lunes, 29 de junio de 2020

HIPERTENSIÓN Y DEPRESIÓN EN TIEMPOS DE LA PANDEMIA


No esperemos que otros nos resuelvan la vida,
nosotros somos responsables de vivir dignamente.  

La pandemia ha orillado a gran parte de la población a quedarse aislada e inactiva. En este confinamiento se pueden observar: demasiado estrés, una sensación de constante  ansiedad y temores como “puedo enfermar”, “puedo morir”, “mis deudas se van a incrementar”, “me despidieron”, “no tolero estar tanto tiempo en casa”...

La incomunicación y la inactividad física o mental pueden ser un primer escalón para desarrollar síntomas de hipertensión y depresión,  enfermedades que no son ocasionadas por la pandemia sino por la paralización de nuestra vida, la incertidumbre, y tantos cambios a los que no estábamos habituados.  

A partir de la década de los cincuenta del siglo pasado, la ciencia consideró relevante el impacto de los factores psicológicos en la salud física de los individuos y destacó que  las emociones desempeñan un papel crucial en el desarrollo de las enfermedades. Urge que nos hagamos cargo de nuestra salud cuidando las emociones que albergamos.

QUE HACER AL RESPECTO  DURANTE Y DESPUES DE LA PANDEMIA
En cuanto notes en ti tendencia al pesimismo, actitudes de tipo negativo, desánimo, tristeza, baja autoestima, fragilidad emocional... ¡Revira, por amor a ti!  Necesitas contar contigo y  todas tus habilidades. No se trata de negar tus temores, son verdaderos; agradéceles la información y diles: “Estoy a cargo. Ya he solucionado problemas antes y en esta ocasión también lo haré”.  
Si comienzas a presentar hábitos de sueño irregulares como dormir menos de tres horas o más de diez, establece límites y rutinas, no te desveles, aunque en apariencia no tengas actividad. Tú y tu familia te necesitan en buen estado.
Los hábitos de vida tóxicos se maximizan cuando son muchos los que comparten el mismo espacio. Observa si en casa hay una  alimentación deficiente, pobre en verduras y frutas, granos y cereales; fumar, ingesta de alcohol u otras sustancias tóxicas (somníferos, tranquilizantes); ruido extremo, desorden, deficiente calidad de vida, violencia en la pareja... ¡Si se presentan, haz algo, pronto! Delega responsabilidades, que en la limpieza en casa participen  todos. Reduce, tira, cambia  objetos de la casa para diseñar un área de trabajo donde tengas privacidad. Deja de fumar y empieza hacer ejercicio. Proponte hacer un ahorro y no gastar en lo que no se necesita. Inventa otros proyectos personales, que el trabajo no sea la única actividad que “llene” tu vida; sé amigo de una mascota, cuida plantas, toca un instrumento, baja de peso y come sanamente, expresa lo que sientes, convive más con la familia o personas en casa, véanse a la cara, no al teléfono celular.

Revisa tu salud regularmente. Sonríe y agradece a la vida que estas vivo. Asegúrate a ti mismo que permanecerás alerta y harás lo que sea necesario para cuidarte y que estés bien.
Tanto la depresión como la hipertensión conllevan dificultad para expresar las emociones. Si ya están presentes y en casa las conversaciones son del tipo “pásame el salero”, es momento de que hagas un alto y cuides de ti. Nada puedes hacer a favor de tu familia y tu comunidad si te encuentras en un estado deplorable de nervios.
La hipertensión  está asociada con episodios recurrentes de agresividad, ira e impulsividad; sin embargo, las conductas violentas pueden estar encubriendo baja autoestima, tristeza y depresión. Los problemas no se resuelven con gritos, golpes o quedarte callado. Si logras un estado de paz interior, puedes encontrar lo que en verdad necesitan tú y tu familia.
Primero trabajas en ti y luego encuentras soluciones. ¡¡¡ Conéctate a la vida ¡¡¡¡
Agradezco la colaboración de la  Psic. Irma Campos Escalante, directora del Instituto de Desarrollo Humano de León, A.C.
“Psicología” es una columna abierta. Puedes participar con ideas, temas, preguntas o sugerencias en psicologa.dolores@gmail.com , o al teléfono 7 63 02 51




martes, 23 de junio de 2020

REAPERTURA


Se están abriendo los negocios y plazas comerciales y un mayor número de personas y vehículos transitan las calles. Hay quienes todavía no creen que el COVID19 sea un peligro, otros sí lo creen y están conscientes, pero deben correr el riesgo y salir a trabajar, ya sea porque su trabajo es esencial o porque necesitan ganarse la vida. Desde el inicio del confinamiento estaba claro que no todos podrían resguardarse de la misma manera. Hoy, con esta apertura, es lógico que aumentará el número de contagiados y por lo tanto, la necesidad de cuidarnos.

