“¡No necesito de nadie!” y “¡todos deberían ayudarme!”
son actitudes extremas e igualmente nocivas para la propia felicidad, pues acarrean
soledad y desdicha seguras. En cambio, reconocer serenamente que necesitamos de
los otros, y saber pedir sin exigir concediendo al otro la posibilidad de
responder sí o no, favorece la armonía en las interacciones.
La vida nos da cosas bonitas y feas. Igual las personas.
Así como no podemos vivir sin vida, tampoco viviríamos sin los otros. Desde al
nacer fueron precisos los genomas de un hombre y una mujer, que mamá nos
gestara y diera a luz, luego, que nos cuidara. Si a ella no le fue posible
hacerlo, otra persona tomó su lugar, o habríamos muerto. Estos “otros”
contribuyeron a nuestra existencia, y la historia no acaba aquí.
Ya nacido, todo humano se configura como humano a través
del contacto, así adquiere la cultura y su identidad dentro de ella. Una vez
adquirida ésta, sólo en interacción con otros puede seguir sintiéndose y
comportándose como humano. Un anacoreta, como por ejemplo, san Simeón el
Estilita, del siglo IV, que pasó más de 40 años
en lo alto de una columna en el desierto de Siria, tenía conductas de estatua,
de santo o de ave, pero no de humano. Imposible saber si él se sentía mejor o
peor que los demás humanos de su tiempo ni los motivos por los que huyó de
ellos, y tampoco cómo hizo para lograr que le llevaran alimento o ropas. ¡Después
de todo, necesitaba de los otros!
En nuestros días, este santo real o
imaginario no sería considerado como un ideal a seguir, aunque existan individuos
que se aíslan y su único contacto con sus semejantes es virtual, o nulo. Dejemos
a estos ejemplares en su soledad, sin indagar qué tan felices o desdichados se
sienten.
Nuestra necesidad de los otros se
dispara cuando enfermamos. Rebelarnos o ponernos de mal humor sólo conseguirá
que se nos haga más pesada la situación y a los otros también. Es mejor tomar
con gratitud que exigir de mal modo la ayuda que se nos brinda, y muy malo
buscar culpables en quienes vengar lo que nos pasa: “Mira como me tienes de
enfermo, me estás matando a disgustos!”. También en lo feo, es un arte saber
tomar las cosas como vienen.
Si podemos tomar lo que nos toca, bonito
o feo, podemos continuar nuestra vida como humanos contentos. Si no, la
continuaremos como humanos amargados.
A veces, a uno le parece monstruoso
tomar lo que es: una mentira, una traición, una deslealtad, una negativa... Uno
se siente ofendido, dolido, furioso y muchos sentimientos más. Nadie puede
evitar toda la vida encontrarse con esto. Duele. Desconcierta. Enoja. Hace que
la persona olvide que debe estar consigo misma, amándose, cuidándose, vigilando
el equilibrio bioquímico de su organismo, su propia salud física y su paz.
Para terminar, no es lo mismo pedir que exigir. Tampoco
es lo mismo necesitar algo que pedirlo. Suele costar trabajo decir “por favor”
y “gracias” incluso cuando pagaremos un dinero por lo recibido. Sin embargo, es
una realidad que solos no podemos sobrevivir y que así como necesitamos del
zapatero, el fontanero, el médico, el terapeuta, el abogado, el periodista, más
nos hacen falta, nos dan y acompañan nuestros familiares, amigos y seres
queridos. Es excelente vivir agradecidos con quienes nos asisten en la labor de
ser humanos.
“Psicología” es una columna abierta. Puedes participar
con ideas, temas, preguntas o sugerencias en psicologa.dolores@gmail.com , o al
teléfono 7 63 02 51