martes, 23 de diciembre de 2014

HERMOSA NAVIDAD


¿Puedes recordar cuál fue la Navidad más hermosa y feliz de tu vida?, ¿las emociones que sentías?, ¿con quiénes estabas?, ¿qué estuvieron haciendo? Una Navidad feliz es un bello recuerdo que puedes evocar y volver a experimentar. Nuestra parte consciente sí sabe distinguir entre realidades, recuerdos y fantasías, pero el inconsciente no; por lo tanto, si logras revivir aquella experiencia luminosa, vuelves a producir las deseadas endorfinas que causan las sensaciones de dicha.

Tal vez no hayas tenido una Navidad memorable; entonces, sería muy bueno que te inventaras una: a solas, imaginando detalles que nunca existieron como si hubieran sucedido, sacando de tu corazón los mejores sentimientos, expresándolos a las personas a quienes te habría gustado tener oportunidad de expresarlos, mirando la alegría que les ocasionan tus palabras y gestos, los rostros cariñosos y felices que corresponden a tu cariño, escuchando sus frases de buenos deseos, percibiendo la ternura con que se dirigen a ti, experimentando su amabilidad… Si lograras vivir mentalmente tu fantasía al grado que te emocionaras, tu cuerpo segregaría endorfinas y tu subconsciente almacenaría la experiencia con el mismo beneficio que si realmente hubiera sucedido. ¿Sabes que las personas con muchas endorfinas tienen mayor capacidad para ser felices y ver la vida de colores luminosos?

En la vida real, están por llegar Navidad y Año Nuevo, excelentes oportunidades para que te inventes unas fiestas increíblemente hermosas. Igual que en una fantasía, donde no es necesario que la gente quiera ser amable y feliz, también puedes decidir que por dos noches no existen en ti maldades, amarguras, resentimientos o rencores, ni tu felicidad depende de que otros te den permiso para experimentarla. Si determinas que las pasarás muy bien, así será, a condición de que te des permiso para ser libre; es decir, que en tus acciones y actitudes mandes y gobiernes tú, y a nada ni nadie le otorgues poder suficiente para que te saque de la trayectoria que decretaste.

Deseo para todos los lectores la alegría de tener una Navidad memorable por hermosa, y que el nuevo año que está por iniciar les traiga abundantes experiencias de dicha y satisfacción. Gracias por haber leído mis artículos durante el 2014, y gracias al Periódico a.m. por habernos puesto en contacto. Y en este 2015, no olviden comprar mi nuevo libro “El que se fue a la villa”, ya está a la venta en las librerías.

lunes, 27 de octubre de 2014

ABUSO SEXUAL


En caso de abuso ¿cómo se puede apoyar a la víctima y a su familia? Ella tiene 9 años y él 20, es un vecino amigo de la familia. La mamá, que es amiga mía, los descubrió y posiblemente evitó algo más grave, al muchacho lo corrió de su casa, a la niña la golpeó y la tiene castigada sin salir. La mamá dice que cada vez que se acuerda le da tanto coraje y desesperación que no sabe de qué es capaz. Todavía no se lo ha contado al papá, piensa que él se va a enojar todavía más y quién sabe qué vaya a hacer. Escuchándola se me contagió su angustia. ¿Puedo ayudar?, ¿cómo?

OPINIÓN

Generalmente, a una madre le duelen más los eventos de sus hijos que los de ella misma. Es posible que para tu amiga éste haya sido un suceso traumático; es decir, que rebasa, al menos temporalmente, su capacidad para permanecer entera, dueña de sí misma y tomando decisiones eficaces. Sin embargo, sigue siendo la madre; a ella y al padre corresponde proteger a la hija, y no podrán hacerlo adecuadamente si se encuentran alterados.

Tú deseas ayudar y refieres que se te contagió la angustia de la madre. Esa angustia no ayuda; también tú necesitas estar “cuerda” y distinguir con claridad cuál es el objetivo a seguir: encontrar cómo la niña puede permanecer sana. Y cómo la familia puede seguir funcionando como familia sana, digna, amorosa y protectora, a pesar de lo ocurrido. Dicho en otras palabras, si este evento es un trauma, se asemeja a sufrir un accidente del que se sale malherido, y lo que sigue es comenzar la curación y luego la rehabilitación, de manera que el o los accidentados vuelvan a estar lo más sanos posible, de preferencia como antes del accidente. Éste sería el objetivo para todos.

El método: De antemano te digo que se necesita ayuda profesional, esto no debe ser pasado por alto. Mientras tanto, y aquí puedes ayudar, tú y cada uno de los miembros de la familia deben saber con exactitud dónde tienen puesta su mirada y con cuál actitud, amorosa o justiciera. La actitud amorosa acoge, acepta, arropa y busca preservar el bien, cualquier cantidad de bien que se pueda salvar; en cambio, la justiciera rechaza, condena y se enfoca en aislar y destruir el mal. Cualquiera de estas dos actitudes pueden ser aplicadas a la víctima, y los resultados serían diametralmente opuestos: con la amorosa, la niña puede asimilar y superar la experiencia vivida, y en el futuro ser una mujer sana; con la justiciera va a sentirse culpable, marcada, estropeada, víctima… y en el futuro ser una mujer avergonzada y resentida.

Tú puedes ayudar, si logras lo siguiente: 1) escuchar a la madre sin perder tu serenidad, sin engancharte en su angustia, sin dejarte dominar por la curiosidad, y sin que disminuya tu aprecio y respeto por todos los miembros de la familia. 2) Recordar continuamente, en tu interior y exterior, que los padres de la niña son los encargados de ella y su bienestar. Por ejemplo, responder sin dar consejos: “Comprendo, te duele, eres su madre y ella siempre será tu hija. Tu amor te hará encontrar la mejor manera de ayudarla”. 3) Insistir en que busquen ayuda profesional, pero si no te hicieran caso, ser capaz de retirarte y no intentar nada; la responsabilidad pertenece exclusivamente a los padres, y los “agregados” tarde o temprano cometen alguna equivocación.

“Psicología” es una columna abierta. Puedes participar con ideas, temas, preguntas o sugerencias en psicologa.dolores@gmail.com , o en facebook.com/Pascua Constelaciones Familiares.

 

 

 