En un principio, el exceso de información que en ocasiones era contradictoria nos puso a todos sin saber a quiénes creer y qué esperar, pero poco a poco se han ido estableciendo medidas de prudencia que, aun si después resultara que eran equivocadas, será mejor atenderlas para cuidar de nuestra salud y la de los demás: el lavado frecuente de manos, el uso de cubrebocas, la limpieza y desinfección al regresar a casa, mantener la sana distancia y evitar el contacto físico directo.

Hoy, está claro que la tarea de cuidarnos pertenece a cada uno, y cada uno sabe si su temor y nerviosismo han aumentado o disminuido. Es evidente que no todo mundo atiende a las normas de higiene recomendadas y entonces, al menos yo, siento el deseo de pedirles: “Por favor, cuídate y cuídanos a los demás, pues ninguno queremos enfermar. No te me acerques demasiado, no me hables ni me tosas encima, por favor”.

Ahora en León ya tenemos noticias de personas con nombre y apellido que han contraído el virus, no como antes que oíamos decir: “Murieron tantos en Italia, España, Estados Unidos o la ciudad de México”. Los contagiados están a nuestro alrededor. También sabemos que muchos se recuperan. Hemos dejado de pensar que contagiarse constituía una muerte casi segura. Qué bueno que tenemos mejores esperanzas, pero no hay que bajar la guardia.  

Si el COVID19 llegó para quedarse y debemos aprender a convivir con él, démonos tiempo suficiente, con las debidas precauciones, para que el acercamiento sea lo más paulatino posible, a fin de que esta pandemia no signifique para nosotros una tragedia insoportable. Mientras tanto, los científicos y estudiosos seguirán tratando de conocerlo un poco más, los médicos y enfermeras adquirirán mayor experiencia en los métodos que dan mejores resultados y es posible que llegue el momento en que esta amenaza sea como los demás millones de amenazas que siempre ha tenido la vida: algo con lo que nuestro sistema inmunológico puede enfrentarse.

Deseo a todos y a mí misma que esta triste experiencia de confinamiento y pérdidas múltiples se convierta pronto en algo positivo y mejore la vida de la humanidad.

“Psicología” es una columna abierta. Puedes participar con ideas, temas, preguntas o sugerencias en psicologa.dolores@gmail.com






lunes, 15 de junio de 2020

LA FELICIDAD NO ES UN DESTINO; ES UN MÉTODO DE VIDA.


Todos deseamos ser felices y cada día hacemos cosas o tomamos decisiones que nos proporcionan felicidad o nos alejan de ella.  Si miramos a nuestro alrededor y la manera como nos sentimos con nosotros mismos, la familia, el trabajo, los amigos, vecinos y el mundo en general, podemos saber si nuestras decisiones han sido eficaces para darnos felicidad o, por el contrario, nos colocan en un estado de nervios, angustia o desarmonía.

La felicidad es estar bien con uno mismo.

Todos tenemos aspectos, características y situaciones que, sentimos, jamás podremos aceptar. Las vemos como indignas de ser amadas y no siempre podemos alejarlas de nuestra vida. Están ahí, y punto. ¿Qué hacer con ellas?

Si estamos convencidos de que nada es tan importante como el propio bien-estar, el primer paso es mirarlas (no negarlas) con ojos de amor y preguntarnos, ¿de qué manera puedo convertirlas en ventajas?

Saber mirar con ojos de amor es requisito indispensable para ser felices. Esta habilidad se adquiere con la práctica. Se trata de un trabajo de la mente, el corazón y la voluntad por el cual se toma una decisión a favor del amor. 

Pongamos por ejemplo a una persona que posee un abultado abdomen y su primera reacción es de rechazo: “odio estas llantas”. Ciertamente su actitud no contribuye a que se sienta feliz, pero si se ejercita en cambiarla, las “llantitas” serán una oportunidad para aprender a mirar con ojos de amor. Quizá, frente al espejo, decida decir: “Amo todo lo que es mío; amo mi rostro, mis manos, mis pies y este abdomen redondo”; tal vez incluso los toque y acaricie con ternura y establezca contacto amistoso con su cuerpo. Cuando logre amarlo en verdad como es en el instante, le surgirá el convencimiento interior de que es posible que la amen, puesto que ella misma lo hace. Y si además dice: “Con amor haré lo necesario para que seas cada día más hermoso”, la persona no se experimentará impotente sino amorosamente activa, y estará en plena libertad de amarlo y dejarlo como está, o buscar recursos (el ejercicio, una dieta balanceada, rutinas agradables) para transformarlo, sin agresiones.  

