lunes, 29 de febrero de 2016

LA MUERTE Y DESPUÉS



 “Mi esposo leyó tu libro, le gustó y dice que sintió paz respecto a la reciente muerte de su papá. Yo sigo de leerlo”, esto me contó una señora en el club. Se refería al último título que publiqué: “Subí al tren sin conocer el destino”. En cambio, otra lectora me dijo por teléfono que no había podido pasar de la página seis porque se había asustado demasiado.
La muerte y lo que ocurre después son temas en los que todos pensamos, al menos cuando personas conocidas o las muy amadas franquean esa puerta, porque nos dejan estremecidos, preguntándonos qué hay del otro lado, o si no hay nada. Nos asusta saber que también para nosotros está escrito el momento en que debemos irnos.
La filosofía existencialista gira alrededor de que “los humanos nacemos condenados a muerte”, y se plantea interrogantes acerca de cuál es el sentido de una efímera vida que constantemente  es amenazada con terminar. Dos vertientes principales de dicha filosofía, una convencida de que la existencia humana comienza con el nacimiento y termina con la muerte, sin un después, y la otra afirmando que la conciencia del hombre trasciende la destrucción de la materia y forma parte de un plan Superior, provocan en las mentes resultados muy distintos; la primera, depresión o su opuesto: necesidad de afianzarse y obtener el máximo provecho de cada día que pasa y no se repetirá; la segunda, confianza en ese Ser Creador que nos acogerá al morir, o su opuesto: terror de ser mirados por Él en toda nuestra pequeñez y flaqueza, de la cual  nos pedirá cuentas.
“Subí al tren sin conocer el destino” es una ficción que narra lo que encuentra un muerto o una muerta luego que abandona el cuerpo. Su conciencia arriba a un universo donde las reglas son diferentes a las de la tierra: no hay tiempo, pasado ni futuro, sólo un eterno presente; no se ve obligada a permanecer atada a un cuerpo que la constriñe; sus opciones se ven multiplicadas al infinito, pero está acostumbrada a los razonamientos terrenales; el proceso de expandirse en una libertad absoluta da lugar a una trama que lo mismo puede resultar atemorizante o divertida.
Entrego a los lectores este libro con amor, en él describo un universo creado por mí de acuerdo con mis convicciones. Si alguna creencia llegara a sentirse aludida, no es mi intención contradecirla, ni confirmarla, sólo busco expresar mi corazón.
“Psicología” es una columna abierta. Puedes participar con ideas, temas, preguntas o sugerencias en psicologa.dolores@gmail.com , al teléfono 7 63 02 51 o en facebook.com/Pascua Constelaciones Familiares.

lunes, 22 de febrero de 2016

LO QUE NECESITA EL CORAZÓN



Vine a León a conocer a mi papá y mal. No es que yo esperara un encuentro de película, pero qué mal. Me decían que él había muerto y se descubrió la verdad, mi madre me dio pistas, lo encontré, hablé con él por teléfono una vez nomás para estar segura que era él y vine a conocerlo. Tengo 23 años, no le avisé a nadie, me le aparecí en su negocio. Primero se hizo el loco, que no sabía nada, me desconoció pues, dijo que no debí buscarlo y todo ese rollo, luego me pidió que lo esperara hasta la hora de la salida, me llevó a comer y quiso hacerse el amable. Mientras él más hablaba yo más lo iba odiando, me hizo sentir tan mal que me puse enferma del estómago. No sé lo que voy a hacer después, vi en el periódico su correo y le escribí nomás.