lunes, 13 de octubre de 2014

INTELIGENCIA TRANSGENERACIONAL


“¿Cuál es el mejor momento para iniciar la educación de una dama?”, preguntaba un autor cuyo nombre no recuerdo, y contestaba él mismo: “Cuando nace su abuela”. Y otro autor, Didier Dumas, psicoanalista francés de niños psicóticos, muerto en 2010, aseguraba que la psicosis es una enfermedad de la familia y no de la persona solamente. Según él, “los niños psicóticos parecen tener la misión de arreglar el pasado genealógico de sus familias, son incomparables exploradores del inconsciente transgeneracional y el pasado familiar los ha convertido en lo que son”.
¿De qué pasado estamos hablando? ¿Del de su padre o el de su madre? También, pero sobre todo de lo ocurrido en la familia durante tres, cuatro y más generaciones: traumas, secretos, omisiones, mentiras y ocultamientos que se heredan como si fueran un ADN no material. Didier decía: “A los que no entienden el porqué de la existencia de los psicóticos, les contesto que ellos están para enseñarnos lo que desconocemos acerca de nuestras transmisiones mentales y espirituales”. Él creía que la memoria de estos eventos se transmite por telepatía o algo similar, pues siendo inconscientes, nadie los recuerda conscientemente, pero investigando, salen a la luz como causantes de la psicosis y otras enfermedades.
Angélica Olvera, investigadora y pedagoga mexicana, ha acuñado el término “inteligencia transgeneracional” para describir la capacidad que tenemos tanto de asimilar como de comprender y aprovechar los eventos y características recibidos como herencia no material, y añade este nombre a los otros tipos de inteligencias múltiples que han sido estudiadas: la emocional, referente al manejo de la vida afectiva; la  verbal, aptitud para expresarse con palabras; la lógico matemática, habérselas bien con números y operaciones abstractas; la musical, que tienen los músicos, cantantes y compositores; la cinético-corporal, de los bailarines y deportistas; la espacial, de quienes pueden orientarse fácilmente en cualquier ubicación y postura; la interpersonal, habilidad para ser sociable y establecer contacto hasta con desconocidos, que tienen los líderes y los vendedores; la intrapersonal, para profundizar pensamientos acerca de sí mismos y la vida, como los poetas y los filósofos. En esta última yo añadiría a los psicóticos, aunque ya se los ha ubicado en la transgeneracional.
Culturalmente, no todas estas inteligencias han recibido el mismo prestigio. Podemos verlo como padres, solemos apreciar más que un hijo saque buenas notas en matemáticas, y menos que sea bueno en fútbol o tocando la guitarra, ya ni se diga que ande de amiguero o que a todo lo que le decimos tenga respuesta.
Es obvio que las personas poseemos estas inteligencias (y otras que no han sido estudiadas) en diferentes medidas, sabemos de brillantes científicos e inventores que son “idiotas” relacionándose con familia y amigos, o que se pierden si salen a la calle o van a otra ciudad.
¿Por qué las llamamos inteligencias? El término inteligencia está compuesto por otros dos términos: intus (entre) legere (escoger); por lo tanto, hace referencia a saber elegir. La inteligencia posibilita la selección de las alternativas más convenientes para la resolución de un problema. Cada uno de nosotros sobresalimos en una o dos, tal vez más, inteligencias, constituyen nuestro talento natural, y estamos deficientes en otras que aunque necesarias, incluso el cultivarlas nos cuesta trabajo.
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viernes, 10 de octubre de 2014

VERDADEROS ATEOS


En ocasiones dudo que existan verdaderos ateos, entendiendo por Dios Aquello ante lo que me inclino, me someto y dirijo todo mi ser. Creo difícil que alguien piense: “Nada hay por encima de mí a lo que deba someterme, yo me di a mí mismo la vida y la existencia y puedo conservarlas o abandonarlas cuando quiera, me pertenecen. Soy lo más grande, la fuente y el orden de donde proviene todo lo que vemos y lo que no vemos…”

Sin embargo, existen los que se niegan a creer en determinadas imágenes de Dios: nada de ancianos de larga barba sentados entre nubes, ni ojos dentro de triángulos, cruces simples o adornadas o hechas crucifijo, tampoco estrellas de cinco, seis o nueve puntas o acompañadas por la luna, ni budas gordos o flacos, seres con alas, ídolos, imágenes de santos… Muchos de estos “incrédulos” andan en busca de una espiritualidad distinta, que les permita contactar y permanecer comunicados con Aquello a lo que no pueden dar nombre ni figura y que podría otorgar sentido a sus vidas. A veces se llaman a sí mismos ateos, ¿lo son realmente, o solo buscan al Desconocido, de Quien no podemos saber mucho, puesto que excede nuestra capacidad de comprensión?

Otros, que también se autodenominan ateos, además de negarse a adoptar las imágenes clásicas de la divinidad, preferirían que no existiera eso Más Grande, hacen lo posible por eludirlo, alejarse, perdérsele de vista. La idea de esta Presencia les desagrada e incluso podría resultarles aterradora. En el fondo se saben pequeños, limitados, desprotegidos y, sobre todo, “condenados” a vivir y a morir. Luchan contra ese Ser (aunque no exista, según ellos) y trabajan para que otros semejantes se unan y piensen igual, como cuando un niño no hace la tarea y pregunta a los compañeritos: ¿verdad que era imposible hacerla?, con la esperanza que sean varios en la misma situación y sentirse acompañados. Esta actitud de negar, huir y pelear da sentido a sus vidas. ¿Son verdaderos ateos?

Hay otros que subjetivamente son honestos el confesarse ateos, porque no creen en nada espiritual ni en la existencia de un más allá; todo se reduce al más acá, que se ve, se cuenta, se pesa o mide de alguna manera. Su Algo Más Grande es material: el estado, el capital, las trasnacionales, la naturaleza, los fenómenos históricos o climáticos… Oscilan entre someterse y querer someter a eso Algo Más Grande. ¿Son ateos? De nombre, sí. ¿Y de hecho? Son los más religiosos, con esa religiosidad primitiva en la que su dios (la política, la ciencia, la costumbre, la cultura, el arte…) les ordena: ve, y van; ven, y vienen; sacrifícate tú o sacrifica a multitudes, y realizan el sacrificio sin parpadear. En ellos se muestra con mayor claridad la necesidad humana de pertenecer, servir y vivir para Algo Más Grande. Su tipo de dioses, más materiales que espirituales, son lo más grande que han podido imaginar, y su adoración es más devota, audaz y definida que la de muchos que se dicen teístas.  

Existe otra clase de ateos que no se denominan tales y aseguran que sí creen en Algo Más Grande, pero no lo adoran ni pelean en contra o a favor de Él, tampoco piensan que entre ambos haya nada que ver. En mi opinión, éstos serían verdaderos ateos, solo que ellos mismos no se llaman así, ¿con qué derecho podría nadie incluirlos en dicha categoría?  Por eso dudo de que haya verdaderos ateos.

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lunes, 29 de septiembre de 2014

ABORTO INDUCIDO


Hace 23 años tuve un aborto inducido, me parecía la mejor solución o más bien la única, por ningún motivo estaba lista. Nadie lo supo, solo yo. Pasado el tiempo me casé y tuve tres hijos, están sanos, pero ahora que todo me está saliendo mal con mi familia, yo me estoy acordando muchísimo de aquello, ¿se puede deber a que me siento culpable? Quisiera que me recomendara algo para no pensar tanto en lo mismo.

OPINIÓN

Entiendo que estás preocupada por ti y por tu familia. Que sospechas que aquella acción del pasado está influyendo en tu presente. Que quisieras poder dejarla atrás y continuar con tu vida. Voy a imaginar que tienes razón y que es dicha experiencia lo que te ocasiona malestar.  ¿De acuerdo?

Inducir un aborto es un acto realizado con libre albedrío, es decir, usando tu libertad, la cual significa que las personas podemos elegir entre opciones, sean éstas acertadas o equivocadas, y luego asumir las consecuencias. Digamos que tu culpabilidad es una de estas consecuencias. ¿Debes conservarla para siempre? ¿Buscar maneras de expiar tu acción (auto castigarte, buscar castigos para tu familia)?

Todo dolor debe tener un final. Cada madre que pierde un hijo se enfrenta con uno de los dolores más profundos de la vida, también cuando se trata de un aborto espontáneo o inducido. En el último caso, la madre “no tiene permiso” de asumir su dolor, no se siente con derecho a reconocerlo, puesto que ella misma optó por la muerte del hijo, y esto es lo que hace más complicada la situación; pero ella no ha dejado de ser madre, tampoco se ha convertido en una madre mala, solo que el estado de su desarrollo le aconsejó tomarlo todo del hijo, en lugar de darle todo y correr los riesgos de tenerlo. Esta es una realidad que debe ser mirada. Puedes decir a tu hijo abortado: “Lo tomé todo a tu costa. Lo siento y me duele”. No se lo digas de forma dramática, si el dolor que en aquel momento no pudiste sentir ahora te ahogara, primero llora hasta que te canses, luego espera a que estés entera y entonces se lo dices, desde el fondo de tu alma. Puedes agregar: “Me decidí contra ti y lo sostengo. Nunca podré repararlo, pero tienes un lugar en mi corazón como mi hijo y formas parte de mi vida y la de mi familia y la tuya”. ¿Te suena muy duro?