La intolerancia genera mal-estar. La intolerancia es comparar un ideal con la realidad y encontrar a esta condenable: “No soporto mi impuntualidad”, “detesto ser tan sensible”...

En esta época de COVID19, por supuesto que la realidad es distinta a lo que sería lo ideal como manera de vivir. ¿Significa que mientras dure nos será imposible ser felices? La respuesta podría ser afirmativa o negativa. Mientras no realicemos el mencionado trabajo con mente,  corazón y voluntad por el cual se toma una decisión a favor del amor, la felicidad estará fuera de nuestro alcance. Pero si logramos mirar esta circunstancia con ojos de amor, algo bueno y provechoso obtendremos de ella que incluso puede parecer incomprensible a los ojos ajenos.

Nuestra vida en el planeta dura los años, días y horas que permanecemos aquí.  Podemos sentir que la cuarentena nos está robando tiempo de vida, o que vamos a amar también a este trozo de nuestra existencia y sacarle el máximo provecho posible, de una manera nueva. ¿Cuál? La que el amor de cada uno le inspire.

La felicidad no es un destino, meta o sitio para llegar, sino un estilo amoroso de mirarlo todo, incluido y primero uno mismo. Quien se ama mucho, no permite que se le amarguen ni unos pocos minutos de su existencia; trabaja duro en su mente, corazón y voluntad para lograr la vida que quiere. 

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lunes, 8 de junio de 2020

REACCIONAR Y RESPONDER


Por pequeño que parezca, cada uno de nosotros es un mecanismo que mueve al mundo. ¿Cómo? Viviendo. Somos 7500 millones de seres humanos que cada día cooperamos con nuestro amor, odio, risas, alegrías, enfados, dolores, sufrimientos, logros, inventos, etc., a que la humanidad sea como es. 

Nada comienza y termina en uno mismo, estamos misteriosamente conectados de maneras inimaginables. Una sonrisa o un ceño fruncido no son triviales; se suman y diluyen en los millones de estados de ánimo que pululan en la atmósfera y vuelan como semillitas buscando germinar. ¿Te ha sucedido que te encuentres con alguien molesto y te sientas incómodo, o lo contrario, con un rostro sonriente y desees sonreír? Los sentimientos son “contagiosos”, por decirlo de alguna manera: no es lo mismo vivir con una persona feliz que con una amargada.

Todo pasa. Y todo permanece. Paradójico, ¿verdad? Por un lado, la vida es cambio continuo y lo que sucedió ayer ya no existe; y por otro, no se va. El adulto que de niño fue maltratado o sufrió abuso pero hoy ya no, en su interior conserva ramas de aquellas semillas malignas que le sembraron durante la infancia y, salvo que se encargue de extirparlas, sigue sembrando a su alrededor el sufrimiento que tanto daño le hizo. 
Las emociones son reacciones espontáneas a los acontecimientos, según estos nos gusten o desagraden. Nos llenan de energía. Y nunca están locas, todas tienen un motivo para emerger. 

Una emoción reiterada se convierte en sentimiento. Podemos negarnos a tomarla en la conciencia y no desaparecerá; irá a dar a  tierra de nadie. Allí, encenderá motores (emoción significa movimiento) de cualquier manera, generalmente nociva, porque nunca desterramos lo que nos gusta y sabemos aprovechar, sino aquello que nos desagrada y  quisiéramos desaparecer de nuestra vida. Allí, en tierra de nadie, libre, sin freno ni rienda, su energía hace de las suyas y configura la peor cara de la humanidad.

Lo anterior no significa que estemos destinados a repetir lo que nos inculcaron, ni a reflejar las múltiples emociones que la humanidad aporta a nuestro mundo. Hay una gran diferencia entre reaccionar y responder.

Reaccionar es sentir una emoción y actuar en consecuencia, por impulso. Responder es tomar una decisión libre e inteligente de cómo utilizar la energía que desencadenó la emoción. 

