares. Nunca es tarde para practicar métodos de reconciliación y de paz. Haremos bien no sólo a los familiares con quienes convivimos, sino a hombres y mujeres que no hemos visto ni conoceremos, en lugares y tiempos remotos, de muchas generaciones después de nosotros, porque nuestra revolución tiene mayor influencia vertical que horizontal. Nuestros hijos y sus hijos y los descendientes de ellos tomarán la estafeta de la vida sin necesidad de resolver los mismos problemas que nosotros sufrimos; el legado que reciban de nosotros llevará ya la solución. No de todo tipo de problemas, por supuesto, sólo de los que alcancemos a poner en orden.
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