Los humanos tenemos una curiosa característica: nos duele profundamente reconocer y asumir los errores. Todos queremos ser buenos, sentirnos buenos. Requerimos de una fortaleza especial para confesar ante nosotros mismos: “Puedo equivocarme y de hecho me equivoco”. Tú requerirás de esta fortaleza especial para reconocer ante tu hijo: “Opté contra ti y lo sostengo”. La expresión “lo sostengo” es importante: no puedes devolver las hojas del calendario y tomar una decisión distinta. Pelear contra la que tomaste hace 23 años solamente hace que te dividas en contra de ti misma. Las personas que tienen culpabilidad y luchan contra ella arruinan sus vidas y las de sus seres amados, es mejor asumir conscientemente: “Soy culpable y con esto voy a vivir. Usé mi libertad de esta manera y para mí está bien ser libre”.

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lunes, 15 de septiembre de 2014

NO ENCUENTRO MI LUGAR


Hay personas que parecen no acomodarse en ninguna parte; hacen proyectos que nunca aterrizan; entran a un trabajo y no duran; comienzan una relación y pronto la terminan para comenzar otra, también breve; no bien llegan de un viaje o un festejo ya están pensando en otro… o confiesan: “no me hallo”, “no encuentro mi lugar”, “a veces siento que yo no soy yo”, “en ningún lado estoy a gusto”… Cuando alguien se escucha a sí mismo decir esto o algo parecido, haría bien en poner atención a sus propias palabras; lo más probable es que esté ocupando un lugar que no le corresponde, y el suyo se encuentra vacante.

Las personas tenemos un lugar que es nuestro y nadie más puede ocupar, que nos da identidad. Sin embargo, a veces no podemos o no queremos tomarlo. Es más frecuente lo primero: no poder, cuando no tenemos permiso; quizá una persona muy amada nos aparta de él, tal vez un secreto,  o un enredo familiar.

Es en la familia donde los lugares no son intercambiables; ahí nos toca ser el hijo, el padre, la madre, hermano, tío, abuelo… y la experiencia infantil de ocupar, o no, el propio sitio se extiende a otras circunstancias de la vida, como suele suceder con todas las experiencias infantiles.

Imaginemos a un hijo o hija cuyos padres se hirieron tanto uno al otro, que si un día el niño o niña, adulto o adulta, dijera al progenitor con quién está más cerca que desea aproximarse también “al enemigo”, ambos se sentirían lastimados, él por decirlo y el otro por escucharlo. Y aunque lo diga, no lo hará, inclusive puede llegar a odiarlo, como hace el progenitor “más amado” y en su lugar. Tiene prohibido tomar su lugar fundamental, de hijo o hija. También le está vedado reconocer sus propios sentimientos y necesidades; lleva años teniendo obstáculos para identificarlos y sintiendo como otra persona le exige, abierta o tácitamente, que sienta.  No puede tomar el lugar que por derecho natural le corresponde. ¿Qué cosas más de la vida no podrá tomar?, ¿en qué otras circunstancias se sentirá amarrado y con imposibilidad de moverse hacia lo que desee?, ¿tendrá posibilidad de reconocer que muy en el fondo necesita a su padre y a su madre, sin sentirse culpable por necesitarlos?  Es más fácil que sólo se perciba fuera de lugar.

También un secreto puede apartarnos de nuestro lugar. Vamos a imaginar que un bebé nace de una madre adolescente, la cual pertenece a una familia perfeccionista, a la que preocupa el qué dirán o le parece demasiado que su hijita deba enfrentar tanta responsabilidad sola. Entonces, los abuelos del niño lo registran como su hijo.  ¿Cuál es su lugar? No puede saberlo, y si un día lo sospechara, se sentiría terrible: ¿perder a los que ha creído sus padres?, ¿amar como mamá a la que era su hermana?, ¿darse cuenta de que creció engañado, y necesita desengañarse? Es más fácil que sólo se perciba fuera de lugar.

Esta teoría procede de Constelaciones Familiares. En otra ocasión, para dedicarles más espacio, hablaré de los enredos. Éstos también nos impiden tomar nuestro lugar.
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lunes, 8 de septiembre de 2014

VERGÜENZA AJENA


A veces presenciamos una situación en la que alguien comete un error y parece no advertirlo; quizá se le baja un cierre más de lo debido o dice algo que nos hace sonrojar y a los demás también. Callamos, pero en nuestro interior pensamos: “Siento pena ajena”; es decir, el error no es nuestro y sin embargo, nos incomoda.

Lo mismo, a una escala más profunda, suele sucedernos en familia. Si tuvimos un abuelo o un tío que estuvo en la cárcel, defraudó a alguien, se desprestigió por su conducta promiscua o alocada… podemos sentir vergüenza ajena de un error que no es nuestro ni de nuestra responsabilidad, y no obstante, interfiere en nuestras vidas como si lo fuera, o más aún. Ni qué decir que con nuestros padres también nos puede ocurrir.

Este tipo de vergüenzas son difíciles de erradicar; la persona las guarda en secreto, como si fueran un preciado tesoro que debe permanecer oculto, aunque por dentro la desgarren. ¿Por qué las guarda, las protege? Son su manera de sentirse perteneciente a la familia. No hay dolor más profundo que creernos sin derecho a pertenecer al grupo donde hemos nacido, y aunque sea en el padecimiento, seguimos aferrados a él, leales, “con la camiseta puesta”. Lo contrario es aún peor: “negar la camiseta” por temor al desprecio de un grupo más grande, como cuando un niño oculta el oficio de sus padres ante sus compañeros de clase o prohíbe a su madre que se presente en la escuela. Son vergüenzas difíciles de erradicar porque está en juego el amor a la familia, y aunque por fuera digamos que la odiamos, es lo más entrañable y la base de nuestra identidad. Estas vergüenzas hacen daño y suelen pasar de una generación a otra como apellidos, salvo que alguno de los miembros pueda “romper el hechizo”.

El “hechizo se rompe” honrando; es decir, mirando lo que ocurre u ocurrió (contrario a negarlo), mirando al responsable con amor, y envuelto en ese mismo amor devolverle lo que es suyo: “Te honro como mi madre (padre, abuelo, tío…) y honro tu dolor (vergüenza, tristeza, soledad, culpa, confusión, responsabilidad…), tienes en mi corazón un lugar especial y honorable”. En ese momento deja uno de cargar lo que no le pertenece: la vergüenza ajena, y sabe que cada cual carga con lo suyo, que cada uno tiene su lugar, que no es útil para nadie sentirnos autorizados a tomar ni a rendir cuentas de lo que no nos corresponde, porque somos personas individuales cuya responsabilidad se extiende solamente a lo que nuestras manos, pies, cerebro... hacen, piensan y sienten por sí mismos. Quedamos libres de lastres. “Me hago cargo solamente de lo mío”.

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lunes, 1 de septiembre de 2014

HONRAR A LOS HOMBRES


Es frecuente que el hijo o la hija tengan relaciones conflictivas con su madre, y peores aún con su padre. Dentro de nuestra cultura, honrar al padre es más bien la excepción que la regla. Si a un hijo de cualquier edad, que durante su vida ha ido acumulando resentimientos y sensaciones de haber sido tratado injustamente por su progenitor, se le dice: “Debes honrarlo”, es como estar hablándole en chino, probablemente conteste: “¿Después de todo lo que ha hecho?, ¿siendo él como es, un egoísta, irresponsable, etc., etc., etc.?”.