Por ejemplo: se nos anuncia que la cuarentena se extenderá más de lo previsto. La noticia es desagradable; por lo tanto, la reacción puede ser de ira, frustración, miedo, rebeldía, negación (esto es mentira, quieren engañarnos) o cualquier otra negativa. El organismo está pletórico de energía disponible para ser utilizada en movimiento. Si la persona solo reacciona y no se hace cargo de dar un uso provechoso a dicha energía, se convierte en generadora de sufrimiento a su alrededor; quizá llora, grita, golpea cosas o personas, destruye muebles, insulta... o busca un culpable externo contra quién canalizar su rabia y buscar venganza: “Son los chinos (los gringos, los iluminatti, los policías, los médicos y enfermeras que traen el contagio...), hay que acabar con ellos”. Es decir, se vuelve peligrosa. Su manera de mover al mundo es hacia la desgracia, el antagonismo o la guerra. Peor aún si se ensimisma: el exceso de energía encerrada le ocasiona depresión; es decir, guerra contra sí misma (de-presión es lo opuesto a ex -presión).

Hay innumerables vías para el manejo de sentimientos, hablaremos de ellas en otra ocasión. Hoy solo nos quedamos con que es distinto reaccionar que responder. Quizá tú ya hayas respondido y piensas: “A pesar de todo lo que ocurre, me encargaré de vivir libre y feliz”.

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lunes, 1 de junio de 2020

¿SE PUEDE SALIR YA?


¿Crees que a los guanajuatenses nos importa permanecer sanos? Por supuesto que sí. 

La cuarentena está terminando. En nuestro estado, los muertos son cientos, no son millares y los contagios comunitarios aún no llegan a dos mil, según las estadísticas. ¿Esto es resultado del cuidado que hemos tenido, o porque comenzamos tarde? Posiblemente, ambas cosas. Estamos mejor que como ha sucedido en otros lugares.

A partir de este 1 de junio comenzó la apertura. La cuarentena será voluntaria para las personas, cada una responsable de proteger su salud física y mental. 

Somos responsables. Dice Víctor Frankl: “Al hombre puede arrebatársele todo salvo la última de las libertades humanas: la elección de la actitud personal ante las circunstancias”. Lo escribió recién salido de Auschwits, un campo de concentración. Nosotros, que no estamos en una situación tan espantosa como aquella, por supuesto que podemos elegir entre vivir lo actual en paz, libertad y felicidad, o dejarnos caer en el victimismo.

El victimismo es eludir la propia responsabilidad y proyectarla en otros, buscando culpables. Mientras uno persista en esta actitud, no tiene esperanza de una buena vida; cuando encuentre a quién echarle la culpa, dedicará sus energías a destruirlo y se convertirá en agresor.

Al parecer, los guanajuatenses queremos seguir siendo responsables y cuidadosos. En redes sociales encontré este mensaje: “Informo a mi familia y amigos que mi casa permanecerá cerrada (no se admiten visitas) hasta que se controle la situación del Covid19, por lo que las salidas a la calle serán las estrictamente necesarias y con las medidas de protección adecuadas. Es un aislamiento físico, voluntario y responsable”.

Aparte del confinamiento, lavarnos las manos y usar mascarillas, hay más cosas que podemos hacer para proteger la salud física. Seguramente ya cada uno ha  inventado la manera de sentirse en conexión: indispensable. La presencia y cercanía de otros humanos es vital. Si bien no podemos darnos abrazos físicos, sí podemos dedicar a alguien un abrazo que nos damos a nosotros mismos. Los abrazos siguen siendo una necesidad apremiante para la salud física y mental, igual que las caricias. Estas también pueden ser verbales: un cumplido, una alabanza y un “te quiero” no solo nutren el alma, también el cuerpo tiene cambios cuando produce endorfinas. Y los baños de sol, que dan vitamina D, no solo fortalecen nuestro sistema inmunológico, sino que alegran el corazón. Cuerpo y mente forman una unidad; cuidando a uno, cuidamos a la otra.

Cuidar nuestra mente es una decisión crucial. Por ejemplo, evitar la sobreinformación y salir del circo mediático en el que “sí” puede significar “no” o “quién sabe”. Elegir un futuro luminoso para pensar en él, en lugar de otro lleno de desastres. Ninguno de estos dos futuros existe todavía, debe ser construido y, por lo general, creamos en el exterior lo que tenemos en el interior. Cuidar los pensamientos y expectativas es básico en la salud mental, lo mismo que dejar de compararnos o de intentar medir el dolor o la felicidad, cuál es más grande o más pequeño, más real o fantasioso. No existe ni existirá una medida confiable para convertir en números estadísticos el dolor o la felicidad; son experiencias subjetivas. Y la subjetividad es de nuestra creación, sirve solo para cada quién. Deseo a todos una ex cuarentena segura.

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