OPINIÓN

Sería bueno saber qué es lo que necesita hoy tu corazón. Antes de la entrevista con tu papá lo sabías; querías conocerlo, hablar con él, quizás abrazarlo, mirar sus ojos, escuchar que te llamara hija… Ahora, no tienes idea.
No hace falta ser un genio para imaginar la cantidad de sentimientos que experimentas: amor herido, decepción, dolor, rabia, impotencia, sensaciones de haber sido despojada de algo que debió pertenecerte, de ser víctima sin culpa, de que la vida no es justa… Tu corazón está repleto pero no pleno, porque este tipo de emociones no lo hacen a uno sentirse bien y satisfecho,  al contrario. ¿Qué necesita hoy tu corazón?
Cualquier cosa que tu corazón necesite, tendrás que hacer algo con todo tu amor para conseguírsela, porque así toca: nuestros padres nos dan la vida y una serie de experiencias, pero llega el momento en que no pueden vivir por nosotros ni nosotros por ellos, cada uno vivimos la vida como podemos, lo mejor que podemos, con o a pesar de lo recibido.
Imagino que sientes que recibiste de menos. No sabemos si así fue, las cunas son disparejas y eso nada tiene qué ver con la justicia. Qué quieres, los humanos a veces no podemos hacer frente a lo que la vida nos presenta. Un día, los que estaban destinados a ser tus padres creyeron que era buena idea emparejarse y darse físicamente su amor uno al otro, un amor que era como era y al que tienes prohibido el acceso y el juzgar; un amor que debió ser muy santo puesto que naciste tú. La vida humana en sí misma sólo puede ser santa. Luego, del nacimiento en delante, toca a los padres decepcionar a sus hijos, ya que nunca son tan sabios, ricos, inteligentes, honestos, responsables, comprensivos, etc., etc., etc., como deberían ser y los hijos quisieran que fueran. Y a los hijos toca continuar y elegir qué llevarán en su equipaje, cuando pueden hacerlo.  
Quizás tú creas que no tienes más remedio que cargar con éste y otros dolores que tu papá te ocasionó. En parte tienes razón, no podrás olvidarlos, pero es distinto recordar que revivir. Quiero decir que, sin negar la realidad, puedes liberar buena parte de tu equipaje sentimental no deseado y abrirle espacio al amor, si logras comprender que cada uno de nosotros damos lo que somos y lo que tenemos. Tus padres  te dieron todo lo que podían dar, de acuerdo a su historia y circunstancias. ¿Te parece poquito? Lo que te haya faltado no puedes recuperarlo y peor para ti si siguieras cargando con la deficiencia como si fuera culpa tuya. A cada quién sus culpas, y que las cargue el responsable. Tú sólo eres responsable de lo que hagas tú, de lo que elijas tú. Si tu papá te hizo sentir mal al grado de enfermar, él es responsable de lo que hizo y tú de lo que hagas, de los sentimientos que elijas para llenar tu corazón. Mucha gente que ha nacido con desventajas más tarde logra convertirlas en ventajas, ¿Qué tal si tú eres de esas?
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lunes, 15 de febrero de 2016

AMISTADES



Sólo aprecia la amistad aquel que la ha vivido; es decir, que en alguna época de su vida intercambió afecto, lealtad y sinceridad con otro ser humano. Para que esto suceda, muchas veces se requiere abandonar la propia soberbia y acercarse al amigo con humildad, a fin de poder decir y actuar: “Yo soy como soy y tú eres como eres, así podemos relacionarnos”.
Las amistades que tenemos durante la vida nunca son iguales unas a otras; algunas son breves, otras duran años, quizá décadas; en unas hablamos mucho, en otras poco; las hay profundas y superficiales; que iluminan muchas facetas o pocas, quizá sólo se dan en el trabajo, en ser vecinos, en acompañarse al cine o mandarse mensajes por Whatsapp, pero todas tienen la magia de hacernos sentir conectados con otros seres humanos.
Las personas tenemos gran necesidad de sentirnos conectadas con otras personas, y esto lo logramos con los recursos que tenemos y con los que nos sentimos cómodas utilizando; si mi corazón está abierto exclusivamente para compartir mensajes en la red, eso hago; si prefiero relacionarme cara a cara, no faltará quien me corresponda porque tiene la misma necesidad que yo.
Cada persona lleva su amistad hasta donde puede y es capaz, y hasta donde los amigos están dispuestos a dar y recibir. Estas medidas son siempre respetadas, aun si intentáramos rebasarlas; quien no estuviera dispuesto a recibir sólo aquello que pueden darle, se sentiría víctima de una mala amistad, lo cual sería falso: no basta con que nosotros estemos disponibles para dar mucho amor o mucha presencia, si el otro no los toma o no puede recibirlos, estaríamos forzando la situación. Quizá yo le ofrezca venir a mi casa a cenar o llevar mi cena a la suya para compartirla, el otro siempre reaccionará de acuerdo con sus necesidades. Sentirse uno defraudado porque el amigo no acepta el ofrecimiento, es camino seguro hacia la frustración y el sentirse traicionado.
Generalmente duele comprobar que un amigo está menos disponible que uno para el intercambio amistoso; los humanos solemos ser tan egocéntricos que nos creemos la medida de todas las cosas. Recoger el propio corazón y aceptar que aunque mi hambre afectiva es mayor, el otro sólo puede ofrecerme algún saludo casual o una salida esporádica a tomar café, es como necesitar una comida en forma y tener que conformarme con una galletita, ¿pero serviría de algo reclamar al otro o intentar forzarlo a que me sirva lo que yo espero y me hace falta?
Damos y recibimos amor de acuerdo con nuestra capacidad y necesidad de hacerlo. Algunas personas critican duramente que ahora muchas relaciones se dan a través de una pantalla, pero si esa es la medida en que ambos amigos se sienten cómodos interactuando, ¿sería bueno tratar de impedirlo? ¿Habría más amor o más unidad en el planeta si lográramos que nadie se comunicara por las redes?
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