Todo cuanto vivimos influye en nuestros pensamientos y sentimientos. También lo que vivieron nuestros padres, y los padres de ellos, y los padres de ellos, y… Realmente se nos dificulta honrar acciones y maneras de ser que nos han dolido, o les han dolido a ellos. Estamos tan involucrados en los acontecimientos de la familia, que nos es casi imposible distinguir nuestros sentimientos de los de nuestros padres, y nuestra responsabilidad de la suya. En una familia donde los varones han sido abusivos o irrespetuosos, los hijos e hijas y nietos y nietas estarán predispuestos a despreciar lo masculino y esperar lo peor de todos los hombres, aunque ellos mismos lo sean, y los escuchamos decir: “Los hombres somos %&$#& (significa cosas malas)”. Y a ellas: “Los hombres son  %&$#&”. ¿Tienen la culpa de pensar y sentir así? No, sólo se han solidarizado con el pensar y el sentir familiar, por amor a la familia, por “ponerse la camiseta y pertenecer”, ¡pero cuánta desdicha les puede ocasionar!  

Estos hijos e hijas y nietos y nietas, más tarde, cuando mayores, se comportarán con sus hijos de modo similar, salvo que en el intermedio suceda algo que los libere de sus “programaciones” familiares. Y no es suficiente que el hijo diga: “¡Juro que yo no seré igual!”; a los cuarenta o cincuenta y más años solemos descubrir que, en mucho, sin saber cómo ni por qué, estamos repitiendo el guión de nuestros padres o abuelos, en masculino o en femenino.  

Una verdadera liberación no ocurre en la cabeza, sino en el corazón, es decir, en el terreno de lo irracional, que casi siempre nos deja perplejos. Para que suceda, según se ve en Constelaciones Familiares, tenemos que ser capaces de llegar hasta el punto previo a donde se perdió el amor, cuando éramos capaces de decir  “yo soy tu hijo” o “yo soy tu hija” sin que nos doliera, y de lo ocurrido después, separar nuestra responsabilidad de la de nuestro padre, nuestros sentimientos de los él y de los de mamá, nuestra vida de la de ellos, y con ese amor original que todo hijo tiene por su padre, devolverle lo que es suyo: el mérito o la culpa, la vergüenza y la responsabilidad. Así quedamos libres de aquello que no es nuestro y que tomamos por solidaridad. A veces se utiliza una frase como ésta: “Querido papá, te honro como padre y como hombre, y en ti honro a todos los hombres”. Si se trata de un hijo varón, puede añadir “incluyéndome a mí”, puesto que también es hombre.

En una Constelación Familiar, el representante de un padre que se fue, o de un marido del que no se sabe más nada, suele quedar en el lugar que debió haber ocupado. ¿Significa esto que el consultante debe localizar al padre o al marido ausentes y traerlos a casa? No. Significa que  toma en su corazón las cosas tal como sucedieron, sin negar nada, tampoco el dolor de la pérdida, y con ello, vuelve a sintonizar con el amor; puede amarse a sí mismo con todo y haber vivido determinadas experiencias. Ya no necesitará pensar que debe ser  %&$#& por ser hombre, y si es mujer, ya no necesitará buscar a hombres que sean  %&$#& a los cuales despreciar, hacer que se vayan y luego llorarlos. ¿Suena fácil? No lo es, pero cuando se da, funciona.

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martes, 26 de agosto de 2014

NO ES CULPA MÍA


Hay ocasiones en que la expresión “no es culpa mía” es irresponsabilidad, y otras, la única manera de salir de un embrollo insoluble. Importa saber discernir unas de otras.

Todos tomamos las decisiones que en su momento parecen acertadas, optando por “lo mejor” o “lo menos peor”; pero a veces estamos desprevenidos o nos fallan los cálculos y, posteriormente, vemos que cometimos un error por el que nosotros o alguien más debe sufrir. ¡Cuánto nos duele equivocarnos! Para evitar que nos duela, con frecuencia decimos “no es mi culpa”, aunque lo sea; buscamos dis-culpas. Podemos encontrar alguna muy persuasiva, que deje a todos convencidos de nuestra inocencia, pero el alma sabe la verdad: somos culpables de haber actuado de un modo distinto al que nos inculcaron. Tenemos dos opciones: 1) Decir o pensar: “Sí, lo hice, soy responsable y asumo las consecuencias”, o 2) “No es culpa mía, este dolor no es mío, las consecuencias no son mías, me quieren culpar injustamente, soy víctima”. En este caso, la “victimez” abre las puertas a toda clase de malestares, porque las consecuencias han de venir, nos gusten o no, y gastaremos nuestra energía en negar lo que es.

Las situaciones en que la expresión “no es mi culpa” es verdadera y sanadora, se refieren al destino.  Un ejemplo extremo: imaginemos a una mujer cuya abuela murió en el parto de una niña, que sobrevivió. Por supuesto que nadie quería matar a esta abuela, solamente sucedió, pero la familia se ve sometida a dolor y tensión terribles y tal es el medio en que la criatura debe crecer, necesitada de que alguien se haga cargo de ella y la consuele. Sería muy sanador si la pequeña pudiera decirse a sí misma: “Esto no es culpa mía”. En fin, creció, se casó y tuvo a su hija, la mujer que habíamos imaginado al principio, a la que la madre, sin querer ni darse cuenta, hace partícipe de su dolor, desolación y desconocimiento de cómo es una buena madre, puesto que no lo experimentó en sí misma. También para la nieta sería muy sanador que pudiera decir: “Esto no es culpa mía, este dolor pertenece a mis abuelos y a mi madre”. Del destino nunca tenemos la culpa, sin embargo, seguimos siendo responsables de todo cuanto nuestra mente y nuestro cuerpo hagan, en el sentido de que vivimos consecuencias de felicidad o infelicidad.

Esto pertenece a la práctica de Constelaciones Familiares, por eso digo que en ellas podemos modificar actitudes. Si la nieta logra no solo comprender, sino sentir el dolor que ella está llevando y que no le pertenece, y a través de representantes lo devuelve a los dueños, los abuelos y la madre, con todo el amor que es capaz, puede experimentarse libre de un trauma que sucedió mucho antes que ella naciera.

A propósito de Constelaciones Familiares, nuestra sesión gratuita del viernes pasado estuvo muy bien, con lleno completo. Lo único que sentí fue que personas se quedaron afuera, porque solamente las que habían llamado y reservado pudieron entrar. Para reparar un poco esta contrariedad involuntaria, este viernes 29 haremos otra sesión abierta, sin costo, de entrada libre, a condición de que antes llamen al 763 02 77 y reserven su lugar. Y a quienes vinieron y me manifestaron tanto amor, muchas gracias, sus palabras todavía nutren mi alma.

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lunes, 18 de agosto de 2014

CONSTELACIONES FAMILIARES


La evidencia suele estar frente a nuestros ojos antes que podamos descifrarla. Por ejemplo, la gravedad existía antes que fuera “descubierta” y se le calculara una fórmula matemática; pero siempre cualquier cuerpo existente necesitó un piso que lo sostuviera o caía hasta encontrarlo. La explicación científica no agregó ni quitó nada a lo que era un hecho, solamente satisfacía a los científicos. No tenemos explicación científica para todas las cosas.

En una sesión de Constelaciones Familiares se pidió a la consultante que eligiera una representante para su mamá. Lo hizo, y ésta sin más se tendió en el piso. “¿Tu madre duró tiempo enferma?”, preguntó la facilitadora. “Sí”, respondió la interrogada estupefacta, y añadió: “Le dio una embolia cuando yo nací y casi siempre estuvo en cama, después de mí tuvo otros cuatro hijos”.

Cuando uno ve cosas así en una constelación, el raciocinio parece pedalear en el aire. No puede creer lo que está mirando pero no encuentra argumentos en contra, y  para completar el cuadro, el alma del consultante parece decir: “Sí, sí, así es”, muchas emociones de todas clases toman un acomodo nuevo y el rostro quien hizo la consulta resplandece.

Todavía no existe la fórmula matemática que explique cómo sucede que personas que no conocen a quienes representan, pueden captar a través del cuerpo y sus movimientos hechos y emociones de los que no tenían noticia. Ni siquiera intentaré describir las numerosas hipótesis que han intentado darle un matiz científico al fenómeno, más bien me interesa señalar que Bert Hellinger lo convirtió en una eficaz herramienta para la reconciliación de la persona consigo misma, su origen y su historia; es decir, con las cosas como son, y con el destino como es.

Posiblemente se preguntarán: “¿Por qué llamarlas Constelaciones?, ¿tienen algo que ver con los astros?”.  El nombre es una analogía, en el sentido de que la persona es vista inmersa y en relación con los sistemas a los que pertenece: familia, grupos, ciudades, naciones, etc. de la misma manera que un planeta o una estrella tiene un lugar definido, con una órbita y una trayectoria, dentro de una constelación formada por cuerpos celestes. Esto significa que a nadie se le considera solitario, sino en relación consigo mismo, su entorno, su historia y la historia antigua de antes que naciera, como resultado de acontecimientos que a veces ni conoce. Y "reconciliación" significa asentir a la propia ubicación y funcionar armoniosamente dentro de ella.

El próximo viernes 22, de 10 a 14 horas, tendremos una sesión abierta de entrada libre de Constelaciones Familiares. Asiste, experimentarás cosas nuevas, ya sea constelando a tu familia, ayudando a otros como representante o aprendiendo de lo que contemplas. Comprobarás por ti mismo que somos mucho más que nuestro cuerpo físico, inteligencia y sentimientos; también somos relaciones y Espíritu. ¿Dónde será? En San Sebastián 408, Col. La Martinica. Aparta tu lugar llamando al 763 02 77

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jueves, 14 de agosto de 2014

ANIMAL RACIONAL E IRRACIONAL


Se dice que “el hombre es un animal racional” y sabemos que esta definición es incompleta: una gran porción de nosotros es irracional, los sentimientos, y nos hacen decir: “Yo no debería sentir lo que siento (no es lógico, no me conviene, me hace daño), pero me es imposible dejar de sentirlo”, “este impulso es superior a mis fuerzas”…

Los sentimientos siguen sus propias leyes. “El corazón tiene razones que la razón no entiende”. Como ya dijimos, son nuestra parte irracional y su influencia en lo que hacemos es indiscutible. ¿Quién no conoce a alguien que arruinó un buen negocio en un arranque de ira?, ¿o que se enamoró de la persona que menos le convenía? Los ejemplos podrían multiplicarse.

Ya en otras ocasiones hemos visto que nuestra vida mental tiene dos piernas: la intelectual y la afectiva, y que si éstas no marchan en armonía una con la otra, algo malo sucede: nos sentimos mal, nerviosos, frustrados, sufriendo, tal vez enfermos. Y que la armonía entre ambas “piernas” es más bien excepción que regla, porque culturalmente y durante siglos se ha otorgado gran importancia al desarrollo intelectual, mientras en el campo afectivo permanecemos casi analfabetas; no solo desconocemos buena parte de nuestros sentimientos, sino que con frecuencia nos avergonzamos de que existan, cuando nuestro intelecto no los admite como algo deseable, ni como objeto de estudio.

Nos gusta creer que la razón es capaz de gobernarnos bien la vida, y que si logramos identificar  y definir la equivocación que nos ha estado ocasionando problemas, eso bastará para corregirla. No siempre resulta así: continuamos cometiéndola, a pesar de conocer sus consecuencias y saber que nos hace daño, porque cabeza y corazón son dos mundos diferentes, como la tierra firme y el mar  o estar dentro de alguna alberca; así de diferente es pensar que sentir.

Para el reacomodo de muchos asuntos afectivos se necesita ubicar nuestra conciencia en el ámbito de lo irracional. Esto generalmente nos ocasiona un terror parecido al que sentiría quien por primera vez se lanza al agua; el culto al intelecto nos hace temer por nuestra cordura y creer que haremos el ridículo. Sin embargo, no se aprende a nadar manteniéndose seco, hay que entrar dentro del agua, sentir la diferencia, moverse y aprender cómo respirar.

El próximo viernes 22 de agosto, de 10 a 2, tendremos una sesión de este “sumergirse en lo irracional”; es decir, de Constelaciones Familiares. Las personas que asistan comprobarán por sí mismas la diferencia enorme que hay entre lo intelectual y lo afectivo, y conocerá algunos de los ejercicios que se realizan en nuestro Diplomado para aprender a reducir la brecha que existe entre cabeza y corazón y establecer vías que comuniquen a ambos. Están todos invitados, es abierta al público, la entrada es libre, los esperamos.

“Psicología” es una columna abierta. Puedes participar con ideas, temas, preguntas o sugerencias en psicologa.dolores@gmail.com , o en facebook.com/Pascua Constelaciones Familiares

 

 

 

 

 

lunes, 4 de agosto de 2014

RIVALIDAD ENTRE HERMANOS


Soy viuda y tengo tres hijos hombres, solo el mayor sigue casado, los otros dos se apartaron de sus parejas y regresaron conmigo a vivir. Uno, el más chico, ha tenido más mala suerte, casi toda la vida vivimos juntos, menos cuando se fue con su primera pareja y ahora con la segunda. Yo lo veo que quiere volver, pero como no se lleva con el de en medio, que también está conmigo, me dice que  lo prefiero más que a él y por eso no se trae a su mujer y a su hija a la casa. Yo los quiero mucho a todos, me preocupa verlos sin dinero, a todos los ayudo cuando puedo, deseo que estén bien y también pienso que no me gustaría quedarme sola, lástima que no son hermanables entre ellos. De chicos lo eran, ahora ya de grandes es cuando se volvieron como muy fijaditos uno con otro y conmigo, se enojan y eso no me gusta. ¿Qué puedo yo hacer para que dejen de pelear y vivan en sana paz?

OPINION

Entiendo que tu deseo más grande es que tus hijos y tú puedan convivir en paz, como familia que se quiere y apoya, te duele verlos peleando entre ellos y contigo y quisieras encontrar una manera de unirlos para que se ayuden mutuamente, o por lo menos no se hagan la vida más pesada. ¿Voy bien?

Solemos pensar que nada más cuando pequeños los hermanos luchan entre sí por ser el favorito de la mamá, pero a veces tal competencia perdura también cuando ya están grandes y tienen su propia familia. Tus hijos te quieren mucho, solo que no han dado el paso que les permita saber que cada uno es amado por ti de una manera individual, que tu amor no se divide y nunca vas a dejar de ser mamá de todos ni de quererlos. Cada uno te quiere solamente para él, aunque no sé si esto les pasa a los tres, a dos, o al más joven. Esto lo sabes tú.

Para los niños es muy difícil abrir espacio a un hermanito nuevo y compartir a la mamá con él; sin embargo, es una exigencia de la vida que lo haga. Junto con eso aprende a convivir con otros seres humanos en un espacio común y se vuelve sociable y tolerante.  Tus primeros hijos sí tuvieron esta oportunidad, quién sabe si lograron superarla y son ahora compartidos, pero el último no, porque no debió sufrir el dolor de ser desplazado por otro hermano, así que necesita ahora de grande, voluntariamente, hacer un espacio en su corazón para los demás y compartir con ellos tu cariño.

¿Y tú, qué puedes hacer? Primero, entender que luchan por obtener tu amor y hacerles ver que cuentan con él. Todos, cada uno de acuerdo con su personalidad. Luego, cuidarte de favoritismos. Las mamás solemos tomar como favorito al que consideramos que tiene peor suerte, pero esto no lo ayuda sino que lo convence de que está mal y es un “pobrecito”. Tú nunca estarás sola, tus hijos siempre te buscarán como a su madre. Si accedieras a las claras o veladas exigencias del menor, de que te pronuncies a su favor sobre su hermano, no solo cometerías una injusticia con éste, sino que condenarías al más joven a renunciar al éxito y los esfuerzos personales, porque su mayor éxito consistiría en “ser tu dueño”.

Te recomiendo que hagas una Constelación Familiar sobre el tema, verías si mi opinión es o no acertada.

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martes, 29 de julio de 2014

PUBLIQUÉ OTRO LIBRO


Mi libro se llama “El que se fue a la villa”. Es una novela de costumbres y estereotipos que se niegan a morir, no obstante la amplitud de conocimientos en la época actual y la oportunidad de educación en todas las clases sociales, incluyendo las menos privilegiadas por la fortuna, pues debido al Internet, cualquiera, joven o viejo, puede optar por aprender lo que desee, sin necesidad de maestros de carne y hueso ni de programas oficiales. Y a pesar de todo, lo acostumbrado sigue teniendo su fuerza.

Mi novela narra la crisis de una familia leonesa ficticia que vive cerca del Libramiento y el Cerro Gordo, cuyos dos hijos mayores son albañiles, como lo fueron el padre y el abuelo. Este último, en la lucha por mejorar su posición económica, fundó un asentamiento humano de ex campesinos que, con el paso del tiempo y el vertiginoso crecimiento de la ciudad, quedó rodeado de colonias ricas: la “Zona Dorada”. La trama pone en evidencia la necesidad de cambiar y adaptarse a escenarios que no siempre son elegidos; todos los protagonistas se ven obligados a “emigrar”, física o mentalmente, de lo antiguo a lo nuevo; a buscar equilibrio entre resistirse y atender lo que la realidad exige y a vivir la culpa de no poder cumplir con los parámetros que se les habían inculcado. La crisis se agrava con una falta cometida por la esposa del hijo mayor y la revelación de un secreto que de los padres guardaban; todo esto hace estallar la estabilidad familiar y pone de manifiesto cuántas influencias que proceden de la Conquista, la Colonia y lo que les siguió continúan influyendo sobre nuestras maneras de ser y de pensar, unas veces para bien y otras para mal.

Creo encontrar una analogía entre mi comportamiento y el que describo en mi novela: la necesidad de insistir en una manera de actuar porque es la acostumbrada, aunque ya existan otras más fáciles y funcionales. Déjenme contarles: La diferencia en cuanto a trabajo para la publicación electrónica y la de papel de un libro es enorme. En la primera, el mismo archivo de Word donde estuve redactando se sube a amazon.com y listo, el proceso cuesta cero pesos con cero centavos. El cliente lo encuentra en http://www.amazon.com/dp/B00M215IZM , da un clic sobre la imagen y entonces puede leer los primeros capítulos. Increíble. Pero yo insisto en ser de los que todavía prefieren un libro en papel que se toque, se huela y se lleve consigo a todas partes; por lo tanto, también lo publicaré en físico, para lo cual hay que hacer desembolsos considerables: un diseño digital, conseguir el ISBN, que es como la placa mundial de identificación de la obra, luego recibir un montón de ejemplares que hay que guardar en algún sitio, distribuirlos en librerías, que también tiene costo en fletes y un largo etcétera: resurtir, cuidar que los empleados pongan la obra a la vista y no la dejen en bodega, canjear los ejemplares maltratados o defectuosos... ¡No existe comparación! Pero ya dije antes que soy de los que todavía prefieren un libro en papel para no solamente leerlo, también olerlo, sentir su peso entre las manos, soltarlo cuidadosamente en el buró antes de dormir y deplorar las raspaduras y dobleces de hojas que se le hacen por el uso… ¡Todo sea por la costumbre, y para que todos ustedes, los que gusten, me acompañen a la presentación! Gracias de antemano.

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DESENAMORARSE DE REPENTE


Estoy asustada de mí misma y quisiera entender lo que me pasa. Tengo 28 años, hace unos meses me enamoré de un hombre divorciado que es mi jefe y deseaba mucho pasar un día juntos, fuera del trabajo, los dos solos. Lo hicimos, yo tenía un curso en el D.F. y conseguí permiso de mis padres para asistir, viajé dos días antes, mi jefe iba a ir conmigo, pero como mis papás me acompañaron hasta verme tomar el autobús y yo no quería que supieran, él viajó solo hasta Silao, allí abordó y nos fuimos juntos. La pasamos muy bien. Mi jefe decía que era la primera vez que alguien se enamoraba de él, y yo era mi primera vez de todo. En verdad la pasamos bien, hablamos de un proyecto que realizaríamos juntos y que se está dando de maravilla. Aquí está lo raro, que en cuanto regresamos y lo vi en el trabajo sentí un rechazo horrible, todavía me pasa, él esta desconcertado con mi actitud, nos hablamos lo indispensable, no sé cómo decirle que voy a abandonar el trabajo y el proyecto y a él, no lo quiero volver a ver. ¿Por qué me pasa esto tan loco? Todavía me acuerdo cuánto lo quería, que yo no estaba mintiendo y tampoco ahora quiero mentirle.

OPINIÓN

Así que estás asustada de que hayas tenido un cambio tan dramático y te gustaría saber el por qué. A veces así nos pasa, nos sorprendemos de nosotros mismos y precisamos recurrir tanto a nuestra fuerza como a nuestro amor propio naturales, para poder entender lo que ocurre. La fuerza nos hace sentir capaces de soportar lo que veamos; el amor nos permite mirar los acontecimientos con benevolencia y no como jueces vengativos, dispuestos a aplicar un severo castigo a lo que descubran. Antes de seguir leyendo, cerciórate de que estás disponible y amorosa, respira hondo y abrázate a ti misma. Di con palabras o mentalmente: “Me amo de todas maneras, pase lo que pase y vea lo que vea”. ¿Ya? Entonces, continúa.

Ahora, todavía abrazándote, piensa en que todas las respuestas están en tu interior. Puedes decirte: “Lo que tengo que saber  ya lo sé, sólo necesito darme cuenta”. ¿Ya? Continuemos.

Como las respuestas están en tu interior, ellas serán el criterio para distinguir si la opinión que voy a expresarte tiene resonancia en ti o no; es decir, si se acerca a lo que sientes o no.

Según yo, has sido una hija muy amada y protegida por unos padres que tienen terror de que te pase algo que ellos considerarían malo, se me ocurre como ejemplo, que llegaras a tener relaciones sexuales fuera del matrimonio o que un hombre te rompiera el corazón. Lo imaginé porque no todos acompañan a una hija de 28 años hasta verla tomar el autobús. Tampoco todas las hijas hacen el esfuerzo que tú hiciste para protegerlos de una mala noticia: me refiero a viajar y obligar a tu jefe a salir aparte para que no lo vieran. Hay mucho amor en ti para tus papás, tanto, que estarías dispuesta a sacrificarte a ti, a tu porvenir y a tus seres queridos, con tal de que ellos no sufran. Has sido una hija amorosa.

Estás en edad de ser una mujer amorosa y responsable de sí misma.  Quién sabe qué sentirás si en tu corazón les dices a tus papás: “Queridos papás, los amo mucho. Por favor, denme su bendición si me comporto diferente y tomo decisiones, acertadas o equivocadas. Crecer no significa que he dejado de quererlos”.

Si te hizo resonancia lo dicho, te sugiero busques ayuda profesional que te acompañe en tu proceso de crecer y diferenciarte de tus padres.

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HACERSE CONSTELADOR


La gran mayoría de quienes estudian Constelaciones Familiares lo hacen para su crecimiento personal. Al inicio acostumbro decirles que tendrán un intensivo proceso de cambio; al final, uno o dos ex alumnos de cada generación forman sus propios grupos. Están conscientes de que cuando alguien aprende a hacer Constelaciones Familiares, adquiere una técnica específica que no lo convierte en terapeuta profesional, sino en Constelador. ¿Cuál es la diferencia? Muchas. Mencionaré unas pocas.

Los terapeutas profesionales han pasado varios años en la universidad estudiando diversas técnicas y teorías, poseen una cédula que los respalda y si lo desean, como herramienta adicional, pueden hacerse Consteladores. En cambio, para ser Constelador no se pide  currículo académico específico; muchos egresados de otras profesiones han visto complementada su carrera exponiéndose a la información y las vivencias que implica un diplomado de dos años que es muy distinto a lo que estudiaron en la universidad. Allí aprenden a mirar sin miedo y sin intenciones los movimientos de los representantes, así como en qué casos puede ser de utilidad aplicar dicha técnica.

Otra diferencia es que una psicoterapia convencional consta de una serie de sesiones periódicas, mientras que la Constelación es una intervención única que dura de 30 a 90 minutos.

También hay diferencias en el enfoque: en psicoterapia se aprenden habilidades para lograr o evitar determinadas conductas; una Constelación modifica actitudes y se enfoca en asuntos que dependen menos de querer y más de poder resolverlos, debido a cargas inconscientes e involuntarias. Doy dos ejemplos.

Una persona no puede respetar a los hombres, o a las mujeres. Nunca eligió conscientemente dejar de respetarlos y vive su falta de respeto como algo normal y necesario. Haciendo su Constelación aparece que en su historia familiar ocurrieron hechos dolorosos que llevaron a todos en la familia a dicha actitud.

Otro ejemplo: Un niño no puede dejar de meterse en problemas en la escuela y muestra rebeldía constante ante la autoridad. En la Constelación se ve que la familia no respeta a la escuela donde lo inscribió y ni siquiera la mira, el personal docente “corresponde” a  la antipatía familiar negándose a honrar a los padres del niño, y mientras menos respeto sienten los educadores (padres y maestros) entre sí, más problemática se vuelve la conducta del educando, porque su lealtad está dividida entre ser fiel a sus padres o a sus maestros.

La psicoterapia convencional puede ser una experiencia intelectual que mueve grandes sentimientos; la Constelación es una vivencia afectiva irracional pidiendo auxilio a la inteligencia para acomodarse; sin embargo, dicha inteligencia no siempre logra comprender lo que ve, y la persona experimenta el nuevo acomodo como adecuado, a pesar de que no lo haya comprendido del todo.

En Constelaciones Familiares, cada persona es vista como parte de una familia y su historia. Aun cuando solo uno de sus miembros hace la Consulta, todo el grupo familiar resulta beneficiado.

Por cuestión de espacio, dejo otras diferencias sin mencionar.

Aprender Constelaciones Familiares se recomienda para personas que laboran en organizaciones que ya cuentan con servicios de atención directa a la población y poseen gran demanda de servicios, como el IMMSS o instituciones gubernamentales de salud pública. Mediante esta herramienta se puede atender a muchas personas simultáneamente.

Constelaciones también es útil para personas que ya se dedican a las ciencias sociales, como psicología, trabajo social, psicoterapia, docencia, antropología, leyes o medicina. Asimismo, para quienes trabajen con infantes, adolescentes y adultos de manera directa, o en temas como: violencia familiar, embarazo entre adolescente, derechos humanos, derechos reproductivos, salud, justicia, sexualidad, educación, adicciones, etc. Es muy recomendable para terapeutas, así como para quienes laboran en proyectos comunitarios. Dejo para otra ocasión cómo se aplican las Constelaciones en las empresas, porque tienen variaciones específicas.

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lunes, 7 de julio de 2014

ESCUELA Y CONSTELACIONES


Cuando unos padres eligen escuela para sus hijos, desean que sea la mejor y están dispuestos a hacer grandes sacrificios con la esperanza de que funcione bien, porque una vez elegida, sería doloroso para todos que el niño deba abandonarla. No, ellos prefieren que su hijo comience y termine allí su educación, con éxito.

La escuela, que nunca sustituye a la familia, es para los niños como un segundo hogar, pasarán muchísimas horas en ella y tiene una influencia decisiva en la personalidad de los alumnos. Es triste cuando el hogar verdadero y el segundo hogar parecen a punto de divorciarse; el educando sale perjudicado.

Marianne Franke-Gricksh, una maestra y consteladora alemana, en su libro “Eres uno de nosotros”, relata numerosas experiencias en las que aplicó la teoría y las técnicas de Constelaciones con sus alumnos, logrando así que la escuela honrara a los padres de los niños. Ella  preguntaba con frecuencia a los alumnos: “¿Con quién, papá o mamá, te sientes más apoyado? Invítalo mentalmente a que esté junto a ti mientras haces lo que tienes que hacer”. En una ocasión, a un niño que se le estaban dificultando sus operaciones de cálculo, le dijo que debía haber alguien de su familia que pudiera apoyarlo mientras las realizaba, y él le respondió que no tenía cabeza para pensar en eso, entonces le colocó una silla vacía a su lado, sin decir palabra. El niño se tranquilizó y se puso a trabajar en el examen.

También relata una pelea en el patio. Un muchacho le había dado un puntapié a una niña de otra clase, la hermana de ella llegó corriendo e hizo saltar sangre al varón. La maestra, en lugar de las discusiones, opiniones, cita de testigos oculares y lo acostumbrado, que aumenta las proporciones del conflicto, nombró representantes para el niño y la niña que iniciaron la pelea y los ubicó frente a frente, pero los representantes mostraron que no tenían nada uno contra el otro. Entonces agregaron representante para la hermana que había venido en auxilio, y allí se desplegó la dinámica: el representante del varón levantó su mano contra ella, muy enojado, y la de la hermana exclamó: “Yo defiendo a mi hermana, tenga ella razón o no”. Había predominado la solidaridad familiar sobre la justicia. Hizo que los representantes, uno a uno, se inclinaran diciendo: “lo siento”, y la hermana defensora dijo: “Lo lamento, me he dejado incitar por mi hermana”. La maestra propuso a las dos que permitieran que el varón expresara un deseo, para que él viera lo mucho que lo lamentaban. En el siguiente receso, éste encontró un pastelillo en su banco.

En mi opinión, todos los maestros y maestras deberían tomar el Diplomado de Constelaciones Familiares, lo cual no significa que abandonarán la clase y se convertirán en terapeutas, seguirían en su profesión y evitarían innumerables problemas, injusticias, expulsiones y etiquetas. Es fácil e inspirador utilizar las teorías y las técnicas sistémicas en el desarrollo de los niños, la eficacia del aprendizaje, incorporación de la fantasía  en los métodos de estudio, en el trato social entre los miembros de la comunidad educativa y en la confrontación con agresiones dentro y fuera de clase, para indicar solo algunos aspectos. Las constelaciones están demostrando ser una herramienta tan versátil como el rayo láser, que al principio se pensó que sólo servían para una sola cosa y cada día se les encuentran más aplicaciones.

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lunes, 30 de junio de 2014

LO QUE NO SABEMOS QUE SABEMOS


Las personas sabemos muchas cosas que no sabemos que las sabemos. Por ejemplo, ahora mismo que lees, pon atención en la postura de tu pie izquierdo, ¿crees que sabías, o que no sabías, lo que encontraste? No estabas consciente del comportamiento de tu pie, pero sí lo sabías. Algunas personas llaman a este conocimiento  “implícito” y otras  “subconsciente”. Nuestro organismo es tan sabio que libera a la conciencia de toda aquella información que no está necesitando en el momento y se la encarga a un “servidor automático”, el subconsciente, para que nos mantenga funcionando sin la necesidad de elegir y dar órdenes a cada instante, así no tenemos que decir al cuerpo: “Ahora, mueve los músculos y huesos del pie hacia la derecha”, “ahora, respira”, “ahora, aumenta los latidos del corazón, porque tus células necesitan más sangre”.  Y no solamente nos libera de estar al pendiente de las funciones vitales, también de tareas que ya hemos mecanizado. Por ejemplo: cuando aprendiste a conducir un auto, necesitabas toda tu atención consciente para ordenar a tu cuerpo: “acelera, frena, mira el semáforo, viene otro vehículo…”, pero pasado un tiempo, este conocimiento pasa a formar parte de las cosas que sabes y no necesitas recordar; puedes conducir de tu trabajo a tu casa sin advertir que te detuviste en el alto y arrancaste en el siga, incluso puedes no mirar (conscientemente) por dónde vas y qué calles cruzas. Pero si ocurre algo fuera de rutina, un peatón que se atraviesa o un sitio que no conoces, de inmediato surge tu conocimiento a la conciencia para que des la orden adecuada.

Todos nuestros conocimientos que no sabemos que sabemos están perpetuamente activos y tomando las “decisiones menores” o rutinarias que necesitamos hacer cada día. No tenemos idea de cuántas y cuántas cosas sabemos, a veces ni de cuándo las aprendimos. Son tantas que muchos afirman que el 95% de nuestras acciones están controladas por ellas, o sea, son automáticas e inconscientes. Nos influyen en todo y favorecen más unas decisiones que otras. Por ejemplo, alguien que nació en una familia donde los hombres o las mujeres han sido maltratados, o maltratadores, no forzosamente está consciente de que en una relación nueva actúa a la defensiva; sus conocimientos implícitos se encargan de que así lo haga.

Por supuesto que nosotros no tenemos mérito ni culpa de poseer unos contenidos que no conocemos y nos configuran, sobretodo de los más desconocidos; nos han sido dados. ¿Cuándo y cómo? Quizá desde que nacimos, o antes en el seno materno, cuando en familia suceden cosas y nuestros familiares reaccionan a ellas como su conocimiento implícito les indica. También cuando vamos avanzando en edad y experiencia: cada decisión “crea jurisprudencia” y en la siguiente oportunidad, el subconsciente no preguntará qué hacer, ya lo sabe. Estos últimos, los conocimientos personales, emergen a la conciencia con mayor facilidad que aquellos más profundos, que provienen de las experiencias de nuestros padres, abuelos, bisabuelos o tatarabuelos.

Cuando una persona hace una constelación sistémica, puede mirar muchos de los contenidos de su conocimiento implícito. Las constelaciones forman parte de los métodos escénicos, puesto que representan acontecimientos concretos en un espacio sin tiempo, y muestran las reacciones de esa familia ante ellos. Abren posibilidades que ni un diagnóstico puede dar, porque transmiten lo esencial y profundo de una situación a través de una serie de imágenes vivas y en movimiento. Digamos que son como un video para el alma del consultante, donde éste ve cosas que ya sabe y otras que no sabe que sabe. Además, se proyectan hacia el futuro y hacia lo infinito. En mi humilde opinión, todas las personas saldrían beneficiadas si conocieran en qué consiste una constelación y se animaran a hacer la suya.

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lunes, 23 de junio de 2014

DOS PUERTAS


Hay dos puertas trascendentales que todos tenemos que pasar: la de entrada a la vida (nacimiento) y la de salida (muerte). Estas puertas dan miedo, como todo lo que es muy grande. Por la primera ya pasamos y no recordamos cómo fue, si acaso alguien nos contó que nuestro nacimiento fue un parto normal o uno complicado. No tuvimos oportunidad de escoger sus circunstancias, simplemente ocurrió, como ocurren las cosas que forman parte del destino. Por la segunda puerta habremos de pasar y tampoco tenemos opción de elegir, porque incluso si tomáramos un revólver y nos voláramos los sesos, nunca sabremos si tal acción también formaba parte de nuestro destino, pero es un hecho que se convierte en destino de los sobrevivientes.

Quisiéramos creer que en verdad somos tan poderosos como para abrir o cerrar estas dos puertas a voluntad; no es así: tanto la vida como el destino nos exceden con mucho, nos es imposible comprenderlos; solamente nos sometemos a ellos de buena o de mala gana. Sin embargo,  gustamos opinar e incluso actuar, pero ni las opiniones ni las acciones los cambian: quien debe nacer nace, y quien morir, muere. El tema de cuán amplio o estrecho es el margen de influencia que vida y destino nos conceden, merece capítulo aparte, lo dejaré para hablar del temor que nos inspiran estas dos puertas.

La primera, del nacimiento, está íntimamente ligada a la sexualidad.  Por supuesto que da miedo. Los que han de abrirla y traer un nuevo ser al planeta son dotados con una fuerza tremenda y poco entendimiento, necesarios para que vayan como sonámbulos a abrirla. Y si se trata de destinos difíciles, por ejemplo, un embarazo en adolescentes o un hijo llamado “ilegítimo”, la vehemencia y la ofuscación juegan papeles aún más importantes; sin ellos no sería posible que naciera ese bebé que debe nacer. Ciertamente los protagonistas no están conscientes de que, una vez abierta esa puerta, la vida les cambiará para siempre. Dije para siempre. No nueve meses o un año ni veinte; es un cambio definitivo. Y no podrán alegar en su defensa que estaban enloquecidos, porque son responsables de sus actos con todo y consecuencias, aun cuando los hubieran realizado en trance. Es su destino, les toca vivirlo.

La puerta de la sexualidad llena de miedo no solamente a los que la abren, también a los familiares de ellos y a la sociedad entera. Pocos temas tienen tantas normas, prohibiciones y tabúes como éste. Los padres que ven a su hijo o hija acercarse a la adolescencia, quisieran poder seducirlo a que se abstenga de abrir esta puerta hasta que tenga edad y recursos suficientes para enfrentar la responsabilidad que adquiere. Preparar a los hijos y que estén fuertes para cuando les toque comunicar la vida, es un ideal de todos los padres. A veces parecen lograrlo, otras no; el destino se impone sobre sus deseos. Luego, también a ellos les toca vivirlo, de buena o de mala gana, aunque no hayan sido los protagonistas y la situación no sea un resultado directo de sus actos. ¿Suena injusto? Aun si lo fuera, lo que toca, toca.

También la puerta de la muerte nos aterroriza. Procuramos no recordarla ni hablar de ella, y sabemos que nos espera. Será la culminación de nuestra estancia en el planeta. La abriremos con mansedumbre o en pie de guerra en su contra, lo cual marcará la diferencia en la manera de cruzarla: contentos y satisfechos por lo vivido, o sintiéndonos injustamente tratados. Sea cual fuere lo que sintamos, esa puerta se impone y ha de cerrarse a nuestras espaldas.

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